Esta historia comienza con sus dos protagonistas cantando una popular canción italiana infantil que cuenta cómo un padre compra, por un par de monedas, un ratón en la feria, que después es comido por un gato, que a su vez es mordido más tarde por un perro, etc. En esa letra subyace la esencia de esta película que relata una cadena de abusos en la que Tori y Lokita, sus protagonistas, son víctimas por su condición de inmigrantes sin recursos.
Tori, el pequeño, fue abandonado por su familia porque lo culpaban de ser el causante de la enfermedad que mató a su madre. Su hermana mayor, Lokita, lo sacó del orfanato para salvarlo y, tras un largo camino, juntos llegan a Bélgica. Allí, el pequeño recibe su condición de refugiado porque en su país de origen lo consideran un niño brujo. Ella, sin embargo, es interrogada por los servicios sociales. Lokita tiene más difícil conseguir el estatus de refugiada porque los asistentes sociales dudan de si es verdaderamente la hermana de Tori y se afanan en buscar el mínimo resquicio para sembrar una duda razonable y así no darle los papeles a ella también.
En la estela de películas como Mediterranea, de Jonas Carpignano (2015) y de La promesa (1996), de los mismos hermanos Dardenne, Tori y Lokita cuenta la realidad de los migrantes que viven con nosotros pero a quienes en realidad no conocemos. Los protagonistas de esta película habitan una sociedad que no los reconoce. Uno de sus grandes temas es el sistema de acogida de los refugiados en Occidente. Los parámetros establecidos por la ley dejan fuera a gente que, obviamente, necesita ayuda y ni siquiera pueden pedir mini préstamos online. Esto nos hace preguntarnos a nosotros, ciudadanos de esos países que eligen quién puede quedarse y quién no: ¿Cuál debe ser la condición de un migrante para que se le acoja? ¿Es que acaso es posible establecer un baremo de necesidad? Preguntas que incuestionablemente nos llevan a la pregunta definitiva: ¿Existe el derecho a dejar desamparado a alguien? Los hermanos Dardenne, pertenecientes al exclusivo grupo de premiados por la Palma de Oro de Cannes (además, dos veces), nos plantean preguntas, pero no nos dan las respuestas. Esa es tarea nuestra.
En la película, mientras Tori y Lokita esperan la resolución sobre la condición de refugiada de Lokita, los viernes por la tarde trabajan para un dealer local, que opera desde su restaurante de comida italiana. Así, los dos hermanos entregan la droga y la cobran para él. Quienes la compran son ciudadanos belgas de todo tipo: gente en casas elegantes, jóvenes de fiesta, propietarios de discotecas, pensionistas… Algunos regatean, otros pagan sin más, pero ninguno se indigna ni se niega a comprar droga a un niño de apenas 12 años. Los hermanos Dardenne convierten a los compradores en un ciudadano medio, en cualquiera de nosotros. Esta decisión de guion apela al público en general, a toda la sociedad. Todos los que compran lo saben. Toda la sociedad es consciente de que se está abusando de personas como Tori y Lokita, de migrantes con pocas opciones para salir adelante, pero a nadie parece importarle.
En la siguiente entrevista con los servicios sociales, Lokita se equivoca en una de las preguntas y las autoridades consideran «no probada» su relación de parentesco con Tori. Solo una prueba de ADN positiva serviría para demostrar que son hermanos. Desesperada e incapaz de otra cosa, Lokita acude a Betim, el dealer, para que le consiga unos papeles falsos. Él acepta, pero para pagárselos Lokita tendrá que trabajar en una plantación ilegal de marihuana, hasta que salde su deuda.
A Lokita se la llevan con los ojos vendados a la plantación. Allí no la dejan comunicarse con nadie, ni siquiera con Tori. Los hermanos Dardenne vuelven aquí a poner al público en una posición incómoda. No es casualidad que elijan la marihuana, la droga socialmente más aceptada, para ser la causante del sufrimiento de los protagonistas. Todo el mundo ha oído frases como que «no es peor que el tabaco» y que «debería legalizarse», pero esta película revela lo que hay detrás de esta droga blanda. Los Dardenne muestran sin tapujos las consecuencias del mercado de este estupefaciente en Occidente. Cada vez que alguien se fuma un porro, está encerrando a cientos de Lokitas anónimas, que han sido apartadas de sus amigos y familiares, sin nadie a quien puedan recurrir, completamente a merced de sus captores. Aquí, los directores y guionistas hacen otra pregunta, directamente al público, y es la de si se quiere perpetuar estos abusos o no, porque en quien consume está el poder de frenar a quienes trafican. En esta historia en la que los dos jóvenes crecen antes de tiempo, destacan la lucidez y la astucia de Tori, quien a pesar de ser todavía un niño, ya es todo un superviviente al más puro estilo de Vladek Spiegelman, puesto que sabe que cualquier mínimo detalle puede ser el que acabe por salvarle la vida.
Cinematográficamente, los hermanos Dardenne toman decisiones muy subjetivas para contar esta historia. Deciden que la película, tal y como indica su título, va sobre Tori y Lokita y por eso se centra solo en ellos dos. Así, en este filme no hay contraplanos: la cámara al hombro tan propia de estos hermanos belgas cuenta la historia siempre desde el punto de vista de los migrantes y teniéndolos a ellos siempre en el centro. Las personas con las que se relacionan (los agentes sociales, la policía, Betim…) aparecen solo parcialmente, cuando interactúan directamente con Tori y Lokita.
A nivel técnico, este dúo de cineastas lo hacen todo bien. La película arranca con un plano secuencia de Lokita sometida al interrogatorio de los agentes sociales. Ella, sentada sobre un fondo blanco, es captada por una cámara en mano de la que el espectador no se percata hasta que Lokita, tras ser consciente de que ha cometido un error, baja la mirada y tiembla y la cámara la sigue. Los Dardenne optan por este modo de filmar que hace mucho más visible el mecanismo cinematográfico porque lo que les interesa de esta historia no es contar lo que les pasa a Tori y a Lokita, sino cómo viven aquello que les pasa, cómo lo sienten. Por eso la cámara tiembla cuando ellos tiemblan, los sigue allá donde vayan y está siempre en el lugar donde ellos se encuentren.
Al final de la película, la forma cinematográfica y la propia historia se han mimetizado de tal manera que pasamos de un plano de Lokita a un plano casi POV (Point of View) de Tori de manera natural, sin apenas darnos cuenta. Agazapados, como Tori, vemos el desenlace y sentimos su mismo miedo y soledad.
En definitiva, Betim, los servicios sociales, los mafiosos que los trasladan desde Sicilia a Bélgica, sus propias familias y la policía, todos son un eslabón de esa cadena de abusos que sufren Tori y Lokita. En la canción italiana que cantan al principio, ellos son el ratón. Pero la película vuelve a tomar una decisión importante y es la de no acabar con esta canción, sino con otra muy distinta. Lo hace con la nana que Lokita le canta todas las noches a Tori antes de dormir. Un bálsamo para poder aguantar ese sufrimiento. Porque eso es lo que son el uno para el otro: el amor sincero que sienten estos dos hermanos por elección es el único consuelo que tienen en un mundo lleno de injusticias.
Qué dos grandes cineastas son los Dardenne. Fue una de las mejores películas que vi el año pasado. Muy emotiva y necesaria.
No caí en la gran semejanza que hay entre Tori y Vladek Spiegelman. Gran hallazgo esta relación.
Película dura y a la vez entrañable. Bofetón de realidad que despierta conciencias. Recomendable 100%
Al leer esta crítica me interesó y busqué la película, no había estado a mi alcance. La he visto,no me ha defraudado: me ha encantado. Una mirada lúcida e interesante.