Miradas de riesgo

Miradas de riesgo: Virginia Rota

© Virginia Rota

Virginia Rota (Málaga, 1989), creadora autodidacta, aprendió el arte de la fotografía en los teatros, cubriendo para una revista cultural los espectáculos que llegaban a su ciudad. Hoy día es una de nuestras más destacadas fotógrafas de escena, conocida por su trabajo —también en el vídeo creativo y documental— para compañías de danza contemporánea como Peeping Tom o La Phármaco de Luz Arcas, de la que forma parte desde sus inicios y con la que comparte poética. Esta imagen tomada en el Centro Dramático Nacional corresponde a un ensayo de la obra Una gran emoción política (2018), que se inspira en la vida de la escritora María Teresa León y en su época de revoluciones y desastres.

© Virginia Rota

Esa expresividad teatral la aplica a otra de sus grandes especialidades: el retrato. En la serie El mundo al principio (2018) trabajó junto a 22 niños de entre cuatro y once años, a los que propuso que buscaran en su entorno imágenes de lo que consideraran «la belleza» y «lo importante», y que confrontó con sus propios retratos, de impropia madurez en el gesto, como este de Claudia. Licenciada en psicología, Rota propone un retorno al momento previo a la toma de conciencia del dolor, justo antes de que aquellos dos conceptos se transformen y sucumban a la adultez que todo lo enturbia.

© Virginia Rota

Su universo estético tiene mucho de pintura tenebrista. Como en este Retrato de Elena (2020), que sin mucho más artificio que la exposición a la luz y las sombras, secuestra nuestra mirada hacia el rostro, hacia otros ojos que lo dicen todo. Para Rota, la clave está en lograr que los retratados hablen a través de sus fotos, y no al revés; que seamos nosotros los observados, y no ellos. Desde 2015, su obra ha formado parte de exposiciones individuales y colectivas en España y otros países como Portugal, Italia, Brasil, Grecia, Chile, Guatemala o Senegal, obteniendo numerosos reconocimientos y becas de producción artística.

© Virginia Rota

«Virginia Rota accede a su verdad mediante una empatía y una intuición extraordinarias, pero también mediante un compromiso moral que no tolera desbordamientos ni exhibicionismo», escribe el poeta Abraham Gragera sobre la fotógrafa. Como en Mike (2018), sus imágenes contrastadas resultan turbadoras y humanizadoras a un tiempo, íntimas y penetrantes. Surgen de un estudio de carácter casi antropológico que permite a la fotógrafa acercarse sin prejuicios a su protagonista; revelar —sin forzar el gesto— su esencia o al menos dejan intuir la procesión que va por dentro.

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