Cuentos completos, de James Salter (Salamandra)
«Barcelona al amanecer. Los hoteles están a oscuras. Todas las calles apuntan al mar. La ciudad está desierta. Nico duerme atada por sábanas enredadas, por su larga melena, por un brazo desnudo que asoma bajo la almohada. Está quieta, ni siquiera respira». Así comienza Am Strande von Tanger, el primer relato escrito por James Salter (1925-2015), publicado en el número de otoño de 1968 de The Paris Review y ambientado en la ciudad condal, aunque su título alude a un paisaje del grabador bohemio Václav Hollar. Hay en el texto referencias a Villa-Lobos, Paul Morand, Gaudí, Malraux, Max Weber y María Dolores Pradera. Ese relato es también el que abre esta imprescindible recopilación de sus Cuentos completos que edita Salamandra, un total de 22 historias breves que se cuentan entre lo más preciado de este género. La intimidad de las relaciones afectivas, el azar, la pérdida o la memoria son captados en sus narraciones con una capacidad casi fotográfica que revela, además, el dorso de la imagen, su cara B, el desenlace secreto de esas vidas en tenguerengue. Señala John Banville en su excelente prólogo a esta edición que Salter tiene esa cualidad, tan rara en la historia de la literatura, de representar «una realidad común y corriente» de modo que «su obra es la realidad en sí misma», y lo compara en eso a Joyce o Chéjov, aunque su carrera como hombre de acción y autor exitoso fuese digna de Hemingway. Su mezcla de ritmo jazzístico y atención al detalle, su capacidad para trenzar los cinematográficos jump cuts de su prosa, los saltos temporales, la perspicacia y la precisión de su mirada, la tensión erótica, la desolación de sus finales… todo ello convierten al escritor de Nueva Jersey, más conocido como novelista, en «un mago cuyos prodigios están exquisitamente ejecutados, pero a la vez demuestran una sólida comprensión de las realidades cotidianas», en palabras de Banville. En este glorioso volumen encontramos algunas de sus obras maestras de la narrativa breve, las que tanta huella han dejado en autores coterráneos como Richard Ford o Joyce Carol Oates, y que han traído ecos de gigantes como John Cheever: Veinte minutos, La destrucción del Goetheanum, American Express, Costas lejanas y, por supuesto, La última noche, publicado originalmente en el número de noviembre de 2002 de The New Yorker y que aquí sirve de broche al conjunto. Narra la supuesta última noche en la vida de una mujer, explorando temas tan delicados como el suicidio asistido, el desmoronamiento de un matrimonio por una aventura y el malestar de un cierto tipo de cultura: «El resto era menos denso: era una novela larga muy parecida a su vida; uno la recorría sin pensar y un día se acababa de repente». En estos Cuentos completos, Salter acomete lo que John Updike definió como la labor del escritor, «descubrir la belleza en lo ordinario», sabedor de que es ahí donde reside lo extraordinario. Al menos si hablamos de literatura. Enorme literatura.
Las vidas secretas de las esposas de Baba Segi, de Lola Shoneyin (Libros de las Malas Compañías)
«Después de lo que ocurrió, me esforcé por seguir siendo yo misma, pero poco a poco fui desapareciendo. Me convertí en Bolanle, la mujer manchada y rota. Aun así, fue difícil porque mamá quería que siguiera haciendo todas las cosas que la antigua Bolanle habría hecho». Quien así habla es la protagonista de esta novela ambientada en Nigeria, una joven calmada, paciente, inteligente y con estudios —un buen partido en su país— que, tras una violación y un aborto ocultados, decide convertirse en la cuarta esposa de Baba Segi, un señor más bien gordo y flatulento, próspero y poco exigente. Al menos hasta que llegan los problemas de fertilidad que él atribuye a la chica añadida en último lugar a su cohorte polígama. Así comienza esta narración coral la escritora, docente, activista y gestora cultural Lola Shoneyin (Ibadan, 1974), quien debutó como novelista en 2010 con una historia basada, en buena medida, en experiencias cercanas de su tierra natal. En Nigeria el sistema de esposas múltiples es una práctica común, pero no deja de someter a presiones, abusos, vulneraciones de derechos y relaciones de poder desiguales a las mujeres: «Dicen que el anciano que cubre el suelo de mierda se olvida pronto de ella; pero el hedor permanece en la memoria del que tiene que limpiarla. Hay quienes han nacido para esparcir mierda y quienes […] han nacido para limpiarla». Esa sociedad patriarcal llena de secretos es la que retrata con agudeza e ironía esta obra, que no obstante fue mencionada por la prestigiosa escritora británica Bernardine Evaristo, en una entrevista de 2018 para The Guardian, como el último libro que la había hecho reír, destacando a sus personajes («cuatro esposas intrigantes y un marido espantoso») junto al adecuado tono tragicómico. Las vidas secretas de las esposas de Baba Segi, que nos llega por fin al español de la mano de la valiosa colección de autores africanos Libros del Baobab, ha situado a Shoneyin entre los escritores nigerianos fundamentales de los últimos años, junto a Chimamanda Ngozi Adichie, Chigozie Obioma o Sefi Atta —reunidos, entre otros, en la antología de ensayos Of This Our Country, y herederos del Nobel Wole Soyinka—. Este debut irresistible, tan ligero como crítico, ha conocido una adaptación teatral que llegó a España a finales del pasado año de la mano de Maimouna Jallow, y parece ser que también se convertirá en una serie de Netflix gracias a la reputada productora Mo Abudu. No es de extrañar, porque este emocionante relato sobre la resiliencia que conecta las vidas de esas mujeres, su lucha por encontrarse a sí mismas, tiene resonancias universales: «No crean que no veo los desafíos que tengo por delante», dice Bolanle. «Los hombres me harán daño y se burlarán de mí, pero no conseguirán detenerme».
Abandonar Coasta Boacii, de Oriol González Fàbregas (Ediciones del Subsuelo)
«¿Por qué no podemos permanecer encerrados en nosotros mismos? ¿Por qué buscamos la expresión y la forma intentando vaciarnos de todo contenido, aspirando a organizar un proceso caótico y rebelde? ¿No sería más fecundo abandonarnos a nuestra fluidez interior, sin ningún afán de objetivación, limitándonos a disfrutar de todos nuestros ardores, a gozar de todas nuestras agitaciones íntimas?». Esta cita corresponde a lo primero que un aún joven E. M. Cioran (1911-1995) publicó; fue en 1933, en pleno período de entreguerras. Según su compañera sentimental Simone Boué, esa voluntad de hermetismo de la que hizo ostentación durante toda su existencia y la lectura pesimista que casi siempre se hace de su obra podrían ser desmontadas en base a su personalidad («Cualquier pesimista es un humorista», escribiría él). Pero ¿quién fue, en realidad, este autor radical y adictivo, nihilista y ascético, mordaz y desengañado? Eso es lo que de algún modo trata de desentrañar el filósofo Oriol González Fàbregas (Barcelona, 1983) en este poliédrico ensayo biográfico que es fruto de su obsesión —una de las muchas que suscita esta figura y su obra— y su investigación sobre el pensador rumano, y que traza interpretando en breves fragmentos las palabras del propio Cioran en base al contexto histórico y a la luz de las ideas de su tiempo, y también anteriores y posteriores. Del Maestro Eckhart a Rilke, Shakespeare o Schopenhauer, pasando por Richard Feynman, Gilles Deleuze o Peter Sloterdijk, quien habla de sus textos como «contravenenos» y destaca su carácter «orgulloso, demoníaco y desesperado»; pero también aquellos que conoció y lo conocieron, como Beckett, Eliade, Michaux o Ionesco. También se hallan en las páginas de Abandonar Coasta Boacii, y ayudan a despejar la incógnita de su personalidad, sus gustos lectores y admiraciones personales: «He leído una barbaridad, es cierto. He leído un disparate toda mi vida. […] Es una fuga a los libros, una forma de escapar de uno mismo». Así, por ejemplo, veneró a Nietzsche, pero también a Bach, lo único que a su juicio indicaba que el universo no era un completo fracaso, y a varios compositores de vanguardia, como Xenakis o John Cage. Unas influencias variadas y cambiantes que podemos vincular a la ruta literaria que González Fàbregas define como «el poetizar filosófico» de Cioran, que respondería, por un lado, a un estado de ánimo; por otro, a una perfeccción de la expresión que resulta fundamental; y, finalmente, aquello que quizá le siga ganando adeptos aun con el paso de las décadas, la fascinación por su espíritu transgresor e iconoclasta: «Hay que prohibir la erudición. También la crítica. Recuperemos la inocencia. Seamos destructores». En realidad, el inimitable pensador oriundo de Rășinari fue hijo de su tiempo convulso, el siglo XX, como todos lo hemos sido de alguna forma desde entonces. Sus últimas palabras publicadas en vida así lo demuestran: «Después de todo, yo tampoco he perdido el tiempo, yo también me he zangoloteado como todo hijo de vecino en este universo descabellado».
Subterráneos y undergrounds, de Ignacio Castillo (Ediciones en Huida)
«Tengo que tomar aliento. Y sobre todo seguir, coger al toro por los cuernos y seguir. Está claro que me he pasado con Wagner. La primera que me enfrenté al váter de rodillas ya acabé sedándome con clásica […], no es agradable encontrarse cara a cara con esa verdina asilvestrada, el mar de los Sargazos, qué asco. Me pasé a Puccini, probé con el subidón fácil de las arias y la cosa mejoró […]. Pero hoy ni siquiera él ha sido suficiente». Con esta crónica de la limpieza del aseo de un piso cochambroso de un barrio de mierda comienza esta ácida novela de Ignacio Castillo (Sevilla, 1965), quien ya desde su debut en 2001 retrataba su ciudad natal más oculta y menos convencional. De aquella ya lejana ópera prima conserva el autor en este nuevo libro esa capacidad señalada por Fernando Iwasaki de evitar cualquier corriente literaria ortodoxa, junto a un rigor formal solo comparable a la naturalidad de su estilo. Tras probar el experimentalismo en la estela de un Joyce, Subterráneos y undergrounds representa un esfuerzo por llevar su prosa a otros registros más cercanos a lo cómico-grotesco. El resultado es esta sátira muy personal que tiene como protagonista a un pícaro personaje que no deja de tocar fondo, los bajos fondos incluso de esa especie extrañísima que resulta ser la humana cuando se la mira en su entorno más prosaico (título, por cierto, de su primera novela). Entre sus «nuevos empleos no cualificados» —tras los años de facultad «haciendo el vaina»—, las monumentales cogorzas, los despertares sobresaltados y la generalizada ruina que es la realidad circundante, esboza el antihéroe su visión de las cosas ante un juez invisible: «Hay que joderse, señoría, lo distinto que se ve este mundo traidor con dinero facilón en el bolsillo, sobre todo si tienes perspectivas de ganar más». La de Castillo es literatura marginal en el buen sentido, pues muestra en torno a sus personajes, situados a las afueras de la foto oficial, el lamentable espectáculo que esta sociedad nos depara. En el pasado el escritor sevillano se definió, con sorna, como infrarrealista, pero es que hay algo en verdad rocambolesco y grosero en esos inframundos que retrata su verbo afilado y certero, con gran oído para recoger la oralidad sevillana a pie de calle(jón). Con sencillez y sin los filtros edulcorantes a los que tan habituados estamos hoy en día, Castillo ha querido abrazar ese «declive de la posición social y moral de los personajes literarios» que describe en la cita inicial Martin Amis , en su última fase: la de los «chalados y asesinos, vagabundos, desechos, canalla, chusma, gentuza». Al fin y al cabo, alguien tenía que darles voz.