Crónicas en órbita

El adiós a un icono «hippie» que no cantaba

Bobbi Kelly y Nick Ercoline en Woodstock, 1969. / Foto: Burk Uzzle

Los tres días de celebración en Woodstock dejaron como herencia sublime momentos musicales, estrellas eternas del rock o el folk, una estética, un estilo de vida e idearios definidos, visiones de una generación que aspiraba a la paz y al amor libre. Entre los muchos nombres famosos, hubo uno que pasó del anonimato a la historia gracias a la portada del disco que contendría lo mejor de aquel festival, realizado en agosto de 1969: Bobbi Kelly Ercoline. Este es un tributo a su memoria.

Érase una vez un festival. Érase una vez un mundo en el que aún vibraban Janis Joplin, Jimi Hendrix, Joe Cocker, David Crosby, Richie Havens o las alineaciones completas de Grateful Dead, Canned Heat, Ten Years After, Jefferson Airplane o The Who. Érase una vez la cita musical más importante de la historia. Érase una vez la foto más famosa de aquellos días, que representó, con su sencillez, a toda una generación.

De entre más de medio millón de personas, fue la imagen de dos jóvenes abrazados y cubiertos por un edredón la elegida como portada del álbum oficial de la banda sonora de Woodstock, publicado en 1970. A él se le veía de espaldas, con un edredón de bordes rosados y con barro en la parte inferior, sobre su espalda. Con él cubría también a una chica que reposaba el rostro sobre uno de sus hombros. Ella, vestida con un pantalón negro y una blusa colorida, mira sin querer hacia la cámara a través de unos lentes de sol que disimulan sus ojos. Su cabello castaño claro es bañado por las primeras luces del sol. Frente a ellos, lo que parecía ser una cometa o una bandera de mariposa flameaba sus colores al viento, naranja, amarillo, verde, azul, mientras reposaba en una especie de pedestal inclinado.

Entre los nombres de Grace Slick, Jerry García, Paul Butterfield, John B. Sebastian, Neil Young o Santana, se colaron en el recuerdo de aquellos tres días de paz, amor y música los de Nick y Bobbi, dos jóvenes enamorados que se mantenían despiertos y de pie mientras amanecía en la ya legendaria granja de Max Yasgur, rodeados de decenas de muchachos que aún descansaban sobre el pasto —húmedo, hecho lodo por la incesante lluvia— bajo el abrigo de sus propias frazadas o sleeping bags. Nick y Bobbi, de solo 20 años, llevaban poco más de tres meses saliendo juntos cuando se enteraron de que el Festival de Música y Arte de Woodstock se celebraría entre el 15 y el 18 de agosto de aquel verano de 1969, en el pueblo de Bethel. Tuvieron que manejar hasta allí algo más de 60 kilómetros desde sus casas, pero ambos pensaron que podrían no volver a tener la oportunidad de ver algo igual en sus vidas. Así, empacaron unas cuantas cosas esenciales —vino y cerveza, según recordó más tarde Nick— en un Chevrolet Impala del 65 (propiedad de la madre de su amigo Corky, que los acompañó en el viaje), que tuvieron que dejar a unos ocho kilómetros del lugar central del evento a causa de los interminables atascos que se formaron.

La suya es, desde el principio, una historia como la de muchos otros de entre los cientos de miles de personas que llegaron hasta el lugar como si se tratara de peregrinos en La Meca: Woodstock sería desde entonces el Lugar Santo, no solo para aquella generación, sino para otros idealistas y aficionados a la música que, incluso más de 50 años después, ven aquellos días con una mezcla de devoción y simpatía.

 Días en la granja de Max Yasgur 

«Who am I but you and the sun / A slight reflection of everyone» («¿Quién soy yo, sino tú y el sol? / Un ligero reflejo de todos»), cantaban Mountain, el combo de heavy, rock y blues que lideraba Leslie West, en For Yasgur’s Farm, su homenaje al granjero Max Yasgur, quien había facilitado el uso de sus tierras para la realización del festival. «Look at me, can’t you see it’s true / You’re a part of me, I’m a part of you» («Mírame / ¿No puedes ver que es verdad? / Tú eres parte de mí, yo soy parte de ti»), decía también la letra, que parecía el pie de foto perfecto para describir la imagen de Bobbi Kelly y Nick abrazados aquella mañana del 17 de agosto de 1969. La pareja se había conocido aquel mismo año en el legendario Dino’s Bar and Grill de Middletown —inmortalizado por Thin Lizzy en su canción The boys are back in town—, a casi 130 kilómetros al noroeste de Nueva York. En ese antiguo lugar de moda en el que quinientas personas se divertían cada noche al ritmo del rock y la sicodelia, Nick trabajaba como barman. Así que la noche del 15 de agosto en Bethel, cuando llegaron al festival, no fue la primera desvelada loca que compartieron juntos. Para su amigo Jim «Corky» Corcoran también era un periplo especial: había regresado hacía poco a casa tras pasar varios meses combatiendo en el infierno de Vietnam. Los chicos que llegaron hasta Woodstock también lo hicieron para protestar contra el conflicto. La intención inicial de Corcoran fue conseguir trabajo como guardia de seguridad del concierto, pero al llegar se dio cuenta de que ya era gratuito.

Bobbi Kelly, Nick y Corky dejaron el auto a un lado de la ruta, empezaron a caminar hacia el evento y una de las primeras personas que vieron fue un hombre sin polo, con jeans, en mocasines, encendiendo un porro. «Nos miramos el uno al otro pensando: ¿Qué diablos sucede aquí?», recordó luego Nick. «Realmente no teníamos ni idea de qué esperar», confesó Bobbi Kelly años después. Ninguno de los tres era hippie, artista o rockero, pero sí muy aficionados a la música. «No nos dimos cuenta de lo que fuimos testigos y de lo que fuimos parte hasta que tomamos un poco de distancia. Cada año miras atrás y te das cuenta de que fue algo fenomenal».

Fue un par de mañanas después de su llegada, mientras cuidaban de cerca a un joven californiano que parecía haber tenido un mal viaje de LSD, cuando levantaron la cobija de bordes rosados que habían recogido unas horas antes, se abrazaron con ella puesta para disfrutar el concierto —los músicos tocaron en horas inéditas— y apareció el fotógrafo Burk Uzzle de la agencia Magnum. En un segundo, y sin que ellos se dieran realmente cuenta, tomó aquella imagen que se volvería una de las más icónicas de aquellos años y, quizás, la más famosa de las tomadas durante los poco más de tres días que duró el festival. Uzzle, entonces de 31 años —y aún hoy vivo—, había rechazado cubrir el evento para Life, pero igual acudió como un simple espectador. Pocos años antes había vivido la experiencia de fotografiar el funeral de Martin Luther King. Hoy tenía una nueva oportunidad para retratar la historia. Casi sin querer, el futuro ganó, gracias a él, un póster inmortal: la generación de la paz y el amor cobijando a la del futuro mientras contemplan lo que vendrá. Aunque el sueño se haya roto muchas veces ya.

Varios meses después del festival, se estrenó una película documental y se lanzó un triple LP con una selección de lo escuchado aquel día. Corky, una «biblia del rock», como lo han llamado Bobbi Kelly y Nick, fue uno de los primeros en comprar el disco, en mayo de 1970, y pronto se reunió con sus amigos para escucharlo. «Empezamos a verlo por la parte de atrás, para saber qué bandas y qué canciones aparecían. Aún no nos terminábamos de acomodar para escucharlo cuando volteamos el disco, vimos la portada, reconocimos la mariposa de colores, seguimos mirando el resto de la foto y, de pronto, vimos la frazada y ¡Oh, Dios! ¡Somos nosotros! ¡Quedamos totalmente impresionados!», contó Nick décadas más tarde (aunque debe haberlo hecho muchas veces en décadas distintas). Solo entonces pudieron confesarles a sus padres que esos cuatro días que se ausentaron los pasaron en Woodstock. Corky también aparece en la versión no editada de la foto: a esa hora de la mañana estaba aún echado en el grass, envuelto en una gruesa manta oscura.

Compartir una experiencia con la intensidad e importancia del Festival de Woodstock no fue solo una casualidad de pocos días. No. Aquella aventura los unió para siempre. Antes de la Navidad de aquel mismo 1970, Nick Ercoline y Bobby Kelly se comprometieron. Casi dos años después de los tres días inolvidables que pasaron escuchando a Joan Baez, Melanie, Country Joe McDonald, Mountain, Sly & the Family Stone, Creedence Clearwater Revival, Arlo Guthrie o Tim Hardin, el 27 de agosto de 1971, se casaron en la iglesia católica de St. Paul en Bullville, Nueva York.

 Después de Woodstock 

A pesar de la alegría y la sorpresa al descubrirse en la portada del disco, los esposos Ercoline no fueron identificados públicamente como la pareja protagonista de la foto de Burk Uzzle hasta 1989, tras el vigésimo aniversario del multitudinario evento. Esto sucedió gracias a una convocatoria de la revista Life, que preparaba un especial por el 20 aniversario con testimonios de los asistentes. Para entonces ya tenían dos hijos y habían llevado una vida absolutamente normal, con el mismo anonimato de otros cientos de miles de asistentes que no aparecieron en ninguna foto. «Solo espero que cuando la gente mire esa imagen y piense en el mundo caótico y problemático que tenemos ahora, sientan que siempre hay esperanza», le dijo Bobbi al New York Post hace unos años. «Siempre. No importa cuán malo parezca ser, debes tener esperanza», agregó entonces.

Durante muchos años, Nick y Bobbi han dado cientos de entrevistas, trabajado como voluntarios en Bethel y aparecido en decenas de reportajes, homenajes y recuerdos de un concierto sin el cual es imposible entender los años 60. Siempre, por supuesto, han sido tratados como verdaderas estrellas de rock, como si ellos mismos hubieran dejado su impronta sobre el escenario al lado de Janis, Hendrix, Johnny Winter o Santana. «Era un mar de humanidad», señaló Bobbi. «Alguien con una guitarra por aquí, alguien haciendo el amor por allá, alguien fumándose un porro, alguien vomitando, el estruendo de la música que se oía por encima de todo aquello: era un bombardeo de los sentidos», contó también años después.

El propio Burk Uzzle recordó el momento exacto en que tomó la foto: «Estaba cantando Grace Slick, de Jefferson Airplane, alegrando el amanecer. Y, mágicamente, esta pareja se levantó y se abrazó. Se besaron, sonrieron y la mujer apoyó la cabeza sobre el pecho del muchacho. Apenas tuve tiempo de tomar unas fotos en blanco y negro y otras en colores, luego la luz y la atmósfera terminaron».

Instantes antes, entre las 7:30 y las 8:00 de la mañana de aquel 17 de agosto de 1969, Grace Slick había aparecido sobre el escenario y bromeado con que ella y su banda harían algo de «morning maniac music» (música maniaca mañanera). Luego llegaron Somebody to Love, Volunteers o White Rabbit para despertar a miles y auspiciarles el primer viaje sicodélico en la penúltima mañana del festival.

«Esa foto la puedes ver cada mañana en nuestra casa, ya sea en la habitación o en la cocina, al principio del día o al final de la noche», contó Nick el 2020 a AFP. «Miro la foto todos los días», ha dicho por su parte Bobbi. «Conocí a Nick, nos enamoramos y fue el comienzo de la mejor parte de mi vida». Según revelaron, recrean aquella legendaria foto todos los días. «Es un momento que sucede todavía hoy», contó Nick. «Cuando nos vemos por primera vez en la mañana, eso es lo primero que hacemos. Nos damos un abrazo y un beso, y nos quedamos allí durante un minuto más o menos, abrazados». En su cocina, frente al cuadro que guardan con la fotografía que los inmortalizó, puede leerse una frase que resume su relación: All because two people fell in love (Todo porque dos personas se enamoraron).

 Acto final 

Bobbi y Nick en el memorial de Woodstock. / Fuente: Facebook de Nick Ercoline

Así fue hasta el 19 de marzo de este 2023, cuando un mensaje de Nick en su cuenta personal de Facebook anunció una triste noticia: «Con más que una gran tristeza, le cuento a mi familia y amigos de Facebook que, después de 54 años de vida juntos, mi hermosa esposa Bobbi ha muerto anoche, rodeada por su familia. Ella vivió una buena vida y dejó este mundo convertido en un lugar mejor. Si la conocieron, la amaron. Ella vivió bajo su lema: sé amable». Tras una larga enfermedad, Bobbi Kelly Ercoline, que había trabajado casi toda su vida como enfermera escolar, falleció, siempre con Nick a su lado, en su casa de Pine Bush, Nueva York, a los 74 años. En 2018 había partido también Corky, con 71.

Para sus últimos días, Nick le prometió a Bobbi tres cosas: no más hospitales, quedarse en su hogar y que cuando llegase el momento de su muerte, la abrazaría. En otra publicación en su Facebook personal, Nick comentó: «Pude cumplir estas tres promesas cuando mi dulce Bobbi se fue de este mundo mientras la abrazaba, con nuestros hijos junto a nosotros».

Así, Bobbi pasó a la eternidad junto a otros personajes que, sin ser famosos, alcanzaron la celebridad gracias al Festival de Woodstock: Michael Lang, Artie Kornfeld, John P. Roberts o Joel Rosenman, creadores y organizadores del evento; el ya mencionado Max Yasgur, propietario de la granja de 600 acres donde sucedió todo; Arnold Skolnick, creador del logo original, una paloma blanca sentada sobre el mango de una guitarra; el activista —y payaso oficial de Grateful Dead— Hugh Romney (también conocido como Wavy Gravy); el carismático líder de «Hog Farm», colectivo que se encargó de la seguridad y alimentación de los asistentes; o el diseñador de iluminación Chip Monk, maestro de ceremonias del evento, que presentó a cada uno de los artistas. «Qué gran fenómeno fue Woodstock. Toda una multitud de personas unidas por esas circunstancias, con paz, amor y no violencia. El mundo necesita más Woodstock», llegó a decir Bobbi en 2019, por el 50 aniversario del evento.

Woodstock, Nueva York, agosto de 1969, parecían ser las coordenadas para señalar el lugar donde todo pasaba al mismo tiempo. Aún hoy es posible sentir las reverberaciones de aquellos tres días y medio, que coincidieron con una explosión social y cultural decisiva para cambiar el futuro de los Estados Unidos. Fue Bobbi Kelly Ercoline quien le dio rostro al epicentro del mundo. Descanse en paz.

2 Comentarios

  1. Pingback: Woodstock: Solo queda la música | SUDACA

  2. Excelente relato,para un trascendental momento en la historia contemporánea de la humanidad. Por siempre perdurará en nuestras memorias y cuando partamos, los registros musicales hablarán por sí mismos.
    Siento que Bobbi y Nick nos representan y su imagen es parte del inconsciente colectivo en todo el mundo.
    Hacemos votos para que el planeta tenga más palomas sobre los puentes de una guitarra.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*