Crónicas desorbitadas

Lo que mueve el mundo

Este artículo es un avance del número 223, «¿Evolución?», de la Revista Mercurio, marzo de 2023.

Estoy con mi tía en la Masada Azcón, la masía donde nació mi abuelo materno, en las estribaciones del Maestrazgo, en Teruel. A lo lejos se ven los molinos de viento, las centrales eólicas que ocupan los horizontes de la zona. Había un proyecto para poner unos en los órganos de Montoro, un conjunto inverosímil de rocas escarpadas sobre el río Guadalope, donde nos bañábamos en verano. En Ejulve, el pueblo de mi abuelo, nace el Guadalopillo, que ahora casi siempre está seco. Pasaba cerca de Valdepinar, donde según la leyenda había un bosque que quemaron para evitar que los lobos se acercaran al pueblo. Leí una vez que el lobo había desaparecido de la mayoría de las serranías de Aragón a mediados del XIX. La leyenda será mentira. En la Masada hay proyectado otro de esos molinos, mi tía cree que pasará más o menos por donde estamos. No puedes evitar que pase. Estamos cerca del Barranco Pistolo, que era la zona más verde de la Masada Azcón, según mi abuelo, y donde a mi bisabuelo le picó una vez un alacrán. Mi tía tiene una perra pequeña, muy vieja, casi no puede andar y nos retrasa. Intentamos calcular la altura del molino, no es fácil; el otro día en la autovía adelanté un montón de camiones cargados con molinos, parecían esqueletos de ballenas. Mi tía y yo hablamos de cuando mi hermana trabajaba en Dinópolis, un parque temático de Teruel. En una de sus atracciones ella se quedaba dormida y en el sueño la perseguía un Tiranosaurio Rex. Teruel es zona de dinosaurios. Hay mucho restos fósiles. Levantas una piedra y sale algo, aunque mi abuelo advertía de que puede salir un alacrán. Hay hasta un dinosaurio turolense, por decirlo así, el Turiasaurus, del que se calcula que medía entre 30 y 39 metros y que pesaba entre 40 y 50 toneladas. Se considera el dinosaurio más grande hallado en Europa. Para lo que hemos quedado, pienso, y me imagino el dinosaurio en el sitio donde luego irá el molino. La casa donde nació mi abuelo sirvió como modelo para una exposición sobre las masadas: era el prototipo de la masada del Maestrazgo. Cuando yo era pequeño todavía se podía entrar. Ahora las paredes están medio caídas. La casa no es nuestra, sino del hermano de mi abuelo. Veníamos en verano, había unas reuniones de los descendientes: más de cien algún año. Casi todos habían emigrado. Algunos a Barcelona, otros a Zaragoza. Muchas veces habían emigrado tras el cierre de las minas. Mi abuelo trabajó en una mina, de listero; había tenido la polio de pequeño. «No es hulla, es antracita el carbón de Manolita» fue el eslogan que inventó para la mina. Era falso: era lignito. Mi abuelo se fue a Zaragoza, trabajó en una compañía holandesa, sus cuatro hijos estudiaron en la universidad. Después también cerraron las minas a cielo abierto. Y la central térmica de Aliaga. Ahora habían cerrado la de Andorra, mayor empleador de la provincia. Cuando yo era niño en varios de esos pueblos había proyectos de cementerios nucleares y pintadas en contra. Antes, un poco más abajo, habían hecho pantanos: a veces se veía la torre de la iglesia de un pueblo sumergido. Ahora eran proyectos de renovables. Una de las veces que vinimos a la masada un tío lejano intentó encontrar un manantial siguiendo el método del zahorí. Nos reímos de él, claro. Mi abuelo hablaba de tejones, palomas torcaces, zorros que entraban en el gallinero, cabras monteses que se veían en otoño. Los tejones se comían el panizo, que es como llamaba al maíz. En los ríos hubo cangrejos autóctonos, rojos, pero ya solo quedaban cangrejos americanos, grises, menos sabrosos. Mi abuelo murió en 2006. Mi tía se quedó viuda en 2020, poco antes de la pandemia. Mi tío tenía problemas respiratorios. Le habían trasplantado el pulmón. Se habían casado en el pueblo, la única de los hermanos que se había casado allí y por la iglesia. No tuvieron hijos. Mi tía era veterinaria, mi tío tenía una granja de cerdos en Orihuela, Alicante. La última vez que había estado en la Masada Azcón yo había querido enseñarle el terreno a una novia. Me había equivocado de desvío, había intentado corregir y me había salido de la carretera. Vinieron mis tíos a empujar el coche. No se te da muy bien la marcha atrás, dijo mi tío. Tras el trasplante mi tío iba con mascarilla: parecía un anticipo del covid. En el pueblo había habido una revolución anarquista durante la guerra civil. Mi tía defendía la regulación de las mascarillas, hasta dudaba de quitársela en el exterior, esto a mí me ponía nervioso. Mi tía trabajó un tiempo en una clínica veterinaria y una vez un perro le mordió y le arrancó un trozo de la nariz. Recogió el trozo y fue a urgencias, donde se lo volvieron a coser. Su compañero hacía chistes en el camino al hospital: tiene narices la cosa, eso te pasa por meter la nariz donde no te llaman. El compañero era un poco gangoso, le encantaba hablar, en la carrera le llamaban Sócrates. Siempre le pasaban cosas raras. Una vez había aparcado su coche debajo de una muralla romana. Por la noche se habían desprendido unas piedras y le habían destrozado el coche. Dos mil años en pie y se tiene que caer la noche que aparco debajo, decía. Mi tía se ríe cada vez que lo cuenta. Avanzamos un poco, buscamos un sitio que sale en una foto donde mi tía aparece de niña con su padre y sus hermanos. Creemos que lo hemos encontrado, pero no estamos seguros. Entre los matorrales follan dos conejos. Mi tía dice: Míralos; quieras que no, es lo que mueve el mundo.

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