Horas críticas

Libros de la semana #101

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Diana Tempest, de Mary Cholmondeley (Nocturna)

«Sin duda satisface vernos repetidos en nuestros hijos. Tenemos la sensación de que no se perderá el carácter. Cada nueva edición de nosotros mismos alivia el miedo natural a que una obra de valor y relevancia pueda quedar fuera de circulación». Basta leer las primeras —ácidas— líneas de esta obra para darse cuenta de la excepcional escritora que fue, pese a ser todavía una práctica desconocida en nuestro país, Mary Cholmondeley (1859-1925). Tras haber publicado la escandalosamente (proto)feminista y bastante autobiográfica Un guiso de lentejas (1899), que ya va por su tercera edición, Nocturna Ediciones nos trae la novela que terminaría de encumbrarla no solo en su Inglaterra natal sino también en Estados Unidos; la primera también en que usó su verdadero nombre, ya sin miedo a verse señalada por su retrato de «mujeres reales», como señalara su admiradora Virginia Woolf, y luchadoras por su independencia de carácter. Diana Tempest (1893) se inspira de nuevo en su propia experiencia —en este caso como descendiente de una familia acaudalada— para tejer una entretenidísima historia de herencia, fe, codicia, romance y traición a la que añade dos elementos que suelen evocar el estilo de su predecesora Jane Austen: por un lado, el modo en que desnuda la ridiculez y la hipocresía de la sociedad victoriana del cambio de siglo, aunque el tono de Cholmondeley es más satírico; y también su controvertida representación de la mujer, adelantándose al ideal de la New Woman: «Ella tenía diecisiete años y él, veintisiete, pero siempre es la mujer quien tiene mayor pecado», alude a un versículo bíblico de Juan en uno de sus incisivos comentarios. Este libro está plagado de sorprendentes citas, acotaciones irónicas y observaciones tan ocurrentes como perspicaces sobre la especie humana. Su estilo ora aforístico y de frases cortas, ora florido y complejo en su estructura oracional, salpimenta una narración impecable en su trama seudodetectivesca, que va desenvolviendo con finura adelantada a su época y un talento insólito para la escritura, tan caro también a su amigo Henry James. Como cuando describe el poder de un gran sentimiento amoroso, esta vez sin ninguna intención de expresar descreimiento: «Las pequeñas fibras y rizos de los afectos que poco a poco han crecido en torno a determinados objetos se ven desprendidos de las raíces. Dejan de existir. La punzada del amor es que no hay posibilidad alguna de escapar de él. Tiene la misma tensión que el insomnio». Si ustedes no la conocen a estas alturas, corran a leer a Mary Cholmondeley y a enamorarse perdidamente de su estilo; de él tampoco se logra escapar.


Piensa claro, de Kiko Llaneras (Debate)

En este mundo donde a diario nos vemos desbordados por la acumulación y la inundación de datos, un libro que se propone ayudarnos a reflexionar en torno a ellos, descodificarlos y otorgarles sentido para dárselo a la realidad, tan llena de aristas, no podría resultar más oportuno. Nos guste o no, el big data constituye una porción nada menor del mundo en el que vivimos, por eso acudir a uno de nuestros mayores especialistas en el asunto para que desvele algunos de sus secretos a la hora de leer estas enormes —en su conjunto— fuentes de información dispersas resulta, sin duda, una buena idea. Periodista de datos y doctor e inestigador en informática, Kiko Llaneras (Alicante, 1981) demuestra desde las primeras páginas de este ensayo que la existencia de aquellos no es nada reciente, aunque sí su omnipresencia y su omnincidencia en la vida diaria contemporánea. Habituado desde niño a la organización casi compulsiva, en Piensa claro ofrece una lista formada por decenas de consejos útiles y patrones de pensamiento, ya sea en forma de «atajos virtuosos» o de «advertencias para esquivar trampas» porque, según su autor, «es divertido observar qué se le da bien (y mal) a nuestro ancestral cerebro». El libro parte de ocho reglas conectadas entre sí y relacionadas con temas como las cifras y los sesgos, la causalidad y la casualidad, la capacidad de predecir y de asumir la incertidumbre. Un juego de opuestos complementarios que, lejos de erigirse en manual de autoayuda para mentes perdidas, sirve de útil brújula en un escenario complicado en el que se requiere algo más que la intuición. Para Llaneras, observar el mundo de este modo y comprender sus engranajes no solo es práctico, sino también «una forma de encontrar la belleza». Desde el comportamiento de las anguilas y la teoría del caos del matemático Edward Lorenz a la lotería genética de Kathryn Paige, pasando por el vuelo de los estorninos, la retroalimentación negativa, el mánager de la NBA Daryl Morey y las métricas relativas, las estadísticas y los cálculos de servilleta, las encuestas en la victoria de Trump, el azar según el psicólogo Daniel Kahneman o la sorprendente comunidad de pronosticadores Metaculus, lo importante de los ejemplos que aborda este libro no es su trascendencia a la hora de encontrar respuestas sobre el futuro, sino de aceptar los dilemas de la actualidad y hacerse las preguntas adecuadas. Piensa claro es el esfuerzo entusiasta y divulgativo, pero riguroso, de un experto en la mirada cuantitativa que, no obstante, advierte que no es la única necesaria: «Es hora de superar la brecha entre ciencias y humanidades, porque es una fractura artificial. Lo que necesitamos son más personas bilingües. […] escucha de verdad a los demás, desconfía de la rotundidad y, en lugar de sentir que ya lo sabes todo, lucha por mantenerte curioso».


Yo que tú, de Juan Vicente Piqueras (Pepitas)

Sostiene el autor de este libro que hay poesía en todo aquello que el lenguaje abarca, y de su fascinación por él ha surgido este libro. Juan Vicente Piqueras (Los Duques, 1960), multilaureado y prolífico poeta, autor de títulos metalingüísticos que bien podrían integrar este volumen, como La palabra cuando o Adverbios de lugar, lleva más de treinta años dedicado a la lírica y la gramática, los dos objetos de este poemario. Aunque no fue hasta hace relativamente poco que entendió la retroalimentación de ambos conceptos, que «se intrincaban como la grama y la vid», y que también existe la emoción gramatical. Su gran descubrimiento, dice aludiendo al soneto monosilábico de José Hierro, es que hasta el más mínimo vocablo puede tener sentido poético: «Los dos primeros libros de poemas de una lengua son su gramática y su diccionario», asegura en el prólogo a estas páginas de vocación experimental y aventurada, sin tantas pretensiones como afán de indagación, donde exhibe su inventiva formal al tiempo que nos toca el alma en una serie de versos que son en esencia amorosos, aunque sea nítidamente abstracto el objeto de sus afectos. En un primer bloque conjuga La primera persona del sinlugar [sic], donde encuentra en sujetos y pronombres el material del que nacen las emociones que nombramos y también lo innombrable; en los modos y tiempos verbales, la memoria y las paradojas temporales («Soy, he sido y seré / tiempo de verbo, carne conjugada, / hijo de navegantes subjuntivos»); en la palabra nadie, el misterio y la fascinación de vivir solo —elijan ustedes el sentido, nos negamos a la resurrección de la tilde preventiva— en las palabras, como Pedro Salinas; en las voces poéticas y la escritura, una feliz escapatoria de lo real que a la vez se alimenta de frases hechas y rehechas («Escribo porque el alma se me cae a los pies, / para poder robarle tiempo al tiempo»). La primera persona del plural explora los aquís y los ahoras, los signos de puntuación y las conjugaciones de nuestra incertidumbre, las verdades gramaticales e íntimas, los posesivos y los imperativos del amor («del verbo irregular vente conmigo»), los adversativos y los condicionales condicionantes («Yo que tú me amaría»). Finalmente, Hijos de Babel parte del horizonte alfabético de llamar a las cosas por su letra, rinde tributo a Borges y a «los traductores que no traicionan», regala adivinanzas y jugos de palabras con guiño a su coetáneo Jesús Aguado («Ayer es ay pero en infinitivo. / Hoy soy solo lo que hay»), hace poemas en lengua de signos «dibujada en el aire», reza un padrenuestro gramatical y se declara extranjero de cualquier lugar, menos de la palabra. Escribe Lourdes Miquel en uno de los epílogos a Yo que tú que «jugar, crear o equivocarse es un modo de sustraerse a las reglas, de derogarlas, de hacerlas otras». Y así, Juan Vicente Piqueras subvierte en este atípico libro el orden gramatical establecido, al tiempo que venera lo que hace posible su existencia: ustedes, lectores, quienes esto escriben y aquello que nos une en este justo momento anterior al punto final.


Diario, de Marie Bashkirtseff (Espinas)

Como señala la filóloga Alicia de la Fuente, editora de esta importante obra confidencial pero escrita para ser notoria, la Ucrania de hoy, llamada pequeña Rusia en el siglo XIX, fue el país que vio nacer a Marie Bashkirtseff (1858-1884); un motivo más por el que merece la pena rescatar su figura en estos tiempos convulsos para la zona. Lo efímero de su existencia, que ya premonizó en estas páginas donde escribía que sería una gran artista o fallecería joven, no impidió su amplia producción pictórica que hoy se exhibe en museos de todo el mundo: «Si no vivo lo bastante para llegar a ser ilustre, este diario interesará a los naturalistas; siempre es curiosa la vida de una mujer día a día, sin afectación». Formada en la pionera academia feminista Julien de París, en la que coincidió con otra talentosa olvidada como Louise Catherine Breslau, su obra empezaba a ser reconocida en los círculos culturales europeos cuando la muerte le sobrevino a los 25 años, de tuberculosis. Pero más allá de su infortunio, su leyenda se agigantó con la publicación de este vastísimo Diario (el manuscrito original constaba de 84 cuadernos y fue publicado en 16 tomos), del que en esta edición se ofrece «una pincelada», y en el que había narrado su vida desde la adolescencia, así como sus ideales sociales y artísticos. Un primer bloque, que arranca en 1873, ya muestra una inusitada precocidad: «Soy una extraña criatura; nadie sufre como yo, y, sin embargo, vivo, canto, escribo… ¡Esta es la mayor desgracia que puede ocurrirle a una mujer, y ya sé en lo que consiste! ¡Triste burla!». Sus viajes por Europa le van confiriendo el carácter que ostenta su escritura y su obra; el mismo que va afianzando conforme pasan los años y se nutre de lecturas, siempre acechada, eso sí, por la amenaza de la enfermedad, la muerte y la invisibilidad. Pues en ese caldo de cultivo halla su vocación de pintora y en esos años añade, a su pensamiento socialmente avanzado y su extrema sensibilidad estética, cierto anhelo de perdurar, de rebelarse frente a la tragedia del olvido histórico bajo el que a punto estuvo de sucumbir. Vinculada a autores como Guy de Maupassant, al movimiento por los derechos de las mujeres liderado por la sufragista Hubertine Auclert y a escritoras posteriores como Anaïs Nin o Simone de Beauvoir (quien consideró esta obra «un modelo del género del diario íntimo»), Bashkirtseff merecía una edición —revisada y anotada— tan cuidada como esta tras haber sufrido el desprecio de su tiempo, solo por el hecho de ser mujer y desear el brillo artístico frente a la moral imperante: «Pero, diréis vosotros: ¡Si eres una mujer superior, concédete esa libertad! Es imposible, pues la mujer que se emancipa […] se convierte en una extravagante, en el punto de mira; es criticada, dicen que está chiflada y, en consecuencia, resulta menos libre que no contrariando las costumbres idiotas». Lastimosa lucidez de estas palabras que se adelantaban a su tiempo y que siguen hablando del nuestro.

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