Horas críticas

«Mantícora», de Carlos Vermut: el rostro humano del monstruo

Carlos Vermut da indicaciones a Nacho Sánchez durante el rodaje de «Mantícora». / © BTeam Pictures

La mantícora es un monstruo mitológico cuyo rasgo característico es un cuerpo formado por partes de diversos animales —león, dragón o escorpión—, pero con rostro humano. Un ser fantástico que también da nombre a la película dirigida por Carlos Vermut y protagonizada por Nacho Sánchez.

El rostro humano de Mantícora (2022) es el de Julián, un solitario diseñador de videojuegos que comenzará una bella relación con Diana —interpretada por Zoe Stein—, al mismo tiempo que trata de vencer a ese monstruo que forma parte de él. La película lanza al puchero todo tipo de sentimientos y los remueve a fuego lento, provocando desde una cálida ternura a una fuerte incomodidad a lo largo de sus 115 minutos de duración, y da como resultado un sabor que, al menos en un primer momento, resulta difícil identificar.

Nominado a cuatro premios Goya —aunque finalmente se iría de vacío en la entrega de los galardones del cine español— y con unas grandes interpretaciones, este film, que a primera vista puede parecer sencillo, encierra una gran profundidad que vamos descubriendo a medida que avanza la trama. Al salir de la sala, nos deja pensativos acerca de los difíciles temas que trata, eso sí, con mucha delicadeza.

La actriz Zoe Stein, en un fotograma de «Mantícora». / © BTeam Pictures

 A partir de aquí hay spoilers. Lea bajo su responsabilidad.

Tras salvar a su vecino, un niño llamado Cristian de unos 9 años, de un incendio, Julián comenzará a sentirse atraído por este; atracción que él mismo percibe como morbosa y que le generará culpa. Julián satisfará sus impulsos haciendo uso de la realidad virtual —un recurso de actualidad muy bien utilizado por Carlos Vermut, ya que agrega aún más matices a la discusión acerca de la distinción entre realidad y fantasía— hasta que, tras conocer y comenzar una relación con Diana, ve en ella la luz al final del túnel y la posibilidad de dejar atrás y enterrar ese monstruo que lleva dentro. Sin embargo, los jefes de Julián tienen acceso a sus archivos digitales sin que él lo sepa, y las actividades que llevó a cabo en esa otra realidad son descubiertas por todos. Este es el argumento del cual se sirve el director para hacer un retrato de una incómoda condición humana, pero sin blanquearla ni nada parecido.

A partir de las relaciones de Julián, en primer lugar con Cristian, con quien el deseo aparece de forma inesperada y es capaz de sortear incluso el rechazo que le provocan sus nuevos sentimientos, y luego la que va construyendo con Diana de forma progresiva, se esbozan algunas de las distintas caras a través de las cuales se puede presentar el deseo, uno de los temas centrales abordados por la película. Además de su naturaleza, Vermut plantea ciertas ideas relacionadas con la punibilidad de este. Puede verse con claridad en una de las escenas finales: al ser descubiertos sus archivos privados, Julián es despedido del trabajo y pasa a convertirse en un paria, todos a su alrededor conocen sus actividades y lo repudian por ellas. Temeroso de que Diana también se haya enterado, Julián se dirige a su casa y la encuentra fría y áspera; claramente ella también es consciente de lo que ha hecho. En una tensa conversación, ella le dice «Me das asco» entre llantos. Al ver derrumbarse su mundo, Julián, con su frase «Nunca he hecho daño a nadie«, tratará de recordar a Diana que sus reprobables fantasías nunca han llegado a cristalizarse en la realidad, no existen más que en un mundo virtual y aun así es condenado por ellas, mientras que su historia con ella sí ha ocurrido, es algo tangible.

Un momento de «Mantícora», de Carlos Vermut. / © BTeam Pictures

Aunque el centro de la película es Julián y su relación con el deseo, el personaje de Diana también resulta interesante. Su padre, aquejado de una especie de parálisis, requiere de sus cuidados casi constantemente y, tras la muerte de este, su vida queda carente de rumbo, hasta el incidente final de la película, que dejará a Julián en un estado similar al de su padre en vida. Es también un personaje con numerosos matices, que plantea cuestiones acerca del apego, la dependencia y las relaciones familiares.

La historia de amor que tiene lugar entre Julián y Diana retrata una relación que se va fraguando paulatinamente a lo largo de la película. Es un amor juvenil, tierno, sincero y luminoso, que deja en nosotros un fuerte sentimiento de contrariedad ya que, con él, Vermut consigue hacernos simpatizar con el protagonista. Nos muestra que al fin y al cabo es un ser humano, nos muestra —salvando las distancias con el contexto en que Hannah Arendt acuñó el término— una suerte de banalidad del mal: no es necesario ser un gran villano para cometer atrocidades o actos malvados, basta con ser simplemente una persona normal. La mantícora siempre tiene rostro humano.

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