Horas críticas

Libros de la semana #99

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Pensé que bailar me salvaría, de Luz Arcas / La Phármaco (Continta me tienes)

Nacida en el año 2009, en plena crisis económica —una de nuestras crisis—, la compañía de danza contemporánea La Phármaco supuso un soplo de aire fresco en una escena que tendía a enquistarse en sus pretendidos movimientos de ruptura. Su fundadora, la bailarina, coreógrafa y directora escénica Luz Arcas (Málaga, 1983), acumula desde entonces numerosos reconocimientos y es ya, de pleno derecho, una de las figuras más importantes de su generación. Pensé que bailar me salvaría es una selección de sus obras —algunas de ellas aún vivas en representaciones nacionales e internacionales— de los últimos seis años, etapa que coincide con una crisis creativa de su autora en la que, de algún modo, se vio impulsada a deconstruir su trayectoria, rehacerse como artista. El balance que suponen estos textos no puede ser más ilustrativo de su lúcida aproximación a la escena y a su concepción física de esta: «El baile está en el cuerpo, es un estado que le pertenece al cuerpo y lo devuelve a una comunidad cultural, como los símbolos o la memoria». Pone también en palabras las motivaciones de ese milagro doméstico: bailar para salir de sí misma, para pertenecer a algo que le excede, para vivir en la intuición, «bailar para vencer perdiéndolo todo». Con la colaboración en algunas de las piezas de su pareja, el poeta Abraham Gragera, la creadora malagueña muestra la danza como un proyecto de vida ligado a la propia experiencia y la memoria, para lo cual incorpora contradicción y vergüenza, su complejidad problemática, que al mismo tiempo resulta tan liberadora al trasladarla al papel, primero, y luego al baile. Incluye además este compendio sus diarios de creación entre los años 2019 y 2022, en los que el relato de sus vivencias cotidianas se trufa de esclarecedoras reflexiones sobre el proceso creativo y la temática de los proyectos en curso. Arcas, que siempre se ha considerado un verso suelto dentro del panorama actual y que define la danza (a diferencia del baile) como «una ficción construida, académica, un alfabeto simbólico, un no-mundo», ha establecido en estas obras un diálogo con expresiones artísticas híbridas de Latinoamérica, India, África y también de su propia tierra, que continuamente redescubre y reinterpreta. El colonialismo y los privilegios territoriales, el folklore y el neoliberalismo, la enfermedad y la herida, la represión y la identidad colectiva, el amor violento de las madres y lo jondo son algunos de los temas que evoca en este libro, mixtura apasionante de ensayo, poética y diarios de creación, que nos devuelve la potencia leída de lo escénico. No parece casual la elección de la dramaturga Lucía Carballal para escribir el prólogo: «Leerte me hace ponerme en contacto con mi cuerpo», le confiesa a la bailarina-autora, expresando esa comunión de letra y anatomía que ha conquistado con La Phármaco.


Granta en español: Poéticas del lenguaje, de VV. AA. (Vegueta)

Hace 44 años, dos jóvenes norteamericanos tomaron al asalto una revista literaria estudiantil de Cambridge, instituida en el siglo XIX, para revolucionar su modelo complaciente con la narrativa inglesa y ampliar sus miras hacia el otro lado del charco. Aquella nueva era de Granta empezó a acoger textos de autores como Oates, Sontag, Lobo Antunes, Carver, Wolff, Donoso… Pero si por algo se conoce hoy esta publicación es por sus listas/antologías de jóvenes escritores llamados a ser las voces de su generación (al menos, literaria). La cabecera Granta en Español surgió hace ahora veinte años por iniciativa de los editores Valerie Miles y Aurelio Major, y como avanzadilla de un proceso de internacionalización que superara las limitaciones angloparlantes. Este número 24, precisamente, pone el foco en la diversidad lingüística, en este caso aplicada al propio territorio nacional y los idiomas que en él —guste más o guste menos a ciertos defensores de la centralidad— conviven y, por suerte, sobreviven. Un esfuerzo colectivo de largo recorrido que explora, como señala en su introducción Miles (quien aún ejerce como directora editorial de la revista), «la escritura imaginativa contemporánea española como instantánea de un momento vigoroso, gracias sobre todo a los lectores predispuestos a escrituras antaño relegadas a la perifera». Como en una suerte de collage multiforme, Poéticas del lenguaje reúne en sus más de 350 páginas a quince voces de distinta edad y procedencia en su idioma original —con traducciones al español y al inglés—. Una decisión tras la que no solo hay la voluntad de manifestar una postura política, si se quiere, sino más bien de respetar la materia artística como fue concebida, en todo su potencial literario y no como conveniente herramienta de transmisión. Hallamos en esta selección extraordinarias ficciones de autores tan reconocidos y —siempre—prometedores como las vascas Uxue Alberdi y Eider Rodríguez, la gallega Berta Dávila, el extremeño Gonzalo Hidalgo, el valenciano Rafa Lahuerta, el catalán Perejaume, el ucraniano y tinerfeño adoptivo Dimas Prychyslyy, la madrileña Julieta Valero o la desaparecida Montserrat Roig, entre otros. Todo un crisol de orígenes y una selecta representación de las escenas literarias que conversan entre ellas, franqueando las fronteras del Estado, para dar forma a un conjunto textual fascinante y en plena ebullición. Dice Valerie Miles que la literatura solo puede contarse como «una historia de tensión, si no de aversión, a las nociones de oficialidad». La lengua —guste más o menos, repetimos— está viva y su evolución es imparable, nace de un derecho a expresarse y forma parte de un legado histórico. Agradecemos a Granta en español que celebre en este valioso volumen esa herencia, concediéndole el espacio y la atención que merece, garantizando que también sirva a futuras generaciones de escritores y escritoras capaces de desafiar el canon impuesto con la función poética de su arte universal como bandera.


El sueño de Tahití, de Alejandro J. Ratia (Fórcola)

«Un hombre blanco bañándose junto a un tahitiano era como una descolorida planta de jardín comparada con otra espléndida, de un verde oscuro, que creciera vigorosamente en el campo», evoca Thoreau las palabras del naturalista Darwin. Este atípico libro escoge a una serie de personajes históricos caucásicos —europeos y norteamericanos— que en la primera mitad del siglo XX viajaron a Tahití y volvieron de la gran isla polinesia, por no haber podido o no haber querido permanecer allí. Vidas cruzadas en una época en la que convivían dos miradas contrapuestas a aquella exótica cultura: la mitificación popular y la crítica intelectual del sistema colonialista. Son las tierras tahitianas post-Stevenson y post-Gauguin, cuando no era tan hazañoso llegar a ellas ni tampoco tan sencillo. Por eso escribe el autor de El sueño de Tahití en sus primeras páginas: «Los viajeros de mi libro llegaron a tiempo de abordar, al menos, una arqueología de la aventura». El crítico cultural, comisario de exposiciones y escritor Alejandro J. Ratia (Zaragoza, 1960) narra la curiosa fascinación por aquel remoto lugar de exploradores inusuales como el actor comunista especializado en westerns Sterling Hayden; el escritor Josep Maria de Sagarra, partiendo en plena guerra civil; el novelista apasionado del mar Zane Grey y la escritora en lengua catalana, música y feminista Aurora Bertrana; el médico en prácticas y letraherido Victor Segalen, con su tesis sobre la neurosis en la literatura bajo el brazo; el poeta Rupert Brooke, romántico compositor de sonetos bélicos patrióticos; el grabador y escultor irlandés Robert Gibbings, libidinoso y sátiro; o la escritora francesa de origen ruso Elsa Triolet, que publicó su obra En Tahití con una objetividad libre de prejuicios retóricos, aunque plagada de referencias a su propia cultura. Nacido de un breve viaje de su autor, el recorrido de Ratia tiene algo, claro está, de libro de viajes, pero no en un sentido convencional: predomina la crónica histórica subjetiva e irónica, con el añadido de un punto de erudición justa, y una sorprendente capacidad de extraer oro en las semblanzas de sus extravagantes personajes, tan maravillados y maravillosos como aquel destino que se dibujaba cual si fuera el edén mismo. Desde la llegada de Louis Antoine de Bougainville en 1768, la revelación de Tahití se había contado «como si fuera el desembarco en un isla ficticia, o mejor dicho, como la constatación de la existencia de un país que solo había anticipado la literatura». No obstante, más que sobre cualquier otra cosa, los viajes que aquí se cuentan levantan acta del carácter abúlico y licencioso de estos antiaventureros, protagonistas inesperados de una obra que abarca más que el territorio de los mil kilómetros cuadrados de aquel arenoso paraíso en el Pacífico Sur. «No tardé en darme cuenta de que un libro sobre una isla, o sobre un archipiélago, termina siendo un libro sobre el Todo», confirma el autor en torno a esta aventura literaria suya con final feliz.


Mi autobiografía de Carson McCullers, de Jenn Shapland (Dos Bigotes)

Cuando a Carson McCullers (1917-1967), a los 19 años, le preguntó su prometido si era lesbiana, ella «contestó con rapidez que no, deseó no serlo en voz alta y acabó expresando serias dudas»; él quiso saber cuándo se casarían. La doctora en literatura y archivista Jenn Shapland conoció esta anécdota al descubrir la transcripción de una sesión de terapia que McCullers seguía, a los 41, para ayudarla con su bloqueo de escritura. A partir de esa documentación, así como de una serie de cartas y telegramas, Shapland se zambulle en la vida de una de las grandes firmas del siglo XX y la hace dialogar con la suya propia: «Para contar la historia de otra persona, una escritora debe convertir a esa persona en una versión de sí misma, encontrar la manera de habitar en ella». Este libro tiene lugar en esa «distancia fluida» entre quien escribe y su sujeto/objeto de admiración, que le causaría un tremendo efecto: un año después de sus hallazgos, Shapland salió del armario y, fascinada, dejó su trabajo académico para terminar este libro. En él cuestiona la imagen mitificada de McCullers, la autora borrachuza, enferma crónica y retratista de los inadaptados del sur de Estados Unidos. Más allá de esa reducción, estas páginas de prosa emocionante y desnuda, lírica y sin colorantes, son una reflexión sobre la identidad en todas sus dimensiones, el relato poliédrico de quiénes somos en virtud de a quiénes amamos. «En el reconocimiento del acto de amar se haya una respuesta a la desesperanza», se cita a Audre Lorde en su biomitografía Zami. Una nueva forma de escribir mi nombre. En lo que respecta al libro de Shapland, que se hizo con el Lambda Literary Award for Lesbian Memoir en 2021, no parece aconsejable para los amigos del biopic tremendista y basado en (inflados) hechos reales, pero es una lectura del todo recomendada para simpatizantes de la figura y la obra de McCullers a quienes interese una versión no autorizada de su leyenda. «Para tu Carson», lo dedica su autora, consciente de que el mito —como la lectura— es personal e intransferible.

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