Horas críticas

Manual de pérdidas y despedidas

Reseña de «Maneras de decir adiós», de Daniel Cuberta Touzón

En la larga lista de los cuentistas en español, resignada costumbre del Río de la Plata que no excluye otras latitudes menos hospitalarias —por alguna razón, el público general del mundo parece tener predilección por la impresión de trabajo macizo, a veces inexpugnable, que suelen dispensar las novelas, cuanto más profusas mejor—, el autor de este verdadero inventario de gestos truncos, de amores letánicos y de adioses que se dicen con la consciencia melancólica de no haberlo dado todo, suma una voz que no habría que dejar pasar.

Paisajes de fin del mundo, fantasmas del pasado, amores imposibles o amores rotos; desencuentros, reconstrucciones, recuerdos que penden de un hilo y a partir de los cuales se constituye una frágil vida presente. De algo de todo eso está hecho Maneras de decir adiós (Serie Gong, 2022). Corazonada, el primer cuento, es acaso el menos logrado del lote. Daniel Cuberta Touzón escribe bien, incluso muy bien: cada frase está como esculpida; la escritura hace gala de una fluidez sorprendente, que nunca decae, pero la historia de Corazonada tiene cierto automatismo en sus corazones espejados, sus metáforas un poco apuradas; la sospecha perentoria de una alegoría final. Pero en este libro magnífico, por fortuna, vamos de menor a mayor. Así es como en el segundo cuento, Nuestros días, el lector se encuentra con otra cosa, un verdadero salto de calidad y profundidad: una pareja que ya no es tal habita una casa en medio de un paisaje que parece arrasado por los caprichos del cambio climático. La piscina es el centro de la acción. Los vasos con bebidas en los que languidecen los cubitos de hielo y la espera de un final ominoso marcan la respiración de esa mujer y ese hombre que solo tienen recuerdos en su haber. Por momentos la historia trae a la memoria la sordidez solapada de un John Cheever, con los personajes rodeados de un halo alcohólico en el que cada sueño compartido es en realidad un reproche, un recordatorio de lo que no fue y una amenaza acerca de lo que viene.

Bichobola es una fantasía magistral, con un toque de Italo Calvino, en el que un joven muchacho es encerrado en una armadura impenetrable por su tiránico padre. El chico crece, se enamora de una rubia regordeta a la que apenas ve a través de la rejilla de su yelmo, se acostumbra a solo poder mirar la vida sin participar en ella; envejece tristemente y lo pierde todo, hasta lo que nunca fue suyo, fundido con las ramas de los árboles que impiadosamente se han filtrado y crecido dentro de su armadura. Se trata de un relato embargado por una tristeza infinita, contado con un pulso de empatía y a la vez de desapego extraordinariamente logrados. Por su parte, en Color croqueta se narra la historia de una urbanización y sus personajes, todos tristones, todos resignados frente al peso de un augur cósmico. Pero se debe hacer notar que Cuberta Touzón nunca carga las tintas; cada párrafo se desliza con la carga de emoción justa. La ética del autor es la de ser verdadero por ser preciso: en Pensión Delgado se recuerda un amor cuyos ecos incomunicables permanecen dentro del protagonista muchos años después. La delicadeza de la narración, su pudor caudaloso, la tristeza con la que se accede a la convicción de lo perdido, deberían cortar el aliento de cualquier lector medianamente sensible. En El fulgor, un chico desarrapado comparece ante un tribunal para contar una historia increíble cuya verdad en apariencia irrefutable, sin embargo, podría no alcanzar para salvarlo de lo que se le acusa. En Antiguos alumnos, las apariciones fantásticas de compañeros de colegio que parecen operar como encarnizados dobles del protagonista se vuelven tan amigables como perturbadoras. Como vemos, Cuberta Touzón alterna con solvencia el tono de corte fantástico —esa endemoniada vocación cortazariana en la que las cosas sugieren la existencia de realidades paralelas, de misterios que se replican y de parpadeos en los que diferentes mundos, en apariencia inconciliables, se funden milagrosamente unos con otros— con el realismo duro de los amores contrariados y las ilusiones perdidas.

La señora Sánchez exhibe la melancolía mediante la que el recuerdo vívido de una vecina ofrece el escenario para la historia de una España dividida y compuesta de existencias geométricas. Pero es en Dos historias tristes donde el libro, este conjunto de cuentos heterodoxos, dotado de una capacidad notable de lucidez para describir estados de ánimo y situaciones que brotan a veces como miasmas fantasmales, nos conduce a un pico de intensidad y concentración únicas: son dos historias de amor y desesperanza; de encuentro y perdición. El autor encuentra en Berlín una ciudad dorada que se vuelve cárcel para su protagonista, entre inviernos helados y apatía. Las estaciones puntúan el ánimo del personaje. Su declarado amor por la vida y su jactancia de andar siempre ligero y libre como un trovador contrasta con la desdicha de una novia perdida y la imposibilidad de recuperarla. En la segunda parte, una chica se sumerge en la vorágine de un festival rockero y el lector vuelve a encontrarse con un personaje de la primera parte para llegar a la conclusión de que un azar impiadoso guía el mundo y echa por tierra los planes mejor concebidos. Como a lo largo de casi todo este libro, los hombres y las mujeres lloran, y a veces lloran con fuerza. Los amores se sufren y los sueños se padecen como tormentos.

Río Lobos registra el desgaste de una banda de rock y el posterior intento de reconciliación de sus integrantes con la idea de una segunda oportunidad que aparenta ya formar parte de una quimera imposible. En Maleza y en La muerte pintada en la cara, las dos últimas piezas del conjunto, se cuentan alternativamente la vida de una ciudad, con su Virgen y su Cristo, y las andanzas de un actor en guerra con la vida y que lleva en su expresión, como una mácula o un mapa del destino, la presencia de la muerte. Con el aliento trágico del joven Werther como emblema, se suceden los suicidios en escena y una desolación existencial que el autor conduce con mano maestra, siempre siguiendo la trama de fibras minuciosas del alma de los personajes. Hay una felicidad en la lectura de estos cuentos que se desprende de una escritura que desdeña con sobriedad la inmediatez del efecto para sugerir una inquietud secreta, que avanza eficazmente en cada párrafo, como el rumor de una corriente subterránea. Para Daniel Cuberta Touzón, el autor —también poeta incansable y cineasta—, la literatura es un asunto que se mide en la palabra, ni más ni menos. No en la invocación de los temas sino en la eficacia escandalosa de la frase; en lo que allí reside como exaltación y materia inexcusable del escritor.

 


 MANERAS DE DECIR ADIÓS 
Daniel Cuberta Touzón
SERIE GONG
(Sevilla, 2022)
200 páginas
18 €

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