Entro en Instagram y la primera publicación que veo es de un gatito rubio —más tarde descubro que se llama Canapé— acurrucado y adormilado en un sofá, cuyo comentario, como si de la voz del animal se tratara, declara: «Al fin sacas la mantita». Le doy a me gusta a la foto, para que la adoradora de gatos que ha publicado el post se sienta apoyada. Cuando miro el nombre del perfil en cuestión, veo que es Marta Jiménez Serrano (Madrid, 1990), la joven escritora a la que esa misma tarde entrevistaré. La autora, que publicó en 2021 tanto su poemario La edad ligera (Rialp), Accésit del Premio Adonáis, como su primera novela Los nombres propios (Sexto Piso), que va por su sexta reimpresión, ha lanzado en este 2022 ese debut narrativo en italiano como I nomi propri (Giulio Perrone Editore), mientras termina su próximo libro, de título No todo el mundo (Sexto Piso, 2023), esta vez de relatos basados en relaciones de pareja.
Filóloga de formación, cursó un máster de Estudios Literarios y otro de Lettres Modernes en Francia, donde vivió durante cuatro años y fue profesora universitaria de Lengua y Literatura. Ha colaborado con varias editoriales como correctora y editora, y ha publicado sus textos en diversas revistas literarias. Actualmente reside en Madrid donde, además de escribir, imparte talleres de escritura creativa. Se nota que pertenecemos a la generación millennial ya que, con un amable mensaje directo por Twitter y el intercambio casual y desenfadado de un par de wasaps, me invita a su casa para charlar. Es en el salón, junto a una librería que podría ser el sueño de cualquier lector y que preside la sala habitada con cuidadas plantas y un silencioso piano, donde Marta me recibe con una sonrisa cálida e iniciamos la conversación. Mientras, Canapé nos escucha desde el sofá.
Me sorprende que tus dos primeros libros salieran en el mismo año. Aunque ya llevabas mucho tiempo escribiendo, ¿cómo te lanzaste a publicar?
Cuando todavía no has publicado nada, te parece imposible y lejanísimo. Decidí escribir la novela y, paralelamente, iba trabajando en el libro de poemas; salieron en el mismo año por casualidad. De hecho, el poemario se fue gestando durante años y estaba escrito desde hacía mucho, pero rematé los dos libros en el confinamiento por razones obvias: de repente, tenía tiempo. En cierto modo, una cosa te va animando a otra. Entonces, ese verano mi agente comenzó a mover la novela y mandé el poemario a algunos premios, y dio la casualidad de que ganó el accésit del Adonáis. Ni las editoriales se pusieron de acuerdo ni yo lo decidí, pero resultó que salieron los dos libros casi a la vez.
Hace más de año y medio desde que se publicó Los nombres propios y ya va por la sexta edición… no sé si te da un poco de vértigo.
Tengo una amiga que va a sacar el año que viene su primera novela y el otro día lo hablábamos. Con la primera novela pasa una cosa y es que solo puedes ganar. Yo solo quería que el libro existiera. Pero no me imaginaba el número de lectores ni la acogida que ha tenido, ni de coña. Lo vivo con mucha alegría y con mucho agradecimiento. Estuve este verano en Buenos Aires y me encontraba mi libro allí en las librerías, y era una sensación de «Dios mío, esto nunca va a volver a ocurrir», ¿sabes? Ahora estoy intentando apartarlo un poco y dejarlo de lado porque, si no, no hay quien acabe el siguiente.
Todos los escritores tienen un tema que, con más o menos presencia, es transversal en sus obras. ¿Tu siguiente libro tendrá aspectos en común con Los nombres propios?
Creo que, de algún modo, voy quemando cosas en cada libro. Cuando acabé Los nombres propios ni podía pensar en hacer nada mínimamente autobiográfico, estaba cansadísima. Ahora que he terminado el libro de relatos, más o menos unas cuatro veces al día digo que nunca más voy a escribir relatos. Evidentemente hay temas y obsesiones recurrentes y no puedo cambiar eso, pero también creo que no tiene ningún interés repetir una fórmula. Sale bien, de acuerdo, pues a probar con otra.
¿Crees que tu tema recurrente son las relaciones personales?
Sería un buen modo de resumirlo. Creo que los afectos y la comunicación, una mezcla del lenguaje y las relaciones personales, son dos cosas que me interesan mucho. Ahora, al haber escrito relatos que tratan sobre relaciones de pareja, me doy cuenta de que todo gira en torno al rol que estás jugando en ellas.
¿Qué significa para ti el amor en pareja?
Uf, no lo sé… Es una pregunta que intento responder en mis textos. Creo, y esto está en Los nombres propios, que se trata de ir renombrándolo. Tampoco creo que haya que aspirar a una definición inmutable del amor, sino justamente a ir viendo qué significa para ti en cada momento.
¿Cómo sabes cuándo parar de escribir en un libro de relatos?
Pues, la verdad, es uno de los problemas que he tenido; siempre puede ir uno más. Encima va sobre relaciones de pareja, y cada vez que quedaba con amigos me decían «tienes que contar lo que me pasó a mí, los cuernos que me pusieron» [risas], pero cuando ves que has gastado el tono… pues ya está.
Cuando leí tu novela me recordó a Zambra, quizás por hablar desde la sensibilidad de lo cotidiano y la intimidad, y lo has mencionado en alguna entrevista. ¿Qué relación tienes con su obra?
He empezado a leer a Alejandro Zambra hace relativamente poco y me encanta que me lo digas. A mí lo que me pasó al leer a Zambra fue que me sentí muy identificada con el modo de abordar la literatura, los temas, la mirada… No todo tenía que pasar por una gran trama o por temas épicos. Se puede hacer literatura de lo contemporáneo y, en ese sentido, pues sí que es un referente.
¿Crees que ahora se habla más de lo cotidiano por alguna cuestión sociológica o porque venimos de una época de grandes novelas?
Es una pregunta que requiere ver todo el panorama. Yo sí creo que está de moda el testimonio y evidentemente está de moda la literatura escrita por mujeres, lo cual no quiere decir que sea homogénea ni que esté igual de legitimada. Cuando veo que en los medios se hacen listas de imprescindibles, a veces pienso que son apresuradas. Creo que está bien que pasen por lo menos diez años para que cojamos perspectiva y sepamos interpretarlo.
No sé si tienes un poco ese complejo de escritora que ve todo desde el prisma de «bueno, esto da para ponerlo en un libro».
Sí, me pasa. Hasta el punto de que me siento mal. Hay una anécdota de Joan Didion con la que me siento muy identificada. El caso es que, haciendo un reportaje, vio a una niña en un barrio muy pobre, una niña con la boca llena de polvo de cocaína, y antes de pensar «pobrecita, debería haber más políticas sociales», lo primero que pensó fue «qué imagen tan buena para un libro». Pero necesariamente todos los escritores escribimos de lo que observamos, y para observar hay que salir a la calle.
¿Cómo recibiste la noticia de que Annie Ernaux ganara el Nobel?
Fue una alegría que ganara porque en muchísimas esferas la literatura intimista, vamos a decir, todavía no está tan legitimada como otros tipos de literatura, y que gane el Nobel es un paso importante.
¿Cuándo te empezaste a considerar escritora? ¿Crees que se ha de publicar para serlo?
Por un lado, yo siempre he sido la niña que le regalaba poemas a su madre por su cumpleaños y que escribía cuentos; siempre es con lo que más me he identificado. Dice Zambra que «escritor es el que escribe», pero es la única frase en la que yo le enmiendo la plana, porque para mí sí ha sido muy importante publicar. Me ha dado la seguridad de poder decirlo en público sin que suene a broma: «¿A qué te dedicas?», «Soy escritora», «¿Ah, sí? ¿Y qué has publicado?», «Mira, esto, te lo puedes comprar, está en una librería». Ahora sí es mi trabajo y puedo decir que participo en la sociedad en tanto que escritora. Cuando le dedicas gran parte de tu tiempo a escribir ya hay muchos motivos para que puedas considerarte escritora, pero es como si alguien me dijera: «Soy chef, pero cocino en mi casa para mi mujer». También me parece una banalización porque, cuando yo no había publicado, que alguien me dijera «pero en realidad eres escritora porque escribes» me tocaba las narices. No es que yo quiera ignorar las horas que paso en mi casa escribiendo, pero a mí me parecía que había una diferencia entre esa gente que estaba en las librerías y yo.
Sí es cierto que el oficio parte de escribir mucho, aunque algunos textos ven la luz y otros se quedan por el camino. ¿Tienes algún proyecto inacabado?
Yo descarto muchísimo y creo que está bien. No quiero publicar todo lo que escribo y, a veces, quieres escribir de algo y no puedes. No escribo de lo que quiero escribir, sino de lo que puedo.
¿Crees que existe entre los escritores el cliché de recurrir a la docencia porque se normaliza que de escribir libros no se va a vivir, o más bien es una vocación?
Evidentemente hay una parte que es necesidad, pero si no me gustara impartir clases podría buscar cualquier otra cosa. A mí me gusta especialmente enseñar escritura creativa, me encanta acompañar los textos. Creo que la escritura está muy asociada a la soledad y es verdad, tú estás escribiendo sola en tu cuarto. Pero realmente creo que aprender a escribir de forma creativa y a corregir, mostrarlo y compartirlo, son cuestiones que en un taller se logran muy rápido y son clave para profesionalizar o para dar un paso más en la escritura.
¿Te gusta más escribir poesía o narrativa?
Son muy distintas, es como si me preguntaras si me decanto por la pizza o el chocolate. La poesía yo la tomo un poco como el recreo, mientras que la narrativa me parece un trabajo más de largo recorrido.
De tus poemas me llamó la atención su musicalidad y su métrica limpia, cuando la poesía contemporánea suele tender más al verso libre o lo visual. ¿De dónde nace esa pulcritud de tus textos poéticos?
No sé si soy pulcra, pero evidentemente quiero que el texto quede lo mejor posible. En todo caso, busco un terreno entre la pulcritud y la frescura. Aquí viene la burrada de la entrevista: Borges es un genio, pero me resulta muy frío. Es decir, Borges está bien, pero te quedas un poco como pensando «tío, estás muerto por dentro». Lo estaba un poco [risas]. Prefiero que a un libro se le vean las costuras pero me emocione o me conmueva a que esté todo encajadito perfecto. Con respecto a la poesía, me encanta lo que dices porque siempre creo que, en la poesía contemporánea, esto no se lleva o a nadie le interesa. Soy muy fan de la poesía del Renacimiento, me encanta la métrica, me gusta mucho también la música y me importa la musicalidad de los poemas. De hecho, estoy intentando escribir con menos métrica, pero es que es tan bonito cuando clavas el soneto…
Los poemas de La edad ligera, que hablan de desnudarnos ante el otro y conseguir intimidad, ¿aluden a una sola persona o son varias las personas evocadas?
Son varias porque el libro lo fui escribiendo a lo largo de varios años, aunque luego vi que había un hilo conductor entre todos los poemas. Este poemario es mucho más autobiográfico y literal, si quieres, que mi novela. Hay poemas que sí están escritos pensando en personas concretas y otros que están escritos más desde un cierto estado de ánimo.
En lo que escribes veo mucha comprensión de ti misma y una manera de valorar a tus personajes desde el apego. Incluso a los malos de la película.
En el caso de Los nombres propios, creo que es un libro crítico con algunas cosas sin llegar a ser cínico. En la posmodernidad en la que vivimos, muchas cosas se han resuelto a través del cinismo; creo que lo que resulta difícil es tener una postura empática y a la vez crítica.
¿Crees que caminamos hacia lo breve?
Yo no diría lo breve, diría más bien lo fragmentario. Ya leo muy pocas novelas que vayan en orden cronológico y creo que también, por influencia del audiovisual, cortamos y montamos como en una película.
Respecto al tema de recuperar el pasado y hacer memoria, ¿cómo se evita caer en un discurso reaccionario?
Creo que se trata de tener mirada crítica. Puedes retratar una infancia feliz y también preguntarte a costa de quién fue feliz esa infancia, es así de sencillo. Ni de coña creo que vivamos peor que antes, incluso diría que en mi novela se retrata una infancia que ni siquiera está idealizada. Eras feliz en verano en la piscina, pero qué hacía tu madre, qué hacía tu abuela, qué hacía tu padre, quién estaba ahí para que tú estuvieras disfrutando.