Crónicas desorbitadas

Del marqués de Sade a los vídeos porno de 10 minutos

Gustave Courbet – Le Sommeil (1866)

El ruego más insistente del marqués de Sade a su mujer Renée mientras estuvo en la cárcel fue que le consiguiera consoladores anales. Los llamaba «estuches» para guardar unos supuestos grabados que había hecho en prisión, y «tabaqueras» para el rapé. Un eufemismo con que librarse de la supervisión que las autoridades de la cárcel hacían de su correspondencia. Debían estar hechos, especificaba, con las maderas más suaves, palo de rosa o ébano. El prisionero devolvió algunos porque eran demasiado pequeños, habiéndole indicado que debían ser de veinte centímetros de largo por dieciséis de circunferencia. El tamaño, indicaba en sus cartas era el «de su propio prestigio», la frase que usaba para referirse a su miembro erecto y sin duda el lenguaje erótico que usaba con su mujer. En una de las cartas de respuesta ella pone objeciones, será difícil conseguirlos y además con ese tamaño no le cabrán en los bolsillos del traje. Él, habituado a hacer anotaciones en los márgenes de esas cartas, escribe, burlón, «no la meto en el bolsillo, la pongo en otro sitio, donde todavía resulta demasiado pequeña». En otra más tardía es aún más claro, anotando «en mi culo».

Pensemos en esto. Hoy día cualquier persona en su despertar sexual puede descubrir con vídeos bingo porno xxx las diferentes prácticas sexuales, desde la penetración heterosexual más común, a las filias más extremas. Así que las posibilidades de una relación, se practiquen o no, son muy fáciles de conocer. Pero si hiciéramos un catálogo de las prácticas sexuales recogidas por Sade las encontraríamos bastante limitadas, en comparación a la oferta de páginas de porno como xvideos actuales. Pero ¿y Sade? ¿De dónde sacó sus ideas? Su mejor biógrafa, Francine du Plessix Gray, autora de En casa con Sade, nos pone en la pista. Indicándonos la biblioteca de su tutor y tío, el abad Jacques-Franois de Sade. Allí el futuro escritor erótico descubrió a Cervantes, Racine, Molière, Hobbes, Montesquieu, convirtiéndose en un lector voraz. Pero también en un descubridor de todos los libros eróticos prohibidos que figuraban en la biblioteca secreta de un caballero francés del XVIII. Aquellos que eran designados eufemísticamente como «para leer con una sola mano».

Singularmente entre ellos estaban los trabajos de Pietro Aretino, el primer pornógrafo renacentista, en cuyos Diálogos aparecen escenas de monjas y monjes en conventos muy semejantes a las que Sade escribió en Juliette o las prosperidades del vicio. Pipa, una de sus protagonistas, cuenta cómo usó un consolador veneciano, de los fabricados en cristal. Huecos, especifica, para apaciguar el frío del material con agua caliente. Aunque ella, a falta de algo mejor, usa su propio pis.

En cuanto al resto de contenidos de aquella primera biblioteca al alcance del joven Sade, además de los clásicos de siglos anteriores figuraban muchas obras eróticas de su tiempo impresas bajo mano. Como Vénus dans le cloître, donde una monja instruye a otra más joven en los asuntos sexuales. Un verdadero manual para la curiosidad de un adolescente. La mayoría de aquellos volúmenes, que eran el porno del Siglo de las Luces, iban acompañados de ilustraciones explícitas. Eso tampoco era nuevo, los dibujos porno con penetraciones detalladas en lo que podemos considerar protocómics, también procedían del Renacimiento. La más famosa, y parcialmente perdida, la elaboró para Los dieciséis modos de Aretino – el primer kamasutra occidental- uno de los discípulos más destacados de Rafael Sanzio, el pintor de las Estancias Vaticanas, Giulio Romano.

Sade haría más tarde su propia biblioteca de caballero, atesorando títulos como Memorias de la voluptuosa conducta de los Capuchinos en su búsqueda del bello sexo, o Cuentos de fornicación entre monjas y monjes. Tiene gracia, pero dos siglos después encontraremos en las películas porno, las de una hora y media o dos horas, con supuestos argumentos, títulos parecidos. El mayordomo, su mujer, y otras cosas de meter, o Ensalada de pepino en el colegio femenino, cuya comicidad y ridiculez es la misma que provocaba en los aristócratas del siglo de Sade los títulos de sus novelillas eróticas. A esos títulos habría que sumar todas las producciones francesas que usaron los argumentos de Sade, y de los de otros dos escritores eróticos muy representativos del Siglo de las Luces. El marqués de Argens, Jean-Baptiste de Boyer, conocido por haber extendido las ideas de la Ilustración. Y el conde de Mirabeau, Honoré Gabriel Riquetti, famoso por ser uno de los redactores de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Los cineastas porno italianos del siglo XX también aprovecharon su amplio elenco de autores porno clásicos, por supuesto el Aretino y el Decamerón, pero también todos los que en algún momento les habían seguido o imitado.

Pero para que ocurriera eso, y para que hoy tengamos libremente acceso a todo tipo de escenas en las páginas porno no solo tuvieron que transcurrir dos siglos, sino un acontecimiento fundamental y a menudo pasado por alto. La Revolución Francesa inaugura nuestra edad, la Contemporánea, y su hito es la toma de la Bastilla, incluida la liberación de sus prisioneros. Especialmente del primero que supo entender el sexo como una práctica privada donde cualquier fantasía era posible. Viejo, obseso, enfermo, Sade pudo volver a caminar de nuevo por las calles de un París revolucionario y republicano.

Leyendo sus libros hoy puede ser difícil entender su valor, porque desde luego no es el literario. Más que argumentos desarrollados, son una sucesión de anécdotas picantes, divertidas a veces, repetitivas otras. Y seguramente muy estimulantes para un hombre del Siglo de las Luces, pero no demasiado para nosotros. Pero lo importante de Sade no es eso, como destacaron todos los escritores franceses del siglo XX, desde Jean Paul Sartre a Céline. Lo fundamental de Sade, lo que lo conecta con nuestro moderno modo de consumir porno, es su capacidad para expresar con total libertad las fantasías sexuales, retratándolas como algo divertido, placentero, y desde luego nada de lo que arrepentirse o por lo que sentirse mal. El marqués, que fue un gran vitalista hasta el fin de sus días, y un activista en el París revolucionario, fue el primero en reivindicar el sexo libre, en la versión más próxima a una chat webcam. Sade retrató por primera vez el sexo como parte fundamental e inseparable de una vida feliz y plena, sin limitarlo a la penetración.

Si repasáramos los doscientos años que nos separan de él, buceando en la historia porno de la Edad Contemporánea, encontraríamos una verdad de la que no suele hablarse. A base de libros prohibidos que en realidad nunca dejaron de imprimirse, la mentalidad europea y americana respecto al sexo, y luego la de gran parte del mundo cambió radicalmente. Luego fue el séptimo arte, que tuvo producción porno desde los inicios mudos -nuestro rey Alfonso XIII fue uno de sus mayores pioneros-. Desde la revolución sexual de los sesenta las producciones cinematográficas con color y sonido, para las salas X, se hicieron a lo grande, casi como en Hollywood. Controlando los guiones, la iluminación, el set, el maquillaje, todo. Internet hizo desaparecer todo eso, dejando en el hueso la sexualidad y devolviéndola a las anécdotas de Sade. A diez minutos explícitos, con variantes caseras y mal iluminadas para creer que estamos viendo a los vecinos, o con espectaculares estrellas porno, maquilladas hasta en sus partes más íntimas, si queremos fantasear con lo que quizá nunca tendremos. Incluso con marcadores para ir todavía más al grano dentro de cada vídeo, la felación, la penetración, la sodomización.

Hoy Sade no habría escrito una sola página. Para qué, si cualquier cosa que deseara o imaginara ver podría verla con un poco de búsqueda inteligente. Sus consoladores se los hubiera entregado un repartidor en la puerta de su casa. Y desde luego nadie le habría encarcelado por prácticas sexuales demasiado escandalosas. Pero para llegar a eso tuvo que existir aquel chispazo inicial de un libertino que, en el fondo, solo aspiraba a disfrutar y divertirse. Su legado visible hoy, millones de vídeos porno de diez minutos, a un clic.

2 Comentarios

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