Analógica

Música y enfermedad: esa sonora oscuridad

Ilustración: Sofía Fernández Carrera.

Es un hecho: las redes sociales, los programas de televisión, incluso los libros, han sufrido un cambio sustancial de unos años hasta ahora. Ya, sé que han sufrido muchos cambios, pero hoy vengo a hablar del tratamiento que le dan a la depresión y otras dolencias psíquicas. En la actualidad, en los medios no solo no se esconden, sino que todo el mundo habla de ellas; ahora se llevan a gala, incluso algún famoso parece que está orgulloso, las viste como quien viste unas zapatillas de cuatrocientos euros: esas que parece que están medio rotas y sucias, pero es que son así de guais. Y los medios, sean estos cuales sean, hablan mucho y siempre ponen en valor lo importante de hablar del asunto y que el paciente lo exteriorice: que hable de sus dolencias y que los demás seamos comprensivos con él. Esto digo yo que lo escribe gente que en su vida ha sido paciente de esta dolencia o no ha tenido que convivir con un depresivo, porque si no, no se entiende. Pero lo mismo es que la enfermedad es tendencia y no me he enterado.

Y una que se ha pasado media vida escondida, y a la que los demás, si me veían en ese trance, antes de salir por patas solo acertaban a decirme «pues, nada, que yo te veo… bien… anímate, venga… venga, anímate…», o directamente me dejaban en mi rincón, mientras ellos se ponían a lo suyo, a las cosas que se hacen en una vida normal. Yo, por otra parte, buscaba la forma de quitarme de en medio, bien metafórica, bien literalmente. Eran, lo recuerdo como si fuera hoy, los tiempos de Esta noche cruzamos el Mississippi, y entre el desfile de monstruosidades que por allí salían (salvo La Veneno y él), un tipo vestido de negro cantaba un canción absurda: «Un limón y medio limón / y dos limones y medio limón». Bien, este hombre de tan insólito aspecto para tan chirriante espacio venía de un grupo cordobés llamado Pabellón Psiquiátrico, y se suicidó meses después de terminar su última gira con el medio limón. La noticia tuvo cierta relevancia en 1996, pero fue una excepción en el mundo de la música; bueno, en realidad esto fue tema de las noticias en general, para más inri del pobre hombre. Un año antes, el mundo entero había estado llorando e inventando teorías de la conspiración sobre la muerte de Kurt Cobain, que después de varios intentos, al final se disparó a la cabeza en un garaje, tras haberse ido de un centro de recuperación de adictos y evadido de su mujer y sus amigos. Llevaba mucho tiempo con depresión, que agravaba con drogas diversas. La noticia esta vez se centró en las drogas: este se había matado por lo de siempre, una caída en el infierno de la droga, que le llevó a darse un tiro. Ahora, bueno, desde hace unos diez años, las noticias se han volcado en la enfermedad mental que le atenazaba, un pavoroso síndrome bipolar, aparte de un dolor de estómago crónico. Esas fueron las causas reales de su suicidio, no las drogas.

Años después, ya en este siglo —concretamente en 2017—, Chris Cornell se colgó en una habitación de hotel, como consecuencia de una grave depresión que llevaba arrastrando desde hacía años. Ahí sí se alzaron voces sobre su enfermedad, decían que siempre había tenido un comportamiento «raro» (vamos, que era proclive a estar solo y no le hacían gracia las multitudes, entre otras cosas raras en un tipo que llevaba toda la vida actuando y desenvolviéndose entre músicos, público y giras por todo el mundo). Como el bueno de Kurt, sus canciones estaban llenas de alusiones a lo raro que lo veía todo: «Fell On Black Days», «Tighter And Tighter», incluso la canción que siempre he creído que es la descripción de un estado depresivo en el límite, «Black Hole Sun». Por parte del líder de Nirvana, «Lithium»es la más expresiva, pero tiene muchas en las que describe su dolencia, remitiéndose hasta sus experiencias de niño.

En 1991, en la lejana Noruega y dentro de un grupo de chicos muy jóvenes reunidos bajo la etiqueta black metal, uno de ellos, que era sueco y tenía de nombre cristiano Per Yngve Ohlin, se trasladó a Oslo y dejó su grupo Morbid. Entonces pasó a convertirse en el nuevo vocalista de Mayhem, el grupo underground por excelencia de esta extraña y única… iba a decir moda, pero me temo que los blackmetaleros me empalarían; sería mejor decir ambiente. Bien, a lo que iba: era 1988, y el chico de cara angelical se puso al frente de este grupo. Tenía un vozarrón intenso y desgarrado, que era ideal para el estallido que lanzaban. La cara angelical se transformaba por efecto de un corpse paint; es decir, se la pintaba de blanco, con algo de rojo, y alrededor de los ojos todo de negro. El efecto, si no lo han visto u oído, es estremecedor. Bueno, pues el chaval con la cara de ángel/guardián del infierno tenía esta enfermedad. Siempre estaba solo, dibujando, viendo películas de terror. Y con 21 años, Per Ohlin cogió una de las numerosas armas que había en la cabaña donde vivía y, utilizando la munición que les había regalado por navidad Varg Vikernes, se disparó en la cabeza. Su compañero Aarseth, cuando lo encontró, cogió unos trocitos de su cráneo y se hizo un collar. Pero esto ya no es depresión sino vicio, y entra dentro de las historias del rock, también muy macabras…

Pero retrotraigámonos unos años, a la década de los 70, y hablemos del único, del venerado por todos, del gran Nick Drake; aunque cuando no lo conocía nadie y nadie se interesaba por él. Con veinte años firmó con Island Records, y en 1969 editó su primer elepé, Five Leaves Left. Se fue a vivir a Londres para grabar su segundo disco, Bryter Layter. Como ninguno de los dos se vendió bien y el público no reaccionó para nada a esas dos maravillas, volvió a casa de sus padres y siguió el tratamiento que le habían prescrito los médicos para combatir una depresión tremenda, depresión que no le dejó hacer publicidad de sus discos, ni actuaciones en directo de manera regular, y le llevó al hospital varias veces. Aun así, se esforzó en grabar un tercer álbum que Island ni esperaba ni quería. Cuando escuché ese disco, en los años 90, fue como si me estuvieran cantando a mí, pero de verdad: como si todas las canciones hubieran sido compuestas pensando en mi situación. Pink Moon me ayudó más que cualquier terapeuta. Es un disco oscuro, de letras amenazantes, pero en el fondo hay más luz que en cualquier grabación de esas de buen rollo. Nick Drake se suicidó en 1974, después de intentar grabar un cuarto elepé, con una sobredosis de Elavil, antidepresivo que supongo mezcló con otros medicamentos. Ya vendrían los años de gloria, de hablar del genio olvidado, etcétera, ¡en los años noventa!

Para que no crean que todos los músicos depresivos van y se suicidan, hablemos de Brian Wilson, uno de los más importantes personajes de la música pop. Es el fundador y hermano mayor de los hermanos Wilson en los Beach Boys. Compositor de las canciones más memorables del grupo y productor del disco —siempre lo dicen y no sin razón— más grande de los sesenta, con todo lo que esto significa, Pet Sounds. En 1964, en pleno éxito del grupo y después de salir el citado elepé, Brian anunció que se retiraba de las giras y que, en teoría, dejaba el grupo. Las razones: no podía viajar, no podía subirse a un escenario, no podía cantar en directo. Solo estaba bien cuando estaba solo, en su casa. Le diagnosticaron esquizofrenia y depresión. E intentó una carrera en solitario, pero sin salir del estudio.

Amy Winehouse es la última, más o menos, de las muertas superfamosas y superjóvenes en perder la vida mediante un cóctel de alcohol. Antes había sido ingresada por diversas sobredosis de heroína, crack, cocaína, ketamina y alcohol. Todo en unos pocos años, los años de su comienzo y triunfo. No pudo sobrellevar la avalancha de giras, grabaciones, promoción, etcétera. Nina Simone sí pudo luchar contra la depresión y llevar una vida relativamente normal, en una época en que las cosas eran muy difíciles para las mujeres artistas (Janis Joplin, Judee Sill, Karen Dalton), y en este caso, de color.

En la época en que Nina Simone empezó, era imposible hablar de enfermedades mentales, ni de los músicos ni de nadie. Ahora es diferente. Todos los músicos y los más famosos tienen dolencias psíquicas y las vuelcan en sus canciones. Los temas favoritos de la música pop actual son la psicosis, la depresión, el trastorno bipolar. Antes que hablar del amor, prefieren reflexionar sobre lo que sufren: Lady Gaga —en su elepé Chromatica—, Radiohead —Thom Yorke es un depresivo clásico—, Trent Reznor, Steven Wilson —de Porcupine Tree—, Justin Timberlake, Selena Gomez, Beyoncé, Christina Aguilera, Kanye West y hasta Bruce Springsteen han hablado y cantado sobre sus problemas psíquicos.

Hay que ver cómo son las cosas: antes no se hablaba, y ahora sale todo el mundo a gritar a los cuatros vientos lo mal que se encuentra. Díganme, por favor, si la música y sus oyentes han mejorado con esto.


Grace Morales es escritora de novela y ensayo, articulista y docente. Cofundó el fanzine Mondo Brutto, centrado en cultura popular y música, que se editó entre 1993 y 2009.

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