Ficción

Vida y muerte de un hombre sabio

Fotografía: DP.

Nuestro padre es un hombre sabio. Sabe de todas las cosas que pueden conocerse.

Cuando el cielo se encapota en verano y la humedad hace densos la respiración y el ambiente, él dice:

—No hace el calor de siempre.

Si, además, el aire está lleno de partículas en suspensión, las suficientes como para que el paisaje parezca mirarse a través de un filtro, añade:

—Esta nube viene del desierto.

Nuestro padre parece tener una sabiduría por encima de todas las cosas. Sabe de qué lugar vienen las nubes y qué temperatura nos pertenece. Muy pocos pueden conocer al tiempo en su profundidad.

Cuando hablamos nosotros, los hijos, siempre tiene algo para puntualizar, sobre lo que decimos. Un dato para añadir, una frase que comentar. Ya que sabe de todo lo que ocurre en el mundo, le insistimos en que haga conocida su sabiduría: le tendemos el teléfono, marcamos el número de un programa de televisión de sobremesa, donde los concursantes parecen saber el mismo número de cosas, si no menos. Lo hacemos desde que somos niños, insistirle, pero nunca quiere.

Son estos programas de donde obtiene su sabiduría. Los ve durante todas las siestas, y se jacta de aprender en lugar de dormir. También la extrae de los suplementos culturales y del periódico. De los nueve libros que tenemos en casa, no se ha leído ninguno. Pero también puede hablar de ellos. Nadie lo pone en duda.

Nuestro padre sabe de todo. Eso nos parece.

Cuando crecemos también nosotros aprendemos cosas. Uno sobre física, otro sobre leyes, literatura, medicina y antropología. Nos especializamos, como si los saberes de nuestro padre se hubieran dispersado en semillas de árboles gruesos.

También aprendemos sobre la casa, el tiempo, las herramientas y los desperfectos: las circunstancias lo requieren. Él sabe por igual de estas cuestiones cotidianas, porque cada año se repiten las estaciones y las averías intermitentes, el sumidero se atasca con la misma mugre, las puertas se hinchan por el frío, la cisterna deja de correr el agua.

Lo que cambia parece no interesarle: siempre habla de las cosas tal como han sido hasta entonces. No podemos, pues, sorprenderlo con nuestros diplomas.

Un día el mayor se atreve a imitarlo, sin malicia y sin pretenderlo, pero calcando el tono, por la circunstancia de ser hijo. Solo dice:

—Ha venido una nube, con arena macilenta del desierto del Sáhara.

Nuestro padre nunca es tan exacto en sus predicciones, y cuando suelta aquello lo mira muy seriamente, y a continuación le dice a nuestro hermano que es de mala educación, de muy malos modales, tratar a los demás con tanta condescendencia.

Nadie más vuelve a describir el polvo que trae el viento, ni a mencionar el nombre de ningún desierto.

La casa se llena de libros, muchos más de nueve. Ese es el rastro que dejamos después de habernos ido. Volvemos y cada uno deja tras de sí la publicación de un artículo, una entrevista, un éxito literario, el descubrimiento sobre la forma en la que se mueven las partículas que componen el mundo.

No le preguntamos a nuestro padre si lee lo que llevamos a casa. Lo colocamos en la estantería silenciosamente, cuando el estudio se vacía, como si los tomos fueran una mala hierba nacida de una grieta en el asfalto. Una cosa que ocurre sin querer, gracias al agua de lluvia. Así igual podrían aparecer los libros en nuestra antigua casa. Sabemos que él se percata de la aparición, de esos brotes, porque en el camino de sentarse a leer el periódico, se detiene brevemente a observar la estantería.

Solo una vez hablamos de uno de nuestros logros, cuando el libro de nuestro hermano aparece en el suplemento cultural de ese mes. Nuestro padre lo menciona durante el desayuno. Todos nos miramos. Repite la opinión de los críticos, habla del título, de la cubierta y de la sinopsis, y pronuncia el nombre del autor como si no se tratara de su propio hijo.

Nadie dice nada. Solo nuestro padre que, a continuación, vuelve a hablar del tiempo.

Hasta cuando dejamos de ir a casa tan seguido sigue hablándonos de las nubes, de mecánica, de la materia y la energía del mundo, de las leyes, del cuerpo y sus enfermedades, de los libros escritos y de los comportamientos humanos. Lo hace como siempre, como lo haría un catedrático sobre su rama de investigación, como si lo hubieran invitado a dar una conferencia, y no como si estuviéramos sentados a la mesa el único domingo del año que nos reunimos y nos dispusiéramos a mojar el pan en huevo frito, que es lo que realmente ocurre, cuando habla de todas esas cosas.

Así ha iniciado siempre su derroche de conocimiento: nosotros sumidos en el acto más trivial, sentados a la mesa, con trozos entre los dientes, y él dispuesto a equilibrar la balanza la vulgaridad.

Nuestros hijos también aprenden a escucharlo atentamente, a beber de aquella fuente de sabiduría. Cuando interviene, todos, por imitación, le respondemos:

—Ah ¿sí? Qué interesante, muy interesante.

Ese día nuestros hijos conocen el parte meteorológico para toda la semana, sin necesidad de consultarlo en ninguna otra parte. Cuando han pasado siete días lo llaman por teléfono y le dicen:

—Abuelo, era verdad. Tenías tú razón.

Sin darnos cuenta, pasamos por todas las edades de nuestro padre. Siempre hay una diferencia de veinte, veintiuno, veintitrés, veinticinco, veintiocho años que nos separa. Nunca podremos saber todo lo que él hasta que pasemos por cada edad, dice. Nunca lo alcanzamos, pues, en sabiduría.

La casa, mientras tanto, se llena de libros. Nunca hay estantes suficientes.

Nuestro padre enferma gravemente, de golpe. Es viejo.

Cuando va a morir, se dirige a aquella hija suya que es médica, la agarra de la mano y le dice:

—Todos los cuerpos cuando mueren pierden el mismo número de gramos: veintidós.

Nuestra hermana asiente. Todos murmuramos lo mucho que sabe, lo alabamos. Pronunciamos la palabra «interesante», «sabio». Nuestro padre muere, feliz.


Sara Navarro Rioboó (1996), graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla, ha ejercido labores de librera y editora, compaginadas con la escritura. Actualmente, se encuentra trabajando en diversos proyectos de creación literaria.

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