Tempus fugit

Una caña y dos tapas de historia

Tempus fugit: XXI septimana

23 de mayo de 1992.- Atahualpa Yupanqui

Atahualpa Yupanqui, retratado en el Foto Estudio Luisita de Buenos Aires. DP.

Durante la Transición, ahora tan denostada, ocurrieron muchas cosas además de los cambios políticos: fue también una transición emocional colectiva que se compuso en parte con el descubrimiento de otras culturas, de otras músicas y de otras poesías, incluyendo aquellas que los hijos del babyboom no conoceríamos hasta mediados los años 70 porque habían estado silenciadas largo tiempo.

Miguel Hernández llegó vía Argentina a bordo de la colección Austral y anduvo alojado un tiempo en la voz de Joan Manuel Serrat antes de instalarse en su residencia definitiva. Lorca y Buñuel salieron de sus respectivos armarios y galanearon por las salas de teatro y cinefórum para sorpresa de muchos jóvenes de clase media más acostumbrados a Lucecita y los NODOs que a esos dramas tan definitoriamente patrios. Se destapó una forma cultural propia que hablaba la lengua de Cervantes, que creció al lado de los flujos anglosajones del pop y del rock sinfónico y que, unos años después, tendría una hija a la que llamaron Movida.

La nueva música estalló y guardó en los cajones a Concha Piquer, Juanita Reina o Marifé de Triana; se acordó de Miguel de Molina y desempolvó la figura de los cantautores —incluso de aquellos que se expresaban en otros idiomas— que vieron reverdecer su oficio milenario.

Las canciones que acompañaron al Che Guevara y a Fidel Castro en sus revoluciones cubanas de los años cincuenta sonaban a media noche en las voces corales de las pandillas de adolescentes sustituyendo a «La bella Lola» y otras habaneras y enviando el «Clavelitos» al exclusivo repertorio de las tunas, hoy supervivientes en forma de cuarentunas.

La guitarra se convirtió en la reina de los instrumentos seguramente por la sencillez de sus arpegios y porque permitía cantar —poniendo cara de profundidad— las letras de tierras lejanas de sustancia siempre simbólica, aunque se utilizaran los ejes de las carretas para glosar las verdades del barquero.

Era más fácil tararear los temas de Atahualpa Yupanqui que pronunciar su nombre, pero, como ocurre con la palabra esternocleidomastoideo, se nos quedaba en las meninges a la primera y no había que repetírselo.

El día 23 de mayo de 1992 murió este argentino que cambió su nombre, Héctor Roberto Chavero, de origen vasco, por otro de sonoridad más tribal. Fue nuestro héroe en aquel tiempo en el que nos construimos como personas y como ciudadanos, sin manuales, pero con mucha ilusión y pericia.

Es una pena que los que desprecian ahora esa etapa y la juzgan según sus propios parámetros no tuvieran la inmensa suerte de vivir aquellos cambios; cada uno ha llegado a la vida cuando le ha tocado y se las ha compuesto como ha correspondido a su época, pero se debería dejar en paz a los muertos y permitirles vivir en el recuerdo emocionado de los que nos conmovemos todavía al escuchar la extensa banda sonora de aquellos días.

25 de mayo de 1938.- Bombardeo de Alicante

Placa en recuerdo de las víctimas del bombardeo. Fotografía: Joanbanjo (CC).

A las 8 de la mañana del día 25 de mayo de 1938 partieron de Mallorca nueve aviones Savoia S-79 con destino a Alicante que descargaron sus bombas sobre el Mercado central a las 11’15 de la mañana.

Los bombardeos a la población civil, que no tuvo oportunidad de refugiarse, causaron, según los testimonios de archivos y supervivientes, unos 311 muertos y más de mil heridos, todos ellos, hombres, mujeres y niños que se encontraban en el centro de la ciudad en tareas cotidianas o en busca de víveres con los que alimentarse.

No sonaron las sirenas que avisaban del peligro y el ataque por sorpresa se produjo a la hora y el lugar en el que más daño se podía ocasionar: había llegado al mercado un cargamento de sardinas del que se había dado noticia por la radio para que todo el que quisiera pudiera beneficiarse del reparto de alimentos. Era la hora de mayor concurrencia y las callejuelas de los alrededores se convirtieron en una ratonera para los tumultos de los que intentaron huir. Fue un destrozo descomunal, como el que se produce en cualquier enfrentamiento, un sinsentido más de la locura de las guerras.

No existe un cuadro pintado por Picasso que recuerde la masacre. Ni de Picasso ni de ningún gran pintor. No cuelga de ningún museo una obra requetevisitada que traduzca el dolor y la desesperación por los muertos del bombardeo de Alicante.

El papel del arte en la propaganda política y religiosa ha sido fundamental a lo largo de la historia poniendo en práctica uno de sus cometidos: contar al mundo qué ocurrió y cómo, siempre desde la óptica de los que han tenido la oportunidad de hacerlo y de los poderosos, fueren del color que fueren. A las herramientas ancestrales se suman en la actualidad las nuevas tecnologías, los ciber y todo tipo de inventos —que parecen de ciencia ficción— en poder de las élites, esta vez del siglo XXI, mientras la gente normal, ajena a esos instrumentos, sigue teniendo el peor papel en esta representación, el de protagonista exclusivo del drama.

El terrible bombardeo de Guernika del día 26 de abril de 1937 sobre una población civil inocente y confiada produjo menos víctimas que el bombardeo de las tropas italianas dirigidas por De Prato y Zigiotti sobre el Mercado Central de Alicante, pero su recuerdo merece hoy día un respeto público de dimensiones excepcionales, incluso para el discurso de un heroico presidente ante los representantes del pueblo; su memoria se aloja en una sala tremenda de el Museo Reina Sofía y en una literatura casi infinita que le ha llevado a traspasar fronteras convertido en símbolo del horror.

Su merecida inmensidad física e histórica no se compadece con la pequeñez de una placa conmemorativa en la plaza situada detrás del Mercado de Alicante, esa en la que sus parroquianos inician el tardeo de los sábados, entre cañitas de cerveza y puestos de flores, ajenos al drama que se vivió un año después del que sufrieron los vascos.

29 de mayo de 1453.- Caída de Constantinopla 

Pocas ciudades han cambiado de nombre de manera radical sin que por ello dejemos de reconocerla y no me refiero a las derivaciones populares de los latinos como Mérida (Emerita Augusta) o Zaragoza (Caesar Augusta), por no salir de España, me refiero a la ciudad más conocida de Turquía, hoy Estambul, antes Constantinopla y aún antes Bizancio.

Ningún acontecimiento histórico sucede de repente, pero hay días en el calendario en los que se ha dado un giro a la historia y esta ciudad tiene en su haber uno de ellos.

Las cosas no ocurren porque sí —esa es una de las lecciones de primero de futuro profesor— y la expresión con la que se designa la sucesión de acontecimientos es «el devenir histórico» porque lo que acontece tiene su principio en una idea, un pensamiento y una intención puestos al servicio de un propósito; las maquinaciones tienen después un desarrollo que, de manera inevitable, modifica las estructuras, cambia las fronteras y da a luz nuevos mundos. La historia es sinónimo de cambios, raramente súbitos, que se van encadenando como lo hacen los eslabones.

Sin embargo, hay fechas concretas imposibles de soslayar: el 28 de junio de 1914, el asesinato de Francisco Fernando de Austria en Sarajevo (Bosnia) encendió la mecha de la I Guerra Mundial, pero fue eso, la yesca sobre el polvorín que nos sirve para estructurar los hechos con los que se inicia un tema nuevo o un ensayo; las efemérides son necesarias para ello.

Hay otras fechas en la historia muy relevantes: el 29 de mayo de 1453 los turcos otomanos tomaron Constantinopla poniendo fin al Imperio Bizantino después de mil años de existencia y este acontecimiento sí dio un giro a la historia como pocos otros, tanto que ese momento es considerado como el fin real de la Edad Media y el inicio de la Edad Moderna, sobre todo por los historiadores cientifistas.

En el año 395 d.C. el emperador romano Teodosio, consciente de que la unidad del Imperio no tenía ya más que rascar y para evitar que se pelearan sus niños, decidió dividirlo en dos partes y dejar a su hijo Honorio la parte occidental, con capital en Roma, y a su hijo Arcadio la parte oriental, con capital en Bizancio. Dio comienzo así el Imperio Bizantino que tuvo bastante más recorrido que el otro y que permaneció fiel al cristianismo ortodoxo mientras que en Roma crecía el catolicismo.

Los bárbaros venidos de las estepas y los infieles (musulmanes) fueron un peligro constante para ambos imperios que acabaron sucumbiendo a los embates —el uno más pronto que el otro— de tanta tribu móvil. Llegados al siglo XV, el emperador bizantino Constantino XI no fue capaz de detenerlos y los turcos otomanos se hicieron con la península de Anatolia. Ahí acabó una etapa y dio comienzo otra de muy diferente textura.

Desde esa posición de avanzada del Mediterráneo oriental, los turcos se convirtieron en una amenaza persistente (que se lo digan a los de la batalla de Lepanto) para los occidentales y como tal fueron considerados hasta el año 1920, después de la I Guerra Mundial, en que se dio matarile al Imperio Otomano. En 1923 se fundó la República de Turquía con capital en Ankara, aunque se tenga a Estambul como la ciudad más importante, un destino turístico más demandado que otros de su entorno —ahora también para implantes de pelo— y un puente entre Oriente y Occidente que sigue ejerciendo ese papel bilingüe entre los dos mundos, aunque sea un error hablar con tanta simplicidad de un territorio repleto de microculturas nacionales.

El 29 de mayo de 1453 fue una jornada transcendental para la historia de este lado del planeta, aunque fuera un día como todos en el que el sol saldría, recorrería el cielo y se pondría dejando paso a la luna y a la noche, tal y como viene ocurriendo desde los albores terráqueos.


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8 Comentarios

  1. Excelente Laura, como siempre tus escritos, son poesía que narra la historia.

  2. Cuanto disfruto leyendo tus artículos ,tienen tu toque especial que los hace muy amenos.

  3. Carmen Pérez Sánchez

    Cómo me divierte leerte!

  4. Manuel Orellana

    Colosal! Un artículo de lujo! Gracias Laura por esa sensibilidad excelsa con la que nos regocija en cada uno de sus escritos.

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