18 de mayo. – Día Internacional de los Museos.
Me acuso de no soportar mucho rato dando tumbos por un museo porque se me llenan los ojos de cuadros, de ser la rara a la que le molesta que los demás no guarden silencio o se entretengan más de lo razonable ante una pintura; y me acuso de mirar mal a los que usan el móvil mientras caminan por las salas. Me acuso de observar sin discreción las caras de los desconocidos que deambulan al mismo tiempo que yo y de dar patadas sin piedad a todos los chinos con camarita que se me pusieron delante la última vez que estuve en los Uffizi de Florencia.
Confieso que me han llamado la atención por tocona prácticamente en todos los museos que he visitado, que me contengo las ganas de gritar cuando hay un ambiente de silencio religioso o postureo moderno en una inauguración, que miro a los guardianes de sala compadeciéndolos por lo aburrido de su trabajo; y confieso que me lo pasé bomba acompañando a las limpiadoras del MBBAA de Bilbao la mañana de un lunes cuando pasaban los plumeros desacralizadores sobre zurbaranes y goyas mientras se preguntaban cómo iban a quitar el polvo de las más que inquietantes Hanging Figures de Juan Muñoz, suspendidas del techo del hall; y que me tuve que apoyar en una pared para no desmayarme cuando vi la Victoria de Samotracia en el Louvre, que se me caía la baba ante las expertas explicaciones del Apostolado del Greco del MBBAA de Oviedo que me dio Inés Gago Meléndez cuando tenía seis años y que me uní a la carcajada general que mi sobrino Ernesto, que estaba aprendiendo a leer, provocó en una sala del Reina Sofía deletreando en voz muy alta la cartela del «Hitler masturbándose» de Dalí en 2013.
Confieso que me gusta ir sola después de haber ido con amigos y que solo me fijo en las tonterías; que, a veces, me falta la respiración y se me saltan las lágrimas. Y que siento pena de que las obras no estén en sus lugares de origen aun sabiendo que muchas son apátridas y ya nacieron con vocación de andar de acá para allá; no puedo evitar preguntarme qué hacen esos maravillosos retablos reunidos en el San Pío V de Valencia y me consuelo pensando que me permiten contemplar bellezas que mis antepasados ni hubieran soñado admirar en una sola mañana de visita, o que alguna tabla se habría perdido si un humilde párroco, aficionado al arte, no las hubiera rescatado y las hubiera guardado en la sacristía de la iglesia de Bocairent (Alicante) junto al estandarte de San Blai que pintó Sorolla para sacarse unas pesetas cuando era jovencito.
El ICOM, el Consejo Internacional de Museos, creado el 18 de mayo de 1947, celebró una asamblea general en la ciudad de Leningrado (San Petersburgo) el 18 de mayo de 1977 y en ella se acordó señalar esta fecha como Día Internacional del Museo coincidiendo con el aniversario de su creación.
Es curioso, aunque no sé si coincidente, que el 18 de mayo de 1692 falleció Elías Ashmole, un astrólogo, alquimista, matemático y cofundador de la Francmasonería a quien su buenísima situación económica permitió acumular una gran colección de manuscritos antiguos y de monedas, además de numerosos artefactos médicos y objetos artísticos que donó a la Universidad de Oxford, promoviendo así el primer museo universitario de la historia, el Ashmolean Museum, hoy convertido en un bazar muy didáctico que incluye hasta los supuestos objetos de Alicia que Lewis Carroll utilizó para inspirarse.
Propiamente dicho, el museo era en la antigüedad el lugar en el que vivían las musas, donde se cultivaban las artes literarias; fueron también, por extensión, el sitio donde se guardaban obras y objetos bellos, territorios para el culto a la sabiduría y al conocimiento humanos, espacios de cultura como la biblioteca de Alejandría en el Egipto ptolemaico que tan bellamente describe Irene Vallejo en su ensayo El infinito en un junco.
Conservar, guardar, a veces amontonar todo tipo de objetos «artísticos», fue la finalidad de los primeros en aparecer. Algunos siguen manteniendo ese espíritu acumulativo en sus paredes (mareantes) repletas de cuadros, como el Kunsthistorisches de Viena, al que hay que ir comido y bebido para buscar a la infanta Margarita convertida en una adolescente vestida de azul; otros resultan francamente irrespetuosos con los extranjeros como la National Gallery de Londres que tiene La Venus del espejo en un rinconcillo, medio solapada entre sus vecinos. Hay de todo.
Y han evolucionado tanto que ahora son interactivos (pido perdón por usar este palabro) y ofrecen actividades más allá de la mera exhibición. Los hay que han ido muy lejos en su diseño y el continente ha acabado haciendo sombra a lo contenido, como el Guggenheim de Bilbao o se han adecuado perfectamente a lo que acogen, como el que Moneo construyó en Mérida, en el que la vista se pierde en los grandes arcos de ladrillo harta de las interminables hileras de cabezas desenroscadas de cuerpos; alguno ha sido transformado en palacio para que pueda habitar dignamente la reina de las reinas, la Dama de Elche junto a su pariente, la Dama de Baza (el MAN de Madrid).
Lo mejor de la última ola ha sido la conversión de Málaga en la ciudad de los museos con el Picasso, el Carmen Thyssen, la Aduana, el Centro Pompidou o el Hermitage. O la apertura del C3A en Córdoba con parte de la colección que Francesca Thyssen ha cedido desde su fundación TBA21 de arte del siglo XXI, ultramoderno y fascinante.
Cada año, el Día Internacional de los Museos se propone un objetivo y el de este 2022 es concienciar sobre el hecho de que los museos son un importante medio para el intercambio cultural, el enriquecimiento de las culturas, así como para el desarrollo de la comprensión mutua, de la colaboración y de la paz entre los pueblos. El ICOM tiene una página web muy interesante en la que se da información sobre todas las acciones y actividades previstas, que son muchas y variadas.
¡Feliz día de los museos!
19 de mayo de 1962. – Marilyn Monroe canta para JFK.
Peter Lawford, a la sazón marido de Patricia Kennedy, fue el presentador de la gala de recaudación de fondos para el Partido Demócrata, celebrada en el Madison Square Garden de Nueva York, el día 19 de mayo de 1962. A la convención asistieron más de quince mil personas y la plana mayor del grupete que solía acompañar al presidente JFK; solo faltó Jackie que, mosqueada por los rumores que corrían sobre las infidelidades de su marido, decidió padecer una oportuna jaqueca y quedarse en casita (blanca).
Cantaron, entre otros, Ella Fitzgerald y Frank Sinatra acompañados por los acordes de una orquesta liderada por Hank Jones. Casi al final del espectáculo, Lawford anunció la presencia de la actriz de moda, Marilyn Monroe, que se hizo esperar en el escenario y que apareció medio borracha y enfundada en un provocativo vestido para cantar el Happy Birthday más famoso de la historia, diez días antes de que el presidente cumpliera 45 años. Las crónicas de entonces catalogaron la escena de muy sensual pero más bien da la impresión (YouTube) de que a la chica le fallaba el equilibrio y que se apoyaba en sus propias caderas para no caerse. Lo cierto es que la cancioncita tuvo como colofón la aparición de un pastel portado sobre andas por dos cocineros que imitaban perfectamente la salida de la Virgen de la ermita del Rocío: todo muy holiwoodense, por no decir almonteño.
La mitomanía, que afecta incluso a las influencers, hizo que Kim Kardasian se empeñara en llevar el mismo traje, diseñado por el francés Jean-Louis, para la gala MET del pasado 2 de mayo, pero no le cabía el culo-balón en tan precioso modelo, como era de esperar, aunque se lo calzó gracias a una faja, a una dieta exprés y a un abriguito que cubría los descosidos que hubo que hacerle. El vestido es propiedad del museo Ripley’s Believe It Or Not, de Orlando, cuyo propietario pagó por él más de cinco millones de dólares en una subasta; se lo prestó a la Kardasian con la condición de que se lo quitara nada más entrar al Metropolitan y se pusiera una réplica, como así hizo.
¡Qué obsesión! Creo, sin embargo, que a pesar de ser un vestido tan bonito y con tal halo de leyenda, se ve muy superado por los que la propia Marilyn (Sugar) lució en la película de Billy Wilder Some Like It Hot (Con faldas y a lo loco), dos modelazos, uno en negro y el otro plateado, diseñados por el australiano Orry Kelly que obtuvo el Óscar al mejor vestuario por su trabajo en esta hilarante comedia de 1959: confeccionados sin mangas, tenían la espalda totalmente descubierta y un falso escote delantero elaborado con gasas transparentes que apenas cubrían los envidiables atributos reales que la madre naturaleza regaló a su portadora, nada que ver con los globos presumiblemente de silicona que porta la armenia allí donde la espalda pierde su casto nombre y que solo dios sabe cómo lucirán con el paso de los años.
Se dice que la muerte de Marilyn el 5 de agosto de ese mismo año no fue ajena al escándalo que se montó en el Madison y al perjuicio que podía causar a tan católica familia un lío de faldas que les impidiera mantenerse en el poder; también es público y notorio que tanto JFK como su hermano Robert compartían el lecho de la actriz y que fueron víctimas del mismo torbellino de sangre y muerte que puso fin a sus vidas en 1963 y 1968 respectivamente.
Solo el vestido permanece como testigo de aquellos acontecimientos, todo lo demás es agua pasada.
21 de mayo de 1833.- Primeros daguerrotipos.
¿Merece la fotografía ser incluida en el ámbito de las Bellas Artes? Nadie se lo cuestionaría en estos tiempos en los que la técnica inventada para fijar imágenes está a punto de cumplir dos siglos de existencia. El trayecto recorrido desde entonces le ha llevado por el camino de la creación y, por ende, a convertirse en objeto artístico y a navegar por los mismos circuitos que el resto de las artes plásticas: coleccionismo, mercado y museos.
El 21 de mayo de 1833, Louis Daguerre (1787-1851) mostró a su socio Nicéphore Niépce la primera impresión de una imagen para la que había utilizado las sales de plata. Ambos llevaban un tiempo trabajando sobre la llamada «heliografía», un procedimiento para reproducir mediante gradaciones de luz las imágenes recogidas en una cámara oscura; también habían utilizado lavanda disuelta en alcohol como agente fotosensible para conseguir las impresiones en un método que bautizaron como «fisautotipo» pero ninguna de las dos técnicas conseguía los resultados esperados pues los papeles se emborronaban o perdían la nitidez al cabo de unos minutos.
Las sales de plata son fotosensibles y Daguerre obtuvo —según cuenta el profesor Óskar González Mendía en su libro Por qué los girasoles se marchitan (ed. Cálamo)— una imagen suspendiendo una placa de plata sobre vapores de yoduro caliente para que en la superficie se crease una capa de yoduro de plata; la placa se introducía después dentro de una cámara oscura y se exponía a la luz durante varios minutos lo que provocaba la aparición de la imagen que se hacía visible gracias al uso de vapores de mercurio, bastante tóxicos, por cierto.
Entre vapores y vapores nacieron los daguerrotipos que deben su nombre a aquel pintor mediocre que había tenido más éxito con sus escenografías para óperas que con sus cuadros. La fotografía, empero, no nació ahí, pero hay que reconocer que ese fue el comienzo de una forma de reproducir la realidad que iba a revolucionar la historia del arte. Nada sería lo que es sin estos pioneros a los que habría que sumar al fotógrafo Nadar y su influencia en el movimiento Impresionista.
Las fotografías se coleccionan, se subastan, protagonizan exposiciones temporales en galerías privadas o en museos dedicados a ellas, se han instituido premios a los que concurren artistas cuya forma de expresión requiere de una o varias lentes y los emergentes NFTs hacen uso habitual de las imágenes captadas por máquinas. No imaginamos un mundo sin fotos.
En la semana dedicada a los museos está bien recordar que existen otros espacios más allá de los tradicionales y que los dedicados a la fotografía, sea histórica o creativa, son una opción de visita muy interesante.
Si se admiten sugerencias, ahí va una estupenda que puede incluir un viajecito: en Barcelona abrió sus puertas hace 20 años Fotocolectania, una fundación sin ánimo de lucro con sede en una antigua cordonería del Passeig de Picasso. Tiene un proyecto muy innovador que incluye exposiciones, talleres y otras actividades, siempre en torno a la fotografía y el día 18 de mayo se sumará a «La Nits dels Museus» con acceso libre a sus exposiciones de Martín Chambi, Chema Madoz y Carrie Mae Weems.
Hay vida más allá de Picasso, Dalí, Miró o Tàpies.
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