Crónicas Crónicas en órbita

Vida y muerte en Graciela Iturbide

Graciela Iturbide

Pájaros muertos saliendo de unos ojos vivos. Unas manos que sostienen los cuerpos de aves inertes y el rostro de mujer tan vivo que los resucita. Uno de los autorretratos femeninos más conocidos de la historia de la fotografía mexicana del siglo XX. Ella es Graciela Iturbide, fotógrafa del asombro en lo cotidiano como a ella le gusta definirse, fuera de las etiquetas habituales del realismo mágico con las que se suelen asociar sus imágenes. 

La fotografía fue el ejercicio al que dedicó su vida, tras casarse con el pretendiente más liberal con el que pudo huir de una familia conservadora que le hubiera negado el acceso a la universidad. El matrimonio como salvoconducto para estudiar cine en la Universidad Nacional Autónoma de México y que la fortuna le pusiera en el camino a Manuel Álvarez Bravo. Poco tiempo después se convertiría en su ayudante. Del maestro de la fotografía mexicana aprendió sobre todo a esperar, buscar el momento decisivo en que cualquier historia digna de ser contada se detiene, del oficio apenas unas recomendaciones para seguir correctamente las instrucciones del carrete de Kodak. 

Del matrimonio nacerían tres hijos, una jovencísima Graciela vivirá la muerte de su única hija a la edad de seis años. La vida de la artista se transforma entonces en un duelo que la empuja a  emprender largos viajes para compartir  la forma de habitar de las comunidades a las que luego inmortalizó, seguramente no para evitar la presencia de la muerte que la ausencia irrevocable de una hija provoca, sino todo lo contrario. 

Una de sus series más conocidas, las mujeres de Juchitán, muestra la  convivencia con la comunidad zapoteca al sur de México, donde los sacrificios animales y la celebración de la vida discurren en el mismo plano de la realidad, casi indistinguibles. En Juchitán supo destilar la poderosa presencia femenina y radical de las mujeres en un México patriarcal, un enfoque de la realidad que muestra los usos y costumbres atávicos desde una visión contemporánea, en donde la muerte y la vida una vez más se entremezclan. La aceptación de la homosexualidad por parte de las madres como medio para garantizar la presencia filial y la seguridad de que al menos ese hijo no se iría de casa se muestra en los retratos de hombres travestidos que  forman parte del relato de lo ordinario, al igual que los pollos degollados, los perros y el mercado de iguanas. 

La escritora Elena Poniatowska escribió un apasionado relato sobre el Juchitán de Graciela donde describe la manera en que la fotógrafa se adentraba en la vida cotidiana de la comunidad, y de qué forma era querida y respetada por su forma única de estar como una más. Esa sintonía con la vida de la comunidad puede explicar sus emocionantes historias visuales de belleza atemporal.  

Graciela huyó de lo exótico, de la representación de la pobreza porque sí. Sus imágenes cuentan historias de vida y muerte con el conocimiento de quien convive con ambas, con un respeto a lo retratado que iba más allá de lo que se deja intuir en cada una de sus fotografías. Como único propósito, contar historias y retratar la dignidad de las personas,  destilando el asombro en la vida cotidiana sin perseguirlo.

Bajo el título de Heliotropo 37, nombre de la calle del estudio de la artista en Ciudad de México, la  Fondation Cartier pour l’art contemporain expone hasta el 29 de mayo una selección de sus fotografías desde 1970 hasta la actualidad. Un soberbio espacio expositivo concebido por su hijo Mauricio Rocha, arquitecto de talento que en esta ocasión redirige la luz y rodea de arcillas la obra de su madre en busca de la paz necesaria para su contemplación. Es llamativo cómo la obra de Graciela se va desprendiendo de lo humano para centrarse cada vez más en los objetos, en la inmovilidad vegetal de las plantas. Un paisaje de lo inerte que parece cobrar vida en las escenas cargadas del mismo simbolismo  presente en los retratos más personales. 

La obra de Graciela es cotidiana y monumental, el resultado de un duelo de por vida que se adentra en la muerte con el único objetivo de multiplicar la propia biografía en cada instante. 

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