Tempus fugit

Tres potentes personalidades

Tempus fugit: XVIII septimana

2 de mayo de 1936.- Engelbert Humperdinck

Engelbert Humperdinck. Foto: Wayne Dilger CC

Hace unos cuantos años asistí a la grabación del «1,2,3» en inglés para la BBC, en la plaza de la iglesia de Altea (Alicante). Los productores montaron unas gradas y contrataron como público a los habituales del lugar y a todo el que pasaba por allí y pagaron por los servicios de espectador con muchas jarras de cerveza que circulaban sin parar mientras las tomas de una canción, siempre la misma, se repetían una y otra vez. Me da que tanta generosidad respondía al deseo de que ese público estuviera un punto más que alegre y aquello diera la sensación de ser una fiesta tremenda.

El artista era nada menos que Engelbert Humperdinck, un tipo alto, muy guapo y con una voz tan poderosa que si se cerraban los ojos se podía confundir con el mismísimo Tom Jones. Cantó en directo, aunque la música era de lata, teniendo a mano, como todos, sus raciones de cerveza fresca.

Humperdink se llama en realidad George Dorsey y nació en Madrás el día 2 de mayo de 1936. Su padre fue un militar destinado en el subcontinente indio —cuando este formaba parte del Imperio Británico— y la madre fue una cantante de ópera. La música estaba presente en la educación de una familia de diez hijos de la que George era el menor, educación que se prolongó cuando se trasladaron definitivamente a Leicester (Reino Unido) y pudo asistir al conservatorio en el que aprendió a tocar el saxofón.

Su potencia vocal y su buena estampa le garantizaron el éxito inmediato como crooner, denominación que recibían los cantantes de baladas y músicas lentas de las discotecas de los años 70. Ganó varios premios, pero no alcanzó la fama que tuvieron algunos de sus contemporáneos como Elvis Presley, que le copió las patillas, o Tom Jones, que se apropió de algunos de sus temas. Fue muy popular en Sudamérica y trabajó como actor de doblaje en algunas películas. La BBC lo eligió para representar al Reino Unido en Eurovisión 2012, convirtiéndose en el cantante de más edad que ha participado en este concurso, aunque quedó en un deshonroso puesto 25 que no hizo mérito a su grandeza.

Su tema más conocido es, sin duda, «Please, release me» que se mantuvo en las listas de éxito durante muchos meses. Quizá con otro nombre más pronunciable sería hoy tan popular como Barry White, Elvis Presley o el propio Tom Jones, cualquiera sabe: la lengua se enredaba tanto que a los discs jockey de aquellas discotecas de bolas de espejitos giratorias se le pedían temas de otros cantantes con tal de no hacer el ridículo al pronunciarlo. Un castigo para él y una pena para sus seguidores.

4 de mayo de 1979.- Margaret Thatcher

Margaret Thatcher CC

El día 4 de mayo de 1979, fue elegida como Prime Minister del Reino Unido, la líder del partido conservador Margaret Thatcher, la primera mujer en ocupar este cargo.

Es un personaje histórico que ha dado mucho juego: la actriz Meryl Streep consiguió, además de un Óscar en 2011 por su interpretación en La Dama de Hierro, que el mundo percibiera algo de humanidad detrás de una figura política tan controvertida del siglo XX; sin embargo, la que hizo Gillian Anderson en The Crown era más rígida y mostraba a la primera ministra como si tuviera una vara en la espalda y la lengua le tirara de los labios hacia adentro. La aparición en la vida pública británica de la Thatcher coincidió con la de Lady Di así es que en esta serie se pasaron por alto los aspectos más señalados de sus políticas para dar relevancia a las emociones que despertaba la desgraciadita princesa, públicamente cornuda. El trabajo de ambas actrices, impecable, sacó a la luz otras partes del poliedro que componían su personalidad, aunque era difícil no caer en la caricatura ni justificar las filias y fobias que su trabajo al frente del país despertaron.

Otra popularísima serie, Spitting Images, la había mostrado vestida de hombre, con el gesto adusto, otorgando a ciertos rasgos masculinos las cualidades que ella exhibía en su manera de gobernar. Menos mal que iba siempre hecha un pincel con sus cardados-casco, sus trajes impecables y sus joyas adecuadas porque, de no haber sido así, habría sido calificada de otra manera menos amable. En las revistas del corazón de la época se alababa el papel del marido a la sombra: el hombre que había sacrificado su vida para estar detrás de la mujer que amaba, que pagó sus estudios de Derecho cuando ella, licenciada en Química por la Universidad de Oxford, decidió que para dedicarse a la política tenía que saber también de leyes.

Ignoro si estas circunstancias pasarían ahora los exámenes de corrección a los que nos estamos viendo abocados, todos ellos de carácter personalísimo: cuántas mujeres hay detrás de las carreras políticas o profesionales de sus maridos, qué tendrá que ver que una vaya más o menos a la moda o arreglada para que su femineidad se manifieste o se ponga en duda y qué es eso de otorgar género a los caracteres cuando los hombres también lloran. A veces son estos aspectos los que se ponen de relieve cuando se habla de los que toman decisiones sobre nuestras vidas como si la masa de votantes estuviera solo conformada por seres inmaduros. Los políticos, ya se sabe, juegan estas bazas en la sociedad de la imagen; Churchill no habría vencido a Tony Blair, más atractivo físicamente, en el hipotético caso de que se hubieran presentado a las mismas elecciones y no digamos ya si hubiera exhibido pelo en pecho como ha hecho Macron recientemente: habría arrasado.

Margaret Thatcher se mostró como una mujer sin complejos, que defendía con vehemencia sus ideas liberales, las mismas que llevó a la práctica en sus once años de mandato. Era firme partidaria de lo privado, del nacionalismo inglés frente a Europa, de la supremacía anglosajona overseas; trataba a los EEUU de Reagan de tú a tú sin tener en cuenta las diferencias de tamaño del territorio y otorgó el perdón en el siglo XX a los pioneros que no quisieron pagar el impuesto del té en el siglo XVIII.

Sus políticas neoliberales destruyeron la trama social, aumentaron el gap entre los ricos y los pobres llevando de vuelta a la sociedad al antiguo régimen como si la modernidad hubiera sido un mal sueño laborista. No dudó en enfrentarse a los argentinos en una guerra por unas islas de las que casi nadie había oído hablar, en desregularizar los controles a las entidades financieras y bancarias o en entregar a la empresa privada todo el entramado público que los sindicatos, sus grandes enemigos, habían peleado desde la Revolución Industrial.

Quizá los laboristas eran demasiado blandos o, como dijo uno de ellos años después, la Thatcher no solo reformó su propio partido, sino que obligó a los demás a tomar posiciones de la misma fortaleza. Las decisiones políticas que se tomaron bajo su mandato trascendieron el ámbito del país tanto en lo económico como en lo ideológico y condicionaron la actuación de otros líderes que le fueron al rebufo o a la contra. El efecto mariposa también funcionó con ella.

6 de mayo de 1574.- Inocencio X

Inocencio X, por Diego Velázquez, ca. 1650.

Hay frases históricas que a lo mejor nunca dijo nadie, pero, como en las mitologías familiares, se guardan en la memoria colectiva transmitiéndose de generación en generación para convertirse en resumen de una filosofía o de un pasaje de cuyo hilo tiran al ser pronunciadas. Es el caso de EUREKA, atribuida al matemático griego Arquímedes de Siracusa en el siglo III a.C., EPPUR SI MUOVE, el susurro que acertó a mascullar en 1616 Galileo Galilei ante la Inquisición para evitar su condena por la teoría heliocéntrica y el TROPPO VERO que dicen que dijo el papa Inocencio X cuando por fin, Velázquez, le permitió ver su retrato pintado en 1650: demasiado veraz.

Todas estas expresiones son, inevitablemente, el principio de una buena historia.

Giambattista Pamphili, descendiente directo del papa Alejandro VI, nació el 6 de mayo de 1574 en Roma donde profesó como sacerdote y se formó como jurista. Su pertenencia a la elite del poder le hizo ascender pronto en el escalafón eclesiástico en el que fue sucesivamente obispo, nuncio y embajador ante las cortes católicas más importantes del momento. En el ejercicio de sus cargos, vino a España donde trató con el rey Felipe IV y viajó a Francia donde tuvo algún enfrentamiento con el poderoso cardenal Mazarino.

Muerto el papa Urbano VIII y reunido el cónclave de príncipes de la Iglesia, fue elegido en 1644, pese a la oposición de Francia, con el nombre de Inocencio X ocupando la silla de San Pedro hasta 1655, año de su fallecimiento.

La otra historia menos pomposa cuenta que la verdadera factotum de su papado fue su cuñada/amante Olimpia Maidalchini que manejó las finanzas del Vaticano y otros asuntos con una ambición imperturbable; la biografía de la dama no tiene desperdicio e incluye una acusación de agresión sexual por parte de un sacerdote que intentaba convencerla de que se metiera monja. Hay que decir en su defensa que Roma le debe el encargo al gran Bernini de la Fuente de los 4 ríos, en la Piazza Navona, la que ocupa el Stadium de Domiciano.

Cuando Felipe IV se propuso darle otro aire al Alcázar Real porque no comulgaba con la austeridad de su abuelo, Felipe II, echó mano de los mejores artistas de su época. El rey era muy aficionado a las artes y tenía a su servicio, entre otros, a Velázquez con el que se llevaba muy bien. En 1630 lo había mandado a Italia de viaje de estudios y en 1648 lo envió a un segundo viaje de significado y contenido bien distinto: el pintor recibió el encargo de comprar obras para decorar las reformas y de contratar a los que le parecieran mejores para el arreglo de palacio. Le dio carta blanca que el pintor se tomó con liberalidad, aprovechando el periplo también en su propio beneficio.

Velázquez y su comitiva partieron del puerto de Málaga y llegaron hasta Génova; una vez en tierra, viajaron a Milán y de ahí a Venecia para encontrarse con la luz y el colorido de los admirados maestros Tiziano y Tintoretto; desde allí se dirigieron a Florencia y posteriormente a Nápoles para acabar en Roma a donde llegaron en 1650.

Con la carta de presentación de pintor de corte de Felipe IV y con las ganas de ser ordenado Caballero de la Orden de Santiago, el sevillano pudo y quiso acercarse al papa para que le fuera de ayuda en sus objetivos y, listo como era, le puso un anzuelo que este mordió: expuso en el Panteón de Agripa el retrato de su criado-esclavo Juan de Pareja, un mulato que tenía, en el pincel de su señor, una fuerza interior de tal calibre que enganchó al pontífice de inmediato al punto de pedirle que lo retratara a él también.

Velázquez lo planteó siguiendo el modelo establecido por Rafael, es decir, de media figura y girado hacia su derecha, lo que al establecer una diagonal desde el punto de vista del observador le da más profundidad al ambiente. El papa viste mantelete rojo sobre roquete blanco y se toca con bonete rojo. Aquí arriesgó su genialidad apostando a ese color en diferentes tonos no sólo para el vestido sino también para el fondo y para el tapizado de la silla: rojos sobre rojos en una gama en absoluto discordante. No se conformó con esto y en un paso más allá se atrevió a decir la verdad sobre la escasa belleza de Inocencio X, su piel rugosa y enrojecida, con barba despeluchada, de gesto huraño y en alerta; una imagen que hablaba de un ser desconfiado al que con un par de pinceladas transformó la mirada en dos puñales de los que todavía hoy es difícil apartar la vista.

De lo orgulloso que estaba Velázquez de su pintura da cuenta el hecho de que es uno de los pocos cuadros que lleva su firma, en este caso, en el papel que el papa porta en la mano izquierda, muy cerca del faldón blanco cuyas pinceladas libres enamorarían a Francis Bacon que se obsesionó con la obra de la que haría unas 40 versiones.

El lienzo sigue en manos de la familia que lo tiene expuesto en la casa-museo Doria-Pamphili de Roma; allí se puede admirar a esta fuerza inmortal de la naturaleza cuya expresión no deja a nadie indiferente.


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Un comentario

  1. Simplemente un artículo de lujo!Felicitaciones a Laura su autora!

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