Entrevistas

El hombre transparente (y acelerado) de Javier Moreno: «El ser humano se lleva mal con el infinito»

Javier Moreno ha publicado un ensayo que lo abarca todo. El hombre transparente ya no es el hombre de la multitud que dijo Poe, ni el hombre de papel que cantó Santiago Auserón. El hombre transparente también ha abandonado la condición postmoderna (de telespectador que lee o es leído por Baudrillard) porque, durante los últimos años, este hombre transparente ha estado sometido a una fuerza inédita: la aceleración. Cada proceso se acelera en busca de su crecimiento ilimitado. Muchas experiencias se trasladan al mundo virtual, donde pueden reproducirse cada vez más deprisa, mientras que las que permanecen (producción, ocio o afectos) en el mundo real son sometidas, para que la aceleración continúe —y siguiendo las leyes más elementales de la cinemática—, al adelgazamiento de sus tiempos. Javier Moreno ha escrito un ensayo poco común en España que toca cuestiones relacionadas con la sociología, los estudios culturales, la economía, la política o la ciencia y la tecnología. Quizá, si hubiera sido coreano en lugar de haber nacido en Murcia, ahora ocuparía el lugar de Byung Chul Han, referencia que, sin embargo, se queda corta. En sus textos también resuenan Fraco Berardi (Bifo), Mark Fisher y otros autores a la vanguardia de la filosofía contemporánea: Armin Avanessian, Aaron Bastani… Quizá por eso y porque su mapa representa todos los recovecos del sujeto occidental contemporáneo, el crítico Fernando Castro ha dicho de este libro que es un tratado de «ontología de presente». Javier ya había publicado nueve novelas y dos poemarios cuando en 2019 se propuso escribir este ensayo, que aprovecha tanto ese bagaje como su experiencia como profesor de matemáticas en un instituto madrileño: esta obra también es singular por su utilización de conceptos tomados de las matemáticas o de la física para ilustrar los fenómenos que describe.

Con la congoja que provocan estas cuestiones en la terraza de un bar, condenados a ser los conversadores más pedantes, aunque quizá no los más contemporáneos de la zona (es viernes y alrededor del Museo de Bellas Artes de Murcia hay muchos jóvenes), charlamos con Javier Moreno sobre ese Hombre transparente que somos todos. La conversación estará organizada en torno a cuatro ejes: cómo elaboró el ensayó, cuáles son sus contenidos centrales, qué uso hace de las matemáticas durante el libro y cómo ve el futuro: ¿seguirán acelerando los procesos que describe o generaremos resistencias?

Has escrito un ensayo muy amplio que me ha recordado a aquello que decía D’Ors: «yo soy experto en cuestiones generales». ¿Cómo se elabora un libro que abarca tanto y que recurre a tantas disciplinas, cómo se logra que sea un texto orientado? Y, por curiosidad, ¿cuánto tiempo te llevó?

Efectivamente, en el origen del ensayo con Montaigne está esa voluntad de tratar «cuestiones generales». El núcleo del libro lo escribí durante seis o siete meses, desde octubre de 2019 hasta finales de marzo de 2020, coincidiendo con el inicio de la Pandemia. No es que lo terminase con motivo de la Pandemia, es que el libro se me acabó ahí. Y en ese momento empecé a moverlo, se lo mandé a Ella Sher, mi agente literaria, que lo envió a varios editores, entre ellos al de AKAL donde gustó de primeras. Cuento esta peripecia que puede parecer fuera de la estricta elaboración del libro porque luego, cuando AKAL se comprometió a editarlo, me dio un plazo de un año (en principio el libro iba a salir en primavera de 2021). Me vi con un plazo largo para seguir editando: trabajando, leyendo y escribiendo. Así que ha crecido de manera orgánica, desde dentro, ampliando capítulos e intentando crear una narrativa. Por ejemplo: que cada capítulo contenga una coda autobiográfica o en la que el ensayista, en este caso yo, habla en primera persona, surgió al saber que se iba a editar en ese plazo. Y la propia estructura narrativa la dan esos personajes, como Peter Thiel, que en principio fueron anecdóticos. Thiel era mencionado como un ejemplo de tecnocapitalista avezado, rico e inteligente. Pero al tener tiempo para investigar más sobre él, le hice comparecer tres o cuatro veces a lo largo del libro, creando una especie de sintonía con el lector, que va siguiendo su peripecia. Primero desde su filosofía de las startups y su defensa del monopolio hasta llegar a sus hallazgos intelectuales como especialista en René Girard. Así que partí de un núcleo que se correspondería con la mitad del texto y luego fui ampliando con lecturas y relecturas.

En cuanto a esas lecturas, ¿tenías una bibliografía ya planeada desde el inicio?

No, con el ensayo he trabajado como con la narrativa. No soy un autor que desde el inicio se plantee una estructura cerrada, sino todo lo contrario, voy dejándome llevar. Al inicio mi bibliografía era muy rudimentaria, yo partía de textos literarios y de algunos ensayos que había leído hace tres, cinco o diez años, que dejaron un poso pero no eran libros a los que me pudiera remitir con una cita bibliográfica. Con lo cual tuve que recuperar todos esos textos que había leído hace mucho tiempo, releer algunos y, sobre todo, acometer la tarea ingrata, para mí lo peor del ensayo, que son las notas bibliográficas. Eso de recopilar citas ha sido muy duro. Pero bueno, la bibliografía ha ido apareciendo como las cerezas: un libro llevaba a otro, ese otro llevaba a otros dos y entré en un círculo vicioso inacabable. Si no puedes agotar nunca la bibliografía sobre ningún asunto, mucho menos sobre uno como este, que afecta a tantos campos de lo contemporáneo: el sociológico, el político, el económico… No podía morir en el intento y he hecho lo que he podido.

No sabía si habrías sentido la tentación de inclinarte hacia un formato más académico, pero viendo tu aversión hacia las citas, se me ocurre que quizá valoraste adoptar un tono más autoficcional.

Lo autoficcional queda como una componente del ensayo que, también, quería ser un homenaje al origen del género. Cuando Montaigne te cuenta sus ideas, sus pensamientos, los está entrelazando continuamente con experiencias vitales: habla de personajes de su vida, cuenta anécdotas, conversaciones… Creo que el ensayo, desde su arranque, está trufado de biografía. Precisamente esa es la diferencia entre el ensayo y un tratado filosófico o algo más académico, que a mí me interesan como lector pero no como autor.

Pero siempre hay quien critica a quienes «elevan sus obsesiones personales a problemas filosóficos», lo dicen, por ejemplo, los detractores de Mark Fisher…

Al contrario, eso no es un problema. Yo en el libro hago una apuesta teórica, pero basada en una teoría que arranca y encarna en un cuerpo y en unas vivencias que son las mías. Si yo escribo este libro es para explicarme el mundo; en el fondo el libro está hecho para mí. A diferencia de lo que ocurre cuando escribo narrativa que no lo hago tanto para mí, sino pensando en una historia, unos lectores… Este libro está hecho para mí, para entender nuestro mundo, parte de él o parte de las cosas que nos suceden, especialmente a mí.

Hablando de novela, un género que practicas con un estilo introspectivo y denso, ¿crees que el ensayo es complementario en cuanto a desentrañar el mundo? Todo buen novelista parte de un enfoque personal, de una visión de la realidad, ¿sería el ensayo la sistematización de esa mirada, casi una novela más pero sin personajes?

En mis novelas proliferan los personajes reflexivos y no es una novedad radical que yo escriba un ensayo, es algo que ya existía en germen. Como dijo Miguel Ángel Hernández [en la presentación en Murcia], en mi obra anterior se adivinaba un trabajo ensayístico. Debajo, en ciernes y no sistematizado, pero sí que estaba ahí, tácito; así que lo que he hecho ha sido recoger esos cabos que habían aparecido en un sitio y en otro. De hecho, aparecerán también en Omega, la novela que sale en abril en Aristas Martínez. Hay algunas ideas de esa novela que están desarrolladas en el ensayo y viceversa: al escribir el ensayo me iban surgiendo ideas narrativas que he aplicado en cuentos o en la propia novela. Hay retroalimentación entre géneros.

¿En qué consiste la paradoja de la transparencia si vivimos en un mundo en que cada vez más mecanismos y decisiones dependen de una caja negra?

El algoritmo casi siempre se convierte en una caja negra, en el sentido de que el output no está controlado, a veces ni siquiera por los propios diseñadores. Es el caso de las redes neuronales, que están configuradas por una primera y una última capa pero en medio están las «capas ocultas» que se llaman así porque ese tipo de algoritmo, el «descenso del gradiente», es tan sofisticado que se retroalimenta y va rectificando, así que puede entrenarse y depurarse a sí mismo. Al final no sabes qué está reconociendo una red neuronal. Por ejemplo, hubo una que compró el Ejército Británico para reconocer tanques, incorporarla a drones y que los bombardearan. Pero cuando estaba todo listo, probaron esa red neuronal de reconocimiento de tanques y vieron que el dron bombardeaba a cualquier cosa que se pusiera en su camino. La volvieron a testar y se dieron cuenta de que todas las fotos que habían mostrado a esa red las habían hecho un día nublado, como el día en que la probaron. Resulta que lo que había reconocido no era el tanque sino el día nublado y bombardeaba siempre que hubiera nubes. Nunca sabes lo que aprende una red neuronal. Así que es paradójico: las cajas negras, conviven con la búsqueda, no siempre consciente de la transparencia. Tiene que ver con la conjetura de Von Foerster, un cibernauta de la segunda generación que decía, más o menos, que cuando somos muy miméticos y nos comportamos de manera imitativa en relación a los demás, somos globalmente predecibles por un observador ajeno al sistema. Sin embargo, para el que está inmerso en medio de la sociedad de esa sociedad mimética, todo lo que ocurra serán leyes inexplicables. Me interesa porque da cuenta en buena medida de lo que ocurre, sobre todo, en redes e internet: somos muy miméticos y, sin embargo, nos asombramos por un montón de cosas que serían muy básicas si nos convirtiéramos en ese observador que mira desde fuera.

Hablado de esa idea de «crisis mimética», que recorre todo el libro, ¿sabes si alguien había aplicado ese concepto a las redes sociales?

Es muy difícil ser original. Lo viví como algo que había encontrado yo: cómo llevar a René Girard o a Gabriel Tarde, que eran estudiosos de las cuestiones miméticas a las redes sociales. Y claro, cuando te pones a investigar, sí que hay gente que ha trabajado sobre eso. Pero son artículos muy académicos, cosas muy parciales… No he visto ningún libro de difusión mínimamente generalista que pretenda dar cuenta de esto. Todavía hay campo abierto ahí. Y es una de las raíces o de las ideas clave del libro.

Otra idea fundamental es la saturación de lo posible, el exceso de posibilidades anulándose entre sí.

Sí, el exceso de potencia que conduce a la impotencia, o la posibilidad de morir por saturación. Vivimos en un mundo plagado de estímulos a los que es difícil sustraerse, y caemos en una especie de bulimia que, dependiendo de los apetitos y gustos de cada uno, puede ser cultural, sexual… Rozas el infinito, pero el ser humano se lleva muy mal con el infinito.

Vivimos en un mundo plagado de estímulos a los que es difícil sustraerse, y caemos en una especie de bulimia que, dependiendo de los apetitos y gustos de cada uno, puede ser cultural, sexual… 

Mientras en el mundo empresarial se busca el cambio cualitativo o la disrupción, en la cultura de masas, sobre todo en la música, llevamos décadas dominados por la nostalgia, por lo que Symon Reynolds llama retromanía. ¿Es una reacción ante el vértigo?

Puede ser una búsqueda compensatoria de algo a lo que aferrarse. El otro día leía en Ruido de fondo, de Don DeLillo, que la familia es una institución más respetada y más asentada en países en los que el entorno es caótico e impredecible. La familia como método de compensación frente a ese caos externo, y, sin embargo, en el mundo predecible en que nos movemos nosotros, ahora que el accidente ha salido del cómputo casi exhaustivo de la posibilidad, la familia resulta una cosa más banal. Lo digo a propósito de la nostalgia, como si la cultura fuera esa especie de familia o de bálsamo donde buscamos lo mismo, la repetición o el vínculo estrecho de lo reconocible frente a esa exterioridad tecnológica que nos causa desazón, frente al vértigo de la aceleración.

Otro fenómeno del que hablas es el de la posverdad, ¿ves en ella también algo de reacción?

Es curioso porque usan métodos tecnológicamente punteros. La persona que lee o produce posverdades, volvemos a la paradoja, está usando los medios contemporáneos para retrotraernos a un mundo que es plano o recupera cuestiones políticas carpetovetónicas y melancólicas. Hay pocas posverdades o fake news relacionadas con utopías; todo lo contrario, buscan la vuelta al pasado, son meramente reaccionarias… Solo hay que ver cómo iban disfrazados en la toma del Capitolio, aludiendo a la época ya no del colono, sino a la del pionero que va a explorar una naturaleza virgen y, por otra parte, ideal, porque ya no queda ninguna naturaleza así. Es una especie de fantasía distópica pero no orientada hacia el futuro, sino hacia el pasado.

Hay pocas posverdades o fake news relacionadas con utopías; todo lo contrario, buscan la vuelta al pasado, son meramente reaccionarias

Los algoritmos averiguan la canción en la que estamos pensando y casi conocen nuestros deseos más íntimos, sirven como acceso y como representación inmediata de lo que sucede en el inconsciente, que hasta ahora había estado reprimido o se había examinado cuidadosamente en terapia… ¿Ese acceso tan inmediato al inconsciente tendrá consecuencias catastróficas?

Desde luego que las traería. Yo menciono Neuralink, una de las empresas de Elon Musk, que busca desarrollar implantes capaces de leer los pensamientos. Claro, ¿pero qué tipo de pensamientos, los conscientes o los inconscientes? Imagina un transcriptor de lo que uno está pensando y no dice por no ser grosero. Si eso aflorase sería la extinción del ser humano, no se podría aguantar. De todas formas, yo soy muy escéptico en relación a que un mecanismo sea capaz de transcribir esa información porque, normalmente, ni siquiera nosotros somos capaces de transcribir nuestro propio pensamiento. Ojalá fuera así, pero, precisamente el trabajo de la literatura tiene que ver con esa tarea ardua de verter ese funcionamiento interno del cerebro al lenguaje. Y ya sabemos que en esa transcripción hay lapsus, cometemos errores, etcétera; y nosotros llevamos millones de años de evolución. Un dispositivo por puntero que sea yo creo que jamás va a ser capaz de transcribir sueños o una fantasía. Lo que sí son capaces, desde luego, es de reconocer objetos de deseo y plantárnoslos delante de nuestras narices antes de que a nosotros se nos ocurran. Y eso puede resultar aterrador o iluminador.

Hemos pasado del dominio del cálculo al de la estadística. De la gran herramienta de la Modernidad que avanzaba mediante la deducción a un funcionamiento inductivo. ¿Qué consecuencias epistemológicas tiene algo así?

Efectivamente, el tránsito de lo continuo a lo discreto. También hay físicos que piensan que la materia no es continua sino discreta y que en el fondo todo es información, ya ni siquiera partículas, sino bits. Ya hay quien opina que la teoría está obsoleta o es superflua, que no haría falta elaborarlas a propósito de nada, sino, simplemente, poner una serie de algoritmos a funcionar a partir de datos. Esos algoritmos, si se han recopilado suficientes datos, serán capaces de encontrar las relaciones entre esas variables físicas, químicas, sociológicas… Por ejemplo, Wolfram, un famoso matemático y físico, es partidario de esta idea: todo son algoritmos a partir de estructuras muy básicas. Se puede llegar a logros interesantes así, sin embargo, también hay objetores a este tipo de especulaciones sobre la extracción de verdades a partir del big data. El algoritmo más sofisticado siempre deja de lado algunas cosas básicas que el ser humano es capaz de apreciar de maneras muy elementales. Yo no creo que sea la panacea, creo que el ser humano todavía tiene muchas leyes y regularidades que descubrir.

Al fondo de todo esto está la gran cuestión sobre si la matemática es una descripción del mundo o su naturaleza misma… No sé si preguntártelo, porque Einstein y Bohr no se pondrían de acuerdo.

Sí, en el fondo esta apuesta algorítmica es una matematización absoluta: la Mathesis Universalis, que era el sueño de Leibnitz. Si todo se reduce a información y a bits, todo resulta computable. Y la matemática por otro lado, también tiene un punto especulativo, metafísico, importante. Por ejemplo, con esta reducción del mundo a información, toda la Teoría de los Transfinitos de Cantor resultaría prescindible y a mi juicio no lo es. Es una construcción fantástica a la que, sea real o no, no deberíamos renunciar.

En tu ensayo, para hacerlo avanzar, usas muchos ejemplos matemáticos, sobre todo funciones. ¿Se puede usar una función como metáfora, para codificar información para el lector?

Una de las protagonistas conceptuales del ensayo es no humana: la función exponencial. La función exponencial y la función sigmoide, con forma de «s» son dos protagonistas que aparecen continuamente a lo largo del libro. Los protagonistas de aventuras conceptuales no tienen porqué ser solamente humanos, sino que pueden ser ideas, en este caso, ideas matemáticas. Y la exponencialidad es una idea crucial porque el aceleracionismo es una filosofía que tiene detrás a la función exponencial, como el interés compuesto con el que funcionamos a nivel económico en hipotecas y préstamos. La función exponencial no es más que una metáfora económica de la biología. Replica el crecimiento desaforado de una materia viva, de unas células, que siguen creciendo si no tienen ninguna condición restrictiva de frontera ni de depredación. Es curioso que el capital trate de imitar esa proliferación de la célula cancerígena que busca la reproducción sin coerción ni límite. La mudanza del mundo analógico al digital del capitalismo que estamos viviendo ahora a través de las criptomonedas, por ejemplo, tiene que ver con eso. En el mundo digital no hay restricciones como las del mundo físico, donde puede faltar la materia prima o el ser humano cae exhausto por la fatiga o la muerte. En cambio, el mundo digital es la panacea para el pionero capitalista porque resulta aparentemente infinito y sin restricciones. Así que esa mudanza del capitalismo hacia la tecnología sería una mudanza natural.

El mundo digital es la panacea para el pionero capitalista porque resulta aparentemente infinito y sin restricciones

¿Y si alcanzáramos una situación de abundancia de energía, por ejemplo, a través de la energía nuclear de fusión, crees que el abaratamiento de lo real que mencionas sería reversible? ¿Hay alguna posibilidad de seguir creciendo en el mundo real?

Una energía no contaminante con un rendimiento potente, como sería esa fusión nuclear, cambiaría las dinámicas de muchos países, reconfiguraría el mundo. Pero lo que es inevitable es la consumición de las materias primas y lo que también es insostenible es el crecimiento de la población mundial. El mundo real está limitado naturalmente por el medio y la infinitud solo puede lograrse, en realidad, en otro medio, que es el digital. Otra cuestión es si el ser humano quiere amoldarse a esa infinitud o trasladarse del todo. Yo creo que no, porque el ser humano entiende todo el placer y el pensamiento a través de la finitud, y, sobre todo, a través de ese límite infranqueable que es la muerte. Y otro de los mensajes que aparece en el libro, tomado de Marcus du Sautoy, es que el límite (y el más evidente es la muerte) es necesario para crear. Hay cuestiones humanas muy vinculadas con los límites, y el infinito creo que no es deseable para el ser humano.

Entonces, ¿estás en contra de esa alteración o eliminación de nuestros límites naturales que proponen los transhumanistas?

Eso puede parecer muy repulsivo, sobre todo cuando uno piensa en el transhumanismo de cartón piedra que consiste en incrustarse microchips y accesorios tecnológicos en el cuerpo. Pero hay otro tipo de transhumanismo que reconoce que, en el fondo, el ser humano siempre ha estado dotado de prótesis. El lenguaje es una prótesis humana, la cultura es una prótesis o un exocerebro como dice Roger Bartra… O sea, que de alguna manera siempre hemos sido cíborgs.

Decía Badiou, y lo citas en el ensayo, que «el acontecimiento se contiene a sí mismo», y, por cierto, también lo define matemáticamente. ¿Qué ejemplos de acontecimientos has detectado últimamente?

El acontecimiento es algo autorreferencial y el ejemplo que pongo que cumple con esa dinámica es el #MeToo. El #MeToo es una etiqueta y la propia etiqueta produce el acontecimiento: hasta que no se enuncia es como si no existiera. O lo que hizo Sergio del Molino con la España Vacía y luego «vaciada»: eso siempre ha estado ahí, pero tuvo que llegar él y hacer un libro y al nombrarlo eso adquirió una entidad que incluso ha generado conciencias políticas.

El #MeToo es una etiqueta y la propia etiqueta produce el acontecimiento: hasta que no se enuncia es como si no existiera

Eres profesor de instituto y tratas con alumnos muy jóvenes. ¿Tus alumnos notan los procesos que les afectan, perciben la aceleración?

Sí, son conscientes de ello. Son seres humanos y no autómatas ni partículas aceleradas desprovistas de conciencia, aunque algunos pretendan ver así a los adolescentes y es verdad que algunos tienen esa pinta. Por ejemplo, en mi instituto usamos tablets y ahora hay una comisión para decidir si seguimos con ellas o no. Se ha propuesto una encuesta tanto a profesores como alumnos sobre su uso y es curioso que exista un porcentaje elevado de alumnos, rondará el 50%, que prefiere usar libro de texto en papel. Puede sorprender porque estamos hablando de chicos de ESO, de 12 a 16 años, que están muy vinculados a las nuevas tecnologías; pero, en el fondo, saben reconocer sus defectos como la dispersión que crean. A veces están pidiendo a gritos que se la quites, diciéndote que si la tienen delante no podrán resistirse. Y la falta de atención, la dificultad que tienen para concentrarse en una tarea, sea un problema matemático o escribir o leer un texto, es una de las consecuencias del abuso de las nuevas tecnologías que los profesores notamos en los últimos años. A mí también me pasa, pero yo tengo unos recursos con los que paliar esa adicción, pero estos chicos son demasiado jóvenes como para tener esos recursos. Así que lo de la adicción y la dopamina no es ninguna tontería, hay muchos estudios psiquiátricos que también las relacionan con la ludopatía. Precisamente, la dopamina inhibe la zona del cerebro que controlaría esos impulsos que nos llevan a la dispersión y al juego, que no son más que una interacción continua.

Ante todos estos fenómenos, ante una aceleración de consecuencias casi impredecibles para cada individuo, ¿qué podemos hacer? ¿abandonarnos como la polilla que se consume contra la luz o resistir?

Ante la aceleración de los procesos sociales, económicos y emocionales caben diversas opciones: o fluir con dichos procesos de manera más o menos consciente, u oponer una resistencia en forma de control de los algoritmos (a través, por ejemplo, de un cuerpo de funcionarios especialistas en algoritmos que eviten sesgos de raza, de género o cualquier otro tipo de discriminación) y los datos que constituyen su combustible. Un empoderamiento efectivo de los usuarios de internet consistiría en la posibilidad de ceder a voluntad determinado tipo de datos, tanto a empresas privadas como públicas a cambio de una lógica remuneración (en el caso de las primeras) o de una exención parcial de impuestos si hablamos de las segundas. Creo que el Metaverso (el de Zuckerberg o el que proponga otra compañía) poseerá una influencia limitada. Los humanos todavía tenemos en alta estima sentidos como el tacto, el gusto o el olfato; para ellos la tecnología solo ha producido hasta ahora simulacros más bien insatisfactorios. Precisamente (esa es mi experiencia, al menos) el confinamiento durante la Covid nos sirvió para darnos cuenta de hasta qué punto añoramos eso que seguimos denominando presencia, insustituible de momento por ningún hallazgo tecnológico.

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