5 de abril. – Sir Winston Churchill
En una de las tertulias en las que se comentaba lo ocurrido últimamente en el PP, uno de los participantes achacaba la situación del partido a «la falta de canas» en la cúpula dirigente, es decir, a que se hubiera prescindido de los políticos con experiencia. Al mismo tiempo, se criticaba que el presidente Biden sea un anciano cuya avanzada edad podría restarle firmeza en las decisiones que hay que tomar en estos momentos, como si «el poder» fuera un abstracto en posesión de una sola persona y no de un conjunto de ellas.
Sin embargo, los mismos medios rememoran la figura de Sir Winston Churchill en referencia a las actitudes de algunos mandatarios cuyo valor se compara con la del mítico primer ministro británico que ejerció el poder hasta bien entrado en la vejez.
El día 5 de abril de 1955 renunció a su cargo cuando ya contaba 81 años; la cuestión no era tanto la edad como el hecho de que tres años antes, en junio de 1953, había sufrido un derrame cerebral de mayor envergadura que los pequeños ictus que tuvo después de finalizar su primer mandato en 1945 y traspasar los trastos a su sucesor Chamberlain. Si a esas circunstancias añadimos su legendaria dipsomanía y su afición al tabaco, cabe preguntarse si una poderosa inteligencia es capaz de sobreponerse a las condiciones meramente fisiológicas con las cada uno de nosotros viene al mundo.
Había nacido en 1874 en una familia aristocrática, lo que facilitó su buena crianza y su esmerada educación. Fue político, escritor, corresponsal de guerra, pintor y hasta le concedieron el Nobel de Literatura en 1953, sin duda, una fuerza de la naturaleza que gobernó en los tiempos más revueltos del siglo XX.
Ejerció como primer ministro por el partido Conservador (Tory) en dos períodos trascendentales: entre 1940 y 1945, durante la II Guerra Mundial y de 1951 hasta 1955, en los tiempos más duros de la Guerra Fría.
El 13 de mayo de 1940 pronunció ante el Parlamento británico la frase que ha quedado como enseña de su pensamiento: solo puedo ofrecer sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Años después reflexionaría en sus memorias sobre todo lo vivido y en ellas dejaría otras sentencias como «la guerra es, sobre todo, un catálogo de errores garrafales» todavía de triste actualidad.
Los nuevos planes de estudio pretenden eliminar algunos aspectos básicos de la Historia como la lectura de los clásicos; menos mal que se sigue recurriendo a ellos en las ocasiones en las que se necesita calificar a algunos de nuestros líderes o buscar salida a los conflictos recurrentes de los seres humanos.
8 de abril. – Canal de Suez
Imposible comprar un coche nuevo: la falta de componentes, el cierre de algunas fábricas, las dificultades de traslado y un largo etc. de razones alargan los plazos de entrega mientras se elevan los precios de los vehículos de segunda mano para regocijo del sector. Las consecuencias del conflicto que vivimos ponen una vez más en evidencia lo dependientes que somos y lo interconectados que estamos; y no parece que se tomara nota cuando el Ever Green se cruzó en el Canal de Suez el 23 de marzo de 2021 taponando el tráfico y generando el caos hasta que pudo ser desencallado 6 días después.
En torno al 12% de la producción mundial pasa por este canal desde su reapertura el 8 de abril de 1957 tras un tiempo cerrado por motivos estratégicos y no naturales. La construcción de tal obrón se inició en abril de 1859 —gracias al empeño de un ingeniero francés, Ferdinand Lesseps— y fue inaugurado en 1869, diez años después, por su prima, la emperatriz de origen español Eugenia de Montijo.
La idea de unir el Mediterráneo y el Mar Rojo no era nueva: los egipcios de la antigüedad ya previeron la creación de canales que unieran el Nilo y el mar bíblico que Moisés supo partir por la mitad con un grito hiperhuracanado. Y mano de obra gratuita no les iba a faltar teniendo en cuenta la tradición faraónica de emplear a los fellahs en épocas de parón agrícola para la construcción de sus enterramientos.
En el siglo XIX las grandes potencias colonizadoras pusieron dinero para llevar a cabo un proyecto que iba a hacer realidad el sueño de agilizar el transporte marítimo. El plan convertía la zona en uno de los puntos estratégicos más importantes del planeta: un canal de 163 km de largo que uniera Puerto Said, en el Mediterráneo, y Suez, en el mar Rojo, pero también una frontera entre dos mundos siempre enfrentados, judíos y musulmanes, África y Asia.
Años más tarde, los egipcios pusieron a la venta las acciones que estaban en su poder para recaudar dinero con el que construir la famosa presa de Asuan y fueron los británicos los que, una vez más, estuvieron al quite para hacerse con los derechos. El primer ministro de la época, Disraeli, no tuvo que empeñarse mucho para convencer a la reina Victoria ni a los banqueros, que se constituyeron en UTE, comandados por los Rostchild, para prestar la pasta.
Los británicos mandaron hasta que Nasser decidió nacionalizar el canal en 1956, hecho que provocó la ira de aquellos que decidieron, en venganza, apoyar a los judíos frente a los musulmanes en la Guerra del Sinaí. La zona, sea por religión, por petróleo o por déjame pasar a mí, siempre ha sido un punto caliente, aunque estos tres mandamientos se cierran en dos: el dinero que provee.
De lo que se habla menos es de los cambios producidos en el ambiente ecológico como consecuencia de la apertura del canal: el mar Rojo es más cálido que el Mediterráneo, ambos tienen diferente salinidad, las especies animales han podido migrar y establecerse fuera de sus nichos naturales y los flujos de aguas han cambiado el sentido de las corrientes.
Un barco se cruzó y paralizó una parte de las economías planetarias, un dirigente decide recomponer un imperio manipulando el grifo del gas a su antojo y todavía nos preguntamos si no es la economía lo que está detrás de cualquier enfrentamiento o cuál es la auténtica especie depredadora.
9 de abril. – Vasarely
El paseo de la playa del Postiguet de Alicante, comúnmente llamado «ruta del colesterol», tiene un pavimento que puede llegar a marear por la manera en la que están colocadas las baldosas: reproduce en dos dimensiones lo que la vista percibe como si fueran escalones. El diseño de este suelo es heredero del llamado OP ART —optical art— una forma de abstracción geométrica creada por el húngaro Víctor Vasarely y seguida por otros artistas del siglo XX.
Vasarely, nacido el 9 de abril de 1908 en Hungría, fue un estudiante de medicina más interesado por el arte que por la anatomía; le costó un poco de trabajo convencer a su padre para que le permitiera dedicarse a lo que ahora llamamos diseño gráfico y acabó marchándose a París donde entró en contacto con el mundo del artisteo. En aquellos momentos de ebullición entreguerras habían aparecido todo tipo de tendencias que conocemos como vanguardias históricas, entre ellas la Abstracción, que tanto éxito estaba teniendo en EEUU.
En Europa surgió entonces el Op Art que buscaba la acentuación de ciertos efectos ópticos inestables, desde movimientos aparentes hasta ilusiones espaciales. Para los que lo desarrollaron era un tipo de arte muy participativo porque buscaba la reacción del espectador y su percepción ante el o los objetos. A veces marean, sí, pero también nos puede llevar a la ensoñación, son obras para embelesarse.
El primer trabajo y el más conocido de Vasarely fue Zebra inspirado en los animales más op art de la naturaleza; posteriormente su producción tendería hacia la geometría colorista totalmente abstracta, y, en los últimos momentos de su vida, hacia la geometría en blanco y negro. Su obra influiría mucho en la aparición del llamado Arte Cinético que, además de ilusiones ópticas, acabó adquiriendo movimiento real.
Uno de sus seguidores fue precisamente un alicantino, Eusebio Sempere como lo fueron también el venezolano José Rafael Soto y Alexander Calder, cuyos objetos móviles son en parte herederos de la ilusión óptica imaginada por Vasarely.
Antes de que las pantallitas se utilizaran para distraer a los bebés en sus carritos, estos portaban unos objetos de colorines que se movían con el aire y que estaban inspirados en aquellas obras. Creo que también han pasado a la historia.
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