Ficción

La anomalía cromática que sacudió Europa

Relato finalista en la categoría de narrativa de Ciencia Jot Down

Este texto ha sido finalista del concurso DIPCLSC-Laboratorium en la modalidad de narrativa de ficción científica de Ciencia Jot Down 2021. Puedes leer aquí el texto ganador en la modalidad de ensayo de divulgación científica.

El médico nunca había pensado que su modesto jardín atraería a tantos nobles europeos. Se movían nerviosos y apresurados entre los parterres, medio agachados, acercando sus ojos a todas las flores que aún no conocían. Agitados por la emoción, un grupo formado por italianos y austriacos se le acercó. Querían saber qué clase de tulipán era aquél, con pétalos como llamaradas rojas, como rayos sobre un perianto blanco lechoso.

No era la primera vez que le preguntaban. Era el Semper Augustus, el tulipán más caro del mundo: un solo bulbo costaba lo mismo que una casa lujosa a orillas del mejor canal de Ámsterdam. Al cambio actual, estaríamos hablando de un apartamento dúplex en la 5ª Avenida de Nueva York. Los coleccionistas se volvían locos por conseguirlo mientras los pintores llenaban sus naturalezas muertas de tulipanes estriados. Se rumoreaba que solo había una docena de ejemplares en circulación.

El médico sonrió para sus adentros. Ahora que acaban de abrir una cátedra de botánica en su facultad, las plantas medicinales habían dejado paso a las ornamentales. Alineándose con los intereses del estado holandés, el médico comprendió que era mucho más lucrativo cultivar rosas amarillas de Asia Menor, coronas imperiales del Golfo Pérsico o tulipanes extravagantes del Imperio Otomano que recetar infusiones y cataplasmas de raíces machacadas. Y él no era el único. Cientos de burgueses, mercaderes y científicos se habían visto arrastrados por la tulipomanía, una euforia especulativa que cimentaría el capitalismo y llevaría la oferta y la demanda de los mercados internacionales a la primera burbuja económica de la historia.

Figura 1: Ilustraciones científicas en acuarela del siglo XVII de tulipán Semper Augustus vía Wikimedia Commons.

Más allá del conocimiento y la ciencia, el gusto por la horticultura se convirtió en un símbolo de estatus, de prestigio. Las flores irrumpieron en la vida económica, social y cultural con una intensidad inusitada. El grupito de nobles seguía cuchicheando entre sí. «Debe ser una variedad nueva, quizás de Turquía». «Mi primo el archiduque lamentaría mucho tener que prescindir de semejante belleza en su colección». «Para los Orange, un lirio flamenco será siempre muy superior a cualquier tipo de tulipán»”. Todos asentían y comentaban, intentando poner una expresión neutra que no evidenciara su profundo deseo.

El médico los contempló igual que contemplaba a sus hierbas del jardín. Unas plantas son oportunistas, y acaparan todos los recursos de la tierra, algunas incluso son parásitas o venenosas. Otras perfuman las noches con aromas dulces y pueden producir fruta. Harían falta cientos de años para comprender por qué esos tulipanes mostraban unos patrones de color tan extraños. En el siglo XVII, los expertos pensaban que se podía conseguir un tulipán estriado mediante un estricto método de cultivo, combinando tierras distintas, variando la profundidad de siembra o calculando el estiércol adecuado. Sin embargo, era realmente difícil obtener un tulipán variegado, pues las causas de sus estrías no se debían a condiciones ecológicas.

Los tulipanes flamígeros estaban enfermos. Sufrían la infección de un virus muy específico: un potyvirus de ARN monocatenario positivo, que es huésped solo de tulipanes y lirios. Este virus de mosaico, llamado TBV por sus siglas en inglés, comparte grupo con otros virus como el dengue o el coronavirus, y causa cambios en los pigmentos de los pétalos. En 1935, Wendell Meredith Stanley cristalizó el virus, obteniendo por ello el Premio Nobel de Química. Se transmite por áfidos, unos pequeños insectos que viven en las plantas y llevan el virus en sus piezas bucales. Estos, al mordisquear la planta, introducen el virus en la planta, que empieza a reproducirse infectándola. Los largos filamentos del virus «rompen» el color del tulipán, tanto por decoloración local como por acumulación de pigmentos y distribución irregular de la antocianina, responsable del color rojo. A cada nueva generación, el virus afecta más y más al bulbo, retrasando su crecimiento y mermando su vigor reproductivo, hasta que se atrofia y se marchita, muriendo.

Imagen de áfido Aphidoidea puceron por Luc Viatour 

Sin embargo, nadie por aquel entonces conocía la existencia de ningún virus. Sus colores exóticos y la imprevisibilidad de los patrones virales los convirtieron en un misterio y una sorpresa cara. Los mecenas encargaban dibujos y pinturas de las flores que tenían en sus colecciones y jardines privados, mientras los comerciantes hacían lo mismo con sus catálogos de venta. También los científicos estaban ocupados ilustrando y clasificando especies en herbarios; la botánica como ciencia independiente estaba emergiendo. En paralelo a la expansión colonial y el monopolio del comercio, una edad de Oro de conocimiento, belleza y lujo unió para siempre arte y ciencia en la forma de un tulipán, el símbolo holandés por antonomasia.

El médico, acuclillado cerca de sus rosales, se volvió sobresaltado. De repente, ya no quedaba nadie en su jardín. «Por fin», suspiró. Se acercó con pasos rápidos al tulipán, pensando en lo caprichosa que es la naturaleza y cómo juega con las voluntades de los hombres, que incluso sin comprender la realidad, construyen el mundo a su medida. Cogió una regadera de latón y se dispuso a hacer un breve riego vespertino. Su Semper Augustus no viviría para siempre y él quería pasar el mayor tiempo posible a su lado.

De hecho, esta variedad ya no existe; se perdió a finales del siglo XVII y nunca más pudo recuperarse. Solo quedan descripciones, anotaciones en catálogos botánicos y sus flores inmortalizadas en obras de artistas como Jan van den Hecke, Ambrosius Bosschaerts, Maria van Oosterwijck, Daniel Seghers y Jan Brueghel el Viejo. Estas pinturas contienen información valiosa no solo sobre valores estéticos, sino también sobre la diversidad genética de las especies botánicas durante la revolución científica en Europa, con todas sus consecuencias culturales, económicas y políticas. Así, la botánica y el arte floral pudieron desarrollarse exitosamente como disciplinas independientes debido a su exitosa retroalimentación mutua.

Pero, ¡nada de dramas! No todas las variedades de tulipán estriado se han perdido. Hasta hace unos años, era imposible e ilegal hacerse con bulbos variegados que tuvieran el virus, ya que pueden transmitirse a otras flores muy fácilmente mediante insectos como áfidos, y arruinar jardines y cultivos enteros en poco tiempo. Para evitar la propagación de la enfermedad y satisfacer las demandas de los compradores, se crearon los llamados Rembrandts modernos, tulipanes que, sin el virus, se han modificado genéticamente para mostrar patrones colores a rayas, en forma de llama o estrías. Estos colores se mantienen en las variedades genéticas actuales como mutantes estables, pero no debido a causas epigenéticas como los tulipanes rayados antiguos. Los más puristas y nostálgicos deberán acudir a sociedades especializadas con controles muy estrictos para optar a bulbos víricos de variedades como la legendaria Zomerschoon, de alargados pétalos color fresa sobre crema, que existe desde 1620, o la Absalon, con llamas color chocolate arremolinadas sobre dorado, desde 1780.

Así que la próxima vez que vaya a un museo, deténgase un momento y busque algún cuadro con un tulipán flamígero. Por un instante se sentirá como aquel médico paseando por su húmedo jardín, conocedor de un gran secreto: durante un breve lapso de tiempo, la ciencia y el arte europeo se fundieron en una hermosa y enferma flor.

Bosschaert II, A. (1635). Naturaleza muerta con flores. Utrecht: Centraal Museum.

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