Esther Paniagua está considerada una de las mejores periodistas científicas de Europa. Se especializó en el campo de la ciencia y la tecnología, y es colaboradora habitual en El País, El Español, Xataka o Muy Interesante, entre otros. Su libro Error 404, ¿preparados para un mundo sin internet?, publicado este mes de octubre, analiza el peligro real de que nos quedemos sin conexión, y perdamos todos los servicios en que hoy apoyamos nuestra vida cotidiana. No solo por posibles fallos de la infraestructura, sino por dependencia de la red cada vez mayor, que podría acabar conduciendo nuestra sociedad al colapso.
Quedarnos globalmente sin internet no es algo en lo que pensemos muy a menudo. ¿De dónde surgió esa idea?
No, es cierto, no lo pensamos, y probablemente yo tampoco lo hubiera pensado de no ser por una conversación con mi amigo el periodista Toni García Ramón, mientras hablábamos de Daniel Denett, filósofo de la ciencia y experto en temas cognitivos y neurociencia. Toni le había entrevistado en una charla TED, donde Denett le dio el titular de que internet se caerá, y habrá oleadas de pánico. Toni me dijo que porqué no desarrollaba yo esa idea en un libro, y le respondí que ni loca, a un libro hay que dedicarle mucho tiempo y recursos, y no ganas dinero, además el periodismo es una profesión bastante precaria y no me daba la vida, la verdad. Pero el caso es que la idea se me quedó en la cabeza, comencé a pensar en qué podría contener un libro así, fantaseé con la idea de entrevistar a Denett, algo que me apetecía porque le admiro mucho… Total, que al final empecé a investigar y descubrí que había sustancia tecnológica detrás. Luego coincidí en un evento en Perugia con el fundador del Oxford Internet Institute, el cual me confirmó que abordan este posible colapso en sus reuniones anuales, porque hay un temor real a que se produzca.
De hecho tu libro sale a principios de octubre y pocos días después se cae Facebook, WhatsApp e Instagram, y el resto de servicios de la empresa.
Bueno, en realidad cuando eso ocurrió estábamos en la campaña de lanzamiento pero aún ni siquiera se había publicado. El libro ha aparecido hace una semana, pero parece más tiempo porque debido a lo ocurrido todo el mundo se ha puesto a hablar de él. Estoy por darle las gracias a Mark Zuckerberg, a quien por cierto no le gustaría lo que he escrito, aunque me haya ayudado a llegar a más gente.
¿Por qué no le gustaría?
Porque no solo hablo de nuestra dependencia de la infraestructura física, sino de que internet se conecta también con la dependencia emocional y adicción personal que tenemos con la red, además de con otros problemas que yo ya estaba analizando como periodista en mi campo de trabajo, el de la tecnología. Zuckerberg está agravando estos problemas, sobre todo al crear una fuente de dependencia en lugares donde la gente no puede pagar por el acceso a datos, como en la Birmania. Allí Facebook crea una infraestructura de acceso donde la única vía de entrada es su aplicación, eso es muy lucrativo para él, pero a cambio las personas solo pueden acceder a la información que ellos les suministran. Eso hace más difícil llegar a la información verificada o a la evidencia científica, y mucho más fácil llegar a la opinión polarizada y a la conspiranoia.
Y a quedarse sin servicio si la aplicación se cae. Pero pese a todo eso la caída de internet no es algo que preocupe a la gente, fuera de los especialistas en tecnología. ¿Por qué crees que ocurre así?
Bueno, aquí hay dos temas. En cuanto a los expertos y personas que están en el área de ciberseguridad no es que no les preocupe, sino que supone invertir muchos recursos para que no suceda. Y luego, en cuanto a los ciudadanos comunes y corrientes, e incluso las empresas, lo ven como algo lejano. Aún no ha habido casos muy grandes que hayan dado mucho que hablar, aunque sí que empieza a haber más conciencia, sobre todo en Estados Unidos a raíz del caso SolarWinds —ataque a esta compañía que expuso datos de Microsoft, la NASA o Cisco en diciembre de 2020— y del ataque a Colonial Pipeline —un bloqueo realizado por hackers obligó a detener el oleoducto que suministra el 45% del crudo estadounidense—. Ambas las cito en el libro, pero fíjate que ha habido más caídas, justo en verano, cuando hablaba de la fecha de lanzamiento del libro con Debate, hubo una que afectó a muchos servicios, bancos, compañías de telecomunicaciones en España, y periódicos. Comentamos que hubiera sido un buen momento para sacarlo, y yo señalé que no importaba, que habría más. Y así ha sido con Facebook, una caída todavía mayor y de más envergadura. Lo que demuestra que internet no es tan segura e inquebrantable como nos pensábamos. Cuando oímos de estos casos le vemos las orejas al lobo, pero luego volvemos a nuestro día a día y seguimos con nuestras rutinas, tanto en casa como en las empresas.
Pese al riesgo añadido de perder, con la caída del servicio, datos importantes para nuestro día a día.
Claro, porque no son solo las copias de seguridad, o el guardado de nuestras contraseñas, sino especialmente el seguimiento de nuestros contactos. ¿Los perdemos si se cae internet? Es obvio que no para siempre, sabemos que si falla va a volver, y tenemos el conocimiento suficiente para recuperar los datos incluso si el daño es grande, pero lo que no sabemos es en cuánto tiempo. Están, además, los ciberataques dirigidos al borrado de archivos, en los que sí que nos quedaríamos sin todo. Con todo esto ocurre un poco como con el cambio climático: vemos, oímos noticias, lo hemos comentado, pero no ponemos atención hasta que no hay grandes eventos que nos afecten, e incluso en ese caso, seguimos siendo muy lentos. Como ciudadanos tampoco tenemos acceso a muchos informes científicos relevantes, como los que se manejaban sobre el riesgo de que hubiera una pandemia. Y los había, pero no se les había hecho mucho caso. Así es como nos hemos encontrado una situación que hace tres años nos la hubiéramos imaginado como apocalíptica e impensable, hubiéramos creído imposible la situación de no poder salir de casa, llevar mascarilla, y sin embargo fíjate ahora cómo estamos.
¿Entonces con internet sucede un poco lo mismo, que no hay planes de emergencia?
Bueno a ver, esto no es sencillo. No es que no tengan planes, los hay, adaptados a la contención de infraestructura crítica, pero aunque internet lo es, no existen específicamente para ella. Sí los hay para la electricidad de la que depende, pero desde Red Eléctrica no quisieron hablar conmigo, que es algo que me hubiera gustado, para saber en qué consisten sus planes de contingencia, si involucran a las operadoras de telefonía, y en general a la infraestructura afectada. Si se cae internet necesitamos un plan de respuesta, lo que se llama los First Responders, que de hecho aquí en España tienen Protección Civil y Cruz Roja para catástrofes. Y también una alternativa para saber cómo funcionamos en ese caso, que fue lo que ocurrió con el SEPE, no se lo esperaban y fue un caos —ciberataque al Servicio Estatal de Empleo en marzo de 2021, el servicio pleno tardó un mes en restablecerse—. Y lo fue porque no sirve volver únicamente al lápiz y papel de la era analógica, a nivel organizativo hemos asumido procesos tecnológicos y ya no estamos preparados para funcionar analógicamente. Qué procedimientos seguimos entonces si se cae internet, cómo seguimos realizando las operaciones. Un día, dos días, bueno, pero después de ese tiempo ya es más difícil seguir funcionando porque empieza a haber problemas en cascada y en la interconexión de organismos y empresas.
Así que se conoce el problema, pero no se invierte en soluciones.
Es que requiere muchos recursos. Para cada vulnerabilidad de la red y cada brecha de seguridad hay que establecer un protocolo, hacer análisis, reportes, tener dedicado a ello equipos humanos y materiales. Eso requiere una inversión que muchas veces se considera que no compensa beneficios con gastos. Mal considerado a mi juicio pero claro, a nivel político los gobiernos funcionan a cuatro años y nunca se piensa me va a tocar justo a mi, puede tocarme lo del SEPE que en el fondo no es muy grave porque acaba restableciéndose, pero piensan «a mi no me va a tocar uno que sea crucial». Así que seguimos sin invertir ese dinero porque es, además, una inversión invisible, la gente tampoco la aprecia ya que no hay una llamada ciudadana a invertir más en estos temas. Los políticos funcionan mucho por lo que esté pidiendo la gente en la calle, por las preocupaciones que figuren en el CIS, si de pronto la ciberseguridad figurara en los primeros puestos el gobierno se pondrían más las pilas. Tenemos miedo a que nos ataquen en la calle pero no a que nos ataquen en internet, cosa que pasa constantemente.
Haces una reflexión interesante relacionada con este peligro, asegurando que el teléfono consigue que tengamos internet siempre disponible, que no la apaguemos nunca, haciéndonos adictos, y que eso aumentará con el IoT, la internet de las cosas, que conecta a la red desde la nevera hasta el timbre. ¿Vamos a estar cada vez más expuestos?
Sí, y ya lo estamos viendo, cada punto de entrada a internet es un punto de vulnerabilidad. Estamos conectando cosas sin protegerlas adecuadamente, como algunos casos muy tontos que cuento en el libro, por ejemplo el de la pecera conectada que permitió el hackeo de un casino. Suena a coña, a peli de humor, pero es real. Por hacer la gracia conectamos un aparatito para poner una luz diferente en la pecera desde el móvil, y por hacer esa chorrada generamos un problema con un montón de pérdidas económicas. Muchas veces no pensamos en las consecuencias de conectarlo todo, con el peligro añadido de que en los gadgets además lo barato sale caro, no miramos lo suficiente si lo que hemos comprado cuenta con estándares de seguridad suficientes para que no sea un punto de hackeo de tus cuentas, o un punto de control externo. Se han hecho demostraciones de cómo un hacker puede controlar remotamente un vehículo y hacer lo que quiera contigo, secuestrarte o matarte. También se ha probado con aviones, y yo no digo que no tengamos que avanzar en la digitalización, pero si lo hacemos tenemos que hacerlo bien porque si no es pegarnos un tiro en el pie.
Ya se alude a ese avance en la digitalización: Mark Zuckerberg no para de hablar del metaverso como una internet evolucionada 3.0.
El metaverso supone replicar todos los problemas del mundo digital en un mundo todavía más inmersivo. Si el ser humano aspira a vivir virtualmente ahí, a no relacionarse más en el plano físico, y hacerlo todo desde su casa con unas gafas puestas, pues se puede hacer. Pero primero tendremos que arreglar internet y hacerlo funcionar para todo el mundo. Después a lo mejor ya nos trasladamos al metaverso si es lo que queremos.
Hablas de algo muy curioso en tu libro, catorce guardianes de internet, encargados de guardar la infraestructura de los nombres de dominio, fundamental para que la red funcione. ¿Alguno de ellos es mujer?
Hay una mujer, una sueca.
Así que tampoco en la infraestructura de internet hay igualdad de género.
No la hay. Y si hablamos del caso concreto de España, es que además se están reduciendo las matriculaciones de mujeres en las carrera de ingeniería informática, y esto es un drama. Curiosamente, esta brecha no es tan grande en otros países, especialmente en los países árabes, que abanderan el número de graduadas en ingeniería, como Argelia, Marruecos, Siria o Túnez, y lo mismo en América Latina en muchos de cuyos países hay casi el mismo número de mujeres que de hombres. A la hora de hacer mi libro esto me supuso un problema, porque yo me preocupo de entrevistar a mujeres y darles visibilidad y claro, es muy difícil. Entre los pioneros de internet no hay ni uno, había una, Sally Floyd, que murió, y ésta es la única que yo tengo fichada como pionera. En España hay algunas, como Soledad Antelada en el área de ciberseguridad, pero con el problema de que ya son muy conocidas, al menos en el nicho en que yo me muevo, porque como son tan pocas se las cita mucho.
María Sefidari, que es presidenta de la Fundación Wikipedia, y española, a la que entrevisté, y que tiene mucho conocimiento sobre internet, ha estudiado mucho cómo la red ha sido un entorno hostil para las mujeres desde el principio. No solo la red, sino el entorno informático, que era un sector de colegueo entre hombres donde no tenía cabida la mujer. Actualmente se siguen viendo estos problemas de hostigamiento en muchas profesiones, con acoso en los ámbitos tecnológicos, de videojuegos, y especialmente las periodistas, que son las que más acoso reciben. Curiosamente donde sí hay muchas mujeres, y la mayoría de referentes que tengo en ese área lo son, es en la ética de la tecnología: Gemma Galdon en España, Sandra Watcher en Reino Unido, Cathy O’Neil en EE.UU. Y Carmela Troncoso, con su trabajo en ciberseguridad, ella creó el protocolo DP-3T, a partir del cual Google, Apple y el gobierno español hicieron sus aplicaciones de rastreo de contactos covid.
Nos metes miedo durante doscientas páginas con la caída de internet, pero al final comienzas a hablar de soluciones. Eres «tecnoptimista», por tanto.
Siempre he tenido una dualidad entre el «tecnoptimismo» y el «tecnopesimismo», me metí en periodismo científico y de tecnología porque me gustaba dar buenas noticias, y las investigaciones en tecnología y salud son fuente de progreso, pero obviamente también caes en la cuenta de todo lo malo que sucede alrededor y no puedes mirar para otro lado. Por eso quería hablar de esta otra parte en el libro, ya que mi objetivo no es criminalizar internet, que no es el problema en sí, sino hacer una llamada a la acción, a que al menos lo intentemos. Nos está pasando lo que con el cambio climático, el aumento de la temperatura en internet está llegando a un extremo insostenible, a punto de llevarnos al colapso humano. Tenemos que hacer algo al respecto, es imprescindible, y hay poder para facilitar la competencia, facilitar la portabilidad, que me parece un factor clave, y un montón de cosas más que propongo en los capítulos finales del libro. Unas son ideas mías, y otras las he ido recogiendo de otros. Hablamos de no diseñar plataformas adictivas, de cambiar sus algoritmos, de no poder hacer publicidad personalizada, y que además todas estas obligaciones se vinculen con la libertad de las empresas para poder ofrecer sus servicios online. E impedírselo si no cumplen.
Para conseguirlo propones crear un órgano internacional similar a la ONU, como la Alianza Democrática por la Gobernanza Digital.
Sería similar al Digital Single Market, mercado único digital del que la UE lleva hablando mucho tiempo, pero más global, incluyendo EEUU, la UE, y otros países democráticos, en vías de ser democracias o semidemocráticos. Como la India, que tiene las dos caras de la moneda, es el que más apagones genera a su población, les ha dejado sin internet en varias ocasiones, pero también tiene su lado más democrático. Es muy complejo llegar a acuerdos en tantos países, pero ya se están viendo avances, acabamos de verlo en septiembre con el acuerdo entre EE.UU. y varios países europeos a través del Consejo de Comercio y Tecnología, el TTC, para impulsar la inteligencia artificial ética, la producción de chips, y limitar en parte el poder de las tecnológicas. Es un pequeño tímido primer paso que podría conducir a algo más grande, como lo que yo propongo. En septiembre me llegó una convocatoria del Club de Madrid, que reúne a expresidentes y exjefes de estado, convocan a científicos de primer orden y miembros de la sociedad civil, y están empezando a trabajar en una propuesta de gobernanza digital -aunque se centra solo en la inteligencia artificial-. Pretenden que abarque un montón de países, que sea a nivel global, a fin de tener unos acuerdos básicos para la gobernanza de la IA en un plazo de cinco años. Va también en una línea parecida a lo que yo digo, aunque lo importante no es tanto que lo centremos en una tecnología concreta, —IA, internet, Big Data—, sino en los valores con los que guiamos esto y crear unas normas básicas que no se ciñan a un tecnología en concreto.
Auguras que cuando todo eso se produzca puede haber una nueva época dorada. Te atreverías a ponerle una fecha.
(Ríe) Claro, quién se atreve a esto, yo no. Me gustaría pensar que de aquí a cinco años hemos al menos dado pasos muy importantes en este sentido, y ya hemos empezado para entonces a desbloquear esa prosperidad compartida de la que yo hablo. Es bastante optimista por mi parte, pero también me parece que poco a poco vamos avanzando. En la Unión Europea ya se están planteando muchas normas que cito en mi libro, como la Ley de Servicios Digitales, la propuesta de Reglamento sobre inteligencia artificial, incluso el Reglamento General sobre Protección de Datos. Lo que hace falta es que se adopte de manera global, y hasta EE.UU., que hace unos años era muy contrario a reglamentar la protección de datos, ya comienza a entrar en vereda, porque están viendo lo que sucede con todas estas empresas tecnológicas, e incluso hay estados como California con leyes similares. Creo que estamos en un proceso de transición, hace falta un empujoncito, como con el cambio climático, que acelere todo esto.
Me han gustado mucho tus alusiones a libros de ficción en Error 404, anticipando los escenarios de los que nos hablas. ¿Cuáles recomendarías a los lectores de Mercurio? Además del tuyo, claro.
(Ríe) Sí claro, aunque el mío no es de ciencia ficción, pese a que algunos podrían pensar que sí. El que más me sorprendió, y de hecho creo recordar que me puso sobre su pista Vinton Cerf o Daniel Denneth, es el primero que cito, La máquina se para, de E.M. Foster, muy cortito y fácil de leer. Lo leí en inglés, no sé si está publicado en España. Este es muy chulo, y hace darte cuenta de cómo en 1909 ya alguien pudo vislumbrar hacia dónde nos dirigíamos. Es además una descripción del metaverso. Luego los básicos que todo el mundo que conoce, Un mundo feliz, 1984, y la Guía del autoestopista intergaláctico, cito otros cuantos, pero no quería ser muy pedante. A menudo me encuentro autores que las ponen para demostrar lo culto que es y los libros que lee, y yo quería hacer un alegato más a lo popular, a la cultura pop.
Porque en tu libro, como en la mayor parte de los que se escriben sobre tecnología, siempre hay un poco de ensoñación, de previsión de un futuro que está por llegar.
Es verdad, el desarrollo tecnológico viene siempre de la imaginación, de esa ensoñación sobre lo que queremos hacer, qué tipo de aparatos queremos construir, cómo queremos vivir en el futuro, hay necesidad de esa imaginación. Lo importante es que luego estas herramientas podamos usarlas para lo que fueron concebidas, y tengamos un acceso democratizado a ellas, no solo que unos pocos puedan acceder a sus beneficios. Ese es un futuro con el que no sueña nadie, quizá Jeff Bezzos sí, pero el resto de nosotros desde luego que no.
«La máquina se para» fue publicado en España en 2018 por Ediciones El Salmón, actualmente está agotada y reeditada con una versión ampliada en 2021.