Mucho antes de ser director de cine, Daniel Monzón (Palma, 1968), fue un niño tímido que observaba el lado más bestia de la vida desde la barrera del descampado. Justo en el límite que separaba las biografías marcadas por un destino inevitable y las que gozaban de una oportunidad. O de varias. Su infancia, como la del protagonista de ‘Las leyes de la frontera’, su nueva película, se cruzó en no pocas ocasiones con la libertad desvergonzada, arrabalera y temible de los quinquis de su barrio.
Para él y para Javier Cercas, que escribió la novela en la que se basa la cinta, Nacho, el personaje principal, funciona como un trasunto de sus miedos y anhelos adolescentes. Un tipo al borde de la edad adulta fascinado por las actitudes soberanas de aquellos seres marginales, delincuentes casi imberbes que hoy nos siguen atrapando. La trama viaja hasta el año 78, en concreto al último verano antes de la irrupción fatal de la heroína, para seguir la peripecia de ese chico de gafitas metido a malote por amor. «Porque esta es sobre todo una historia de amor, eso fue lo que me atrajo de ella», mantiene Monzón. Su empresa en este trabajo no ha consistido en resucitar el cine quinqui sino en revisitarlo con las lentes del siglo XXI. Lo hace, además, en un momento en que la marginalidad, lo macarra y una estética orgullosamente barriobajera campan a sus anchas por no pocas ramas de la creación.
Quería preguntarle en primer lugar por el germen de la película. El libro de Cercas ve la luz en 2012. ¿Lo leyó entonces? ¿La visualizó en cine sobre la marcha?
Leí la novela cuando estaba terminando la posproducción de El niño. Según la empecé, no pude dejarla y en una sola noche la había terminado. Cuando cerré el libro, supe que quería llevarlo a la pantalla.
¿Qué es lo que le encandiló?
Lo primero que me emocionó fue la historia de amor que desplegaba, la de un chico de clase media que salta al lado salvaje por una quinqui, por el personaje arrollador que es Tere, una chica magnética por la que siente enseguida una inevitable fascinación. Luego, en el triángulo, estaba la figura de El Zarco, que cumple con cada uno de los tópicos del género, como si aglutinara a todos los quinquis en uno. Aunque Zarco está sentimentalmente unido a Tere, también establece una relación de amistad con Nacho, El Gafitas. Me gustó mucho cómo funcionaban esos tres personajes juntos, aquello fue lo que me empujó.
Como en el caso de Cercas, hay una conexión entre el protagonista, un chico tímido, enfadado consigo mismo, con su propio ánimo asustadizo, y usted. Es un chaval con poco mundo que observa con envidia la libertad de la que disfrutan los quinquis que viven al otro lado del puente.
Así es. En mi infancia, yo era el chico que vivía al final de la ciudad, justo antes de los descampados, que eran el espacio en el que se movían los quinquis. Más de una vez me atracaron… como el protagonista, yo también entraba a jugar a los recreativos y, también como él, entablé una especie de amistad con uno de mis atracadores, que me ofreció su protección. «Si te hacen algo, tú les cuentas que eres amigo mío», me decía. Entonces miraba a este tipo de personajes con cierto temor, pero también con devoción, veía en ellos una libertad salvaje, unos códigos y unas reglas que no eran los míos y que, de alguna manera, me resultaban deseables.
El género quinqui tiene como peculiaridad el haberse creado desde su propio tiempo, cuando estaba sucediendo. Usted, en cambio, retoma este cine con una óptica del siglo XXI.
No sólo recreo ese mundo. También la España del 78 y de la transición. Aquellas películas estaban interpretadas por los propios delincuentes, su fuerza residía en esta misma peculiaridad. En Las leyes de la frontera he querido volver al subgénero desde una mirada actual, hacer un retrato de lo que fue entonces y ver cómo se relaciona con lo de hoy.
¿Qué opinión le merecen aquellas películas? De la incontestable Deprisa, deprisa, de Saura, a la provocación de Eloy de la Iglesia o las bizarradas de Antonio de la Loma. Un cine, eso sí, con algunos hallazgos, como su verdad. O las trepidantes persecuciones en coche a pesar de sus raquíticos presupuestos…
Es un cine de acción de ínfimo presupuesto pero rodado brío y con un espíritu provocador. De la Iglesia me parece una suerte de Pasolini español, un destroyer. Esta gente procedía a lo bestia, se metían en un coche por la Rambla sin ningún permiso. Para volver a este cine necesitaba hacerlo desde una cierta sofisticación, un tono que logro a partir de la mirada del protagonista.
Sí, hablamos de una historia iniciática, de una peripecia cuyo momento álgido se produce de forma temprana para luego caer en la monotonía.
Nacho está a punto de adentrarse en el verano más intenso de su vida, en lo más importante que le ha sucedido hasta ese momento de su biografía, y esto me ha permitido trabajar con su propia mirada, desde los códigos de su experiencia. Aunque la película recoge todos los estilemas del género, las carreras, los atracos, los prostíbulos, la droga… no deja de ser una historia de iniciación y, sobre todo, de amor.
Volviendo al subgénero, el cine quinqui -y las vidas que reproducía- está levantado sobre una incorrección hoy prácticamente impensable.
Ahora planteas una película como Navajeros, con su crudeza de imágenes o sus actitudes machistas, y te cuelgan boca abajo. De nuevo, la mirada del chico que burla la ley para llegar al borde del abismo, y que lo hace por amor, me sirvió de colchón para contarlo. Como yo, Nacho no pertenece a ese mundo, solo se asoma a él y, aunque se integre con ellos durante aquel verano que le cambia la vida para siempre, sigue siendo un elemento externo.
Como lo es el espectador…
El público vive la experiencia a través de sus ojos, esto es lo que me permite hacer una producción quinqui y poder estrenarla. Aquellas películas de entonces eran más obvias, como un escupitajo en la cara, como una puñalada en la entrepierna.
El cine quinqui hace con la marginalidad lo mismo que acostumbran a hacer cinematografías como la americana: dotarla de épica, sacar oro de los perdedores, de los parias, de los delincuentes. El quinqui atesora todos atributos de ese ser tan cinematográfico que es el bala perdida.
Sí, yo defiendo que es nuestro western. Retrata a una serie de tipos que han nacido a un lado de la frontera que les determina para siempre, que les hace vivir sin posibilidad de solución.
Esta es la clave de la trama. La suerte de nacer de uno u otro lado, la presencia del sino implacable al que se enfrenta el quinqui.
El Gafitas, por tener a una familia detrás, puede optar a salir adelante; sus amigos los quinquis, no. De hecho, documentándonos, no encontramos a nadie vivo de aquellos días, salvo al Pera, que nos asesoró. Al propio Cercas se le iluminó la bombilla para escribir el libro visitando la magnífica exposición sobre los quinquis que se celebró hace años en el CCCB. La vio y pensó: «Esta gente tenía mi edad. Ellos están muertos y yo no». Igual que yo, que tuve a alguno de compañero. Hoy han fallecido y yo ando haciendo películas.
Ante las constantes revisiones en tecnicolor de la transición, usted ha apostado por mostrar la crudeza que también existía en ese momento: niños delinquiendo y no en el aula, policías corruptos, falta de cultura…
Eso es, no todo entonces era ilusión y libertad sin ira, libertad. Esa solo era la cara A del single. La B era ver la fiesta desde la barrera. En esa cara de espíritu más ácrata vivían muy deprisa aquellos chavales que iban a morir poco después. De hecho, el del año 78, en el que se ambienta la historia, fue el último verano antes de la irrupción de la heroína, que ya termina de destruirlo todo.
La heroína aparece en efecto solo al final del metraje. Es el fin de una pesadilla y el comienzo de otra peor.
Sí, no podía meterla en la historia porque cuando cuentas algo y ella está de por medio, se apodera del relato, se hace protagonista. Y esta era una historia de amor. Lo que sucedió después de su irrupción fue una hecatombe.
Comentaba antes que leyó hace mucho la novela de Cercas, pero ha decidido estrenar esta película justo ahora. Como sabe, asistimos a una especie de idealización del barrio como fuente de inspiración en todas las artes, a una suerte de exaltación de lo marginal, de lo macarra… Y también de lo quinqui, empezando por los mismos Derby Motoreta’s Burrito Cachimba, que firman la banda sonora. ¿Dialoga su filme con este momento?
Tuve el pálpito de rodar la película hace ocho años pero entonces sentía que no era el momento, así que me embarqué en otro proyecto totalmente distinto, en un crucero nada menos. Pero esa historia estaba allí y me acompañó desde entonces.
¿Y vio que ahora sí era el momento de llevarla a la pantalla?
Soy consciente de que existe un revival y una reivindicación del barrio desde géneros muy en boga como el trap, por ejemplo. Pero más que subirme a ese carro, quería embarcarme en un viaje a la infancia, ofrecer una experiencia inmersiva de esa época. Quienes la han visto y tienen mi edad así lo reconocen, se ven reflejados en sus escenarios y en las pulsiones propias de la adolescencia: las ganas de esquivar las convenciones, el deseo de enamorarte de una chica arrolladora…
¿Qué lectura pueden extraer de la película los jóvenes de hoy? Hablamos de una generación amenazada por otros terrores (la precariedad, el desempleo…) y cuyas libertades, además, han sido cercenadas por la pandemia. Me pregunto hasta qué punto pueden llegar a envidiar aquellas adolescencias sin hora de vuelta que se producían en la plaza, en la playa, en las discotecas…
Pueden envidiar una forma ácrata de existir, claro. La idea de huir de Barcelona hasta la frontera en un coche robado es seductora. Supongo que en sus días con mascarillas, en un momento en el que la juerga o incluso el beso están demonizados, pueden ver los ochenta como una arcadia. Esa libertad es lo que nos encandila de los personajes de Dos hombres y un destino, por ejemplo. Pero siendo claros, los chavales de finales de los 70 lo tenían mucho más crudo que los de ahora. Hoy existen dudas sobre el futuro de los jóvenes. Entonces, para aquellos personajes, la duda era si ese futuro existía.
Ha hablado de encandilar para referirse a los protagonistas de Dos hombres y un destino. Además de que son dos de los actores más bellos que ha dado la historia del cine, su rebeldía y su carisma logran que el espectador esté siempre de parte de sus fechorías. Volviendo a sus quinquis, ¿qué nos atrapa y enamora de ellos? Se me ocurren: sus peinados desordenados, sus oros, sus chándales, su lengua sucia…
Como apuntas, nos fascina la estética pero también la adrenalina. Un joven por sistema fantasea con la idea de saltarse la ley, y eso es lo que nos ofrece lo quinqui. Vivir sin aliento.
Para terminar, quería preguntarle por su feliz encuentro con los sevillanos Derby Motoreta’s Burrito Cachimba, que son la confirmación de la pervivencia de los códigos quinquis en nuestro tiempo.
Como se suele decir, «dios los cría y ellos se juntan». Así sucedió. La música cumple una función esencial en la película. Hay una selección de temas de la época que cumple una función evocadora, sirven para concebir el ritmo, para comentar la acción. He jugado con esas referencias musicales como un Scorsese en Malas calles, y perdón por la herejía. Pero quería que hubiera canciones contemporáneas porque esa es la forma que tiene la película. Cuando los Derby llegaron a mis oídos, dije: ¡Dios mío! Han nacido para este película. Todo estaba en su música, el rock progresivo, lo que ellos llaman quinquidelia. Les envié el guion y Dandy, el cantante, me llamó para contarme que le había encantado. Les pedía dos canciones, pero enseguida cambié de idea y les dije que quería que asumieran toda la banda sonora. Con ellos se ha producido una conexión a todos los niveles, se tiraron a la piscina sin pensarlo. Nos pilló la pandemia y vía zoom fuimos trabajando ideas y poniéndolas sobre imágenes como en una especie de partido divertidísimo de ping pong. Luego pude viajar a Sevilla para trabajar con ellos en su local, y aluciné cada día allí. Me sentía su mascota. Les decía lo que quería y ellos me contestaban con la guitarra. Quería una música que vibrara, de acción, que nos faltara el aliento al escucharla. Todo eso han logrado, con gran poderío.
Quiero rodar una película quinquis pues si vas a la cárcel estamos en una dictadura