Subes las escaleras de dos en dos, sin amar ni odiar a nadie, acaso por calmar esta angustia tuya, que es un dado de pirita que pasa de padres a hijos. Entras en tu piso, el comedor es una caja de luz y enseguida te das cuenta: la maqueta de Pau tiene fiebre. El cartón encerado, blanduzco o verdoso. Desliza el sudor, se embalsan las imperfecciones.
Hace tiempo que sabes que aquel artefacto está vivo. Al principio lo situaste en el reino vegetal, por lo áspero, porque enraizaba en el parqué, por cómo engullía la luz y buscaba ventanas. Pronto observaste, sin embargo, que la maqueta de Pau estaba desarrollando un esófago y un sistema nervioso muy primitivos, y durante unas semanas reconociste en ella las formas mínimas y funcionales de un insecto. De las disecciones de un abdomen, concretamente. Se trataba de un proyecto universitario, así será el parking del Parc Güell, te había explicado Pau.
Que un parking municipal, por transitado que sea, pueda pasar la gripe te parece un nuevo indicio de complejidad formidable. Cuando entras a su habitación para felicitarlo, tu amigo arquitecto está debajo del edredón, también con la frente blanduzca o verdosa. Te mira desconcertado. Entiendes que, más que vida propia, aquella miniatura tiene la vida de Pau.
—¿Tienes frío en la maqueta? —preguntas en consecuencia.
Pero Pau no te entiende, o no te escucha, está medio dormido. Cierras la puerta y cubres la maqueta con la manta del sofá. Con cuidado, porque la estructura ya tiene bastantes detalles y dudas que el pegamento aguante mucho. Antes de abrir la nevera, observas aquel volumen y el comedor. Se está cómodo, entre tanta geometría.
***
Desde el teléfono, Berta te ha pedido verdura para cenar. Cuando suena el timbre, juntas las pieles de patata, las puntas de las judías, grumos de brócoli, cáscaras de cebolla. Lo tiras y pasas rápidamente la bayeta. Cruzas el comedor, mimas con la mano la manta que cubre la maqueta. Abres y se oye una ambulancia, también gritos, guitarras de hombres solteros en el edificio contiguo: se activa Barcelona, cuando Berta sonríe. Deja sus zapatos al lado de los tuyos. Desalineados, pero en fin.
Berta se desabriga y apila sus cosas en el brazo del sofá. Mira el centro de la sala: Pau y la maqueta tienen fiebre, susurras y hace ruido el extractor. Berta permanece callada. Miras el reloj: ocho minutos de cocción, preguntas qué tal el día. Lo que Berta responde no tiene importancia. Importan, si acaso, la forma y la velocidad de sus palabras, de espiral lenta y perfecta. Luego escurres la verdura y Berta dice:
—No entendí eso de la fiebre.
***
Cenáis a cierta distancia y con destreza, como si llevarais más tiempo juntos. Te oyes masticar, te desagradas, te inventas mamíferos. Es curioso, lo que ahora hace la luz. Irradia desde el suelo, las sombras se alargan como en una tarde de desierto. Berta se dirige al sofá, cruza los pies con inmensa, inexplicable gracia. Con las cejas, te pide que descubras la maqueta. Lo haces, aunque lo haces pensando en Pau y en su posible frío.
Berta se incorpora. Palpa el parking, primero con desdén y luego concentrada. Sí que suda, dice. Resigue las juntas del cartón, se frota el índice con el pulgar, cata el sudor. Sientes una suerte de envidia. Luego, allá en el centro de la sala, Berta te rodea y te aprieta los glúteos con las manos. Te incomoda, porque no te has lavado los dientes aún, porque hay aceite en los platos, porque tu cuerpo es flaco, pero fofo, porque tienes poco aguante y hay años por delante y hombres esperando. Hacéis no obstante el amor, te dedicas a Berta y ella parece satisfecha. No se agota, ni después jadea, pero habla bien de vuestros cuerpos.
—Es que encajan, Miquel.
Tienes alguna idea. Amantes enormes aplastando vehículos, sexo y cosmos y mosaicos celestes. ¿Estará durmiendo Pau?
***
Berta coge la manta del suelo y os tapáis. Está algo húmeda, por el sudor de la maqueta, que tiene que ser el sudor de Pau. Miras el parking descubierto. Por debajo de la manta, acaricias el coxis de Berta. Ella te rasca la nuca. Sigues mirando y piensas lo que siempre piensas: que está bien hecho, que tu amigo es talentoso, que se ganará bien la vida. Autobuses, taxis, coches de alquiler. Es Berta quien da con la pregunta adecuada:
—¿La maqueta es parte de Pau o es el propio Pau?
Respondes de inmediato: ha de ser parte de Pau. Ha de ser un órgano, una víscera o una glándula. Berta te rebate que no hay órganos que suden y que, en cualquier caso, la maqueta está escindida de Pau. No los une un cordón umbilical, ni piel, ni algún tipo de tejido. Además, pregunta, ¿qué función vital cumpliría este artefacto? No lo sabes, pero respondes otra vez de inmediato: quizás piensa y traga luz. Al decirlo brillan Berta y los ácaros.
Berta no se muestra convencida, por supuesto, pero la alternativa no te convence a ti. Si la maqueta no es un órgano de Pau, entonces tiene que ser una réplica de Pau. Un ejemplar de Pau, puede que un clon de Pau. ¿Pero enferman los clones a la vez? No es eso, dice Berta, la maqueta es el Pau que Pau tiene en la cabeza, es de hecho el mismo Pau. Sigues sin mostrarte convencido. Si algo aprecias de tu amigo es su entereza: sería raro que hubiera invertido tanto esfuerzo en proyectarse a sí mismo y, bueno, hubiera sido ridículo utilizar un parking para conseguirlo. Y Berta, añades, ¿qué corresponde a qué? ¿Dónde quedan los ojos, dónde están las manos, los cabellos, los codos, las rodillas toscas de Pau? ¿Dónde está la anatomía en esta arquitectura?
Otra opción, se te ocurre sólo ahora, es que la maqueta sea un organismo propio al que Pau ha contagiado la fiebre. O al revés, añade Berta. Te sorprende que no os hayáis percatado antes de esta posibilidad. Tanto tú como Berta coincidís en que es el caso menos interesante. Faltaría explicar por qué tú no te has contagiado, habiendo compartido espacio tantos meses. ¿De qué raro patógeno estaríamos hablando, y por qué fluido operaría, estando la maqueta siempre impecable, siendo Pau tan pulcro y teniendo el piso a menudo ventilado? Da igual, ya sé, dice Berta. Se incorpora y va, desnuda, hacia la cocina. El torso, compacto. Las tres lunas de un tatuaje.
***
Vuelve de la cocina con un cuchillo cebollero. Si al hendir Pau grita pero no sangra, entonces la maqueta es un órgano. Si Pau grita y además sangra, la maqueta es el mismo Pau, esa réplica sincrónica de Pau. Y si Pau sigue durmiendo, que al fin y al cabo es lo más probable, querrá decir que la maqueta es un organismo aparte, infeccioso o infectado. Miras a Berta desde el sofá. Erguida, intentando ser sombría. El pubis, el cuchillo, los senos. Después Berta se viste por si, hecho el corte, Pau saliese corriendo de la habitación. Tú también te vistes. Os arrimáis al artefacto, Berta te acerca el cuchillo. Te preguntas y te pregunta dónde hacer la herida. Si lo consideras seriamente, y si estás a punto de hacerlo, es porque ahora tienes la certeza de que la maqueta, simplemente, tiene vida propia. Cómo va a tener la vida de Pau, te dices, en el peor de los casos la maqueta será una secreción de Pau. Una bilis, una suerte de tumor. Fantaseas con que el corte incluso ayuda a tu amigo. Vuelves a plantearte dónde lo harás, a qué profundidad, de qué longitud será. Temes la posibilidad favorita de Berta, la de la correspondencia entre el cuerpo de él y el edificio. ¿Y si aciertas en el ojo? ¿El prepucio, las encías, el pezón?
Acercas la punta del cuchillo a una fachada lateral. La más llana y menos elaborada. Podría ser la espalda o un muslo. Berta espera, atenta y por fin sombría, hasta que te dispones a causar la herida. La punta del cuchillo perfora, nimiamente, el cartón de la fachada. Aprietas los dientes, Berta te retira la muñeca y te da un beso en la oreja. No es un beso sensual. Es un beso que calma esta angustia tuya, te lo da en la oreja como si te lo diera en la frente.
Con la colaboración del Máster en Creación Literaria de la BSM-UPF, dirigido por Jorge Carrión y José María Micó, catorce años formando a escritores de España y América Latina. Más información aquí.
Miquel Duran (Pujarnol, 1985) es doctor en biomedicina y fundador de la Ersilia Open Source Initiative, una organización sin ánimo de lucro dedicada al descubrimiento de fármacos para enfermedades tropicales mediante métodos computacionales. También cursó el Máster en Creación Literaria de la BSM-UPF y su primera novela, Más o menos yo, fue merecedora del Premio de la Crítica Serra d’Or de Creación Juvenil 2015.
Pingback: Del barrio chino al Monte Carmelo - Jot Down Cultural Magazine