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Un hijoputa en el mundo del arte

A propósito del debate generado por el collage «Everydays», del artista digital Beeple

Beeple exhibió en vivo y explicó su obra en progreso «Everydays», en el Festival Ars Electronica de 2019. / Foto: Florian Voggendeder (vog.photo)

Demasiado nos hemos acostumbrado a las payasadas en el mundo del arte. Desde que Marcel Duchamp ideara su botellita de Aire de París dando paso a los momentos y conceptos infraleves en el arte, es cuestión de tiempo que alguien nos venda humo; por ejemplo, humo de Valencia, superadas las Fallas. Sin embargo, los artistas han querido ir aún más lejos: en 2021 Salvatore Garau ha vendido una escultura invisible por quince mil euros, hazaña que recuerda a una performance titulada El artista sin obra (una visita guiada en torno a nada), de Dora García, cuyo cartelito se ha podido ver bastante tiempo en el Reina Sofía.

Por si a alguien todo esto le parece más divertido que simple troleo, tenemos la peineta (con el dedo medio de la mano) de Maurizio Cattelan en el edificio de la Bolsa de Milán. Y si aun así queremos disfrutar con estas piezas que tanta atención atraen, las ganas se nos pueden ir contemplando las obras con elementos de taxidermia del mismo Cattelan o viendo la foto de Ai Weiwei rompiendo una urna de dos mil años. Mucho antes, Robert Rauschenberg borró un dibujo de De Kooning, creando el tótem del arte conceptual.

Segundos después de que Girl with Balloon se subastara en Sotheby’s por casi millón y medio de dólares, su creador, Banksy, destrozó la pieza con un mando a distancia. Sin duda, esto debió de servir de inspiración a un aspirante a artista que en las Tagliatella Galleries compró una serigrafía de Banksy, titulada Morons (White), por noventa y cinco mil dólares, con fondos que había recaudado de inversores. Luego le prendió fuego.

Antes de quemar la serigrafía, el autoproclamado artista Burnt Banksy hizo que alguien fotografiara la escena y la subiera a una plataforma de subastas online en calidad de NFT, esto es, un token no fungible, que no es más que un certificado de autenticidad y propiedad adjunto a un activo, como por ejemplo una imagen jpeg o un vídeo subido a YouTube. Todo salió según lo previsto, excepto por el hecho de que la obra tardaba en quemarse, de manera que miles de internautas vieron vía Twitter cómo Burnt Banksy peleaba por quemar un Banksy, mientras explicaba que no estaba destruyendo una obra de arte, sino que la estaba trasladando al espacio NFT.

También en la primavera de 2021 alguien pagó sesenta y nueve millones de dólares en criptomonedas por un mosaico digital, titulado Everydays, del artista Beeple. El encargado de llevar a cabo la subasta vio cómo la puja subía de cien dólares a un millón y luego a más millones (en euros, cincuenta y siete). Pronto supimos que los compradores fueron dos empresarios y activistas del mundo de las criptomonedas llamados Vignesh Sundaresan, apodado Metakovan, y Anand Venkateswaran, alias Twobadour. Los dos, de origen indio, tenían una explicación de lo ocurrido: querían hacer una declaración antirracista. «Nuestro objetivo era mostrar a los indios y a las personas de color que también pueden ser propietarios, que la criptomoneda tiene un efecto igualador entre Occidente y el resto del mundo, y que los países del hemisferio Sur van por buen camino». Insistieron: «Imagínense a un inversor, a un financiero, a un patrón de las artes. Diez de cada nueve veces, la paleta es monocroma. Al ganar la subasta de Beeple añadimos un poco de caoba a ese esquema de color». Hay que reconocer que el argumento se sostiene.

Visitantes de Ars Electronica contemplando «Everydays». / Foto: Florian Voggendeder (vog.photo)

Pero al poco tiempo los espectadores empezaron a mirar con lupa Everydays y se encontraron con cosas tituladas como ¡Es divertido dibujar a gente negra! o Niño nerd gordo chino y sus amigos imaginarios. Aparte de la disparidad de intereses y preocupaciones por aquello que artista y compradores quieren expresar a través del arte, y al margen de la calidad de cada producción al photoshop de Beeple, hay que reconocer que el hecho de montar un collage de cinco mil imágenes digitales sí se sostiene desde un punto de vista académico, evoca a los googlegramas (recordemos Niepce, del gran Joan Fontcuberta), y los movie barcodes.

No es que a Beeple le preocupe el discurso que ha creado con su collage y ni siquiera se preocupa de las múltiples lecturas que se puedan hacer de su collage y su venta como NFT (porque, como a tantos, se le debe de haber hecho muy largo el posmodernismo). Si algo sabemos es que está encantado de la vida con su nueva fama. En declaraciones para The Art Newspaper, leemos: «Beeple ha llegado para quedarse. Soy un hijoputa en el mundo del arte».

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