«Contrapaso: Nombre masculino. En música, segundo pasaje interpretado por las voces mientras otras cantan en el segundo». Esta inscripción aparece en la primera página del cómic como presagio de lo que el lector se encontrará en las viñetas que le suceden, la voz de la disidencia como eco de la de los secuaces del régimen. Emilio Sanz, un periodista al cargo de la sección de sucesos de uno de esos semanarios que coreaban lo que se supone que se debe contar, muestra a la perfección el significado de esta definición en uno de sus primeros monólogos: «Un chivo expiatorio, un castigo ejemplar… Esta mañana ha ejecutado a otro. Tengo que escribir la crónica de su muerte, sin decir que lloraba como un niño, que su agonía ha sido interminable porque el verdugo estaba borracho… sin decir que era inocente». Y de este modo, uno se embarca en la lectura de esta amalgama de aventuras y desventuras con la concepción, necesaria para comprender la historia, de que la sociedad del franquismo no vivía informada, sino bajo el influjo de un cuentacuentos que susurraba a sus oídos para mantener inhibidos sus impulsos.
La sombra de la dictadura aún continúa presente en la mayoría de españoles, para algunos como una losa en sus conciencias, para otros como un hilo de dolor que mantiene siempre alimentada su sed de venganza a pesar de que, en los tiempos aparentemente plácidos que vivimos, se esfuerzan por mantenerla dormida. Para muchos otros, jóvenes que tienen como única referencia de lo ocurrido las historias de sus padres o abuelos, las precarias explicaciones impartidas en las aulas o, afortunadamente, las adaptaciones cinematográficas y literarias que se han realizado y que con mayor o menor acierto acercan la realidad no tan lejana del país, el franquismo resuena en sus cabezas como algo que pasó pero que cuesta asimilar desde la comodidad del siglo XXI.
Contrapaso. Los hijos de los otros, la que es la primera novela gráfica creada íntegramente por la dibujante y guionista Teresa Valero, podría considerarse dentro de este último grupo. No deja de ser una historieta sobre las miserias del franquismo que ayuda, y mucho, a que la gente conozca todo lo que tuvo lugar en ese tiempo y las consecuencias que dejó para quienes lo sufrieron. A pesar de ser una de tantas adaptaciones, no pretende retratar lo que supuso el régimen, sino adentrarse mucho más en las entrañas de una sociedad víctima de macabros experimentos y manipulaciones que más bien podrían considerarse un secreto a voces en aquellos tiempos en los que esas cosas «en España no pasaban».
Lo que se intentó vender como un país de ensueño donde la paz se había instaurado por fin dejando atrás los horrores y penurias de la guerra, no era más que una cuidada y precisa interpretación de una realidad utópica que jamás se consiguió y que ni uno solo de los habitantes de aquella malherida nación se llegó a creer, fueran del bando que fueran. Mostrar frío el semblante y dejar que la miseria de lo vivido te consumiese poco a poco por dentro era la norma en aquellos años en los que muchos como Emilio Sanz, uno de los protagonistas de esta historia y falangista desilusionado, habían perdido ya completamente la fe en su prójimo a base de golpes y traiciones. Pero resistían, porque había que resistir.
El periodismo, como arma oscilante entre la disidencia y la propaganda, es el hilo conductor de este cómic que presenta aunados problemas como el robo de niños, los experimentos psiquiátricos para «curar» lo que entonces se consideraban desviaciones sexuales y las torturas por parte de la policía, entre otras terribles realidades a las que el veterano periodista Sanz y su joven y obstinado aprendiz Léon Lenoir hacen frente. Y no solo para combatirlo, investigarlo y conseguir conocer la verdad, sino para abrirle los ojos a todos aquellos que continuaban con sus vidas, ajenos a lo que ocurría, y que gracias a algunas publicaciones tan ilegales como valientes, salieron de su letargo.
Si bien es cierto que sus dos personajes protagonistas son fascinantes tanto individualmente como en conjunto, por sus caracteres tan diferentes pero el ansia de justicia en común, el resto de personas que aparecen a lo largo de la historia son sin duda la pieza clave de este cómic. Todos y cada uno de ellos reflejan una parte imprescindible de la realidad de la época, construyendo un retrato tan real como doloroso. Tanto aquellos que ejemplifican la crueldad de la época como los que encarnan el sufrimiento transformado en valentía y fortaleza para existir a pesar de sus circunstancias, todos ellos son parte indispensable de esta historia. En Contrapaso, Teresa Valero da voz a lo que permaneció décadas acallado en un tiempo en el que, haciendo referencia a un diálogo de Emilio Sanz, la palabra «verdad» no sonaba mucho para la gente.
Contrapaso Teresa Valero Norma Editorial 152 páginas 25 euros |
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