Crónicas desorbitadas

Pepe Benavides: «Cierro el Fun Club para no prostituirlo»

La sala de conciertos más antigua de Sevilla se traspasa en plena pandemia con el fin de no claudicar a los gustos de un público que ya no casa con su personalidad. Varias generaciones de la ciudad tuvieron en este mítico local de la Alameda de Hércules el cuartel general de su educación sentimental

No pronuncies fan, me corrige nada más empezar la charla, para aclararme una vez más aquello que siempre nos hizo dudar, que el Fun Club nunca se llamó así por la palabra inglesa que en español se traduce «diversión», aunque eso fue exactamente lo que hicimos allí tantos años. Era «fun», escrito y pronunciado con u, porque así resolvían cualquier cosa cuando lo estaban montando. En un periquete, «fun, fun, fun y listo». A lo casero, con muchas ganas. Año 1987, la Alameda tenía todavía más oscuros que claros. A los que éramos niños entonces, nos lo advertían nuestros padres justo antes de desembocar en la plaza: «A partir de aquí, no te sueltes de la mano».

Pepe Benavides, dueño del Fun Club, en uno de los últimos días en la mítica sala de conciertos sevillana.

Acabo de cruzar por última vez la puerta de un local que atesora en su interior, como fantasmas de otras vidas que un día fueron las nuestras, los mejores recuerdos de la juventud. Y puede que alguno de los peores. Esas paredes, además, son el contenedor de incontables olvidos. La foto de Patti Smith me mira desde un lateral bajo el que me espera sentado Pepe Benavides, el dueño de la sala de conciertos más antigua de Sevilla y la primera en tomarse en serio la música en directo, la que hizo figurar a la ciudad en las giras.

Le quedan unos días para entregar las llaves a sus nuevos dueños y me ofrece un último chupito. Ay. Después de tres décadas al pie del cañón, este empresario que nunca se sintió como tal ha decidido parar por no plegarse al soniquete reguetonero que viene mandando en la juventud y que se expande por la Alameda de Hércules como un mal imparable, entre aromas de cachimbas de fresa y al ritmo en que los comercios de antaño son sustituidos por la dictadura del «tataki» de atún. Todos lo sospechamos, a este bulevar hasta hace dos días indómito le queda un telediario para albergar un McDonald’s.

Nunca antes el cierre de un local en Sevilla ha desatado tantas tristezas entre parroquianos y músicos: «Hasta siempre, calle de los niños perdidos», se lamenta Chencho Fernández antes de sugerir que tenemos que reencontrarnos en las vías aledañas, asumiendo que, con este cierre, se acabó lo que se daba. «Pepe, el regente del ya más que mítico local, que es parte desde antes y para siempre de la historia de la música en la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, y en las agendas de los promotores y grupos de todo el país, me dijo al terminar el que creo que fue el primer concierto, el del pedal de “wah-wah”: tú llegarás. Eso me dijo Pepe. No me dijo a dónde llegaría exactamente, pero los dos supimos lo que estaba diciendo, y eso me dio unos ánimos para seguir que no se me daban en ninguna otra parte», rememoraba hace unos días Antonio Luque, Señor Chinarro.

Julio de la Rosa, por su parte, admite que en sus años de estudiante, descubrió que todo el que tenía el más mínimo interés en la música en directo acababa siempre allí. «El sitio tenía aura inexplicable que cada vez es más difícil encontrar en una sala de conciertos: Cualquiera que se subiera a su estrecho escenario se crecía el doble que en cualquier otra parte. Como espectador, tenías siempre la sensación de estar en el lugar correcto. La química entre músicos y público rara vez fallaba. Y la culpa de todo ello era la propia sala. Así que todos queríamos tocar allí. Yo lo hice varias veces, con banda, solo, como integrante incluso del Colectivo Karma, ese artefacto explosivo que creó Andy Jarman. Y de cada una de las ocasiones guardo un recuerdo mágico. Me gustaría decir larga vida al Fun, pero nos tendremos que conformar con desearnos una larga vida a nosotros mismos. Gracias Pepe, gracias Fun». 

Antonio León, de Los Sentíos, lo recuerda así: «Un local paralelo a mi vida desde que lo visité por primera vez. Era 1987 y acababan de abrir sus puertas. Nunca más deje de ir. Era fácil encontrarme allí, en la esquinita, saludando a Pepe y dándole la brasa a Diego, el pinchadiscos, o bien en la barra de nuestro añorado Abdón. Allí he bailado, cantado, reído, llorado, ligado, vomitado… ¿Mi segunda casa? Suena a tópico, pero algo muy parecido debió de ser».

Remata esta lista un poco azarosa de músicos sevillanos en duelo Pablo Cuevas, de Los Fusiles: «A veces pienso que en esto de los cambios paisajísticos no hay más que una melancolía por tiempos pasados, supuestamente mejores… Pero más allá de subjetividades, hay hechos objetivos. El Fun fue testigo de cómo varias generaciones se evadían de sus quehaceres intersemanales. Con su Pepe Benavides a la comandancia, fue uno de los más señeros lugares de encuentro de estas partidas de sevillanos que, en comunión con alegres estudiantes centroeuropeos, se congregaban al son de Iggy Pop, The Clash o el mismísimo Silvio, que para eso estábamos en Sevilla. Subirse a su escueto escenario era como sentirse Salvador Allende en la plaza de la Constitución. La mirada tan cercana de las personas que iban a nuestros conciertos te aupaba a perspectivas mágicas».

Silvio, Miguel Ángel Iglesias, Juanjo Pizarro, Kiko Veneno, Andrés Herrera (Pájaro), Pive Amador, Raimundo Amador y dos aparcacoches de La Alameda, en la puerta del Fun Club.

El Fun era, además, el rompeolas de todo aquel que se saliera un poco de la norma en la ciudad. Rockeros, raperos, poperos, «heavies»… teníamos que repartirnos las sesiones cada fin de semana. De pronto sonaba La Mala y en una esquina de la sala unos chavales daban saltos como energúmenos, mientras que la otra esperaba su turno pacientemente. Al rato, el DJ pinchaba Los Planetas y era la esquina contraria del local la que se desataba.

Siento el melodrama, pero hay dentro de este último día una muerte en Venecia, un aire funeral por un tiempo que se evapora. «El nombre lo van a conservar, pero cambiarán todo lo demás», me adelanta Pepe. Surco la sala con la vista notando cómo hace estragos el punzón oxidado de la nostalgia. La cabina vacía, en silencio. El escario reluciente, como si allí nunca hubiera pasado nada. Las fotos en la pared. «La de Juano Azagra tiene una quemadura, ¿ves?», lamenta Pepe, que aún no sabe dónde irán a parar esos paneles cuajados de imágenes de conciertos que hoy son un museo de la historia musical de la capital. El retrato de Christina Rosenvinge en el que se parece tanto a nuestra Marieta Dj-Yé, los shows desbocados de Los Vagos. El casi exdueño del Fun señala con el dedo, y se emociona un poco. Mira, ahí sale este; ahí está ese otro…

«Esta tarde por primera vez me he dado cuenta de que he hecho lo correcto», comienza diciendo mientras mira a su alrededor en un lugar que todavía es el Fun. Que sigue oliendo al Fun. La luz verdosa, la barra aún con las botellas dispuestas. Así está la cosa, señores: que cierre una sala está dejando tristemente de ser noticia. Pero no por eso deja de ser una pena viva.

Pregunta.- ¿Cuántas veces ha dudado sobre si era una buena elección?
Respuesta.- Llevo un año haciéndome a la idea. Y aún estoy aquí. Tengo las llaves y siento que estoy todavía en mi casa. Pero hoy al volver he visto claro que esto era lo que tenía que hacer. Una sala es para tener empuje, fuerza y ganas. Me encuentro en un momento en el que no tengo la ilusión que algo así requiere. Está bien que venga otro a hacer su negocio y lo que le apetezca.

P.- Muchos piensan que este cierre le da la puntilla a la Alameda que conocieron, un escenario que, de un tiempo a esta parte, ha cambiado la autenticidad por los aires gentrificados.
R.- Es cierto que el paisaje está cambiando, pero tampoco podemos caer en eso de que todo se acabó ni idealizar esa Sevilla del pasado. No creo en esa ciudad edulcorada. Para nada. Los músicos siguen teniendo ideas y talento, hay gente que sigue haciendo cosas. Quedarán reductos de aquello que hoy añoramos, aunque no sé dónde ni cómo, veremos cuando todo amaine.

R.- Habla de la pandemia. Sin embargo, la idea del cierre viene amasándola desde antes.
R.- Perdí el pulso del Fun cuando empecé a delegar. Seguía viniendo a los conciertos, pero Félix, el encargado, estaba al frente de todo mientras que mi hijo se puso en la cabina. Una vez ahí, empezó a contarme lo difícil que se estaba haciendo el día a día. Y lo vi. Vi que había más gente fuera que dentro, vi que el Fun estaba infrautilizado, que el público venía más bien al final para tomarse la última, porque ya no les gustaba nuestra música. Mi hijo me lo contaba, me decía: «Papá, es que mira lo que piden». Estaba claro, era prostituirse o morir. Da pena, pero hoy, de verdad, he visto que tenía que ser así. Estábamos el futuro propietario y yo con el dueño del local y he sentido que, de los tres, yo era el único que no era empresario. Lo que he hecho ha sido por gusto y por disfrute. Y el local aquí va a seguir, se harán conciertos, se seguirá disfrutando.

P.- ¿De dónde le vino la querencia por la música?
R.- Desde niño. Ha estado siempre en mi vida, desde mi infancia en Ciudad Jardín. Si en el barrio los padres de uno se iban a la playa, otro cogía el estéreo, otro amigo la maría, y la liábamos en esa casa escuchando a Led Zeppelin. A mí me cambiaron Jimi Hendrix y King Crimson. En esa época ya tenía claro que la música iba a ser el eje en mi vida, aunque nunca pensé en tener una sala de conciertos.

P.- ¿Qué recuerda de aquellos días?
R.- Éramos seis socios. Yo puse un millón de pesetas. El Fun había sido antes un local de jazz que llevaba años cerrado. Tenía el escenario a pie de suelo y eso no podía ser. Estaban allí la gente de Dogo y los Mercenarios y vieron que la distribución tenía que ser otra, que el escenario tenía que estar donde está hoy. Dogo, que era herrero, hacía sus cosas. Lo montamos casi todo con nuestras manos, con imaginación y ganas. En cuatro meses, lo teníamos. No recuerdo qué pasó el primer día, me imagino que estaríamos muertos de nervios, miedo e inseguridad, aunque yo traía un bagaje de bares y había trabajado en una oficina de contratación de músicos. Es decir, no éramos nuevos, pertenecíamos a ese mundo. Me acuerdo de que nos preguntaban: «¿Oye, pero va a haber conciertos?». Y joder si los hubo. Teníamos la programación anual hecha tres y cuatro meses antes de terminar la temporada.

Los Planetas en Sevilla en la puerta del Fun Club, año 1992.

P.- Pocas veces se ha visto a la ciudad tan tocada por el cierre de un local. Y mire que en Sevilla hay plañideras. ¿Le halaga toda esa ola de cariño?
R.- Mucho. A la gente le gustaba esta lata de sardinas, sé que la han disfrutado lo que no lo he hecho yo, que no me he tomado el lujo de venir un solo día a pasarlo bien. Ahora veo lo que significa… No es que hiciéramos nada excepcional pero, durante mucho tiempo, fuimos los únicos. Si ha venido gente potente también es porque dejamos hacer a quien sabía organizar. Programadores como Rafa López o José Miguel Carrasco. Ellos nos venían con la propuesta y nosotros les cedíamos la sala.

P.- ¿Alguna noche que recuerde especialmente ahora que está a punto de largarse?
R.- No recuerdo nada, estaba trabajando. En serio, no te puedo decir… todas tuvieron su valor, me da igual que estuviera la Rosenvinge que Coque Malla. Lo que sí te digo es que muchos grupos que actuaron en Sevilla por primera vez, lo hicieron en el Fun. Bandas que luego han tenido tanto éxito que ya no pudieron volver porque necesitaban escenarios más grandes. Y lo lamentaban, porque esto lo sentían como su casa.

«Las salas de conciertos no somos bares, somos espacios culturales, no podemos vivir solamente de vender alcohol»

P.- Le he escuchado decir que nunca recibieron una subvención o una ayuda.
R.- El político, por lo general, no tiene cultura. Ahora va cambiando un poco la visión y, con todo lo que hay, se sienten obligados a ayudar a estos lugares. Es que, vamos a ver, no somos bares, somos espacios culturales, no podemos vivir solamente de vender alcohol. Para poder mantener un concierto, estás obligado a estar currando hasta la mañana. ¿Eso quién lo aguanta? Las salas de música tienen que tener un mínimo.

Los Fusiles en su último concierto en la sala.

P.- Muchos le están recriminando que no se haya hecho una despedida, un ciclo de conciertos, algo.
R.- Sí, no podía imaginarme que esto hubiera calado tanto. Pero, mira, ¿cuántas familias no han podido despedir a sus abuelos este año? Son los tiempos que son, y paso de hacer una despedida adaptándome a esta movida. Paso. Si en septiembre no hay restricción de aforo ni mascarillas, ya veremos. Pero así como estamos, me niego. Hay un proyecto en marcha, que no se me ha ocurrido a mí, y que está aún muy verde, pero que saldrá adelante llegado el momento.

«¿Cuántas familias no han podido decirle adiós a sus abuelos este año? Son los tiempos que son, y paso de hacer una despedida adaptándome a esta movida»

P.- Me dice que es incapaz de quedarse con un concierto o una noche. Pero ahora que está a punto de salir por la puerta para no volver a entrar, ¿qué imagen le viene a la cabeza?
R.- Si soy sincero, el otro día estuve por aquí solo y me invadía la emoción por Abdón, que trabajó mucho tiempo con nosotros. Aquí se iba todo el mundo y yo me quedaba solo, haciendo la caja. Siempre, siempre se esperó hasta el último momento, hasta que yo cerraba. Ahí estaba a mi lado cada noche. Y también antes de abrir, cada día a las 8 de la tarde. Abdón, que siempre me llevaba la contraria, nunca habría permitido que traspasara el Fun.

P.- Pero hoy sabe que son legión los que hubieran evitado el traspaso, de haberles consultado.
R.- Sí. Mi hijo el primero. Él ha echado los dientes aquí, ha jugado con la pelota a darle a las cajas durante pruebas de sonido. Hubo un momento en que estuve entre él y el comprador, y al final decidí cerrar. Lo he visto claro: él tampoco habría querido claudicar. Esto es un broche de oro. Un cierre de época acorde a todo lo que está pasando. En un momento posterior, el Fun no habría tenido sentido.

9 Comentarios

  1. Parte de mis mejores noches de universitario, las pasé en el Fun Club. Recuerdo a Narco, O’Funk’illo, Niños Mutantes…

    Peleas en el concierto de Narco, y parar el concierto porque éramos familia. Continuar tras la pelea empujándonos todos de nuevo…

    Gracias por dejarnos un lugar en el que pasarlo bien y disfrutar de música en directo.

  2. Hace unos días, el 28 de Marzo de 1987, se cumplieron 34 años de una noche de Sábado en el Fun en la que conocí a mi mujer. Cada vez que pasamos por la puerta, miramos y nos acordamos que allí fue donde nos encontramos por primera vez.
    Viejos y buenos tiempos
    Enhorabuena y gracias a Pepe y a Diego por los buenos momentos que hemos disfrutado en su sala.

  3. Mala noticia, malos tiempos para la Alameda y el r’n’r.
    Hace solo unos días, el 28 de Marzo, hizo 34 que conocí a mi mujer en el Fun, un Sábado de 1987.
    Grandes recuerdos y orgullo de poder decir que allí fue la primera vez que nos vimos.
    Enhorabuena a Pepe y a Diego, al que conocía del Placentines y el Sonnos, por tantos años apostando por la música.
    Una enorme pérdida

  4. Una auténtica lastima. La de noches maravillosas de risas y bailoteo que hemos pasado allí… Todo tiene un final pero lo hemos disfrutado así que mil gracias

  5. -Entrada con birra-

    Realmente uno de las «discos» con más clase que he visitado nunca (y me he movido hasta las antípodas).
    También marcó grandes noches de mi época universitaria, fue como mi primera casa!
    Mil gracias por haber estado ahí para darle una enésima oportunidad a esos niños perdidos que hoy son adultos huérfanos pero con futuro, ánimo con esos nuevos proyectos!

  6. Una pena tiempos vividos muy buenos con los conciertos q había y la movida q lástima uno de los grupos q fui a ver alerta roja amigos míos de siempre

  7. Angeles Romero Mendez

    Para mi era un santuario, bailar bajo la mirada de patti, lou, bob, etc, me hacia sentir especial, yo los conocia era como compartir complicidades con ellos… El underground al poder, bien Pepe, una retirada a tiempo es triste pero victoriosa…. Y mi Abdon con su cara de pocos amigos pero era el mejor de los amigos, siento privilegio da haber estado ahi…. Chuk chuk chuk churu chuk chuk churuk ahhhhh

  8. Gustavo (Nirvana)

    Grande Pepe!!!..palabras sabias siempre que habla.. desde esa esquina ojos que todo lo ven..tanta sabiduría..el pez más viejo del río.. él sabe porqué cierra ..ha llegado el momento de remontar el río.. un abrazo viejo amigo.. en unas líneas sería imposible plasmar tantas y tantas noches saliendo ya con la luz del día a la calle desde allí que dentro era otro mundo.. dónde tantas veces nos transportó Diego pinchando esos temazos gordos del Cobain, Prodigy, ..y compañía..y el Abdón qué decir … «No te preocupes que eso sólo pasa el primer millón de veces…» siempre me llevé esa frase conmigo y me acompañó en mi vida, un placer haber compartido tanto allí e incluso trabajado en aquella barra que te hacía sentir famoso después… GRACIAS Y HASTA SIEMPRE!! los que pasamos por allí siempre llevaremos vuestra huella ♥️

  9. Venga ya con las idealizaciones. El dueño un borde y un rata que no invitaba ni a una ronda. Los camareros una pandilla de impresentables. Y los porteros otra pandilla de chulos. El quid de la cuestión es que era el único sitio en una ciudad cutre y cateta como era, es y será Sevilla. Que no vaya de «yo no soy empresario bla bla bla» cuando estaba ahí por las pelas, no por amor al arte o a la cultura, que parece que ahora el Fun Club era una ong o algo… Lo que hacía bueno al Fun Club era la gente porque ya digo que era el único sitio minimante alternativo pero el resto… el olor a vómito, los cuartos de baño sin puertas y cinco centimetros de mierda en el suelo… por no hablar del dj…

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