Crónicas desorbitadas

Una historia secreta de la música de baile en España II: Los hijos del bacalao

En España, la música de baile ha sido siempre un asunto incómodo. A pesar del éxito internacional de sus locales y festivales, capaces de convocar a decenas de miles de personas, las autoridades siempre han perseguido y estigmatizado este tipo de ocio nocturno; siempre ha sido ignorado y menospreciado por los medios de comunicación. Dos nuevos libros, ‘Balearic’ y ‘El trueno que sigue al rayo’, analizan este fenómeno subterráneo

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Mientras en Ibiza se gestaba su particular escena de clubes, en Valencia una generación de personajes visionarios, entre los que había músicos, promotores y dueños de tiendas de discos, ayudó a conformar un circuito de discotecas que los acólitos recorrían, estirando el fin de semana hasta más allá de sus límites. Lugares hoy míticos, como Barraca, Spook, Spiral o Chocolate, se convirtieron en catedrales de la evasión, donde el público se fundía en el interior de una especie de conciencia colectiva, bajo el influjo de drogas como la mescalina (de la que hoy se habla con veneración mística) y de una mezcla de músicas vanguardista y experimental.

La caída del rayo

Si aquella Ítaca de la fiesta pudo sobrevivir durante más de un lustro fue gracias a la ignorancia de las autoridades, que no comprendían el tipo de sustancias a las que se enfrentaban, y de una legislación laxa en cuanto a los horarios de cierre. Y si llegó a su fin fue, curiosamente, por un temprano proceso de turistificación: jóvenes de todo el país acudían cada fin de semana, atraídos por las historias de juergas sin final y experiencias sensoriales, y lo que había sido un circuito secreto terminó por convertirse en un negocio millonario, en el que los asistentes ya no se contaban por cientos, sino por decenas de miles, en una época en la que aún no existían los festivales. Como consecuencia, las señas de identidad se pervirtieron: la música se aceleró y su calidad cayó en picado, aparecieron otras drogas más individualistas, menos propensas al colocón colectivo y el público se radicalizó. Hasta que a principios de los noventa la nueva televisión sensacionalista, que había llegado con las cadenas de televisión privadas, decidió sacar a la luz todos aquellos excesos y provocó la caída en desgracia de la mal conocida como “Ruta del Bakalao”.

El auge y declive de esta escena se ha documentado en profundidad. El ya citado Bacalao (2016), de Luis Costa, ofrece una visión panorámica de aquellos sucesos por boca de sus protagonistas, mientras que el también excelente En Éxtasis (2004), de Joan M. Oleaque, añade una interesante visión sociológica del fenómeno y de su posterior conversión en la escena de la “mákina”, que se extendió por Cataluña durante la década de los noventa. Lo que apenas se había tratado hasta la fecha es la expansión de esta cultura del baile por el resto de España y su transformación en diferentes escenas locales. La reciente reedición de Loops. Una historia de la música electrónica en el siglo XX (2018) le dedica un par de capítulos, y el lector dedicado puede encontrar algunos artículos muy interesantes repartidos por revistas, blogs y periódicos. Pero faltaba una visión completa y profunda del asunto, que es la intención de El trueno que sigue al rayo (La Fonoteca, 2020).

Su autor, Pedro José Mariblanca Corrales, creció en un pueblo de La Mancha frente a Scape, una de esas discotecas que punteaban el camino entre Madrid y Valencia. Locales que servían de calentamiento para los aventureros que se dirigían a vivir la ruta, o de sucedáneo para aquellos que no podían permitirse el viaje. Mariblanca Corrales recuerda que, de niño, “siempre escuchaba lo que salía de sus puertas. Más tarde, cuando cambió de nombre, y traía a DJs fuertes, quería ser mayor, quería saber lo que allí ocurría, quería pegarme las fiestas que se pegaba esa gente, me hacía con las cintas que allí se grababan”. Años después, todavía mantiene esa afición por la música, incluso hace sus pinitos como DJ, y la combina con una carrera académica: es filósofo, historiador y escritor, y posee varios libros publicados, sobre temas tan dispares como la meseta manchega, la utopía, El Niño de Elche o la filosofía de Tiqqun.

Lo que sucede en el club

P.- Como muy bien señala Abraham Rivera en el prólogo del libro, se ha escrito muy poco sobre la historia de la música de baile en España. ¿A qué se debe este desinterés general?
R.- Nunca ha recibido la consideración que merece, siempre ha sido vista como algo peligroso, y cuando se ha dejado de mirarla así, ha pasado de pies juntillas por todas partes, como de atrezo. Por otro lado, muchas de las personas que han formado parte de la historia no creían que lo que sucedía tuviera que ser registrado para siempre; con haberlo vivido era suficiente. Y el mundillo de la “cultura” tampoco la ha tenido nunca en cuenta, más que para desfasar, así que seguramente muchas personas han pensado que no merecía la pena luchar contra esos gigantescos molinos de viento: instituciones, medios de comunicación, autoridades.

«Muchas de las personas que han formado parte de la historia no creían que lo que sucedía tuviera que ser registrado para siempre»

P.- ¿Y por qué decidiste escribir tú un volumen sobre el tema?
R.- Porque no pincho todo lo que me gustaría, no monto todas las fiestas que se me pasan por la cabeza, no produzco (aunque estoy en ello) y, como lo que más hago es escribir, sentía la necesidad de aportar un granito de arena desde este frente, el de la escritura.

P.- Debido a tu edad, no has podido vivir en primera persona muchas de las historias y escenas de los que hablas en el libro. ¿Cómo afrontaste el proceso de documentación?
R.- Mucho internet, muchos foros, muchas noticias de la época, que en general hablaban de cosas negativas, pero resultan importantes para encontrar fechas y datos interesantes. Mucha historia oral, hablando con todo tipo de personas, tratando de llegar a todas las partes posibles. Ha sido muy bonito, sobre todo por lo aprendido.

P.- Dentro del libro los clubes tienen una importancia capital, incluso por encima de músicos, sellos o festivales. ¿La historia de la música de baile tiene más que ver con estos espacios, y lo que sucede en ellos, que con estilos o músicos concretos?
R.- Aunque la cosa ha cambiado, estos espacios son los lugares en los que la electrónica y las músicas de baile han fluido por antonomasia. Sin ellos, no existirían muchos DJs ni muchos sellos; sin ellos, quizás no habría festivales. Te puedes pegar el fiestón en tu casa, en un parking, en numerosas realidades, pero sin esas cuatro paredes con el sonido a todo volumen, los golpes de los graves, las luces en la oscuridad y la fricción entre personas, todo habría sido diferente. La única excepción son las raves, pero éstas también necesitan de espacios-tiempos concretos para ser llevadas a cabo. Ahora, por suerte, podemos disfrutar también de la música electrónica en otros sitios: teatros, parques, museos, etc. Pero sin los clubes la historia de la música electrónica habría sido completamente distinta. El club es a la electrónica lo que la patata a la tortilla.

«Te puedes pegar el fiestón en tu casa, en un parking, pero sin esas cuatro paredes con el sonido a todo volumen, las luces en la oscuridad y la fricción entre personas, todo habría sido diferente»

P.- Entonces ¿por qué los medios generalistas, como los periódicos y la mayoría de las revistas musicales (hay excepciones, como la desaparecida Trax), les suelen prestar tan poca atención?
R.- Lo que puede llegar a pasar en un club no es lo que pasa habitualmente fuera del mismo, en el mundo “real”. Ahí no puedes ir con la libreta en la mano a criticar a nadie. O disfrutas de la música y bailas, o te vas. Esos periódicos, esas revistas “musicales” de los que hablas, suelen situarse por encima de las personas que los frecuentan y los gestionan. Se consideran en posesión de la verdad, no terminan de concebir que haya gente a la que le gusta lo que para ellos es “ruido” sin más. Creo que esa actitud es producto del miedo. Del miedo a conocer, a romper con lo establecido, a mirar más allá. Y también de la pereza por tratar de comprender el por qué de otras realidades. No todo en la vida se puede catalogar, ni debe formar parte de una lista para luego recibir un premio.

El sonido del trueno

P.- La característica más interesante de El trueno que sigue al rayo es la cantidad de información que contiene: todos esos listados de clubes, colectivos, músicos, DJs y sellos que salpican los distintos capítulos del libro. De hecho, en algunos casos el volumen de información es tan grande y detallado que casi parece un catálogo, más que una historia razonada. ¿Te daba miedo dejarte fuera a alguno de los protagonistas?
R.- Más que miedo, respeto. Son tantas las realidades de esta historia, que el hecho de que algunas se quedasen fuera (y algunas se han quedado fuera) es casi un trastazo en las costillas. Es importantísimo documentar a todos los protagonistas posibles, no para complacer a nadie, sino por obligación, y por eso ya estoy trabajando para que en futuras ediciones nadie se quede fuera.

P.- En compensación, también incluye capítulos en los que se analiza el fenómeno de la música de baile a un nivel sociológico. Eso sí, más desde una perspectiva global que particular: no se investiga por qué triunfaba un determinado estilo en un punto geográfico concreto, sino que se ofrece una visión general de cómo ha evolucionado la música dentro del país. ¿Esto se debe a que El trueno que sigue al rayo es un libro pensado antes para un público generalista que para uno especializado?
R.- El libro está pensado para todos los públicos. El generalista, para que conozca lo que es una parte más que interesante de la historia reciente del país, y el especializado, para que vea la importancia sociocultural del movimiento generado por la electrónica en España. Puede que más desde una perspectiva global que particular, pero también para no caer en el típico mamotreto que muchas veces echa para atrás, por precio y por densidad.

«El ravero y el bakala, más que el clubber, siempre han sido menospreciados y criminalizados, siempre se les ha tenido por personas non gratas en esta sociedad»

P.- También me parece interesante que dediques un capítulo al Sermón al raver de Tiqqun. Imagino que, al haber escrito una monografía sobre el tema, y otra sobre El Niño de Elche, lo tendrás bastante trillado. Pero me intriga que te quedes en la visión tan negativa que daba el colectivo sobre la fiesta y la rave, y no te intereses por otros escritores que han tratado el tema de manera mucho más reciente y refrescante, como Mark Fisher, Simon Reynolds, Kodwo Eshun o Wolfgang Tillman.
R.- Ese excursus es una crítica a los que critican el uso de la música electrónica como un salvoconducto para salir de este mundo. El ravero y el bakala, más que el clubber, siempre han sido menospreciados y criminalizados, siempre se les ha tenido por personas non gratas en esta sociedad. Y utilizando la crítica de Tiqqun quería denunciarlo. ¿Ante quién? Ante los militantes que están en contra de estas personas, pero también salen de fiesta, se drogan y hablan en nombre de un pueblo al que no representan; ante la sociedad que los considera peligrosos; ante la gente que prejuzga sin conocimiento sobre las causas sociales que ayudan a dar forma a este tipo de personas. Me gusta lo que dicen los autores de los que hablas, pero esa visión negativa de la fiesta y la rave me servía para hacer esa denuncia ¿Por qué es peor quien se va de fiesta que quien se cree con el poder para juzgar su actitud? ¿Por qué es mejor la persona que paga dinero para pegarse esa fiesta que quien decide montársela de forma autónoma?

El estado de las cosas

P.- En los últimos años, y gracias a movimientos como la EDM, se ha popularizado la música electrónica a niveles masivos. ¿Cómo crees que ha afectado este cambio a la música electrónica en general y a los clubes en particular? ¿Están perdiendo parte de su esencia, al tener que abrirse a un público cada vez menos especializado, que parece más interesado en el propio acto de “ir de fiesta” antes que en salir a “escuchar música”?
R.- La esencia no se pierde si no quieres que se pierda. Recordemos que el público, al principio, tampoco era especializado y lo único que quería era salir de fiesta. Lo malo no es la popularización, sino entrar en el juego del pop, es decir, el de hablar por hablar (o hacer por hacer) sin tener nada que decir, repitiendo la misma cantinela que funciona. Por suerte, todavía queda mucha gente en el frente, y parece que cada vez hay más en el mismo, aunque brille más lo espectacular que lo sincero.

P.- En este sentido, muchos DJs se quejan de que el público en general les pide escuchar los temas que ya conocen y escuchan en casa, lo que coarta esa idea romántica del DJ como descubridor de música y creador de viajes ¿Crees que el hecho de que el mundo de los DJs se haya llenado de aficionados (o intrusos) tiene algo que ver en esto?
R.- Si hay trabajo, calidad y una gran paleta de recursos en tu discurso, si escuchas lo que te dicen y sabes jugar con ello, no hay por qué claudicar ante estas cuestiones. Las personas que pinchan deben ser magas, y no todas lo consiguen. Puede sonar romántico, pero hay que descubrirle a la gente que existen cosas más allá de lo comúnmente conocido. Los intrusos y los mediocres van a estar ahí siempre, pero ahí tienes que estar tú también, para hacer valer lo que defiendes a capa y espada. Lo fácil es quejarse, lo chungo es luchar.

P.- ¿Y qué te parece la “democratización de la creación musical” en la que estamos metidos? Esas ideas acerca de que todo el mundo puede ser un artista y que es “más fácil que nunca darse a conocer”? ¿Creará una burbuja de artistas estupendos, o más bien una gran masa de “creadores frustrados”?
R.- La democratización como tal me parece estupenda, que puedas acceder a un montón de cosas y recursos es la hostia. Antes era mucho más difícil, en todos los sentidos. Y si ahora accedes a ello, te conciencias de lo que tienes en tu haber, cuidas de lo que lo hace ser (comprando lo que hacen otras personas, dándole la importancia que merecen, creando cosas con sinceridad) y le das el mejor de los usos, no veo problema alguno. Obviamente, no todo el mundo puede ser artista, y el primer paso es reconocerlo. No todo el mundo tiene el mismo bagaje, no todo el mundo tiene oído, no todo el mundo tiene las aptitudes necesarias. Y aunque hoy día cualquiera pueda darse a conocer, y puede que venda más una imagen que el sonido, no hay que estar lamentándose constantemente por ello.

P.- Para terminar, ¿cómo crees que afectará la pandemia que estamos viviendo a la escena de clubes en España? ¿Quedará algo que reconstruir, o surgirá algo completamente nuevo?
R.- Claro que quedará algo que reconstruir, ya se está haciendo. Y surgirán propuestas completamente nuevas. “Renovarse o morir”, “resistir es vencer”, ésas son las máximas que han de acompañarnos en esta delicada situación, sin dejar de lado la reivindicación de lo que nos corresponde ni volver a repetir los errores del pasado. Sé que es complicado y que es muy fácil hablar desde mi posición… pero no queda otra. Y hay que estar ahí, al pie del cañón. Por el devenir que nos ha traído hasta aquí, por los que se fueron y se están yendo, por los que quedan, por los que vienen.

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