Entrevistas

Jorge Benítez: «El ajedrez, como la pandemia, nos demuestra que somos vulnerables»

El periodista de El Mundo publica en Libros del K.O. ‘Nieve negra’, un bestiario de los dioses, héroes y bastardos del ajedrez con el que alumbra una historia de este fabuloso deporte de 1.500 años de antigüedad

En los restaurantes modestos del Barrio de Hortaleza de Madrid, sándwich mixto mediante, se urdió uno de los mejores libros de ajedrez que hayan dado las letras españolas. Lo firma el periodista de EL MUNDO Jorge Benítez, que dice no recordar por qué eligió para este volumen que edita Libros del K.O. el sugerente título Nieve negra. Ensayo sentimental, rigurosamente subjetivo, está escrito por alguien que llegó al ajedrez de forma más o menos tardía y que no sólo quedó fascinado con su práctica sino también ante la intrahistoria de un deporte que tiene mucho que ver con el devenir de los tiempos, con la política, con quiénes hemos sido en cada época.

Benítez, personalísimo redactor que logró colocar en una publicación nacional y generalista un blog sobre ajedrez y una columna gastronómica sobre menús del día, ha conseguido en esta obra un emocionante bestiario de los dioses, héroes y bastardos del ajedrez, descubriéndonos no sólo sus mejores partidas sino también su personalidad, sus pasiones y el tiempo que vivieron y que, de alguna manera, representan. Para iniciados o no, el autor desempolva un pasado de 1.500 años, consiguiendo por fin despojarlo del tono plomizo y wikipédico que venía encorsetándolo a favor de una narración ágil, sexy, apasionada e irónica. El periodista pasa con soltura de los misterios en torno a su origen a explicar la cultura de masas a través de Bobby Fischer, la Francia napoleónica con los ojos de Philidor o a recrearse en la rivalidad Kárpov-Kaspárov, mientras que, página a página, la historia y sus personajes (Nietzsche, Céline, Napoleón…) van desplegándose sobre el tablero. Un libro que vale para enamorarse de un arte que, de haber nacido hoy, «sería un superventas».

El periodista y escritor Jorge Benítez. Foto: Alberto di Lolli.

 

Pregunta.- Ha logrado contar una historia del ajedrez con la épica de una justa medieval.
Respuesta.- Todos hemos leído y visto grandes historias de disciplinas como fútbol o en el boxeo, pero nunca en el ajedrez. Y, en contra de lo que pueda parecer, es el deporte más violento de todos, porque para ganar uno tiene que matar literalmente a su contrincante. 1.500 años de antigüedad le otorgan también unos niveles de épica que no se dan en otras disciplinas.

P.- ¿En qué momento descubre que su historia escondía esta riqueza narrativa?
R.- Yo no llegué al ajedrez en la infancia, sino en la adolescencia, cuando me enseñó mi primo de Córdoba. Poco a poco fue interesándome. Leyendo un libro de Cabrera Infante, por ejemplo, descubrí a Capablanca y su historia fabulosa. Fui tirando del hilo. Según indagaba en la literatura que ha producido el ajedrez, me fui percatando de que las biografías de sus campeones eran todas muy planas. Y este defecto ocultaba cuestiones como la importancia de la disciplina en lo relativo a la política. Sucede que los grandes genios del ajedrez han pertenecido a los imperios que han tenido la supremacía en cada época. Tener un gran ajedrecista era como poseer la bomba atómica intelectual. Y no hablo sólo en pasado, Putin está hoy obsesionado con recuperar el trono del ajedrez para Rusia, hay un millonario de Missouri que se está dejando una fortuna en nacionalizar jugadores…

«Los grandes ajedrecistas pertenecieron a los imperios que tuvieron la supremacía en cada época. Tener un campeón era tener la bomba atómica intelectual»

P.- Además de su carácter histórico y documentado, su ensayo abraza lo literario para detenerse en cuestiones como las metáforas que contiene el juego o la propia mística levantada a su alrededor, por ejemplo en torno a su enigmático origen.
R.- Es que es un deporte muy metafórico y que, como dices, ha generado mucha fábula que quise que quedara reflejada en Nieve negra. Por ejemplo, está esa creencia de que el nivel de los hombres es superior al de las mujeres. O el hecho de que está prácticamente demostrado que el ajedrez moderno se origina en España, cuando se cambian sus reglas como un homenaje a Isabel la Católica, a fin de que la dama se convirtiera en la figura más poderosa del tablero. Volviendo a lo que decías de la épica, su historia está cuajada de este tipo de momentos con poder narrativo.

P.- ¿Qué tal nos va en España respecto a este juego? ¿Cree que, además de más bebés o más divorcios, habrán salido más ajedrecistas del confinamiento?
R.- Pues es el tercer deporte con más número de federados… en España nos falta una figura, un Rafa Nadal o un Fernando Alonso. Si tuviéramos a alguien de ese nivel en la competición profesional, te aseguro que surgirían miles de nuevos aficionados. Respecto al confinamiento, estuve jugando mucho a Chess.com, pero me estaban dando tales tundas que decidí darme de baja. Hoy hay más interacción que nunca en este juego al que la tecnología le ha sido muy favorable. En internet es muy sencillo que un niño coreano te apalice en unos minutos.

«En la literatura, el ajedrecista tiene ese halo de hombre atormentado y yo me propuse desmontar los clichés»

P.- Antes ha citado a Capablanca y, aunque en su libro están todos los grandes, se le nota que tiene una predilección por la historia de este ajedrecista. Un tipo al que, además del tablero, le encantaba comer, beber y el sexo.
R.- Como no soy un experto, quise escribir un ensayo muy subjetivo, que evidenciara quién me caía bien y quién no, juzgar a estas figuras sin ningún pudor. En la literatura, el ajedrecista tiene ese halo de hombre atormentado y yo me propuse abandonar los clichés, recorrer sus biografías desde otros prismas, más divertidos o más ricos narrativamente hablando, y poder llegar a un público quizás no iniciado. Capablanca era un vividor, no estudiaba, pero ha sido el talento más natural. Este es un libro que la editorial me encarga tras leerme escribiendo de ajedrez en el periódico para el que trabajo, EL MUNDO. Su idea era continuar con el camino que habían iniciado con Ander Izagirre y su Plomo en los bolsillos. Cuando acepté la propuesta, elegí plantear una sucesión de biografías que fuese a la vez una historia del mundo a través del ajedrez y sus protagonistas, contextualizar sus peripecias en el momento histórico en el que se desarrollaron. Si tuviera que contarle a un chaval la guerra fría evitando que en cinco minutos abriera la boca para bostezar, lo haría a través de Fischer. De la misma manera que la de Philidor es una gran historia para ilustrar la Revolución Francesa. Hablamos de personajes que vivieron justo en el momento en el que sus países eran el meollo de la historia.

Capablanca fue un genio natural y, además, un vividor contra el tópico del ajedrecista sesudo y aburrido.

P.- Supongo que esto último del ajedrez como forma de ilustrar el mundo tiene que ver con eso que dice de que no cree que haya «nada como el ajedrez para representar lo que somos».
R.- ¿En serio? ¡No recordaba haber dicho algo tan brillante!

P.- Le recuerdo otra cita suya: “El ajedrez nació como terapia para la depresión y lo hemos olvidado en la sociedad de la incertidumbre”. En este presente especialmente incierto, ¿recomienda que nos iniciemos en su práctica?
R.- Claramente. Esto es como el coronavirus, nos demuestra que somos vulnerables. Aquí lo importante es aprender a perder. Y, como en la vida, cuanto antes aprendamos a perder, mejor.

P.- Escribe en sus páginas, «Dios ha muerto, Marx ha muerto, pero nos queda el ajedrez». Potente eslogan para una faja. ¿Por qué no lo usaron?
R.- Si me hubieran hecho una faja mis editores, habría sido divertido. Bromeo con dos ideas que están en el libro, la partida entre Dios y el diablo, y el tema político. En realidad es una construcción a partir de una frase de una novela de Vázquez Montalbán, en la que Pepe Carvalho decía: «Dios ha muerto, Marx a muerto, y yo no me encuentro demasiado bien».

«En ajedrez lo más importante es aprender a perder. Y, como en la vida, cuanto antes aprendamos a perder, mejor»

P.- El sentido del humor es otra de las constantes del libro. ¿Es un recurso para despojarlo de su carácter sesudo, de su imagen de juego para cerebritos?
R.- Para acercar a los lectores al ajedrez y a sus grandes protagonistas es necesario tirar del humor y de sus debilidades. Si no las cuentas, si no tomas una perspectiva, corres el riesgo de crear un texto wikipédico. El ajedrez tiene su parroquia de fieles que están al día de lo que se publica, pero no es un libro sólo para ellos. Me lo he tomado casi como la escritura de una crítica, hay gente que te gusta mucho y gente que te cae peor, y así es como han quedado reflejados en Nieve negra.

 

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