De todos los vídeos innúmeros y domésticos que en estos días de clausura se emiten en vivo o se cuelgan por las redes, tengo uno predilecto: en Italia, en un balcón, una señora en chándal y alpargatas trata de insuflar ánimos al vecindario confinado tocando en una flauta escolar el Himno de la alegría. Entonces, un familiar, harto de prodigios, coge una garrafa de plástico vacía y le asesta garrafazos al instrumento hasta arrancárselo a la intérprete de las manos. Lo que viene a continuación ya nos lo mostró Fellini en Amarcord. Les digo esto en los albores del 21 de marzo de 2020, día del año consagrado mundialmente a la poesía.
Suelo celebrarlo bienalmente en Italia, junto a otros poetas que acudimos a la llamada de Paola Laskaris, profesora de la Universidad Aldo Moro, para hablar sobre poesía contemporánea española. Esta vez no ha podido ser, como casi tampoco es primavera –no al menos debajo del pellejo-, ni tampoco han sido posibles festivales (como el de Marpoética, que debiera haber comenzado hoy), ni ciclos, ni lecturas, ni presentaciones, ni nada que nos congregue para celebrar la palabra poética en su día mundial. Arden las pérdidas.
«A diferencia de otras letras, la poesía –no toda– pide aire»
A diferencia de otras letras, la poesía –no toda– pide aire (“…y que en el aire/ sea de todos y la sepan todos”, válgame Claudio Rodríguez); es en sí ‘poiesis’ (“un decir que es un hacer”, ay Octavio Paz) y por tanto rima dignamente con lo performativo y con cualquiera de las artes del espacio o el tiempo. La poesía puede ser también un flechazo directo al corazón de las manzanas, y es entonces cuando cobra una función política y social. Por supuesto, los poemas son cacharros útiles para la vida, más aún después de Auschwitz y en estos tiempos de penurias. Porque la poesía tiene un potente valor de uso conviene, especialmente en esta ocasión, ‘accionarla’ como se merece. Para ello interesa, antes que nada, no confundirla con la puñetera arma cargada de futuro, ni con un artefacto más de la sociedad del espectáculo que arrojarle a un público literalmente cautivo. Vayamos a llevarnos –con motivos- un garrafazo en la lira.
Soy Ikea y soy poeta
“Soy tu hogar./ El espacio donde has celebrado/ las buenas noticias/ y te has refugiado de las malas. / Soy el lugar donde eres tú mismo./ Venga, va./ Siénteme./ Disfrútame./ Quizá es el momento de mover/ los muebles./ O de amueblarnos la cabeza./ Yo soy tu hogar./ Y voy a estar para ti,/ aguantando todo lo que venga.”. Estos versos, que acabo de leer en Instagram, pertenecen al glorioso poeta sueco Ikea. La empresa de muebles modulares ha escuchado y ha sumado, con interés publicitario, sus versos de autoayuda -pretendidamente ramplones- al ruido de las cadenas de versos que se arrastran por las redes, a los ‘likes’ de la poesía pop tardoadolescente, a los recitales de les balconnières, las propuestas de poesía en babuchas y streaming, y las convocatorias de recitales intercontinentales (cito literalmente) de 24 horas “para combatir la pandemia”. “Ya hay más gente haciendo directos que gente viéndolos”, se sonríe un amigo; “¡Todo terminó, señores! ¡Esto se va a llenar de poetas compartiendo sus libros en pdf!”, retuitea otro. Me temo que a estas alturas, hay quien se pregunta por qué no se ha incluido en el Real Decreto de aprobación del estado de alarma la premática que dictó allá por el XVII Francisco de Quevedo, mediante la cual, “habiendo visto a multitud de poetas con varias sectas que Dios ha permitido por el castigo de nuestros pecados, mandamos que se gasten los que hay y que no haya de aquí adelante”.
«En este día y circunstancia mundiales, a quienes hacemos poesía nos va a venir muy bien pensar en cómo ‘intervenir sin invadir’ a los lectores»
Retranca aparte, en este día y circunstancia mundiales, a quienes hacemos poesía y a quienes nos dedicamos en mayor o menor medida al activismo cultural, nos va a venir muy bien pensar en cómo ‘intervenir sin invadir’ a los lectores en estos momentos tan delicados; cómo ‘meter silencio’ y cobijar en la palabra. No está el horno para frikadas. Al ‘poetariado’ siempre nos ha sentado muy bien revisar a cada paso si tenemos más interés en escribir poesía que en hacer de poetas. En este contexto recién estrenado a partir del cual nada va a seguir siendo igual, nos vendría de escándalo, además, comenzar a indagar en las posibilidades de la ‘poesía digital’, es decir, en el uso de las tecnologías para prácticas poéticas de vanguardia y no únicamente como vía promocional. En apariencia, la línea que separa los actos poéticos de la mera vacuidad parece sutil pero, en el fondo, cualquiera puede discernir una cosa de la otra. Sin excepción, las propuestas poéticas meditadas y cuidadas son las únicas de provecho y calidad literaria.
Al cobijo de las palabras
En estas vísperas raras y previas al Día Mundial de la Poesía, he podido disfrutar de los vídeos de Miriam Reyes o de Ángelo Néstore dando voz a textos de poetas que admiran; de un audio con un poema inédito de Julia Uceda en su viva voz; de llamadas para pensar en compañía qué hacer y qué dejar de hacer con la poesía; de envíos privados por Whatsapp de cantarcillos, décimas o juguetes poéticos que hemos improvisado entre varios sin más afán que el de acompañarnos un rato en las cesuras y “arrebatarle alguna cosa al imperio de la muerte”, que diría Malraux. Sin más pirotecnia.
“Cuentan que Ulises, harto de prodigios,/ lloró de amor al divisar su Ítaca/ verde y humilde”, escribió Borges. Como amantes de la lectura, esta es, quizá, la mejor propuesta para este Día Mundial de la Poesía: hartos de prodigios, cobijarnos en las palabras, en las lecturas de poesía, las pendientes y las que se editarán en cuanto pueda ser, y que esperamos con hambre. En mi caso, para este tiempo entre paréntesis, me esperan al alcance de la mano De la intimidad, la antología poética en homenaje a Teresa de Jesús (Renacimiento), Años larguísimos, de José Carlos Rosales (Juancaballos de poesía) y Más lecturas no obligatorias, de Wislawa Szymborska (Alfabia), entre otras. Las relecturas e incluso la rememoración de poemas rondan la casa. Como autora de poesía, esta es, sin duda la mejor propuesta para este su Día Mundial: cobijarme en las palabras, escribiéndolas, tranquila de saber que la poesía es “esa Ítaca/ de verde eternidad, no de prodigios”.