Crónicas desorbitadas

Sr. Chinarro, el Mester de Juglaría del indie

Manuel Pinazo y Chema Domínguez ahondan en la historia de uno de los popes del indie nacional en el libro de entrevistas ‘Había una vez… Señor Chinarro’, editado por Muzikalia

Εl debut en lides editoriales de la web Muzikalia, el libro de entrevistas Había una vez… Sr. Chinarro. Conversaciones con Antonio Luque escrito a cuatro manos por los periodistas Manuel Pinazo y Chema Domínguez, nos sirve en esta crónica de afortunado cicerón para una visita guiada entre la nostalgia y la distancia por la escena musical independiente de nuestro país.

Si se piensa con calma y lucidez, pocas figuras como Antonio Luque aka Sr. Chinarro hay en el retablo de la música española que puedan haber sobrevivido a modas, hypes o incluso a su propio éxito, convirtiéndose en los últimos 30 años en una suerte de actor no por secundario menos protagonista de ese fenómeno que llamamos indie. Se me vienen a la cabeza, así sin mucho elucubrar, Nacho Vegas (con ese aura de artista inteligente -¿acaso no lo son todos?- desde los tiempos de Manta Ray) o Jota, de Los Planetas, erigido en icono pop para toda una legión de fans y detractores, pero icono al fin y al cabo. Si hubiera una santísima Trinidad de la religión indie en nuestro país, Sr. Chinarro debería estar sentado a todas luces entre uno y otro.

El mismísimo Tomás Fernando Flores, desde la tribuna que le otorga su labor como director al frente de Radio 3 -nuestra particular Biblia indie– tilda a Luque en el prólogo del libro como ese trovador necesario para entender toda una época: “Sr. Chinarro apareció en nuestra crónica colectiva para reclamar la posición de juglar generacional”. O como también el propio Pinazo destaca pocas páginas más adelante, no solo las canciones y los conciertos de Sr. Chinarro sino también sus declaraciones en mil y una entrevistas “son parte importante del anecdotario y la leyenda del indie patrio”.

En activo desde Pequeño circo en 1993 y hasta ese Asunción de 2018 que supone su último trabajo por el momento, Sr. Chinarro puede presumir de una dilatadísima trayectoria, con más de 20 entregas discográficas, tres libros publicados, un sinfín de conciertos y un nombre que ha brillado con luz propia en el oropel de festivales como Primavera Sound y FIB (“el lugar de veraneo de la Meca del indie”, en palabras del entrevistado con ese ingenio que le caracteriza). Con tal experiencia y semejantes proezas -juzguen si no lo es contar con más de 20 discos en este país- no resulta extraño que devorar estas conversaciones suponga adentrarse no solo en la vida, obra y milagros del entrevistado, sino también sirva a los entrevistadores y al lector para trazar un inesperado recorrido por las tres décadas de la música independiente de nuestro país. O el indie, como les gusta decir a los periodistas.

El libro inicia su relato, como bien confiesa el propio Pinazo, “en un in media res”, porque en lugar de comenzar por los primeros pasos de Antonio Luque, allá en 1993 con aquel fundacional Pequeño circo, lo hace en 2003, con un Sr. Chinarro enfrascado en cambiar de aires con El ventrílocuo de sí mismo. Por aquel entonces el sevillano buscaba con este disco una profesionalización aún no alcanzada, acercando su propuesta a terrenos más accesibles.

Si consideramos pues, como apuntábamos más arriba, que los avatares de la evolución del indie en nuestro país han corrido parejos a los vaivenes de la propia carrera de Luque, basta echar un vistazo a lo que se cocía en la música independiente española en 2003 para percatarnos de que las cuentas no fallan y los datos no mienten. En aquel mismo 2003 la escena independiente parecía buscar lo mismo que el del Polígono San Pablo ansiaba encontrar: una puerta por la que llegar a más audiencia y un estatus que superara la mera etiqueta de música -o músico- de culto. O parafraseando aquel spot noventero de nuestra TVE 2, dejar de ser la banda sonora solo “para una inmensa minoría”.

Echen si no un vistazo a los discos de aquel año ligados al género indie: La Buena Vida alcanzaba el número 1 en la venta de singles con Los planetas, un tema cantado no por casualidad con Jota; veteranos como Manta Ray afianzaban su leyenda con un disco como Estratexa mientras un independizado Nacho Vegas hacía otro tanto con su ambicioso Cajas de música difíciles de parar; y bandas como DoverLa Habitación Roja entregaban sus trabajos más accesibles hasta la fecha, The Flame y 4 respectivamente.

«Los propulsores del indie habían prendido la mecha en los años 90 con dos objetivos: romper con el pasado y matar al padre (las bandas de los 80)»

Pero no basta con esto, también resulta cuanto menos curioso otro dato: el mismo año en el que Sr. Chinarro se esforzaba por hacerse popular, aparecían en escena los nombres que en los años venideros harían del indie, precisamente, un género comercial. 2003 saludaba los primeros trabajos de, atención, artistas como Deluxe, Vetusta Morla, El Columpio Asesino, The Sunday Drivers y Sidonie. Resulta también sintomático de aquellos años que, en este afán de notoriedad y como bien apunta el propio Luque, “los artistas más prometedores se fueron a las filiales que hicieron las multis”. Aquellos experimentos, en su mayoría fallidos, que enumera a continuación Pinazo -Chewaka (Virgin), Chaos (CBS/Sony), Virus (RCA)…- y que tan flaco favor le hicieron a la escena independiente.

A ese interés por hacerse oír más y mejor había llegado en los primeros dosmiles pues un fenómeno, el indie, desde que sus propulsores habían prendido la mecha en los años 90 con dos objetivos bien distintos: romper con el pasado y matar al padre (las bandas de los 80), como apuntan Pinazo y Domínguez en su libro. “La primera piedra la habían puesto los Surfin’ Bichos de Fernando Alfaro y los Cancer Moon de Josetxo Anitua (…). Estas formaciones eran diferentes, sonaban diferente y no se asemejaban a nada de lo que se hiciera dentro de nuestras fronteras. (…) Bajo la etiqueta de indie podías encontrar grupos de todo tipo de pelaje y procedencia, pero con un fin común: ser diferente a todas las bandas españolas surgidas antes o después de la Movida”.

Coetáneo de éstos, allá por el 91, comenzaba Sr. Chinarro su andadura también, a base de maquetas, una de ellas pinchada por Julio Ruiz en su Discogrande de Radio 3, cuaderno de bitácora indi(e)spensable para todos los que huíamos de la radiofórmula. Aun así y como siempre en Luque, su adhesión a ese movimiento indie que intentaba sepultar el pasado reciente fue más fruto del azar que de la propia creencia en unos intereses comunes: “A mí me hubiese dado igual tener como compañeros a La Dama Se Esconde, La Mode, Aviador Dro o Décima Víctima que a Los Kebrantas, Insanity Wave, Peanut Pie o Eliminator Jr”, nos dice sin pelos en la lengua Luque en una de las entrevistas recogidas en el libro. Y rubrica con tanta sorna como humildad: “Es más, hubiese preferido lo primero, pero hasta el 87 no ahorré para mi primera guitarra eléctrica”.

“Ser amateur tiene sus ventajas, pero también te sitúa en la cuerda floja de la inconsistencia”

Es en estas palabras donde encontramos uno de los temas fundamentales del libro -o al menos uno de los más recurrentes en estas conversaciones con Luque- y un mal extensible a toda la escena independiente: la precariedad. El artífice de joyas El porqué de mis peinadosEl fuego amigo no duda en achacar gran parte de las razones de su escasez de éxito (si calibramos la fama, por supuesto, como ventas numerosas y un mayor acceso al circuito de conciertos) al tener siempre que lidiar con presupuestos menguantes (cuando no inexistentes), condiciones en más de una ocasión al límite de lo soportable y, por supuestísimo, la imposibilidad de dedicarse a la música como medio de vida. Lo resumen a la perfección Pinazo y Domínguez en una de sus intervenciones: “Ser amateur tiene sus ventajas, pero también te sitúa en la cuerda floja de la inconsistencia”.

En el indie español, los artistas que triunfan -y remitámonos al concepto de éxito apuntado unas líneas más arriba- son aquellos que pueden permitirse que sus canciones, sus discos, sus conciertos, sean su profesión y no su hobby, su anhelo o su sueño. Piensen si no en nombres como los ya citados Vetusta Morla, Lori Meyers o Izal, por citar solo tres ejemplos. Ahora bien: ¿cómo considerar a una banda que de pelarse el culo en las salas acaban llenado todo un Wizink Center? ¿El mero hecho de alcanzar una mayor audiencia te resta valor como artista indie? Y si es así, ¿no sería más correcto entonces distinguir por un lado una escena underground y por otro una escena (más o menos) independiente? El propio Luque intenta arrojar luz sobre tan peliaguda cuestión desde las mismas páginas del libro: “Es que lo del indie, indie, hace mucho tiempo que no tiene sentido, ¿no? Se hacen canciones, se hacen producciones, se eligen los instrumentos, se eligen los estudios, se eligen los músicos, aciertas más, aciertas menos”.

“No lo conseguí hasta El mundo según (2006), hasta entonces tú trabajas con tu padre, o en Panrico, con el aceite o con los Bollycaos”

Y vuelve una y otra vez sobre la precariedad, maldito leit motiv: “No es lo mismo hacer cuatro bolos al año y que luego te llamen de un festival (…) y ya no tocar el resto del año y dedicarte a otras cosas, que ser un grupo de verdad. No es lo mismo hacer una gira, tener el apoyo de una discográfica, un grupo que se ha acostumbrado a tocar y que se hace profesional de los escenarios”. Y sentencia con su franqueza habitual: “Yo no lo conseguí hasta El mundo según (2006), hasta entonces tú trabajas con tu padre, o en Panrico, con el aceite o con los Bollycaos”.

De nuevo, nos encontramos de bruces con la necesidad de ganarse la vida tal cual antes de ganarse la vida como músico. El eterno dilema de todo artista. Con una honestidad que desarma, Antonio Luque es capaz de analizar en voz alta las consecuencias que una situación así puede crear en la carrera de un músico: “Es como pasa aquí con algunos compañeros de profesión cuando entran en desesperación máxima porque no tienen bolos, y ya empiezan a hacer acústicos por trescientos euros, a hacer bodas… Y ya pierdes tu sitio, pierdes el caché y pierdes la dignidad”.

Claro que afortunadamente los tiempos cambian, que decía Dylan, y parece que una mayor democratización de la cultura -ese poder hacerte con todo y en todo momento a golpe de click- también influye y para bien en las nuevas posibilidades de negocio en la industria musical. Tanto para el gran océano del mainstream como para los márgenes en los que se mueven los llamados indies. Si me permiten la fácil analogía, ahora quizás las oportunidades a la hora de pescar algo de carnaza no sean tan diferentes entre el pez grande y el pez pequeño. “Es que internet lo ha cambiado todo”, reflexiona Luque, “y de aquí a que las cosas se vuelvan a poner en su sitio… Ha sido una patada al tablero. Están todas las fichas por el suelo y ahora las estamos volviendo a poner, a ver cómo lo hacemos”.

“Sr. Chinarro no ha llenado nunca grandes recintos ni nada. He tenido siempre el simple objetivo de mantenerme”

Siempre a flote como Molly Brown, Antonio Luque tiene claro que todo es también, finalmente, cuestión de prioridades y quizás sin proponérselo da con la clave del ser y estar indie: “Sr. Chinarro no ha llenado nunca grandes recintos ni nada. He tenido siempre el simple objetivo de mantenerme”.

Y el que es sin duda una de las voces más personales y lúcidas de nuestra música -indie o no, eso a estas alturas ya no importa- nos suelta al respecto una de esas perlas a las que nos ha tenido tan acostumbrados durante los últimos treinta años, una de esas verdades a mano abierta que te dejan sin réplica alguna: “Hay que tener ideales pequeñitos, y con los ideales pasa como con los holocaustos: cuanto más pequeños mejor”. Quizás no haya consejo más sabio para todo aquel que se precie independiente.

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