Horas críticas

La fracturada memoria del genio Brian Wilson

Yo soy Brian Wilson y tú no, Brian Wilson. Traducción: Isabel Zapata y María Lebedev. Editorial Malpaso. 340 páginas. 25,65 €

La escena ocurrió allá por 2004 y la relata con ternura, cierto humor e indudable tristeza Bob Stanley, miembro de la banda Saint Etienne, en su libro Yeah! Yeah! Yeah!. Brian Wilson acaba de terminar el concierto en Londres de su gira de presentación del álbum SMiLE. El público del Royal Festival Hall le ovaciona en pie y el que fuera líder de los Beach Boys hace ademán de abandonar el escenario. Pero la camisa (Stanley no lo dice, pero nos la imaginamos grande y llena de flores) se le queda enganchada en algún lugar. El músico intenta caminar, “sus pies, de hecho, se  movían -relata Stanley-, pero él seguía clavado en el sitio. Todo el mundo quería subir corriendo al escenario y ayudarlo; todo el mundo quería ayudar a Brian Wilson”. Por fin, la camisa se desengancha y Brian consigue irse, “pero para entonces los dos mil presentes ya habían tenido la sensación de estar viendo a un niño pequeño y desorientado: un Charlie Brown de 65 años, torpón y confundido”.

Brian Wilson en un día de verano de 1967.

Y así -como un niño pequeño y desorientado, torpón y confundido, pero al mismo tiempo capaz de provocar raudales de emoción porque, al fin y al cabo, es el genio que compuso Godonlyknows-, Brian Wilson nos cuenta su vida en Yo soy Brian Wilson… y tú no, escrita en colaboración con Ben Greenman. Que quizá dirán ustedes que menuda castaña de título para haberlo escrito un genio, que eso de “y tú no” parece lo que decía Milikito unos años antes de ponerse el smoking y las zapatillas blancas. Y lo dirán bien, pero no culpen a Brian. En su original en inglés, el libro se llama únicamente I am Brian Wilson y el “y tú no” debe haber sido idea de Malpaso, la editorial que lo ha publicado en España y que suponemos que también ha encargado una fatigosa traducción repleta de términos y expresiones de eso que en Youtube llaman “español latino”.

«No es una biografía al uso sino un cúmulo de confesiones desordenadas con cierto criterio, desde el presente al pasado, que no enseñan que su vida no ha sido un verano eterno»

Ojo, no estamos ante una biografía al uso ni ante la crónica lineal de una las trayectorias más prodigiosas, y por esto mismo extrañas, del devenir de la música pop. Es, en cambio, un cúmulo de confesiones desordenadas con cierto criterio: desde el presente al pasado, yendo y viniendo unas cuantas veces, igual que van y vienen de la alegría a la tristeza, de la melancolía al optimismo y de la ternura a la tragedia. Confesiones que nos enseñan que la vida del eterno chico de la playa no ha sido, ni mucho menos, un verano eterno.

El libro se inicia en las horas anteriores al concierto cuyo final Bob Stanley describe en Yeah! Yeah! Yeah!. Y es un inicio descorazonador. Brian nos cuenta que está aterrado, que le da pánico llevar su música ante cientos de personas desde un escenario, y que con el pánico vuelven las voces que le hablan desde dentro de la cabeza. Está la voz de su admirado Phil Spector diciéndole que “nunca conseguirás igualar Be mybaby, así que ni siquiera lo intentes”. O la de su temido padre Murry diciéndole que le faltan agallas y le sobra ego. Y, sobre todo, están las otras voces, las de esa gente desconocida que aparecieron la primera vez que tomó LSD a los 22 años y que desde entonces le dicen “venimos a buscarte, Brian. Esto es el fin. Te vamos a matar”.

«Mi historia es una historia musical y una historia familiar y una historia de amor, pero también es una historia de enfermedad mental», reconoce Brian en el prólogo. Y mientras uno va leyendo se va dando cuenta de que todas esas historias se entrelazan, que sin la familia no hubiera habido música, que sin la música no hubiera habido amor y que sin el amor, Brian no se hubiera salvado de su enfermedad mental: “Asustado, con miedo, solo” le escribió en una tarjeta a la que después sería su esposa Melinda el día que se conocieron en un concesionario de coches.

La mirada al pasado de Brian no es categórica sino la propia del niño inseguro del que hablábamos al principio. Cuando escribe sobre su padre -el segundo antihéroe de esta historia, solo por detrás del nefasto Doctor Landy, que le esclavizó y esquilmó durante años a base de drogas y pseudoterapias-, no puede olvidar que Murry fue obsesivo y violento, pero al mismo tiempo agradece su tiranía perfeccionista porque fue fundamental para convertir a su hijo mayor en el gran músico que llegó a ser. “Podía ser generoso y guiarme hacia cosas maravillosas, pero también podía ser brutal y hasta hacer que me arrepintiera de estar vivo”.

Frente a la emoción y ternura que transmite al hablar de sus hermanos Dennis y Carl, o al reconocer sus años de excesos (“no siempre me acordaba de bañarme”) y lo mal que trato entonces a su familia (“yo no era muy buen esposo. Tampoco era muy buen papá”), o al relatar el amor que le profesa a Melinda; quizá las partes más flojas del libro son las referidas a la música. No es todo lo esclarecedor que uno quisiera cuando habla de las bellas melodías, de las grandiosas armonías, de las ambiciosas “sinfonías adolescentes a Dios” que también estaban dentro de su cabeza. Se pierde demasiado Brian transcribiendo letras de canciones, muchas de las cuales -las de gran parte de los 70 y 80-, apenas son conocidas en España. Y, en cambio, uno echa de menos un relato más amplio sobre los procesos de grabación de discos que cimentaron la carrera de los Beach Boys como Allsummerlong, Summerdays o Today.

«Un relato humilde y evocador que alcanza altas cuotas de genialidad y de desmoronamiento, de luz y de oscuridad»

Sí se explaya algo más Brian al hablar de la grabación del legendario Pet Sounds y, sobre todo, del infructuoso intento de llevar adelante el proyecto de Smile, el único álbum que podría haber superado al Pet Sounds en trascendencia musical y que, hasta que por fin lo remató 40 años después, no pasó de compendio de retazos geniales y de anécdotas delirantes: canciones compuestas en un arenero que se hizo construir en el salón de casa, los miembros del grupo grabando sus armonías acostados en el suelo de lo drogados que iban, una sección de cuerdas registrando un tema llamado Fire con cascos de bombero en la cabeza, la sospecha de que esa grabación había originado un gran incendio en Los Ángeles…

En definitiva, Yo soy Brian Wilson es un relato humilde y evocador que alcanza altas cuotas de genialidad y de desmoronamiento, de luz y de oscuridad. Y por eso es también un reflejo sincero de su autor, uno de los grandes genios (fracturados) de la historia de la música pop.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*