Entre 1939 y 1944, mientras Europa se precipitaba en su noche más larga, Manuel Chaves Nogales escribía. Desde París primero, y desde Londres más tarde, firmaba crónicas que cruzaban el océano a lomos de la telegrafía para instalarse en las páginas de diarios de Cuba, Brasil o Argentina. Lo hacía sin saber que esas piezas, escritas con urgencia y con una elegancia inalterable, quedarían diseminadas, muchas veces firmadas de forma anónima, otras manipuladas por las necesidades editoriales del momento. Diarios de la Segunda Guerra Mundial (Inéditos, 1939-1944. 1. Desde París) rescata por primera vez una parte esencial de aquel legado, en una edición precisa y comprometida que devuelve la voz a un cronista sin estridencias, sin dogmas, sin más armas que su pluma y su mirada.
El volumen viene precedido de un prólogo de Yolanda Morató que no solo enmarca el contexto y reconstruye las vías de difusión de aquellos textos, sino que arroja luz sobre la técnica y la ética de un periodista cuya virtud fue contar sin exagerar. Frente al dramatismo o la propaganda, Chaves optó por una distancia justa, una inteligencia narrativa que encontraba en el detalle lo que otros buscaban en la proclama. Lo suyo no era la anécdota: era el «detalle revelador», ese gesto, ese objeto, esa situación en apariencia menor que encapsulaba una época, un estado de ánimo, una ciudad herida que seguía viva. Si la censura prohibía hablar del desabastecimiento, él anotaba que ya no era posible pedir un filete Chateaubriand. Si los boletines hablaban de bombardeos, él describía cómo París, bajo las sirenas, seguía respirando con obstinación.
Chaves escribió sin descanso para agencias como Havas, Cooperation, Reuter o AFI. Firmó hasta tres artículos en un mismo día. Vivía para escribir, y escribía para que no se olvidase que, incluso en mitad del horror, quedaba espacio para la lucidez. Esa pulsión lo convierte en un reportero sin igual: comprometido sin partidismos, con los aliados sin entregarse a sus mitologías, consciente de que el periodismo debía ofrecer certezas modestas antes que verdades absolutas. Por eso sus textos envejecen tan bien: no están atados a la urgencia del acontecimiento, sino a la sensibilidad del que sabe mirar.
El libro no solo recupera el testimonio de alguien que vivió el desplome de Francia desde dentro, sino que restituye una escritura que había quedado eclipsada por otras etapas de su obra. Hasta ahora, su paso por la Segunda Guerra Mundial se reducía a La agonía de Francia y a una selección parcial de crónicas. Lo que aquí se ofrece —en buena parte inédito— es la constancia de una voz que no se doblega. Desde el primer bombardeo hasta la entrada de los nazis en París, Chaves se mantiene fiel a su estilo: claro, preciso, sereno. Ni siquiera el caos altera su sintaxis.
Hay algo conmovedor en su decisión de seguir paseando por los bulevares, observando a los ciudadanos, relatando lo que ve sin disfrazar su incertidumbre. Cuando escribe que «al anochecer me he apostado en una de las salidas de París hacia el sur», no está solo registrando un movimiento urbano: está diciendo que el periodista debe estar allí donde sucede lo que aún no tiene nombre. Esa presencia física, ese compromiso con la calle, aleja su escritura de los despachos y de las trincheras retóricas. Es un periodismo de zapatos gastados, de café en mostradores, de saludos a la portera. Y sin embargo, en esa humildad cotidiana, se construye una forma de resistencia.
El trabajo de edición acierta al eliminar los paratextos editoriales, los elementos ajenos a la creación de Chaves, y al normalizar las traducciones. En los años de guerra, sus artículos se enviaban en francés y se publicaban simultáneamente en varios países hispanoamericanos. Esa cadena de traducción —a menudo precaria— provocó errores que ahora se corrigen. Pero más allá del ajuste lingüístico, lo que se agradece es la posibilidad de leer de forma unificada un periodo crucial en su trayectoria. Es como si la voz se rearmara, pieza a pieza, y adquiriera una continuidad que el caos del exilio le había negado.
Chaves no fue un teórico ni un ensayista. Fue un narrador con instinto para lo esencial. Le interesaba la política, sí, pero sobre todo le interesaban los efectos de la política sobre los cuerpos, sobre las emociones, sobre la vida de las personas. No le bastaba con citar a Daladier o Reynaud; necesitaba describir el gesto del soldado, el silencio en la Cámara, el llanto de una joven en una estación. Creía en el juicio, pero también en la compasión. No se permitía la ingenuidad, pero tampoco el desdén. Eso lo hace tan poco frecuente.
En sus mejores momentos —que en este volumen son muchos—, Chaves parece escribir contra el tiempo. No para fijarlo, sino para resistirse a su borrado. Cuando cuenta que quiere explicar a los lectores de Río o Buenos Aires la verdadera vida de París, lo hace con un gesto mínimo, sin aspavientos, como quien tiende un puente. Y ese puente, que une continentes y épocas, es el mismo que hoy nos permite leerlo no como una reliquia, sino como un contemporáneo. Sus palabras no han perdido fuerza. Solo necesitaban que alguien, con el mismo rigor que él aplicaba a sus crónicas, las rescatara del silencio. Este libro lo hace. Y lo hace con justicia.
DIARIOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. INÉDITOS (1939-1944) 1.DESDE PARÍS Edición de Yolanda Morató EL PASEO (Sevilla, 2025) 440 páginas 22,95 € |