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Francesc d’A. Galí, el trazo invisible que sostuvo la modernidad

El MNAC rescata la figura del artista y pedagogo Francesc d’A. Galí, mentor de Miró y autor del mural del Palau Nacional, con una exposición que reivindica su legado silenciado.

Francesc d’A. Galí, pintor. Ramon Sarsanedas Oriol, lacador. Biombo de la Creación, 1929. Museu del Disseny-Dhub.

La exposición Francesc d’A. Galí. El maestro invisible, comisariada por Albert Mercadé en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, tiene algo de justicia poética. Es un acto de restitución y un espejo retrovisor que enfoca a contraluz a uno de los grandes olvidados de la modernidad catalana. En las salas 63 y 64, y en la Cúpula del Palau Nacional, Galí deja de ser una sombra tras los focos de Miró y Artigas para convertirse en figura plena, compleja, radicalmente mediterránea.

Galí no es una nota al pie. Es el autor del mural de la cúpula del Palau Nacional, un desafío técnico y espiritual que le costó medio año subido a un andamio a 30 metros del suelo. Ese mural, que representa una cosmogonía con figuras alegóricas de las artes, la ciencia, la religión y la tierra, vuelve ahora a escena no como decoración, sino como núcleo simbólico de un relato cultural. La exposición lo convierte en un espacio museográfico, no en un simple techo.

El recorrido se despliega como una sinfonía noucentista atravesada por la historia: de la Barcelona de Els Quatre Gats a la Londres del exilio. Galí fue el pedagogo por excelencia del arte catalán: en su Escola d’Art y en la Escola Superior dels Bells Oficis formó a Miró, Artigas, Ricart o Aragay, con un método basado en la observación atenta, el tacto y la inmersión sensorial. Se exigía ir al Montseny sin lápices ni cuadernos, “equipados con una corona de ojos en la cabeza”, para captar la esencia del paisaje antes de dibujarlo.

Hay en Galí algo de figura tolstoiana, de maestro moral más que técnico, un artista para quien educar era también elevar. Y esta exposición lo entiende así. Las piezas dialogan con ejercicios táctiles y audiovisuales que recrean su método didáctico. Se palpa la intención: no solo mostrar una obra, sino revivir una manera de estar en el mundo a través del arte. En este sentido, 64 colores del Montseny o Corona de ojos en la cabeza no son meras instalaciones, sino ejercicios de transmisión simbólica.

Los carteles para la Exposición Internacional de 1929, los frescos de la Sala de Música, las ilustraciones para revistas y partituras, incluso los retratos de amigos y familiares, componen una topografía íntima y cívica. La mirada de Galí oscilaba entre el símbolo y el servicio público. Pintaba murales y diseñaba sellos, ilustraba libros de poemas y dibujaba árboles como ejercicios espirituales. Nunca quiso firmar su leyenda. Por eso esta exposición, que es también una arqueología del olvido, actúa como una iluminación retroactiva. Devuelve a la historia del arte catalán a uno de sus más finos arquitectos invisibles. Y lo hace con la solemnidad justa, sin escenografía grandilocuente, con la sobriedad de quien sabe que el maestro verdadero no enseña para ser recordado, sino para que sus discípulos vean.


 Francesc d’A. Galí. El maestro invisible  
Comisariada por Albert Mercadé
Museu Nacional d’Art de Catalunya
Hasta el 14 septiembre 2025

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