Pedro Narcob es el seudónimo literario de Pedro Naranjo Cobo, un autor sevillano nacido en 1996. Doctor internacional en Filosofía y profesor de Psicología, ha desarrollado una carrera académica sólida, participando en congresos, publicando artículos científicos y formando parte de comités editoriales de revistas especializadas. En 2019, debutó con el ensayo En vasos vacíos (Seleer), seguido por la novela El mirlo que se ahoga (Multiverso, 2020), finalista del VI Premio Multiverso de Novela. Su primer compendio de relatos, Ceniza bajo la soga (En Huida, 2022), le valió el Premio Narrativa Breve en el Encuentro Nacional de Nuevas Voces Literarias Letras en Off (Sevilla, 2023). Desde 2024, colabora con la revista Jot Down, donde ha publicado su ensayo más reciente, Metafargo (Jot Down Books, 2025).
En Metafargo, Narcob emprende un viaje filosófico a través de las cinco temporadas de la serie Fargo (FX, 2014–2024), explorando las capas éticas, estéticas y existenciales que subyacen en su narrativa. El libro se presenta como una cartografía del pensamiento contemporáneo, donde las imágenes y los signos se reinterpretan para revelar sentidos ocultos y cuestionar nuestras certezas. Con un estilo que combina erudición y agudeza, Narcob invita al lector a reflexionar sobre la moral, la justicia y la verdad en el contexto de una serie que, más allá de su trama criminal, se erige como un espejo de las complejidades humanas. Metafargo no es solo un análisis de una serie televisiva, sino una propuesta de lectura filosófica que desafía al lector a mirar más allá de la superficie, a cuestionar lo evidente y a encontrar significado en lo aparentemente banal.
¿Qué significa exactamente para ti que las imágenes formen «una lengua, pero no la que crees conocer», como sugiere el prólogo?
Si te digo la verdad, intento no tomarme los significados muy en serio. Tengo la impresión de que, cuanto más intenta uno leer la verdad de algo, más termina leyéndose a sí mismo, y eso es muy pesado. De todas formas, diría que la clave de la pregunta está en la línea que sigue en la conversación citada en el prólogo: “Comprendí que debía liberarme de las imágenes que hasta entonces me habían anunciado las cosas que buscaba”. Si uno se apega a ciertas imágenes, es fácil atenerse a planes prefigurados. Ahí cuesta conocer ningún símbolo, ni siquiera los propios.
La metáfora de la cartografía y la idea de «liberarse de las imágenes» atraviesan el prólogo. ¿Crees que Metafargo es también un mapa para perderse?
Diría en todo caso que el lugar para perderse es Fargo. La obra de Noah Hawley ha supuesto un acierto en muchos sentidos, juntando frente al televisor a quienes les interesan las historias policíacas y a quienes buscan hasta debajo de las piedras una lectura existencial medio creíble que no les aburra. Todas las temporadas son, a mi entender, un mundo para cartografiar. Metafargo solo es mi humilde versión de eso. No tiene otro propósito de que el de sugerir ideas, y que cada cual las descarte, asuma o desgrane en la medida en que le interese.
La trituradora de madera en la película original es casi una epifanía grotesca. ¿Esa escena te hizo replantearte algo de tu manera de escribir o mirar la vida?
Siempre es difícil situar boyas en los lugares que han cambiado la forma en que uno escribe o mira la vida, pero sí me pasa una cosa curiosa con esa escena: lo grotesco es, en el fondo, tan orgánico en su mundo, que no parece grotesco en absoluto. Da la impresión de que todos los caminos conducían ahí en el mundo de los Coen, y ocurre en varias de sus historias. También resulta cómico incluso por encima de lo trágico. Será por aquello que decía Chaplin del primer y el plano general, pero diría que pensar como pienso me hace especialmente receptivo con esa escena, más que al revés.
¿Qué tipo de libertad filosófica detectas en una película tan determinada por lo azaroso?
Filosófica toda. El problema (que solo lo es si a uno le da la gana) es que la libertad conlleva, ineludiblemente, responsabilidad. Conviene tener muy claro dónde empieza y dónde acaba la propia responsabilidad cuando decidimos tomar un camino, pero pretender que ese camino llegue adonde planeábamos es un billete de ida a la frustración. Igualmente, ser responsables de algo no implica hacernos responsables de algo. Me da la impresión de que los Coen tienen esto muy claro, y también Noah Hawley. En sus historias, sus personajes toman decisiones que los sobrepasan casi desde el primer momento, y en pleno ojo del huracán, interviene el universo arbitrario para llevar la nota más peligrosa a la persona menos indicada. Así termina en la trituradora de madera quien no debe, pero el mundo sigue girando le pase lo que le pase a cada uno, porque, al final, importa poco lo que nos parezca justo. El único problema de esto es que estamos nosotros para padecer las consecuencias. Quien no quiera morir que no nazca, supongo. ¿De qué estábamos hablando?
Escribes: «Yo nunca he matado a nadie a martillazos y espero que usted tampoco. Pero sí que me he planteado la pregunta nietzscheana, y me han cobrado cada sí que he dicho». ¿Es esta la verdadera genealogía de Lester Nygaard?
Lester es un personaje muy lastimero, de esos que dan la sensación de haber sido desgraciados siempre. Los hay a patadas en la historia de la ficción, y lo triste es que parecen condenados antes incluso de dar el primer paso. En ese sentido, la genealogía de Lester es muy previa al inicio de Fargo I, pero le iban a cobrar cada “sí” que dijera de todas formas, no porque el mundo sea un lugar justo, sino porque es demasiado mundo para una sola persona, por mucho martillo que lleve. Al menos, durante un rato, tuvo el delirio de que las cosas serían de otra manera. Y quizá podían serlo. Nunca lo sabremos, y supongo que eso es parte de lo que inspira a cierto público.
Malvo y Molly funcionan como fuerzas contrapuestas de la voluntad. ¿Es el bien en Fargo una forma de terquedad más que una opción ética?
Puede ser, pero me cuesta pensar en esos términos. No creo que la idea de “bien” ni la de “mal” tengan mucha utilidad en la época postcristiana. Y no es que tengan que tenerla, pero a la hora de decidir qué va a hacer uno con lo que le ha tocado, creo que le compensa pensar fuera de esos marcos. Tampoco quiero caer en la autoayuda de aeropuerto. Es más bien una cuestión de responsabilidad, como la que hablábamos antes. Si haces esto o aquello, asegúrate de que puedes firmar las consecuencias o morir tratando de revertirlas. La moral tiene más de conservadurismo asustadizo que de brújula filosófica. Y por pomposidades de este estilo es mejor no preguntarme nada.
En tus palabras: «El sueño americano se fue por el desagüe hace tiempo». ¿Crees que la serie desnuda esa narrativa como una trampa ética más que como un fracaso económico?
Creo que la serie retrata algo tan tangible que el no verlo es hasta gracioso. Me refiero a aquello del sueño americano. Ni siquiera tiene ya el cariz de “trampa”, porque todo el que lo compre está más que avisado del timo. Me recuerda a toda la gente que ha aparecido en Internet llorando arrepentida tras votar a Trump por segunda vez. Vaya adonde vaya la economía, e incluso sin considerar los aspectos éticos (que ya es mucho decir), lo triste del american dream es que surge para tapar una cuestión básica: la de que esto no es suficiente. Donde quiera que uno esté, debe ir a otra parte, y en esa otra parte, encontrará lo que busca. Cuando uno ha avanzado lo suficiente en busca de ese delirio, puede alejarse tanto que ni siquiera sepa de dónde partió. Ni por qué partió. A mi entender, eso es lo que Fargo desnuda.
En esta temporada aparecen dos pares de zapatos. ¿El absurdo camusiano encuentra en los objetos cotidianos su espacio más eficaz?
La fuerza del absurdo es, más bien, que no necesita eficacia ninguna. Es la programación base, y está aquí nos guste o no. El acierto de Lou al hablar de que tiene dos pares de zapatos, uno para el verano y otro para el invierno, está en invertir el paradigma del resto de personajes: en lugar de buscar y buscar y construir y construir, más vale que uno sepa cuándo hace frío y cuándo hace calor.
Según Sartre «La contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia, la gratuidad perfecta». ¿En qué medida crees que esta afirmación se convierte en principio rector de la tercera temporada?
En buena medida, pero esta interpretación mía es tan válida como cualquier otra. De hecho, diría que esa noción sartreana está presente en todas las temporadas, no solo en la tercera. Lo que pasa en la tercera es que se lleva hasta sus últimas consecuencias, si es que puede hablarse del final de algo. Como comentábamos antes, cuando uno intenta encontrar el significado último de lo que sea, está más cerca que nunca de perderlo.
¿Cómo lo encarnas en el análisis de un personaje como Varga, que niega la verdad, pero afirma su utilidad?
Varga es un tipo pragmático. En general, estamos educados para que eso nos parezca mal, porque debe haber conceptos inviolables. De lo contrario, nos dicen, el mundo colapsaría. Y colapsaría por tipos como Varga. Pero lo que él dice es perfectamente defendible. Lo que hace con lo que dice es el problema. En la dialéctica del capitalismo, es un crimen saber algo y no hacer nada con ello. Varga encarna esa idea a la perfección, y así se lo verbaliza a Emmit. Lo terrorífico de la tercera temporada es que no se le castiga de forma visible, o al menos, de la forma en que esperamos, aunque se sugiere esa posibilidad. Terrorífico, digo, porque significaría que, después de todo, tenía razón. Hay un motivo por el que esta temporada es desagradable para mucha gente, y creo que es justo ese: que se nos plantea la posibilidad de que, en efecto, la verdad signifique más bien poco.
¿Por qué la xenofobia tiene más que ver con el privilegio que con el miedo?
Porque sirve, entre otras cosas, para defender el privilegio. Pero dos cosas pueden ser verdad a la vez: el pensamiento xenófobo de muchas personas se basa en el miedo. Miedo a perder su estatus. Miedo a que aquel tenga los mismos derechos que yo. Miedo a leer un texto en lenguaje inclusivo. Miedo a que los cánones de belleza se desplacen desde el prisma blanco heteronormativo a un abanico de rasgos que, desde nuestra posición de poder, siempre hemos podido despreciar, e incluso negar. El miedo es un motor muy poderoso para que funcionen discursos que, si no contuvieran la amenaza implícita de que todo esto va a venirse abajo, no calarían igual. No es lo mismo decir: “Quiero proteger mi país y sus tradiciones”, que decir “Como escuche a otra persona declararse no binaria le meto fuego al Registro Civil”.
¿Qué papel juega Fargo al mostrar que el verdadero terror no viene de fuera, sino de quienes ya están dentro y quieren seguir mandando?
Ante todo, narrativo. Fargo es, que no se nos olvide, una muy buena historia. O varias, para el caso. Lo que hace bueno algo queda a criterio de cada cual, pero más o menos podemos convenir que una de sus dimensiones es la profundidad. Fargo es profunda, pero nunca la he encontrado demasiado moralizante. Más bien, deja espacio para muchas ideas. En ese sentido, su papel a la hora de mostrar el terror que describes es testimonial. Se cuenta una historia y retrata un mundo a juicio del autor. La función de dar la alarma no le corresponde a una obra, pero puede hacerlo de todas formas. No creo que Fargo lo pretenda, pero lo consigue igualmente. Claro que hay que estar dispuesto a escuchar.
¿Basta con poseer la deuda de alguien para que el endeudado obedezca al poseedor?
Si he entendido la pregunta, diría que no, pero no es una cuestión de obediencia, ni siquiera de poder. El cuarto episodio de la tercera temporada de Atlanta hace una reflexión estupenda al respecto. Antes hablábamos del inicio y final de la responsabilidad individual, y creo que hay razones de peso para afirmar que uno no puede ser directamente responsable de algo que ocurriera antes de su existencia. Hasta ahí bien. El problema surge en un paradigma más amplio, cuando se mira la sociedad en su conjunto. Porque la humanidad sí tiene deudas, y si todos nos abstenemos, no ya de pagarlas, sino de reconocerlas, el dolor que generan se perpetúa, y ¿quién atiende a sus víctimas? Ante el pasado esclavista en Estados Unidos o el fascista en España, por ejemplo, tiene poca validez desentenderse con la idea de “Yo ni siquiera había nacido”. Por supuesto, uno no tiene culpa de haber nacido en una familia rica de cuna por la fortuna hecha en las plantaciones de algodón de Mississippi en el siglo XIX. Pero tampoco tiene culpa la persona negra que ha nacido en una miseria estructural porque las ganancias de sus antepasados esclavos fueron a parar a los dueños de dicha plantación. Si nos desentendemos de las afrentas históricas que vertebran nuestra cultura, siempre hay un grupo que permanece bajo las ruedas. Y basta echar un vistazo para darse cuenta de que quien se desentiende de las deudas de su historia es solo quien tiene el privilegio de permitírselo.
El comedor de pecados de esta temporada parece operar como un chivo expiatorio moderno. ¿Has encontrado ecos del cristianismo primitivo en Fargo?
El cristianismo siempre es primitivo. Y no lo digo de forma peyorativa en absoluto, sino en el sentido de que su imaginario es el más angular en casi cualquier sociedad occidental: pecado, purgatorio, retribución, redención, familia tradicional, sentido metafísico… Ahora bien, es cierto que, por ejemplo, en Fargo V encontramos un cristianismo que haría que Jesús soltara la cruz y se fuera despotricando a la primera taberna que encontrara. Hay muchas exégesis sobre lo que Cristo predicó o dejó de predicar, pero aquello de amar al prójimo como a uno mismo suele olvidarse. Y, en teoría, es lo más básico, ¿no? Lo que hace que cualquier sistema de ideas resulte primitivo es su empeño en reinventarlo selectivamente para que apoye el privilegio de (sorpresa) quien tiene el poder de reinventarlo selectivamente. En ese sentido, por guapo y carismático que sea Roy Tillman, y por muy bien que cite las escrituras en Fargo V, tiene más ecos del Dios vengativo que él cree ser que del padre amoroso que Jesús anunció.
¿Dirías que Metafargo es más un ensayo filosófico con excusas narrativas o una narración disfrazada de ensayo filosófico?
(Levanta las manos). Me has pillado. Me es muy difícil pensar en mí mismo como un filósofo, diga lo que diga nosequé papel. Pero, cuando era pequeñito, descubrí que, si la realidad me aburría (y solía hacerlo), podía inventar otra. Y no solo eso, sino que, si le echaba tiempo y un pelín de coherencia, podía contar una historia dentro de esa realidad alternativa. El colmo fue descubrir que era gratis. Desde entonces, mi relación con el mundo ha estado mediada por la ficción, propia y ajena. Puesto que viene de personas que, al igual que yo, existen, siento que es una manera de conocer el universo entero y a mí mismo. Pero esta clase de pomposidades son racionalizaciones a posteriori. La cuestión es que me levanto y me tomo el café para escuchar y contar historias. Mis conversaciones favoritas versan sobre historias. En ese sentido, la filosofía siempre me ha interesado en la medida en que verse sobre el individuo, es decir, sobre el personaje que cada uno es dentro de su propia vida. Así que, cuando aceptasteis publicar mis desvaríos sobre historias a las que tengo tanto aprecio, y encima podía traer a colación a pensadores y literatos (no he nacido hace tanto como para usar esa palabra), ni lo pensé. Y sí: ya es tarde para que os echéis atrás.
Qué autor clásico crees que habría disfrutado más Fargo: ¿Platón, Hume o Simone Weil?
Ostras, menuda disquisición. Diría que a Platón le habría gustado mucho la segunda temporada, a Hume la tercera y a Weil la quinta. ¿Es trampa? Bueno. Entonces, me quedo con Hume. En Investigación sobre el conocimiento humano escribió: “Pero ningún hombre, habiendo visto tan solo moverse un cuerpo al ser empujado por otro, puede inferir que todos los demás cuerpos se moverán tras un impulso semejante. Todas las inferencias realizadas a partir de la experiencia, por tanto, son efectos de la costumbre y no del razonamiento”. Ese cable tiene muchos enchufes en Fargo.
¿Qué piensas del auge del «true crime» como fenómeno cultural? ¿Es nihilismo de consumo o una nueva forma de metafísica popular?
Ojalá pudiera decirte que es alguna de las dos cosas, pero no creo que sea tan complejo. Y esto, a su vez, suena demasiado sojuzgador. No me interesa en absoluto despreciar lo que a cada cual le guste, más allá de las objeciones de decoro totalmente comprensibles por parte de ciertas personas. Pero sí que entronca con Fargo en el aspecto “true”, porque hace tiempo que, cuando algo lleva la medallita de “Basado en hechos reales”, parece adquirir un mérito extra para el público, como si fuese a aprender algo por ver o leer sobre esa persona o esos sucesos. Posiblemente se deba a que, quien no tiene un especial interés por las historias, siente con lo “true” o lo “basado en hechos reales” que su tiempo está valiendo para algo, que lo que está viendo habla de su mundo y no de un mundo inventado, y que, por tanto, tiene un parámetro extra de aprendizaje. Pero cualquier mundo es inventado, por más que quieran concitarse todos los elementos circunstanciales que se le suponen a una persona en una película o una serie. No se trata solo de que las dimensiones de la realidad excedan, con mucho, la mirada de un autor y el espacio que puede dedicarle una plataforma, sino de que el “basado” y el “true” tan solo implican que se han cogido los nombres de ciertas personas y se ha recreado una serie de eventos para que, de forma global, estilizada y secuenciada en tiempo y forma, lleven a tal sitio en tal momento. ¿Es nihilismo? No, porque, de hecho, los «true crime» y los «biopics» suelen ser bastantes moralistas. ¿Es una forma de metafísica popular? No, porque con frecuencia, y por razones naturales, rehúyen los aspectos metafísicos de cada pueblo.
En tus clases o conferencias, ¿has usado Fargo como herramienta didáctica para enseñar filosofía?
Que yo recuerde, todavía no, pero en clase hablo con frecuencia de novelas, películas y series, así que tarde o temprano, caerá.
¿Crees que la filosofía aún puede darnos consuelo, o su función es exclusivamente desvelar el sinsentido?
Creo que no tiene ninguna función, y mejor así. Cada cual puede utilizarla para lo que le parezca, pero no le echemos la culpa a la filosofía de lo que se haga con ella. Un autor dice esto, y si no te gusta, el otro dice aquello. Pero, si uno está desconsolado, es poco prudente pedirle a la filosofía que lo remedie. Voy a hacer esto de citar a un autor que nadie me ha pedido, porque ante esta pregunta no puedo evitarlo. Escribió Cioran que “el ejercicio filosófico no es fecundo, solo honorable”, y con eso está dicho más o menos todo. “Filosofía” solo es un término para designar un conjunto de procederes, símbolos e ideas más o menos sistematizados, pero es tan heterogénea que a uno solo le aportará lo que uno saque, y eso es materia estrictamente individual. Pero insisto: no hay que sacar nada ni buscarle tres pies al gato. Especialmente si uno se ha topado con el sinsentido.