
En enero de 2023, Carlo Frabetti publicaba en la revista Mercurio una entrega titulada La Taberna Flotante. El matemático, escritor y divulgador (no necesariamente en este orden) ofrecía una brevísima narración de ciencia ficción en la que presentaba una taberna situada en el planeta Münchhausen, en los límites de la galaxia. Esta taberna se alzaba y flotaba en las noches de trilunio, cuando los tres satélites del planeta brillan simultáneamente en el firmamento.
En esa taberna llena de elementos de mala fama y dudoso civismo, pero de indudable integridad, las cervezas se pagaban con historias. Una espumosa cerveza azul que parecía despertar en la parroquia más lucidez que embotamiento. La primera historia, como no podía ser de otro modo, proponía una anécdota cuya solución aportaba divulgación científica. Algo que Frabetti, alumno y deudor de Martin Gardner y de Raymond Smullyan, lleva haciendo desde hace más de 50 años.
Dos semanas más tarde, aparecía una nueva entrega de esta taberna donde el esquema se repetía. A medida que avanzaban los episodios, nos dimos cuenta de que el número de parroquianos de la taberna crecía. Pasadas las diez primeras entregas, la divulgación fue dando paso a nuevos motivos narrativos y nuevos personajes. Estos motivos narrativos se iban expandiendo hasta asimilar y reelaborar todos los arquetipos arguméntales de la ciencia ficción. Por aquel entrañable bar desfilaban Sada, la geisha robot; Barbanegra, astropirata retirado; el Capitán Dorian, viejo lobo del espacio; Casandra, la narradora oral; Bobby Blue, el ciborg ajedrecista o Doc Frankenstein, el científico loco, y su ayudante Cuasitodo, entre una lista cada más más extensa de personajes memorables.
Este serial galáctico que a menudo muta en folletín para volver a ser serial, recoge esa rica tradición elaborada por Dickens, Dumas, Doyle o Lee Masters y la pone al servicio de preguntas ontológicas de calibre, siempre a través del juego y la diversión. No en vano la tríada clásica de la ciencia ficción —Isaac Asimov, Stanisław Lem y Ursula K. Le Guin— tiene aquí sus propios avatares (AsimoV, el tabernero y Casandra), trasuntos de los autores reales y sus inquietudes.
En La Taberna Flotante encontramos, de Asimov, la ética robótica y la inteligencia artificial, la razón, la ciencia como progreso tecnológico y un posible imperio galáctico que aún tenemos que descubrir… en futuros capítulos. De Stanisław Lem —a quien el propio Frabetti editó y prologó en castellano—, las realidades simuladas, la incomunicación y la dificultad de comprender a otras inteligencias (humanas o no humanas), y de Le Guin, el interés por las culturas minorizadas, la crítica al poder y su aguda mirada sobre sociedad e identidad.
Lo mejor de lo mejor. Con todos estos ingredientes, imagínense, se desarrollan tramas y subtramas y pronto nos vemos arrastrados a unos cliffhangers galácticos, esperando la próxima entrega para ver, por ejemplo, qué ocurre en Solaris II o descubrir quiénes son los Veladores (Quis custodiet ipsos custodes?). Aunque no siempre es así, no se crean: el autor dosifica la intensidad, ya que este formato por entregas le permite a Carlo Frabetti la libertad de dispersarse y regresar a menudo a planetas inexplicables y aventuras imposibles, siempre refrendadas —cómo no— por la divulgación científica.
Volver siempre a la divulgación y el diálogo, porque si hay otra constante en los artículos, columnas y ensayos de Frabetti, es el continuo intercambio de ideas con sus lectores. La llegada, hace ya años, de la internet 2.0 y la entonces novedosa posibilidad de los comentarios, abrió unas puertas que si bien en muchos casos han servido para llenar de ruido y basura el espacio compartido digital, Carlo lo ha sabido aprovechar para airear la casa común. Y esta serie no iba a ser menos. Los lectores no solo ven sus comentarios respondidos, sino que, en ese dialogo, muchas de su ideas se convierten en hilos narrativos de los siguientes capítulos. Esta colectivización de la aventura —terrenal, literaria y galáctica— va aún más allá, como deber ser en una serie de exploración espacial, y los propios lectores acaban convertidos en personajes nuevos de la trama, dando vida a las ideas que propusieron.
Por suerte, desde hace un tiempo las entregas son semanales y nuestros viajes más frecuentes a lugares como Möbius, el universo bebé que convierte a quien lo visita en su imagen especular; al planeta Bosque, el mundo silvestre que acabó teniendo un solo árbol encerrado en un torreón; a Oulipo, el planeta de los exiliados literarios; Oniro, el mundo sonámbulo; a Microtierra y Microluna, los diminutos planetoides superdensos; y, claro, a Arcadia, la edénica réplica de la vieja Tierra donde ha desaparecido todo rastro de violencia.
Hace poco más de cien años —y entiendo que este otro centenario no es accidental—, otro italiano revolucionó el teatro mundial al proponer unos personajes que se saltaban las normas de la dramaturgia para ir en busca de su autor. En esta aventura cósmica, ha sido el autor quien ha desafiado el espacio y el tiempo para visitar, en pleno aniversario, la Taberna, charlar con sus personajes y, en un giro metamórfico, convertirse en uno de ellos.
Pese a mi abstinencia alcohólica militante, les invito a que naveguen hasta los confines de la galaxia, a un erial llamado Münchhausen, y se pasen por La Taberna Flotante. Escuchen las historias de sus clientes habituales, no les defraudarán. Dice Carlo que decía Stendhal que el amor es como esas tabernas españolas en las que uno come lo que él mismo lleva. La Taberna Flotante permite —e incluso invita— a que cada persona, además de degustar la endiablada cerveza azul, saque su propio bocata mental.
Y es que hay multitud de preguntas con diferentes niveles de lectura que podrán abordar a partir de cada entrega. Ya lo saben: están invitades y, a la vez, advertides. Münchhausen es una inversión de la expectativa habitual. Es curiosa esta taberna, cada semana, con cada historia, te ofrece respuestas que generan nuevas preguntas.
ENHORABUENA POR EL CENTENARIO. UN ABRAZO DE FAFOLIBER
Una presentación como esta anima a la (re)lectura de la TF que, tras 100 episodios, sigue ofreciendo nuevas sorpresas.