
Conocí a Jaime Romero Ruiz de Castro, editor de Extravertida editorial, en el primer Bookstock que organizamos en 2016. Entonces su proyecto editorial se llamaba Arma Poética. Recuerdo bien la energía con la que defendía su catálogo, el compromiso sin alardes, el modo en que hablaba de editar como si fuera una forma de militancia discreta. Hoy, casi una década después, ese mismo Jaime ha defendido una tesis doctoral que es, en realidad, la más completa radiografía que se ha hecho del sector editorial independiente en Andalucía. El estudio, presentado en la Facultad de Comunicación de Sevilla, no es solo un ejercicio académico. Es también un gesto político: una manera de dar nombre y cuerpo a un conjunto de editoriales que resisten en los márgenes del mercado, con precariedad, pero también con una convicción inquebrantable. En sus páginas late el pulso de un ecosistema tan invisible como indispensable.
Lo que demuestra Jaime en su investigación es que, frente al tópico de una industria editorial dominada por grandes grupos, existe otra realidad mucho más modesta pero extraordinariamente viva: la de las microeditoriales independientes andaluzas. No se trata de sellos testimoniales, ni de aventuras efímeras montadas desde la nostalgia. Se trata de empresas con voluntad de permanencia, nacidas en buena medida tras el año 2000 y sobre todo desde 2010, sostenidas por personas que asumen la edición como una forma de intervención cultural. No son muchas, pero tampoco pocas. La tesis identifica un total de 241 editoriales independientes en Andalucía en el periodo analizado, con presencia destacada en Sevilla (27) y Málaga (14), y con núcleos menores en provincias como Almería, Cádiz o Córdoba. Granada, curiosamente, no aporta ninguna en el estudio, lo cual dice más de los criterios aplicados que del estado real del sector en esa ciudad.
El rasgo más llamativo es su dimensión: el 98 % de estas editoriales son microempresas, entendidas como aquellas que tienen menos de diez trabajadores y una facturación anual inferior a dos millones de euros. Pero la mayoría ni siquiera se acerca a esa cifra. En 2019, casi la mitad de las editoriales no superaban los 50.000 euros anuales; en 2020, tras el impacto de la pandemia, más del 57 % no llegaban ni a 20.000. Hablamos de estructuras mínimas —el 52 % son unipersonales, el 22 % tienen dos personas— que apenas generan empleo fijo y dependen en gran medida de la externalización de tareas como la corrección, el diseño o la distribución. La profesionalización es alta, pero la capacidad económica es baja. No es una contradicción, sino una de las paradojas del sector: gente muy formada que trabaja en condiciones muy precarias.
A pesar de ese contexto, las editoriales independientes andaluzas no se han encogido, sino todo lo contrario. Durante el periodo 2015-2020, el número de títulos publicados se duplicó. En 2015 fueron 473 libros; en 2020, en plena pandemia, alcanzaron los 1856. La producción creció de manera sostenida incluso cuando la economía se paró en seco. No hubo ferias, no hubo presentaciones, no hubo apenas actividad pública, pero los libros siguieron saliendo. No por inercia, sino por determinación. Algunas editoriales, como Libros de la Herida, incluso mejoraron su facturación ese año, gracias a un catálogo cuidado y a una gestión afinada. Pero lo normal fue resistir como se pudo, con ingresos menguantes y sin ayudas suficientes.
La tesis aborda también con claridad el núcleo ideológico que define a estas editoriales: la autonomía. No solo económica —que en muchos casos es más deseada que real—, sino sobre todo intelectual y cultural. Lo que define a una editorial independiente, según los testimonios recogidos por Jaime, no es tanto su tamaño como su libertad de decisión sobre el catálogo. Publicar lo que se quiere publicar, sin obedecer a presiones de mercado. Apostar por voces arriesgadas, por géneros poco comerciales, por propuestas que no tienen cabida en el circuito mainstream. Eso es lo que da sentido a su existencia, aunque suponga vivir al borde del abismo.
El compromiso con la bibliodiversidad no es un eslogan, sino una práctica constante. Las editoriales independientes andaluzas editan novela, sí (es el género predominante, con un 41 %), pero también ensayo, poesía, libros técnicos o de oposiciones. El 60 % de ellas publica en papel exclusivamente, lo cual refuerza la idea de que no se busca la rentabilidad rápida ni la penetración digital, sino la solidez de una obra impresa, tangible. Solo un 10 % explora con decisión otros formatos, pero la mayoría mantiene una relación casi artesanal con el libro. No hay volumen de ventas, pero hay conciencia de producto. El libro no es mercancía, es forma de pensamiento.
Uno de los aspectos más reveladores del estudio es la mirada sobre el sistema de promoción. ¿Cómo se vende un libro cuando no se tienen grandes presupuestos? ¿Cómo se logra visibilidad sin acceso a los canales dominados por las grandes editoriales? Jaime constata lo que todos sabemos: que las reseñas en medios generalistas o especializados son un bien escaso y que las independientes apenas logran colarse en esas vitrinas. La promoción se apoya en las librerías, en la cercanía con los lectores, en el boca a boca, en las redes sociales. Es un esfuerzo sostenido que raramente se traduce en ventas masivas, pero sí en una comunidad de lectores fieles. Y eso, en un contexto como este, es más importante que las cifras.
También hay espacio en la tesis para el análisis de los premios literarios. Un 25 % de las editoriales independientes organizan algún tipo de certamen, casi siempre con recursos muy limitados. Se trata más de un acto de agitación cultural que de una estrategia de márketing. Los premios no tienen apenas impacto mediático ni económico, pero sí aportan valor simbólico. Refuerzan la identidad de la editorial, dinamizan la lectura, ayudan a generar catálogo. Es otra forma de entender la cultura: no como espectáculo, sino como proceso.
Hay una última cuestión que sobrevuela todo el texto: la falta de políticas públicas eficaces. La atomización del sector, la escasa asociatividad (el 60 % de las editoriales no pertenecen a ninguna organización profesional) y la dificultad para acceder a subvenciones hacen que muchas de estas empresas sobrevivan más por vocación que por sostenibilidad. Y eso, como señala Jaime, es peligroso. Porque si la edición independiente sigue dependiendo exclusivamente del sacrificio individual, será cada vez más difícil garantizar su continuidad. Hace falta una mirada institucional que entienda la edición no como una industria más, sino como un tejido esencial para la diversidad cultural.
Lo que la tesis de Jaime Romero consigue, en última instancia, es legitimar una forma de hacer libros que muchas veces ha sido ninguneada. El editor de Extravertida, con la serenidad del que conoce el terreno, ha dibujado un mapa completo de la edición independiente andaluza. Ha puesto cifras, porcentajes y categorías donde antes solo había intuiciones. Ha escrito, sin alardes, un documento que debería ser de lectura obligatoria para quienes diseñan las políticas culturales. Y, sobre todo, ha dado voz a un grupo de personas que, sin apenas recursos, siguen creyendo que editar libros es un acto de resistencia.
Hay algo profundamente valioso en todo eso. No por romanticismo, sino por necesidad. Porque sin esas editoriales pequeñas, autónomas, tercas, el paisaje cultural sería más pobre, más uniforme, más triste. A veces, lo que mantiene viva una cultura no son los grandes fuegos artificiales, sino las pequeñas luces que arden en los márgenes. Jaime lo ha demostrado con una tesis. Otros lo demuestran cada día con libros.