Entrevistas

Robert Juan-Cantavella: «Detente bala quiere ser una carta de amor a Gógol, porque yo lo amo»

Fotografía: Isidro Estévez

«Estuve allí», dice el protagonista de Detente bala, como si hablar de literatura fuese cosa de testigos presenciales, de cómplices de la ficción. Y algo de eso hay en esta novela excéntrica y magnética, donde una nariz actúa por cuenta propia y se convierte en clave ontológica, los monaguillos de Toledo celebran misas clandestinas con vino consagrado y las cartas las escribe un personaje olvidado a los grandes autores que lo moldearon o traicionaron. Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976) vuelve con una obra que desarma los géneros, desafía las cronologías y se atreve a mezclar a Sterne, Gógol, Poe y Galdós con Cerrone, ABBA y una banda de monaguillos de Toledo.

¿Qué es un actor de novela?

Es el oficio del protagonista, o eso es por lo menos lo que él nos cuenta. Franco Piatkun asegura que, del mismo modo que en una película a un personaje lo interpreta un actor, en una novela a un personaje también lo interpreta un actor. Y él fue uno de ellos. A partir de ahí, una de las historias que cuenta la novela es la vida de otras actrices y actores con quienes trabajó, y cómo vivió él los muchísimos novelajes en que actuó.

¿Franco Piatkun escribe cartas porque no tiene otra forma de existir?

Supongo que sí. En cierto momento le sucede algo que lo pone en marcha y le entran ganas de escapar del lugar en que lo tienen metido. Eso desencadena la escritura de las cartas que se encuentra el lector, pues la novela son solo diez cartas, sin otra perspectiva externa, y ahí es donde él empieza a existir de nuevo. Digamos que durante los últimos diez o quince años de encierro ha estado en modo ahorro de batería.

¿Es la versión intelectual de los NPCs?

Bien visto. Sí, es algo que me han hecho notar no hace mucho. Además, lo es por partida doble. Su vida ha sido un poco eso, aunque él no acaba de ser consciente. Pero en su carrera de actor de novela, donde solo consigue papeles secundarios o muy secundarios, al pobre le sucede lo mismo. Y eso ya no se lo toma tan bien, eso sí que sabe verlo, se acaba convirtiendo en otro de los muchos traumas que arrastra el desdichado, y de hecho es el motor de un juego que yo quería hacer desde el principio, que es contar, como tantas veces se ha hecho, fragmentos de novelas célebres desde un punto de vista distinto, que altera el original, lo tergiversa, lo traiciona, pues Franko Piatkun trata de convencernos de que su personaje secundarísimo, su NPC, es básico para entender el libro.

¿Qué sentiste cuando encontraste la voz de Franco Piatkun? ¿Te buscó él o tú a él?

Lo busqué yo a él, y el muy cafre estaba bien escondido, me costó. Lo encontré en la última reescritura. Hubo un par de borradores previos, con la novela ya terminada, la trama cerrada, la mayor parte de las decisiones tomadas, en que Franco Piatkun todavía se iba más por las ramas que ahora. Aposté muchas cartas a algo así como un cierto realismo, que podría formularse así: puesto que quien escribe es un loco que, en su encierro, tiene todo el tiempo del mundo por delante, no le importa repetirse con cada nuevo destinatario e incurrir en algunas digresiones que luego me parecieron excesivas. Esa fue una vez su voz, y yo pensaba que estaba justificada. Luego le quité al libro más de cien páginas y sí sentí placer. Me alejé un poco de ese “razonamiento realista” que había manejado y fue cuando de verdad me pareció que ahí sí tenía su voz.

Con el desarrollo de la IA ¿crees que un personaje secundario puede escapar de forma «real» reclamando un espacio narrativo propio a espaldas del prompt que lo generó?

Digo yo que sí. No estoy muy al tanto, pero el meme es una de las disciplinas donde la IA está demostrando sus encantos de forma más masiva, y muchos de ellos funcionan de forma parecida a como tú dices.

«Los muertos» de Jorge Carrión tampoco aceptan el olvido narrativo. ¿sentiste alguna cercanía con esa novela mientras escribías Detente bala, o Franco Piatkun nació completamente ajeno a esa genealogía de personajes que se saben ficción y se rebelan contra su destino?

Claro que hay una relación entre aquellos personajes de ficción que, en Los muertos, entran en nuestra realidad, y los actores de Detente bala entrando en ese mismo lugar. No tenía en mente la novela de forma consciente, pero de forma inconsciente fijo que forma parte de ese océano de personajes que despiertan donde no les corresponde, que es el océano donde yo fui a pescar a los míos. No solo eso, en Los muertos hay un tratamiento del ensayo al que, aunque de una forma muy distinta, yo también acudo en Detente bala. Y no, Piatkun no es ajeno a esa genealogía que mencionas, al revés, es su hijo. El pobre no lo sabe pero, vaya, hay tantas cosas que se le escapan…

¿Cómo se escribe una novela sin narrador, pero con tantos narradores?

Alguien nos cuenta una escena en la que, entre otras cosas, sucede que alguien nos cuenta una escena en la que, entre otras cosas, sucede que alguien nos cuenta una escena… Yo creo que se lo he copiado a Pynchon y a Bolaño, pero quién sabe, el truquito es tan viejo como la propia literatura. El caso es que es una de las primeras cosas a las que tuve claro que quería jugar yo aquí. La otra es la que antes te comentaba: que la novela fueses también un libro de relatos. Y los relatos: la versión que nos cuenta Piatkun de un montón de novelas famosas. Supongo que entre una cosa y la otra andará la respuesta.

¿Te reíste escribiéndola? ¿Con qué partes?

Sí. En los momentos felices, sí. La parte del Apocalipsis en la Diagonal, por ejemplo, cuando la Banda de los Monaguillos, tras salvar a la Humanidad, es víctima de su propio éxito. O el diálogo final de Piatkun con Gógol y con su mamá. Ahí también me lo pasé bomba.

¿Qué peso tiene la documentación en una novela que parece escrita desde el delirio?

Juega su papel. Yo es una de las partes que más disfruto, porque no soy especialista en ninguno de los mundos que meto en mis novelas e ir desbrozándolos me resulta apasionante. Luego hay que saber destilar y quedarse solo con lo que necesitas, eso no sé si me sale tan bien. Pero a nivel de disfrute personal, que me quiten lo bailao.

¿Cómo estableces lo que es o no verosímil en una novela donde las narices hablan, los personajes escriben cartas a sus autores y Toledo parece una distopía barroca salida de un delirio litúrgico?

Inventándome la versión de lo que es verosímil dentro del universo de la novela. Como dos de los ingredientes que le añado al guiso son el humor y lo absurdo, al final no tengo muchos puntos de referencia y me dejo llevar. Así que establecer establecer… no sé si establezco gran cosa. Es más bien como una nubecilla que sobrevuela mi mente y me dice eso sí y eso no. Menudo desastre de imagen, pero por ahí van los tiros.

¿En qué momento supiste que necesitabas interpelar directamente a Sterne, a Poe, a Gógol o a Galdós?

Que necesitaba interpelar a quienes habían escrito las novelas lo supe muy pronto. La novela epistolar fue una de las primeras ideas que manejé, y nunca la puse en duda. Gógol también. La novela quiere ser una carta de amor a Gógol, porque yo lo amo. Lo de Sterne, Poe, Galdós y toda la troupe fue apareciendo poco a poco. Por ejemplo, en cierto momento decidí que el grueso de novelas fuesen del siglo XIX, y ahí cayeron de la lista muchas que había considerado. Por ejemplo, cuando decidí que otro de los traumas que arrastra el protagonista es con las mujeres, pues debido a la relación que tiene con su madre, Piatkun casi nunca es capaz ni de hablar con una chica, cayeron otras tantas novelas firmadas por escritoras, pues Piatkun es incapaz de trabajar con ellas. No es un canon personal, sino operativo.

¿Por qué no aparece Goytisolo en la novela? ¿No es del gusto de Piatkun?

A Piatkun ni le gusta Goytisolo ni le gusta leer. Trabajó de actor de novela porque todo lo otro que había intentado, cartero, camarero, tendero, disfraz de mascota, obrero en una fábrica de azúcar, le había salido mal. Goytisolo estuvo un rato en cartera por su novela Makbara, pero cayó bajo las ruedas del criterio XIX.

¿Escribiste las cartas de un tirón, en orden, o fueron apareciendo según necesidades narrativas?

Las escribí durante muchos años, seis o siete. Primero eran apenas un rompecabezas en el que pasé un par de años perdido y que a punto estuve de abandonar. Al final vi una salida y tiré por ahí. Pero la novela la escribí a trozos, luego los monté, y luego volví a escribir por encima, tratando de esconder las costuras.

¿Qué significa Toledo en tu mapa imaginario?

Nada especial. Cuando visité la ciudad me pareció maravillosa, pero eso fue mucho antes de ponerme a escribir Detente bala. La escogí por su catedral, que es uno de mis escenarios. Y porque una vez Toledo fue capital de España, y eso también me servía porque los monaguillos profesan el Juancaslismo, que es una escisión del Carlismo de toda la vida.

Piatkun rememora una infancia marcada por la manipulación afectiva y la instrumentalización emocional ¿cómo abordaste ese dolor desde una escritura que apuesta por la sátira y el delirio sin caer en la autoficción ni en la solemnidad?

Me interesaba un relato de la infancia y juventud del protagonista planteado de forma muy convencional, contado en orden aunque a trompicones, carente de hechos sorprendentes y apostando por lo sentimental… un relato más bien átono, vaya, para que eso contrastase con todo el delirio con el que lo iba a mezclar después. Se me ocurrió que igual así me salía lo que yo quería hacer, que era una novela de risa triste.

¿Esta novela surge de haberte puesto en el papel del algún personaje literario mientras leías?

Sí, el gusanito es ese, la sensación de meterte en una historia al abrir un libro y que desaparezca todo lo que tienes a tu alrededor. Luego empecé a hacerlo de forma más interesada, escogiendo un personaje secundario de una novela concreta y fijándome solo en él, como la Bruja del Este de El mago de Oz, el capitán de un ballenero de segunda fila en Moby Dick o una sombra vagamente demoníaca en La dama de picas. Un poco como cuando un partido de fútbol lo ves en el campo, y no en la tele, y puedes fijarte en los lugares donde no está la jugada, en el portero, por ejemplo, que se pasa mucho rato matando los nervios.

¿Has aprendido algo sobre tu forma de escribir después de esta novela?

Creo que es la más descabellada que he escrito nunca, y también la más ordenada. Me gustaría pensar que es también la más bella, la que está escrita con una prosa más bella, y que todo eso son cosas que he aprendido a hacer, pero no sé yo.

¿Qué esperas de la crítica literaria?

Intento no darle muchas vueltas. En el ecosistema literario cada cual tiene su papel, y el mío, con esta novela, terminó hace muchos meses. Yo ya no puedo hacer nada más por ella. Ahora es un poco su problema.

¿Qué le diría en una carta Piatkun a Robert Juan-Cantavella?

Probablemente mentiras o medias verdades. Quién sabe si amenazarme de muerte, como hace el monstruo con Víctor Frankenstein. A fin de cuentas, Franco Piatkun es culpa mía, es mi criatura, y una vida feliz solo la ha tenido a ratos, así que razón no le faltaría.

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