No son pocas las referencias a David Lynch que encontramos en La chica muerta favorita de todos, y eso es así por múltiples cuestiones que se van desmadejando en el libro; pero también porque su autora elige entrar dentro de la oreja cortada del inicio de Blue Velvet y no quedarse siendo multitud en la contemplación del cuerpo de Elizabeth Short. Ese cadáver mutilado, lesionado y cercenado entre la segunda y tercera vértebra lumbar. Ese rostro que se convirtió en símbolo y resultado de la putrefacción norteamericana una vez despojado de la persona que fue: la Dalia Negra. Una elección que es natural en la autora, exponente de la literatura extraña. Y eso hace en este libro: construye un ensayo colosal, elabora un diario apasionante, historiografía la época en la que se cometió el asesinato, se escribe cartas con su gruñón y especialista favorito (Larry Harnisch), viaja al escenario de los hechos en una suerte de road movie actual y descarnada. Pero cada elección narrativa sirve con precisión y forma parte de un todo mayor: la Literatura. Sin corsés comerciales ni estéticos, solo atendiendo a la necesidad de contar desde su lugar.
«Quise escribir una novela y quise resolver un misterio, pero me topé con un obstáculo: Elizabeth Short», escribe. Centrarse en la víctima es abandonar el espectáculo. Nada es divertido. Y es que la Dalia Negra se convirtió en una espiral de especulaciones y mentiras, de turismo macabro, de posibilidades infinitas y detectives tumultuosos. Y más allá de los buscadores de justicia para Short, en el libro se resignifica la persona, se escarba en el machismo imperante y se expone la cosificación de la víctima y el parque temático que se genera a su alrededor. Pero no se hace solo con respecto a la Dalia Negra, sino con todas las Dalias y charlatanes públicos que rodean el cadáver, todos los cadáveres, picoteando de su carne para alimentarse. Y construye su historia viajando a Los Ángeles y visitando los lugares icónicos del rastro que dejó Elizabeth. También investigando alrededor de la fecha del feminicidio y describiendo la sociedad y una ciudad como Los Ángeles entonces, donde el crimen y la delincuencia son la historia en sí misma. El libro es un juego de espejos, de agujeros negros donde se dan cita el revés violento y sádico de la persona, del espectador y la ciudad. Un ente que respira y exige sacrificios, que se construye en la violencia y en la connivencia de la policía con la mafia, en los abusos sexuales de un Hollywood que es condición del hombre siniestro. Ese estado mental en el que la ciudad te habita y lo posee todo. Y que tan bien describió Lynch en su película Inland Empire.
Por supuesto que luego están las teorías, las infinitas interpretaciones sobre el asesinato y quién pudo ser el asesino, que desarrolla García Guirado tras el análisis de la vastísima teoría generada alrededor del feminicidio. Y esto lo hace no solo con detalle, sino con la intención de desvelar cómo se utiliza un asesinato para fabular mundos donde el detective es la multitud. Porque del cadáver de Elizabeth surge un árbol de variantes que se ramifican en múltiples posibilidades, uniéndose algunas con otras, construyendo una madeja —o laberinto en el palacio de Cnosos— donde el sentido de la muerte se desvanece y se pone el foco en el hombre detective, conspirador, y en el engaño de la ciudad.
Larry Harnisch, Gilmore, Hodel, Donald H. Wolfe, Dr. De River, Ellroy, Mary Pacios… Variables teóricas. El gran delirio verbalizado. Comenzando por el desarrollo de Larry donde el asesino pudo ser el cirujano angelino Dr. Walter Alonzo Bayley; la teoría del actor John Gilmore y su publicación Severed (1994), el libro favorito de Marilyn Manson, donde además de ayudar a difundir el bulo de la vagina infantilizada de Elizabeth y crear un personaje desde el machismo, conecta su crimen con el de Georgette Bauerdorf en 1944, atribuyéndoselo a Jack Anderson Wilson; la tesis de Hodel, desvelando que fue su padre, y su conexión con Man Ray como posteridad surrealista y estrambótica no exenta de bilocación y asociación retorcida entre el crimen y el arte; Wolfe señalando al magnate de la prensa Norman Chandler como inductor de un crimen cometido por el mafioso Bugsy Siegel después de quedar embarazada por el primero; el Dr. De River en un episodio de tortura, atrayendo a sus redes psiquiátricas a un posible asesino con necesidad de regresar para presumir de su crimen; James Ellroy leyendo The Badge (1957), un libro del actor Jack Webb mal documentado, y escribiendo en La Dalia Negra (1987) su teoría colmada de rumores y resultado de la prensa de nota roja de los años del asesinato; y, finalmente, Mary Pacios con la intención de restituir la imagen de Elizabeth recopilando recuerdos, mientras antiguos reporteros le confirman la relación del asesinato con gente del mundo del espectáculo, en concreto con Mark Hansen, copropietario del Florentine Gardens. Mención merece el especial de Lynch sobre cine surrealista donde pone el foco la autora al final del libro: Ruth, Roses and Revolvers, en homenaje a una secuencia que escribió Man Ray. ¿Puede ser la piedra angular de una corriente malvada y misógina del cine experimental donde solo son conocedores unos pocos?
La chica muerta favorita de todos es un libro único, especial. Historia de la infamia de la Dalia Negra, de cualquier crimen. El revés del true crime tal y como se comercializa. Esas huellas en la portada son nuestras huellas. El lado oscuro de la vida. Se llamaba Elizabeth Short. La encontraron muerta el 15 de enero de 1947 en un descampado de Los Ángeles.
LA CHICA MUERTA FAVORITA DE TODOS Beatriz García Guirado LIBROS DEL K.O. (Madrid, 2025) 288 páginas 22,90 € |