Crónicas desorbitadas

Leópolis: la juventud como acto de resistencia

Basílica Catedral de la Asunción de la Santísima Virgen María, Leópolis (Lviv), Ucrania. CC BY-SA 4.0

Si hay una ciudad que no debería ser la Capital Europea de la Juventud en 2025, esa es Leópolis. Precisamente por eso lo es. Nadie en su sano juicio otorgaría ese título a una ciudad a medio bombardear, sin metro, sin discotecas abiertas después de las ocho, con un toque de queda tan inflexible que ni los besos tienen permiso para prolongarse más allá del segundo acto. Pero ahí está: Leópolis, Lviv, como prefieran llamarla, con su nombre tartamudo de novela rusa y sus acentos imposibles, proclamada epicentro juvenil del continente. Bajo el lema: «Juventud. Recuperación. Futuro». Como si alguien hubiera metido tres palabras en una coctelera de la ONU y las hubiera servido sin hielo.

Lo que en otras ciudades se celebra con conciertos, festivales de tatuajes y seminarios sobre liderazgo digital, en Leópolis se hace con generadores eléctricos, pan negro y mochilas de primeros auxilios. Los influencers aquí no se fotografían con cafés latte de avena, sino con chalecos antibalas en colores pastel. El selfie más popular no es frente a una catedral gótica, sino en una estación de tren, abrazando a un desconocido que probablemente nunca volverás a ver. A veces el futuro tiene cara de evacuación.

Pero eso no impide que la juventud ucraniana, o lo que queda de ella —algunos con barba postadolescente, otros con las manos curtidas de cavar trincheras— se empeñe en demostrar que la vida continúa, incluso en modo ahorro de batería. «Recuperación», dicen. No queda claro si es médica, emocional o simplemente lingüística. Recuperar lo perdido cuando todo ha sido ya transformado: eso es lo que convierte a Leópolis en la ciudad más extrañamente joven de Europa. Porque la juventud aquí no es una etapa de la vida, sino un acto de resistencia.

Cada evento oficial del programa —talleres de emprendimiento, ciclos de cine, conciertos unplugged— comienza con una nota informativa sobre los refugios antibombas más cercanos. La ciudad ha aprendido a bailar entre sirenas y a rimar con el estruendo. Es un nuevo género: spoken word con trauma de fondo. En lugar de merch oficial, se venden pulseras hechas con casquillos vacíos. Los visitantes europeos se emocionan, se hacen fotos, tuitean algo en apoyo y regresan a sus países con una historia épica que contar en las cenas. Ellos pueden. Los locales, no.

La Capital Europea de la Juventud suele ser una ciudad de futuro. Leópolis lo es también, pero de un futuro con cicatrices, uno que no se perfuma, que no posa, que no sueña con Silicon Valley, sino con la calefacción funcionando toda la noche. Aquí la juventud no quiere cambiar el mundo, quiere sobrevivir a él. Quizá eso sea el nuevo idealismo.

Sin embargo, entre tanto romanticismo postbélico, no faltan las grietas. Hay una generación entera que no quiere convertirse en símbolo de nada. Que no quiere representar ni la esperanza ni la recuperación. Solo quieren jugar a videojuegos, ligar por Telegram o pasar un rato en casas de apuestas online como 1xbet.es, que funciona perfectamente con VPN incluso bajo apagones. Es un tipo de evasión postmoderna: si no puedes huir físicamente, al menos puedes perderte en un simulacro de riesgo controlado. Los carteles con la palabra «esperanza» compiten con banners publicitarios en cirílico invitando a «apostar por el mañana». Literalmente.

Las autoridades hacen lo posible por mantener el equilibrio entre la dignidad institucional y la realidad cotidiana. Mientras se organizan simposios sobre participación juvenil y la integración europea, los jóvenes aprenden a distinguir entre tipos de drones por el sonido. La disonancia entre lo dicho y lo vivido alcanza niveles casi literarios.

Una joven de 19 años llamada Oksana se ríe cuando le preguntan por su participación en los eventos oficiales. Dice que ya ha tenido bastante programa institucional con las clases online durante los apagones. Su forma de celebrar la juventud es ir con sus amigos a una bolera que abre ilegalmente hasta las once. Allí fuman, beben cerveza y apuestan quién será el próximo en conseguir un visado para irse a Varsovia. El futuro, para ellos, está al oeste. No en una frase institucional. No en un panel sobre innovación social. En un billete de tren.

Y sin embargo, hay algo que brilla en medio de tanta contradicción. No es optimismo, sería una ofensa llamarlo así. Es otra cosa, más parecida al instinto de un animal herido que sigue avanzando. Es juventud sin adjetivos. Leópolis no es un ejemplo. Es un error poético. Y por eso funciona. No representa lo que la juventud europea quiere ser, sino lo que podría llegar a ser cuando todas las certezas se derrumban. Un lugar donde la palabra «futuro» ya no es promesa, sino provocación.

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