Lem estaba molesto y preocupado. Molesto, porque solo tres personas habían acudido a su llamada de emergencia: Fafo Liber, Trizia y Puntofijo. Preocupado, porque tal falta de respuesta no podía deberse a la desidia o el desinterés.
Tras exponer brevemente la situación, Lem dijo:
-No voy a pediros que os impliquéis directamente en esta arriesgada aventura. Me corresponde a mí hacer algo. O no hacer nada, tal vez, no lo tengo claro. Por eso os he convocado, para que me deis vuestra opinión.
El primero en hablar fue el profesor Puntofijo:
-Si Chessandra quisiera, podría haberte seducido precisamente con la idea de demostrarte la posibilidad de comunicarse con Ello, o quizá podría haberte forzado, sin que te dieses cuenta, a entrar en la nave. Si Tichy, Chess y Casandra están en el planeta Cerebro sin haber sido coaccionados ni forzados en ningún sentido, será porque probablemente merezca la pena. Si no, resulta extraño que, queriendo Chessandra que aceptes la invitación, no lo consiga, ya que un avatar de Ello probablemente disponga de recursos para lograrlo.
-No estoy seguro de que Chessandra sea un avatar de Ello -contestó Lem meneando la cabeza-. No un avatar plenipotenciario, al menos. Podría ser una mera marioneta con instrucciones muy precisas. O una forma de telepresencia, que no es lo mismo que telepotencia.
-Yo diría que alguien como tú -intervino Trizia- debería tener el deseo y la iniciativa de explorar cualquier planeta, estrella o universo, por desconocido y peligroso que pareciese a priori. Entiendo que tengas reticencias, pero creo que tu ansia de conocer debería pesar más. Aunque solo fuera para tener una buena historia que contar mientras convidas a tus feligreses a unas blubirras. Al fin y al cabo, si no hay ningún peligro, no hay aventura.
-Mi ansia de conocer es muy grande -admitió Lem-, pero no tan grande como mi deseo de sobrevivir y, a ser posible, seguir siendo yo mismo.
-La mismidad está sobrevalorada -dijo Fafo Liber tras una pausa-. Opino que deberías viajar al planeta Cerebro acompañado de alguien a quien admires. Así, si te fundieras con él o ella, sería para mejorar. Y, dicho sea de paso, en tu aversión a las copias, claramente manifestada en tu novela Solaris, hay algo que no me gusta. Me parce una especie de racismo. Al fin y al cabo, todos somos copias de alguien anterior con ligeras modificaciones genéticas.
-Bien dicho, Fafo -intervino una nueva voz, no del todo humana, desde un oscuro rincón de la taberna.
Era Chess, que salió a la luz y subió de un salto a uno de los altos taburetes de la barra.
-¿Cómo has llegado hasta aquí? -exclamó Lem.
-Yo también me alegro de verte -dijo el metagato con una amplia sonrisa.
-Y yo también me alegraría si pudiera estar seguro de que eres Chess.
-Si para poder alegrarnos de algo hubiéramos de tener la certeza de que ese algo es tal como pensamos, ni siquiera existiría la palabra alegría. No puedes estar seguro de que yo sea Chess, como yo no puedo estar seguro de que tú seas Lem. Tu maestro Kafka lo dijo muy claro: “A mí me conozco, en los demás creo; esta contradicción me separa de todo”. Y tú, querido Staszek, has heredado su angustia, pero no su serenidad: eres un kafkiano trasnochado y colérico, un pequeño Kafka tonante…
No sé si este mensaje os llegará. No sé cuánto tiempo podré mantener la conexión.
Intenté ir a casa. Al principio, el camino era el de siempre, el que tantas veces recorrí con mis hermanas. Pero poco a poco, la realidad empezó a desdibujarse. Los paisajes eran los mismos, pero no eran iguales. Los senderos se repetían. Cada cruce era idéntico al anterior. Cada paso me devolvía al mismo punto.
Y luego, las personas. Veía rostros conocidos, pero no podía recordar sus nombres. Veía extraños, pero sus miradas me eran familiares. Todo parecía construido con fragmentos de mi propia memoria, pero algo no encajaba. ¿Quiénes eran ellos? ¿Eran reales? ¿Lo era yo?
Al principio del proceso me sentía la misma persona de siempre, pero a cada vuelta, a cada repetición, algo se perdía. ¿Qué es lo que queda ahora?
Quizá nunca llegué a salir de ese bucle. Ya no sé si sigo siendo yo. El mundo se ha acelerado hasta volverse irreconocible. Quizá esto no tenga nada que ver con Ello. Quizá no haya ninguna fuerza cósmica manipulando mi mente. Quizá solo sea el mundo real y su velocidad implacable, arrastrándome a donde no puedo volver a ser quien era. No sé si podré enviar otro mensaje. Si desaparezco, al menos esto habrá servido de advertencia.
Espero que lo hayas mandado con una mosca mensajera…
Kafka también decía en sus cartas a Milena que «amor es cuando digo que eres el cuchillo con el que hurgo mis heridas»
Igual Lem debería estar más dispuesto a hurgarse un poco esas heridas.
¿Qué es eso de sí mismo que tan poco le gusta y que tanto miedo tiene de que salga a la luz si hace ese viaje?
Habrá que preguntárselo…
Lem, sin darse cuenta retrasa el retorno a una MitÍtaca neuronal, gestora ventosa del engaño, porque solo volverá velado en su raída sombra producto del tiempo. Sabe que no encontrará lo mismo siendo él mismo, y el único capaz de reconocerlo será su fiel amigo que no distingue los colores. (A propósito, reconocer es un palíndromo perfecto, se va y se vuelve a lo mismo). Como todos, en el fondo es un cobarde que eligió la aventura, sabiendo que podría haber hecho todo al reves, mas ahora ya no hay tiempo. Tendrá que enfrentarse a si mismo, tres veces, con él, su sombra y su reflejo en el espejo.
Lem empieza a darme pena, le estáis dando mucha caña…
Nosotres sólo somos personajes de su taberna. Él es quién maneja los hilos. Poco puede importarle lo que digamos.
En realidad, no maneja los hilos. Ni siquiera los que cree manejar.
A Lem habrá que ayudarlo en lo que requiera. Si está preocupado será porque percibe un peligro que quizá ya ha empezado a actuar, como podría desprenderse del mensaje de Floral. No debe temer por esa implicación, pues seguro que la disponibilidad es completa.
Quizá la manera de saber quiénes somos simplemente consista en ser, en pensar en la mejor manera de actuar, independientemente de lo que fuimos. Los recuerdos nos ayudan a configurar un punto de partida, un punto en el que nos encontramos de manera continua, en todo momento.
Pero los recuerdos pueden ser engañosos, sobre todo en Münchhausen, el planeta de la impostura.
Querido Lem: como me comentó una vez un hombre sabio en la presentación de uno de tus libros, «a la realidad por el irrealismo». ¿Quizá pretendes ahora llegar a la acción por la inacción?
Más que la inacción, lo suyo es la negación (puede que también en el sentido freudiano del término).
El comunicador de Lem interrumpió por un momento la discusión. Se apartó del grupo y mantuvo una charla en blurk, algo que no pasó inadvertido a los presentes. Cuando volvió, su respuesta fue escueta:
–Iré.
–¿Una simple llamada te ha decidido a viajar? Importante ha debido ser tu interlocutor, si habéis hablado en un lenguaje prohibido. ¿Podemos saber quién es el artífice de tamaño milagro? –el metagato se relamió de gusto.
–Hari Sheldon.
–¿Sheldon? ¿Y qué pinta Hari en todo esto?
¡Menuda revelación! ¿No será un truco de Lem? Habrá que preguntarle a IA…