
Ante la imposibilidad de obtener información útil directamente del Capitán Dorian, Lem mandó un mensaje a los asiduos de la Taberna Flotante, con la esperanza de que el viejo lobo del espacio le hubiera suministrado a alguno de ellos, antes de su viaje al planeta Cerebro, algún dato sobre la zona de la galaxia que pensaba explorar. Y la respuesta no se hizo esperar: al cabo de un par de horas se presentó el profesor Puntofijo.
-Dorian estaba muy emocionado -dijo el matemático mientras Lem le servía una jarra de cerveza azul-. Me contó que había encontrado un viejo mapa del tesoro y que se disponía a ir al brazo de Norma, cerca del centro galáctico.
-Eso reduce la búsqueda a apenas unos 20.000 millones de estrellas -ironizó Lem.
-Pero tal vez en la memoria de Dorian persista la imagen de ese mapa. Y puede que la geisha robot…
-¡Cierto, es una buena idea! Suponiendo que Sada se digne a colaborar.
-En el peor de los casos, tendríamos que esperar al próximo trilunio. En sus actuaciones públicas, Sada nunca se niega a conectarse con un voluntario.
Pero no hubo que esperar. Bajaron con Dorian a la cámara acorazada y la geisha robot, en cuanto lo vio, lo envolvió con su largo cabello sensitivo. Y al cabo de unos minutos cantó unas coordenadas galácticas. En el brazo de Norma.
Tichy puso su nave en órbita alrededor de Cerebro y bajó en una chalupa a la superficie del planeta. Solo lo acompañaba Chess, que se había negado a dejarlo ir solo. Si aquel mundo -o alguien o algo detrás de él- quería permanecer ignorado, podía tomar contra sus visitantes medidas más drásticas que una simple eliminación de recuerdos, por lo que la expedición no carecía de peligro.
El Capitán Dorian tenía la merecida fama de inflar sus aventuras hasta extremos inverosímiles (lo que le había valido el apodo de Barón de Münchhausen); pero en aquella ocasión no había exagerado en absoluto: todo lo contrario. Y cuando el astronauta y el metagato pusieron pie a tierra, se quedaron mudos de asombro.
-Llamar bosque a… esto es como cuando los navegantes de la vieja Tierra decían que iban a cruzar el charco refiriéndose al Atlántico -dijo Tichy cuando, al cabo de unos minutos, recuperó el habla.
-Es una buena regla de tres -convino Chess-. Un charco es a un océano como un bosque es a Esto. Con mayúscula.
-¿Cómo es posible que el viejo lobo del espacio fuera tan parco en sus descripciones?
-Supongo que Esto no solo borró de la mente de Dorian las coordenadas galácticas, sino que también minimizó el recuerdo de sus experiencias sensoriales.
Había, sí, algo parecido a árboles; pero eran tan altos como secuoyas y tan flexibles como juncos. O como míticas serpientes marinas. Y sus ramas eran a la vez tentáculos y cabellos y plumas y redes… Y entre ellas revoloteaban seres gráciles y luminosos que podrían haber sido pájaros, de haber habido pájaros esféricos, poliédricos, fractales… Y una brisa sutil recorría los cuerpos de los visitantes y despertaba en ellos nuevos sentidos cuya existencia no sospechaban siquiera…
-¡Nunca me había sentido tan bien! -exclamó Tichy con una sonrisa beatífica.
-Yo tampoco -dijo Chess formando un signo de interrogación con su peluda cola-. Y creo que eso… Esto… debería preocuparnos.
Muy curioso que Tichy se sienta tan bien, pues el recuerdo de Dorian era el de tener que volver pronto a su nave. Y muy curioso también el nombre que le ha dado Chess a Cerebro al responder a Tichy. Quiza, dado que se trata de un diálogo no escrito, considere que ha sido Tichy el que lo ha renombrado como Esto.
Supongo que Casandra tendrá razón al apuntar que detrás de Esto (o en su interior) debe esconderse algo o alguien, pues la falta de datos de navegación en el registro de la nave de Dorian resulta difícil de explicar.
Hay dos formas básicas de neutralizar a alguien que es o parece un peligro potencial: espantarlo o seducirlo. Y parece ser que Cerebro domina ambas técnicas.