
Casandra había perdido la noción del tiempo. Y del espacio. Tras una largo -o acaso corto- silencio, la esfera fluctuante dijo:
-Percibimos, flotando entre tus recuerdos, otra historia que tal vez deberías contarnos.
-¿Podéis leerme la mente? -preguntó la narradora-, más perpleja que preocupada.
-No. Tu mente no es un texto, ni una secuencia de imágenes articulada, no podemos leerla. Pero percibimos vagamente la presencia de un relato afín a los otros dos que nos has contado.
Supongo que os referís al planeta Cerebro -dijo Casandra-, y contó una historia que se podría resumir así:
Cien mil millones de enormes árboles, cada uno con varios miles de ramas y otras tantas raíces, cubren por completo el planeta. Las ramas se agitan como movidas por un viento imperceptible. Las raíces se mueven bajo tierra como serpientes inquietas. Cuando la punta de una rama de un árbol toca la punta de una rama de otro, permanecen unidas durante un tiempo generalmente breve, acaso un solo instante. Cuando la punta de una raíz de un árbol toca la punta de una raíz de otro, permanecen unidas durante un tiempo generalmente largo, acaso para siempre. Cada árbol está unido en todo momento, como mínimo, a otros mil.
La estructura del bosque global es la de un cerebro, y los impulsos eléctricos que continuamente lo recorren por billones parecen indicar una actividad mental incesante. Pero el inmenso cerebro planetario no parece unido a nada equivalente a un cuerpo; no tiene miembros ni órganos de los sentidos con los que interactuar con el mundo exterior, y todos los intentos de comunicarse con él -si es que hay un él con el que comunicarse- han fracasado.
Algunos suponen que los invisibles órganos y las terminaciones nerviosas están en el interior del planeta (en conexión, tal vez, con un maravilloso mundo subterráneo), no porque haya evidencia alguna de ello, sino por la sencilla razón de que no pueden estar en otro sitio. Otros creen que el monstruoso ser está totalmente ensimismado y desarrolla su actividad mental en perfecto aislamiento, por lo que proponen cambiar el nombre de Cerebro por el de Solipsismo.
-No conocíamos esa historia -dijo la esfera cuando Casandra terminó su relato-. ¿Quién te la contó?
-Una amiga vuestra -contestó la narradora esbozando una sonrisa.
-¿A quién te refieres? -preguntó la esfera fluctuando un poco más de lo habitual, como si hubiera sido sacudida por algo parecido a una emoción.
-A Sada, la geisha robot que hay en la Taberna Flotante. ¿No la pusisteis vosotros allí?
-Es cierto. ¿Cómo lo sabes?
-Porque acabáis de decírmelo. Antes solo era una sospecha.
-En cualquier caso, Sada no pudo contar esa historia. Toda la información que posee se la suministramos nosotros.
-La leyó en la mente de alguien. Ella, por lo visto, sí que puede hacerlo.
-No, no puede leer las mentes; pero puede percibir emociones, imágenes, palabras sueltas… y construir un relato más o menos coherente con todo ello. Hay que identificar a la persona que le sugirió esa historia. Suponiendo que fuera una persona…
Pues sí que ha sido capaz Casandra de obtener información de los Veladores. Probablemente se crean más listos que ella, cosa que puede aprovechar.
Resulta agradable conocer alguna cosa más sobre Sada. En el momento en que se conectó a Chess me imaginé un acceso total a sus conocimientos, pero, por lo que parece, no es así. De haber sido una robot capaz de asimilar todo aquello a lo que se conecta, sería un ser de una inteligencia asombrosa.
Acceso total al contenido de una mente suena a omnipotencia o poco menos. Yo creo que ni el propio océano pensante llega a tanto.
Cierto. No conozco prácticamente nada sobre el funcionamiento de la mente, aunque me imagino que hay un conjunto finito de elementos bien estructurados que permiten almacenar información. Si se pudiese captar la composición concreta, quizá existiría la posibilidad de transformarla en otro tipo de sistema de almacenamiento de información, aunque supongo que el desconocimiento me lleva a imaginaciones demasiado fantasiosas, probablemente alejadas de la realidad.
Sobre ese punto discrepan los defensores de la IA dura, como Minsky y Hofstadter, y los que, como Penrose, afirman que el cerebro no es una máquina meramente algorítmica, cuyo funcionamiento tiene que ver con aspectos aún desconocidos de la mecánica cuántica.
Recuerdo que un profesor de Cálculo que tuve en el primer curso de carrera nos recomendó la lectura de un par de libros que habían sido publicados hacía unos años: «La nueva mente del emperador» de Penrose y «Gödel, Escher y Bach, un Eterno y Grácil Bucle» de Hofstadter. Curiosamente fueron los dos primeros libros que compré en la carrera. Únicamente pude leer parte de ellos y, además, si no recuerdo mal, sin llegar a comprender suficientemente bien algunas de las ideas que exponían. Con el de Penrose me lo pasé muy bien con las máquinas de Turing. Quizá sea un buen momento para retomarlos para intentar conseguir un nivel de comprensión más profundo. De Minsky no he leído nada, pero ya que lo mencionas en primer lugar, seguro que merece la pena buscar alguna referencia.
De hecho, Penrose escribió su libro en respuesta al de Hofstadter, que tuvo un gran éxito, y en el que decía cosas tales como que un libro en el que estuviera escrito todo lo que hizo y pensó Einstein «sería» Einstein.
Si algún día llegáramos a entender cómo funciona nuestro cerebro y cuáles son sus ¿objetivos? me pregunto cómo y quién lo explicaría sin caer en la sospecha de “in neutralidad”. Creo que nuestro lenguaje no serviría para nada por más que lo use una IA. Esta situación me recuerda a la frase de un político en tiempos inciertos: Yo o el caos, diría nuestro cerebro.
Efectivamente, nos topamos con la autorreferencia y sus paradojas. Yo y el caos…