Horas críticas

Elogio de la bondad

De un mundo a otro mundo. Correspondencia (1910-1918)

No es frecuente hallar, ni en la literatura ni en la vida, un sentimiento de confraternidad como el que mantuvieron Stefan Zweig y Romain Rolland a comienzos del siglo pasado. Se publica ahora la histórica correspondencia entre estos dos escritores que, comprometidos en apaciguar el dolor de un continente salpicado por la sangre de la Primera Guerra Mundial, confiaron en la cultura, la amistad y las letras para resistir la catástrofe humanitaria a la que Europa se enfrentaba. El libro, De un mundo a otro mundo, reconstruye, a través de ocho años y un total de 275 cartas, una de las páginas más convulsas de nuestra historia.

La relación se inició mucho antes de la contienda, en mayo de 1910, y por eso resulta curioso, cuando no sorprendente, que Rolland fuera capaz de predecir el destino de todo un continente: «No falta mucho para que Europa se convierta en una patria demasiado angosta y no nos baste». Cuatro años más tarde estalló la guerra. Pero antes de que eso ocurriese, la correspondencia se sucedió con cierta fluidez, con alegría y con el insistente empeño, por parte de Zweig, de traducir el Jean-Christophe de Rolland, novela que, gracias al impulso de su amigo, finalmente vería la luz en Alemania.

Hay lugar para muchas otras cosas, y uno de los núcleos centrales de las cartas es la discusión —el diálogo— sobre la justicia, el nacionalismo, el grado de responsabilidad de la prensa en el curso de la guerra, la batalla cultural, el belicismo de unos o el pacifismo de otros. Hay un momento para todo entre dos de las plumas más altas de Europa, y también para el arte, la literatura y un compromiso humano que, nunca mejor que aquí, amenazado por tantas razones, reluce con mayor esplendor si cabe.

Conmueven la solidez de sus valores, su sentido férreo de la honradez, el compromiso cultural más que político o la defensa de la civilización a través de la convivencia, porque todo ello hace de este libro algo más que la correspondencia entre dos intelectuales que confían y comparten un sueño llamado Europa. Es, en realidad, un libro sobre la amistad. La amistad de dos personas que deciden intervenir en la contienda con lo único que tienen a su disposición: la palabra. Cada uno desde un flanco, Zweig desde Viena, Rolland desde Ginebra, intentan calmar las aguas apelando a la verdad, a la justicia, al diálogo. También hay ocasiones para disentir, para enfadarse incluso, pero siempre bajo el toldo del respeto mutuo y la admiración compartida, lo que convierte estas cartas en un ejemplo de integridad.

Aunque sabemos que el género epistolar no ha estado nunca entre los hábitos más frecuentes del gran público, la lectura de este libro proporciona una experiencia estética inusual, no solo por la calidad literaria de ambos interlocutores, sino también porque la labor de traducción que han llevado a cabo Núria Molines y José Aníbal Campos ha sido cuidadosa y exquisita. Para todos los lectores que aún alberguen reservas sobre el género, o no estén familiarizados con el formato, este puede ser tal vez el libro con el que romper esos moldes.

Cada idea expuesta aquí, cada disertación, cada opinión o cada palabra parecen arrancadas a la vida misma, como si fueran el último aliento que legar a la posteridad. En este sentido, aun con toda su carga política, o pese a la gravedad y la solemnidad que rezuman numerosos pasajes (convertidos algunos en auténticos discursos), hay un misterio que subyace en el fondo de todas estas cartas, y es la humanidad incondicional de dos amigos que profesan la confianza en la bondad del otro. Muchos lo considerarán una ilusión utópica, y en parte tal vez lo sea, pero la historia nos demuestra una y otra vez que son estos lazos y no otros los que nos salvan de la barbarie, el vínculo que solo es capaz de parir una amistad verdadera, expresión última de la bondad.

A finales de noviembre de 1914, pocas semanas después de comenzar el conflicto, tras conocer las primeras noticias que llegaban sobre las víctimas que estaba cobrándose la guerra, Zweig escribe: «En el caso de los amigos, me atormenta sobre todo una cosa: no haberles dado muestras suficientes de mi cariño. Lo peor ha sido perder a un compañero de juventud con el que me enemisté en los tiempos de la universidad: sentí cómo se me desgarraba el corazón por no haberle estrechado la mano antes de que partiera, por el hecho de que muriera alguien a quien yo, con una sola palabra enviada al campo de batalla, podría haber deparado una enorme alegría. He aprendido la lección: a partir de este momento, no escatimaré en bondad e indulgencia con nadie, y habré de ahogar en mí todo cuanto haya de orgullo y obstinación».

¿De qué nos sirve librar una guerra —me pregunto— si no nos ayuda a comprender el dolor de los demás y la necesidad de solicitar el perdón de todos aquellos de los que no pudimos despedirnos y se marcharon de este mundo sin obtener a cambio una palabra afectuosa? Si nos hacemos esa misma pregunta referida a la vida y no a la guerra, la respuesta sería exactamente la misma. Este libro es, por tanto, un intento desaforado por concebir la amistad como un templo de veneración por el que siempre —pase lo que pase— merecerá la pena luchar.


DE UN MUNDO A OTRO MUNDO. CORRESPONDENCIA (1910-1918)
Stefan Zweig, Romain Rolland
Edición, traducción y notas de Núria Molines y José Aníbal Campos
ACANTILADO
(Barcelona, 2024)
512 páginas
26 €

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