Horas críticas

Mágico poder o la plenitud del instante en la poesía de Manuel Ángel Vázquez Medel

El último libro de poemas de Manuel Ángel Vázquez Medel, Mágico poder (Huerga y Fierro, 2024), es un viaje con tres paradas. La primera estación poética es «Semillas de esperanza» o una mirada al presente para vislumbrar el futuro; la segunda, «Regreso al origen», supone una oda al reencuentro del yo poético emplazado en el aquí y el ahora; y la tercera, la llegada al gozo del ser, al andén de «A un dios desconocido». El ámbito en el que se mueve es el espacio interior del ser humano, una zona limítrofe que linda con la tierra y con el cielo. El poeta, homo viator que deambula por el interior del yo y por los arrabales del ser humano mismo, escribe una ontología de la esperanza.

Sucede, sin embargo, que no todo el mundo está preparado para esta autoanagnórisis final. La verdad desvelada, sin el velo de Maya de las apariencias o de las ilusiones, conduce al lector al descubrimiento del ser, que había permanecido en el olvido. Pero todo acto heroico exige dolor y sacrificio, en un vaivén de opuestos que se atraen. No se puede cumplir lo que todavía-no es si no hay acción «para que lo posible fructifique». Unas veces, somos más sombra, y otras, más luz. Casi siempre sombrías luces o claroscuros que sueñan con la luz de la verdad, la belleza y la bondad: ser luz entre las sombras es el deseo del poeta, para que cada rincón oscuro sea iluminado más y más. Ante la oscuridad de las injusticias, esgrime la luz de la esperanza y, comprometido con los más indefensos, le presta su voz, para que sean escuchados. Se podría decir que la palabra poética es el ámbito de la autenticidad, la morada del ser o esa casa de tiempo y de silencio que da al río de la vida. Heidegger y Juan Ramón Jiménez son para Vázquez Medel, sin duda, dos referentes fundamentales, junto a Pessoa, Machado, Borges, Cernuda, Blas de Otero, Antonio Carvajal o Chantal Maillard.

Pero quien camina hacia nuevos horizontes no lo hace solo. El viajero protagonista se sumerge en las entrañas del yo de la mano del otro: es un ser-con el otro, con la otra, con la desnudez propia de la esperanza de quien contempla, con mirada platónica, la paz de la armonía que le envuelve: «Todo habita el instante / en el que dices: amo». Por eso Mágico poder es un canto a la alegría de vivir, una palabra que nutre al ser. Y esa dicha es el don que el héroe ofrece a los suyos —también al lector— como trofeo tras múltiples experiencias vividas. Ha alcanzado el conocimiento que da sentido al mundo. Cuando el camino es largo, el sendero se presta a obstáculos, los márgenes se pueblan de monstruos: unas veces los de la razón; otras, los de entelequias sobrenaturales. Pero uno es sólo el camino. El héroe, condenado a seguir, a existir, lucha —homo pugnator— para vislumbrar los deseos soñados con esperanza y siempre con convencimiento. De ahí la identificación mitológica con esos afanosos trabajos de Penélope, Ulises, Ícaro o Sísifo. También el poder mágico de la palabra poética consuela del dolor y del sufrimiento, porque «si tocas la palabra, la palabra te toca». Si es verdad que somos seres de tiempo y de palabra, la razón poética (María Zambrano) será un báculo en el que apoyarse, cuando esperemos al amado, cuando luchemos contra falsas letanías, cuando caigamos desde las alturas o alcemos una pesada carga. La utopía es la intersección de la realidad y el deseo en el «aquí y ahora».

Como en Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda, la reflexión metapoética está muy presente en Mágico poder. Los pájaros juanramonianos se quedarán cantando en forma de poemas, mientras que el «nocturno ruiseñor» o la «alondra mañanera» de Cernuda son aves que permanecerán «sonando en las ruinas del cielo de los dioses», puesto que «sí, el hombre pasa, pero su voz perdura». La creación a través de la palabra es una de las claves de este importante libro al que la crítica debería estar atenta, pues ofrece, doblemente, uno de los más sólidos planteamientos del pensamiento poético en el panorama actual  de la poesía española contemporánea y un profundo dominio formal del verso:

Vas en el viento,
polen de la belleza,
fecundas a tu antojo
campos ajenos,
ajenas vidas que también son nuestras.

El Dios de Vázquez Medel es un «dios» en minúscula, es el dios del agnóstico que ha desplazado su pensamiento trascendente hacia la inmanencia del cuerpo-mente-entorno, hacia el compromiso con la existencia. El hombre es el ser de una Nada ingénita, de un Todo inherente en el que acabará deshaciéndose, en el silencio, como un fino hilo de luz en la memoria, «como la nieve frágil / tocada por el sol». La materia se hace Ser, espíritu (sprit), y ésta regresa al silencio de la Nada, reintegrándose así en la espiral de «tantos eones, ciclos y milenios», como energía que testimonia que nada surge de la nada. La vida como una repetición sucesiva, siempre la misma y siempre distinta, sucede «entre el alba y la noche», en el paréntesis del tiempo vivido. Regresar a la Nada es instalarse en el caos informe del principio de los tiempos, del cual brotó y brotará el orden del cosmos. La muerte, así, es realmente un punto de fuga en el que el Ser se identifica con el Ser: la obra perfecta, por acabada. No hay nada más esencialmente humano que la muerte, aunque nada más dichoso que vivir en armonía con la naturaleza, que la vida compartida con los que más amamos, que asir con fuerza este instante presente como un don o una gracia, con la gratitud y la generosidad de aquel que se sabe, mientras llega la muerte para dejarnos «eternamente suspendidos», «animal de fondo» y de aire, poeta que pulula como motas de polvo en el espacio translúcido del verso:

Ahora, perfección,
acaba tu tarea:
asesina el instante:
fíjalo eternamente
suspendido en la nada.

Un comentario

  1. Guillermo Raigón Pérez de la Concha

    Efectivamente, una buena reseña como ésta resulta ser el mejor prólogo para enredarse en el poemario, que es lo que intentaré cuanto antes. Yo pensé, cuando viví en Roma, una Ontología de la Esperanza hace cincuenta años -una modesta tesis de Laura- y, por lo que cuenta Valentín Navarro, Mágico Poder es mucho más universal y profundo. Un fuerte abrazo y enhorabuena, Manuel Ángel, y sigue creando así.

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