Nevada, de Imogen Binnie (Lava)
«La gente tiende a dar por sentado que las mujeres trans son o bien drag queens, con toda su jerga chabacana, o, en cambio, hombres heterosexuales tristes, patéticos, ilusos y tirando a pervertidos —al menos hasta que ahorran dinero y se hacen una Operación de Cambio de Sexo, momento en el que se convierten en una mujer como cualquier otra—. O algo así». Pasajes como este, en las primeras páginas de Nevada (traducción de Milo J. Krmpotić), explican que se haya convertido, desde su aparición en 2013 —aunque su primer borrador databa de 2008, hace ya más de quince años— en una obra de culto e inspiración, la primera que ponía en el debate público la realidad trans. Aclamado debut literario de Imogen Binnie (New Jersey, 1979), hoy día esta novela se impone más allá de las reflexiones que suscita sobre la cuestión de género, pues al fin al cabo, como señala en sus notas finales, «no es que haya una Experiencia Trans homogénea» que pretendiese universalizar. En ese valioso epílogo de más de veinte páginas —añadido en 2022— cuenta que su intención fue dar forma a «una narración del tipo bueno, pues no ha funcionado antes que una de esas que le dicen a la gente cómo ha de vivir», y por eso se sostiene, apelando no ya solo a un colectivo ampliamente marginalizado y atacado (también hoy): la experiencia del fracaso sí es universal. Maria Griffiths, cerca de cumplir los 30, deja un trabajo olvidable y le roba el coche a su exnovia para dirigirse a la costa oeste de Estados Unidos, con amplias dosis de heroína, alcohol y estrógenos por todo equipaje. «A veces decir adiós puede ser tan fácil. Así que vamos, vamos, vamos, deja esta ciudad», reza la cita inicial del trío neozelandés de punk Die! Die! Die!, marcando el espíritu transgresor al que pretende aferrarse su ya no tan joven protagonista. Así comienza una de las road novels mejor consideradas por la crítica, listada este mismo año por The Atlantic entre las Grandes Novelas (Norte)Americanas de los últimos cien años, en un ranking que abre Scott Fitzgerald y cierra Catherine Lacey. El que propone Binnie es un viaje por el asfalto y por vías introspectivas —nada secundarias aunque no tan transitadas ni visibles— en pos de una identidad en un sistema (capitalista) que la niega; un trayecto fuera de los márgenes prestablecidos, para el que la autora norteamericana dice haberse inspirado en pensadoras/escritoras feministas como Audre Lorde, bell hooks o Joanna Russ, pero también en las voces literarias de Junot Díaz o Dennis Cooper. Con su estilo coloquial y directo, Nevada es una obra audaz, intensa y auténtica, un estallido de energía encarnado en su insolente e inolvidable protagonista, atravesada de conflictos, de dudas y, en suma, de vida.
Una historia de la lectura y de la escritura, de Martyn Lyons (Ampersand)
La lectura y la escritura en el mundo occidental han sido objeto de numerosas obras y abundantes reflexiones que no cesan de cuestionarse los modos en que nos relacionamos con las letras. Dos «eventos de cultura escrita» que ya no se muestran aislados, como tradicionalmente, sino en su estrecha relación a través de los muchos lugares donde se manifiestan y los materiales sobre los que se producen. Ampersand publica, dentro de su colección «Scripta Manent», esta nueva edición actualizada de Una historia de la lectura y de la escritura (traducción de Julia Benseñor y Ana Moreno), obra original de 2010 que se define por su mirada crítica en torno a las sucesivamente declaradas revoluciones en este campo de estudio, a partir de una serie de hitos clave en Europa, que tuvieron que ver con desarrollos tecnológicos, económicos, políticos y culturales: desde la invención del códice a la lectura silenciosa en el medievo, pasando por la llegada de la sobrevalorada imprenta, su papel en el Renacimiento, en la Reforma y en el nacimiento de la cultura popular, la evolución de las habilidades lectoescritoras, la literatura de la Ilustración y la revolución lectora a fines del siglo XVIII, la industrialización del libro y su difusión, y finalmente los textos computerizados y la (pen)última revolución, cibernética, que paradójicamente ha acabado despertando reacciones —entusiastas o miedosas— similares a las del siglo XV. Martyn Lyons (Londres, 1946), prestigioso historiador y doctor por la Universidad de Oxford, hoy profesor emérito en la Universidad de Nueva Gales del Sur, logra de este modo poner en perspectiva esas disrupciones en la comunicación textual y comprobar lo que de realmente novedoso tienen esos avances: «Todas las sociedades desde el antiguo Egipto han sido una sociedad de la información, en el sentido de que quienes controlan y restringen el acceso al conocimiento en cualquier sociedad controlan así un componente clave del poder», señala. En la estela de investigadores como Roger Chartier, pone el foco no tanto en los autores, editores o impresores como en los consumidores, y de hecho una de las ideas esenciales que sugiere esta obra es «la noción de que los lectores piensan por sí mismos, de modo que interpretan sus textos en formas que están socialmente condicionadas, pero que son individuales, impredecibles y fuera del control del autor». La lectura, sostiene el autor, es un proceso creativo y autónomo; o, en las palabras —aquí citadas— de Michel de Certeau, «el lector es un cazador furtivo», por lo que cada lector, asegura Lyons, «tiene modos silenciosos e invisibles de subvertir el orden dominante de la cultura masificada». Así es como, pese a todo lo que podamos analizar estos fenómenos, la realidad siempre se nos escapa, pues «los lectores no siempre son obedientes y conformistas». Por suerte, podríamos pensar.
Planeta solitario, de Ana Flecha Marco (Mrs. Danvers)
«El mundo entero es un cactus / es imposible sentarse», canta Jacques Dutronc en una de las citas con las que se abre este libro, que representa la respuesta de Ana Flecha Marco (León, 1986) a la propuesta de su editor de escribir un libro de viajes «aquel año en el que todo el mundo dejó de viajar», o también «ese año sin verbenas», como lo describe al inicio. Acaso por eso Planeta solitario, más que otra cosa, supone un heterodoxo y personal trayecto, de idas y venidas pero sin retorno, lleno de rodeos y de extravíos (sub)conscientes, por la mente literaria de su artífice y por sus recuerdos más o menos reales. En concreto, por su estadio infantojuvenil de provincias, una suerte de «retrofuturo imaginario» que comienza en un restaurante chino («una anomalía geográfica, aguas internacionales, suelo extraterritorial») y concluye con su protagonista/autora soñando despierta. Traductora y editora además de escritora, Flecha Marco habla de obsesiones lingüísticas, palabras antipáticas, lenguas minoritarias o secretas, la idea del Extranjero, ciudades adoptivas y viajes organizados, estaciones del año como viajes en el tiempo, libros para tiempos muertos, fotos especiales e idénticas unas a otras, conciencia del cuerpo en movimiento, visión doble y visiones televisivas, escuelas de idiomas y letras de canciones, etcétera. Acompañada por las palabras y las ideas de Lydia Davis, Polly Barton, Deborah Levy o Valeria Luiselli, entre otras, teje una suerte de diario intransferible, pero cómplice, sobre lo viajado/vivido y sobre la ficción de vivir/viajar, sobre los lugares habitados en los que nunca estuvimos o a los que, por mucho que huyamos de ellos, siempre volvemos: «A veces yo también quiero viajar para hacer exactamente lo mismo que todos los días, pero en otra casa. […] Jugar a ser otra persona siendo exactamente la misma». Planeta solitario es, en definitiva, una obra fresca y gozosa que transmite su perspectiva acerca del viaje como actividad opcional o extracurricular (un poco a la manera de Azahara Alonso); un libro que se pretende informal y resulta trascendental, de extraordinaria valía; un ingenioso cuaderno de notas o de bitácora que aspira a lo mínimo, pero que logra captar tanta verdad como las palabras bien escogidas del más preciado ensayo. Ana Flecha Marco se muestra convencida de que «para escribir un libro de viajes no hace falta irse a ninguna parte», pero este que ha concebido es claramente producto de un culo inquieto, de mal asiento; el tipo de culo que se piensa dónde posarse, por si hubiera un cactus y acabase doliendo; que no acaba de encontrar su lugar en el mundo, pero que tampoco está del todo mal donde está, ajeno al estrés del turisteo por corroborar que los sitios son como otros dicen que son.
De una mujer en una tierra distante, de Tada Chimako (Pre-Textos)
Esta antología poética en edición bilingüe es la primera publicación en nuestra lengua de la obra de Tada Chimako (1930-2003), una de las grandes poetas japonesas contemporáneas, que dejó más de quince libros en este género, los cuales incluyen el itinerario que recoge este volumen desde Hanabi (Fuegos de artificio), de 1956, hasta Yūsei no hito (Gente de este planeta), de 2005. La potencia de sus imágenes, que conectan por vía de la palabra conceptos dispares como surrealismo y folklore, memoria y laberinto, espíritus y cosecha, se despliega en la selección emprendida para De una mujer en una tierra distante (traducción de Megumi Kubo y Ernesto Hernández Busto): poemas consagrados a sueños sensuales y sensoriales en la naturaleza («La aurora levantó sus rosados dedos. / […] ¿Cuántas notas musicales se habrán incrustado / en el nuevo éxtasis de los pájaros?»); noches amontonadas como la nieve; muertos dignos y oscuros rincones domésticos donde ponerlos; espejos que son «un cementerio de sonrisas»; ancianas yamanba que practican la magia y juegan al karma con la arena; recuerdos que son como corrientes de agua pero de «textura viscosa»; haikus metafísicos y visionarios («Asusta el mar… / Olas: manos alzadas / una tras otra»), y el desenlace, en fin, de una existencia que ya no tiene ganas de serlo: «Tras caminar / seis décadas sin pausa, / mi sombra, exhausta, / yace donde ha caído / sin querer levantarse», escribe en algunos de los últimos versos que legó antes de morir de un cáncer de útero que no quiso tratarse. Cuando hace veinte años tuvo lugar aquel trágico momento, la poeta beat feminista Kazuko Shiraishi (fallecida, a su vez, el pasado mes de junio) la elogió como una rara «diosa del intelecto y la belleza», entre otras cuestiones por su retrato de la psicología femenina —tan adelantado a su tiempo— y de su aislamiento, que la propia Chimako experimentó en el Japón de posguerra, pero que también conoció a través del estudio de los mitos clásicos. Sus versos reflejan como pocos el desgarro físico y emocional de quienes eran consideradas solo en tanto que figuras maternales: «Cuando tenía quince años, convertirme en mujer me daba miedo. Cuando tenía dieciocho años, ser mujer me parecía algo repugnante. Ahora, ¿cuántos años tengo? Me he convertido demasiado en una mujer. Ya no puedo volver a ser humana; esa época se ha ido para siempre». Gran investigadora y docente de teoría cultural y pensamiento antiguo, las referencias a las tradiciones literarias grecorromana (Plutarco, Simónides de Ceos) y orientales (Chen Shou, Lao Tsé) pueblan una obra concebida en los márgenes de la lírica del siglo pasado y que, no obstante, dio lugar a algunos de sus poemas más sublimes formalmente, gracias a su delicado estilo, su estética sensible a los inadvertidos impulsos del alma.