Horas críticas

Libros de la semana #167

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

La señal de la cruz, de Margot Douaihy (Reservoir Books)

«El Diablo no está en los detalles. El mal prospera en los puntos ciegos. En la ausencia, el espacio negativo, como el birlibirloque de un truco de prestidigitación. Los detalles son obra de Dios. Mi trabajo es mantener esos detalles en orden». Así comienza esta novela con la que Gillian Flynn, prestigiosa autora de obras como Perdida (y su adaptación al cine, dirigida por David Fincher) o Heridas abiertas (convertida en serie por Jean-Marc Vallée), lanzó su sello dentro de la editorial independiente Zando Projects. Y no es de extrañar, porque su protagonista está dibujada bajo ese mismo prisma poliédrico y capta los claroscuros propios de la condición humana: Sor Holiday, una monja impaciente, malhablada y macarra, que tiene sus propios demonios, sus vicios (in)confesos. La señal de la cruz nos trae el primer caso de esta antiheroína del todo atípica, y también el debut en la novela de Margot Douaihy, cuyo estilo narrativo, crudo y exuberante, tiene algo de hinóptico, con frases que juegan, a la vez, a impactar y revelar progresivamente aspectos ocultos de la trama y de sus personajes. La autora estadounidense de origen libanés, poeta interesada en hacer confluir las estéticas de lo queer y el true crime, camufla su habilidad lírica en esta historia oscuramente divertida donde la complejidad no está reñida con la ligereza. Una historia que solo podía ambientarse en un escenario como Nueva Orleans, ciudad de «corazón ardiente» donde todo es posible, donde todo tipo de personajes tienen cabida y pueden verse atrapados, sobre todo los menos canónicos, los renegados y los outsiders, «los que respiran fuego». Con una trama sólida y trepidante, que da la vuelta a los tropos del género a base de romper expectativas y prejuicios, y que se apoya en una serie de sorprendentes giros de guion junto con un no menos asombroso uso del lenguaje, Douaihy ha dado forma a una de las novelas negras mejor recibidas en el mundo anglosajón a lo largo de los últimos años, verdadera puesta al día de la tradición noir de un Chandler, en esta obra transgresora y profunda que nos presenta a una alucinante protagonista, obsesiva y punki, que al fin y al cabo se hace las preguntas que muchos nos hacemos: «Si el Señor nos quiere, ¿por qué somos tan frágiles y el fuego tan grandioso? Es un debate inútil. Nosotros somos el fuego, y el fuego es nosotros. Nacimos con una carga eléctrica en nuestros corazones, la llama divina. Cuando morimos, volvemos a los elementos. Cenizas a las putas cenizas». Amén, hermana.


La escuela oscura, de Sandra J. Paul (Ediciones T&T)

«Nadie lo creería si dijera en voz alta que se trata de algo sobrenatural y que no tienen que buscar al culpable entre las personas normales y corrientes». Al protagonista de esta novela, un joven de doce años, se lo conoce por su exceso de imaginación, y es frecuente que sus compañeros de escuela se acaben riendo de él, condescendientes. Pero, por una vez, la aparición de un enigmático edificio no puede achacarse a sus delirios ni a las horribles pesadillas que sufre, plagadas de monstruosas criaturas. Publicada en 2019 con notable éxito en su país de origen, La escuela oscura inicia la serie de cinco novelas titulada «Los Cuervos», como la población que un día asolaron esos pájaros negros, según se nos cuenta al inicio de este relato, y que ahora rodean un siniestro edificio aparentemente emergido de la nada, en un enigmático escenario que nadie habría podido anticipar, para irse tragando a los niños que en él se adentran. Sandra J. Paul, que tiene en su haber una treintena de obras de literatura juvenil y de misterio y ha sido traducida a más de quince idiomas, parece conocer a la perfección la tradición de las historias de casas encantadas, que ha dado lugar a algunos de los hitos fundamentales en la historia de la literatura de género, incluido el fantástico. En algún punto improbable entre los universos de Roald Dahl y J. K. Rowling, amalgamados por el espíritu familiar de las películas de aventuras adolescentes de los 80, la autora belga emplea a su favor esa misma falta de complejos para componer una oda a la infancia como territorio de la amistad incondicional. También como el momento decisivo en que se enfrentan los miedos (por ejemplo, el de entrar a la escuela y, de algún modo, no salir; o no salir igual, o no salir indemne) y verse ante la necesidad de creer en sí mismo, como le sucede aquí al protagonista, quien tendrá que rebelarse a sus malos sueños: «Nos encontramos en una especie de mundo espejo. […] Como si estuviésemos escondidos detrás del cristal que nos separa del mundo normal. Nosotros estamos del lado malo del cristal, mientras que ellos se encuentran en el lado bueno y se han apoderado de nuestras vidas. Tenemos que romper el espejo». De escritura asertiva y sencilla pero con un ritmo endiabladamente ágil, personajes bien trazados y una sólida trama de brujería y ritos ancestrales, no exenta de sutiles e imprevisibles giros, La escuela oscura logra, merced a su falta de pretensiones, el milagro de la tensión narrativa a lo largo de sus 180 páginas. Todo es producto de la imaginación, todo verdad (literaria).


From Hell, de Alan Moore y Eddie Campbell (Planeta Cómic)

En la introducción de Alan Moore a la serialización de From Hell, publicada por primera vez en 1989 en la revista Taboo, señalaba que lo que le obsesionó fue «abrir y examinar el cadáver aún caliente de la mismísima historia» en la que se basaba el cómic. Se reedita ahora en versión íntegra, revisada y profusamente anotada en sendos apéndices por el guionista británico, esta sangrienta saga que abarca una década de los asesinatos de Whitechapel que asolaron Londres a finales del siglo XIX; los de Jack el Destripador, aquí identificado con los rasgos de William Whitey Gull, cirujano real y masón de alto rango. En cualquier caso, a Moore no le preocupa tanto el clásico quién lo hizo como qué pudo llevar a unos hechos de tanto impacto, ocurridos durante la que «posiblemente haya sido la década más ominosa de la breve historia de la humanidad». Obra cumbre del cómic y una de las más influyentes en la historia de este género, From Hell logra mezclar un apasionante estudio psicólogico-sociológico con el rigor documental-histórico en esta suerte de autopsia de los acontecimientos en que se emplea «la ficción como escalpelo». Los dibujos de Eddie Campbell (con Pete Mullins como ilustrador de apoyo) acentúan las zonas neblinosas del relato, así como el contraste de una narración clásica con la explicitud gráfica de ciertas escenas. Su estilo preciso, que combina masas de puro negro con amplias franjas de blancura absoluta, dando lugar a un efecto ora crudo, ora difuso, enfatiza los fondos, cuyas sombras a veces invaden el primer plano. La importancia de los escenarios londinenses, su urbanismo y arquitectura, suma dramatismo y mitología a este acercamiento a unos hechos reales nunca del todo resueltos. Es ahí donde entra en juego la literatura, y en concreto la de género, el terror, para retratar esa era que da inicio al siglo XX, el siglo de la violencia; no en vano se invocan aquí palabras de autores como Dickinson, Apollinaire, Wilde, Kafka, Doyle o Maupassant. Ganador de varios Premios Eisner y Harvey, y del premio de la crítica del Festival de Angoulême, este melodrama en dieciséis partes originalmente editado en diez volúmenes —entre 1991 y 1998— toma forma en las legendariamente densas capas de texto de Moore, quien con todo no ofrece resolución ni cierre, sentencia ni ajusticiamiento, al final de su relato, que queda tan abierto como «el nudo de la horca vacío» en torno al jamás descubierto asesino en serie. Una muestra más de la madurez y la complejidad de una obra que supone, además, un agudo comentario en torno al decadente Imperio Británico en aquella era victoriana. Imprescindible.


Otras aguas no, de María Domínguez del Castillo (Isla Elefante)

En poemarios como Presente y el mar (2017) o El regreso de la lluvia (2019), pero también en otros, el líquido elemento ha sido una presencia admirable para la obra de María Domínguez del Castillo (Sevilla, 1997), quien concibe el lenguaje con ese carácter fluido y mutable, que se cuela por las rendijas de lo real para romper cualquier expectativa sobre lo dicho —y lo no dicho—. Otras aguas no, que toma nombre y cuerpo del magisterio poético de Anne Carson, representa un paso más en su escritura fragmentaria e híbrida, de vocación experimental, que invoca tiempos pretéritos desde un estilo anclado a la concisión y la desmesura, arrastrando los ecos infinitos de un rumor de olas: el retorno del lenguaje a sus orígenes cristalinos y desatados, próximos a la mística, que se atisba ya en la cita inicial de la postnovísima Blanca Andreu («Qué lengua impondrá el milagro, quién no cantará»). Bajo esa condición esencial y cíclica de la mar, la joven autora sevillana teje variaciones sobre temas recurrentes, especulaciones líricas, saltos en ese alambre que es «la materia-agua del lenguaje». La primera de las dos partes de este libro nos traslada a lugares desalojados de vida, cuerpos abandonados pero dotados de lenguaje, tiempos dilatados por «la cualidad sublime de la espera», resquicios de luz, física y probabilidades, cauces y sequía verbal traducida en incomunicación («Sin boca no hay palabra / dicha. / ¿Tampoco hay sed?»); nos guía hacia una «jerarquía del sufrimiento» y al yo como «lugar de lo imaginario», según Leopoldo María Panero, pura ficción en —falsa— dialéctica con la verdad, a la vida en el Apocalipsis climático, donde la escritura no hace mella ni salva. Se cierra, ese primer bloque, con un ensayo de «antropología marina» que invoca las voces de Lispector, Cixous, Woolf, Duras y la citada Carson. «Todas las aguas nos ahogan por igual», concluye Domínguez del Castillo, pero ningún escritor «teme la muerte por agua». La segunda parte del poemario, cuyo título se inspira en unos versos de la argentina Etelvina Astrada, nace de una fotografía de Luxor y de un viaje que la autora jamás consumó. Protagonizan estos textos la evocación de un periplo inexistente («Cruzar un camino que nunca»), las visiones contaminadas de mitología y sueño, la nostalgia de lo no sucedido convertido en neologismo («sabiendo que perdíamos por siempre / aquello que indecible dexistía»), las revelaciones o las plagas bíblicas y, finalmente, la escritura libre de objeto o acontecimiento: «¿Me es lícito escribir / sin una idea primera, fundadora del poema, / sin la áurea abstracción de la que partir a la que aspirar / (sublimación verbal de palabras suntuosas ((es decir, vocablos)) que resuenan etéreas desde un cielo inexistente) / ?». Desacontece la poesía de María Domínguez del Castillo sobre el papel, como se borran las pisadas cuando la orilla se inunda. Podremos decir que estuvieron ahí, mas nadie podrá asegurar que existieron.

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