Irreverencia, exceso, sarcasmo o venganza son sólo algunos conceptos que pueden definir la poesía de François Villon, uno de los personajes literarios más misteriosos de la cultura europea del Renacimiento. Poeta disoluto, ladrón sin escrúpulos, villano apasionado o pendenciero lenguaraz, casi todo lo que sabemos sobre su vida proviene de documentos judiciales. Pero si damos crédito al tono, la coloratura o la vehemencia de sus palabras, el documento que mejor acredita su paso por el mundo sigue siendo su obra, tan moderna hoy como escandalosa entonces.
Nacido en París en 1431 —se conjetura que un 30 de mayo— entre los estertores ya de la Guerra de los Cien Años, con el presunto nombre de François de Montcorvier (o de Loges), tras la muerte del padre, siendo todavía un niño, su madre lo entregó en adopción a la comunidad benedictina de Saint-Benoît-le-Bétourné, de cuyo capellán, Guillaume Villon, tomaría el nombre que lo ha hecho pasar a la posteridad. Es en este contexto donde se supone que el joven pudo haber accedido a sus primeras lecturas y, desde aquí, cumplidos ya los veinte años, alcanzar una licenciatura en la Sorbona. No se sabe si fue aquí donde conoció a algunas de las personas que lo condujeron más tarde a la vida delictiva. Lo que sí sabemos es que, en 1455, se vio envuelto en un primer lance violento con un cura llamado Philippe Sermoise; un enfrentamiento que, tras recibir el poeta un navajazo en el labio, se saldaría con la muerte del párroco. Temiendo una condena mortal, huyó de París, pero su pena fue conmutada y a los siete u ocho meses Villon regresó a la ciudad del Sena. Tenía veinticuatro años. Es a partir de este momento cuando se suele creer que empezó a frecuentar la banda de la Coquille, una conocida y temeraria organización de forajidos que operaba en París y en sus alrededores. Le bastaron apenas unos meses para volver a reincidir y protagonizar algunas de las fechorías más sonadas de la época, como por ejemplo el famoso asalto al Colegio de Navarra (durante el cual escribiría El legado), un robo que le condujo finalmente hasta la cárcel de Orleans. Encabalgó juicios, condenas, prisiones y hasta torturas, y de todo ello dejó constancia en El testamento, su obra cumbre. En 1462, acusado de robo y encarcelado en el Châtelet (la sede de Justicia del rey de Francia), logró la libertad, pero implicado de nuevo en otro episodio, fue condenado finalmente a morir en la horca. Sin embargo, y contra todo pronóstico, una sentencia de destierro —deus ex machina que llegó el 5 de enero, literalmente un regalo de Reyes— le salvó la vida. Así, en 1463 desapareció como diluyéndose entre el vapor de las nubes y, desde entonces, nada más se supo de él.
Editado, traducido y prologado por Vicente Monroy, Obra completa y otros poetas medievales (Alba, 2024) recoge la opera omnia de Villon y algunos antecedentes de la lírica francesa del siglo XIII: el no menos misterioso Rutebeuf —una generación anterior a Dante, pero coetáneo suyo— y, ya del XIV, poemas de Alain Chartier, Christine de Pizan, Charles d’Orléans o Jean Regnier, ejemplos que, sin olvidar el «noble Roman de la Rose», piedra miliar de la literatura francesa y referencia ineludible para comprender la poética villoniana, explican la genealogía de la que proviene la modernidad revolucionaria de Villon.
Todas las voces reunidas en este volumen, aunque desde perspectivas diversas y con motivaciones dispares entre sí, sorprenden por la forma en la que cada una afirma el yo: sin titubeos, de forma directa, haciéndose cargo del peso de ese pronombre, y es aquí donde el libro adquiere su mayor valor, porque más que de ruptura, habla de continuidad; o mejor dicho, un pequeño detalle que consigue obrar el milagro: comprimir setecientos años de poesía y convertir el pasado en presente (o viceversa, pensarán justamente algunos). Como señala Monroy, el objetivo del arte tiene aquí la pretensión de «capturar fragmentos de un universo que se ha vuelto demasiado complejo para dar cuenta de él en su totalidad», y de ese modo surge la subjetividad estética, que se impone a los tópicos medievales. Lo vemos en todos los ejemplos representados, pero en Villon el milagro cae como un rayo fulminante que, por la fuerza de su cuerpo poético, lo arrasa todo.
Además de que ya exigían una actualización, «El legado» y «El testamento» vuelven a aparecer ahora como lo que nunca han dejado de ser: dos prodigios irrepetibles para los que cualquier calificativo resulta insuficiente. Además, releer a Villon en esta nueva traducción —difícil, en ocasiones cuestionable, pero muy meritoria, valiente y loable— refresca su voz y la revitaliza. En no pocas ocasiones parece realmente increíble que esos dos poemas pudieran ser escritos en el segundo tercio del Cuatrocientos, porque si su sarcasmo roza lo inagotable, su mala hostia se impone de forma inmarcesible. Tan inflamable es la materia de la que están compuestos, que resumirlos sería imposible, además de grosero. Sorprende que, aun siendo escurridizos, sórdidos, desenfadados, sinceros, soeces o vergonzantes, Villon no sacrifique la elocuencia. Elocuencia que, curiosamente, encontraremos después con frecuencia en casi toda la literatura francesa (pienso sobre todo en Montaigne), imposible hoy de concebir.
Parafraseando a otro inmenso poeta que siempre lo tuvo presente en pleno siglo XX, hablo de Pier Paolo Pasolini, François Villon debió de ser también una fuerza del pasado. No casualmente Monroy, en el prólogo, desglosa con hermosa acústica pasoliniana alguno de los aspectos más insólitos que hacen de la poesía de Villon un artefacto siemprevivo, como por ejemplo esa pugna irredimible entre el cuerpo y el corazón, la necesidad de abordar lo general desde lo subjetivo (he aquí en realidad el milagro) o esa imperiosa confianza en la poesía como un vehículo que sobrevivirá al ocaso del mundo.
Por estas razones, además de un ejercicio gustoso y reconfortante (la furia y la sorna son capaces de crear vínculos muy profundos), leer hoy a Villon es demostrarse que el umbral que separa el pasado del presente es siempre relativo, que basta hundir las manos en la tierra de la necesidad para darse cuenta de que, si en algún momento nos han querido vender una idea maniquea del tiempo, era sencillamente falsa. En definitiva, no sabemos realmente quién fue François Villon, pero si, como sugiere Monroy, «solo recorriendo el largo camino que lleva de un lado a otro de una contradicción podemos medir la verdadera dimensión del mundo», tal vez no tendremos más remedio que seguir recordándolo como «el más duro, el más auténtico y el más absoluto poeta de Francia». No lo digo yo; lo dijo Ezra Pound.
OBRA COMPLETA Y OTROS POETAS MEDIEVALES François Villon ALBA (Barcelona, 2024) 472 páginas 24 € |