Analógica Horas críticas

El hambre de acción, un nuevo Unamuno

Ser filósofo se parece a ser detective en lo de estar siempre metido en líos de difícil solución, cuestionando los hechos, haciendo enemigos allá por donde pasa, interrogando (a) la realidad. Se parecen, pero se diferencian radicalmente en sus fines y, por tanto, en sus medios: mientras que el filósofo se sabe partícipe de una encrucijada inaugurada siglos ha y que (con suerte) habrá de seguir desarrollándose después de su muerte, el detective se postula como agente capaz de dar carpetazo a un suceso reciente. Dicho de otra forma: el filósofo está en medio del misterio y el detective aspira a ser la respuesta a un enigma. Ambos buscan desvelar algo que se mantenía oculto hasta entonces, ponerlo a la vista de todos y, sin embargo, uno parte del sustrato más profundo de la existencia y el otro desde la superficie de lo acontecido.

Representando lo mejor de los dos mundos y haciendo de puente entre ellos está ese grupo de personas a las que llamamos escritores, al cual pertenece Luis García Jambrina, quien, en su más reciente publicación, El primer caso de Unamuno (Alfaguara, 2024), ha tenido la pericia de hacer saltar a aquel que fuese rector de la Universidad de Salamanca de filósofo a detective con una naturalidad pasmosa. Lo hace o, mejor dicho, lo puede hacer, primero, por la destreza anteriormente desarrollada y demostrada en la saga inaugurada en 2008 con El manuscrito de piedra, una serie de novelas de intriga histórica con Fernando de Rojas como protagonista, culminada en 2022 con El manuscrito de niebla y con varios éxitos literarios cosechados a sus espaldas. Y lo puede hacer, en segundo lugar, por el gran conocimiento atesorado a lo largo de los años sobre Unamuno quien, para él, al igual que para todos aquellos que lo seguimos revisitando generación tras generación, es conocido y referido por la fórmula revalidada por María Zambrano, a medias entre el respeto al maestro y la cercanía de quien nos es familiar: don Miguel.

Es, precisamente, este extenso conocimiento el que justifica la nueva vuelta a la vida de don Miguel, al haber entendido y querer transmitir que «un personaje [es] mucho más real e imperecedero que su creador», como firma García Jambrina en el cierre de su Nota del autor. Y que, más allá de las disputas entre las dos Españas, en las que el propio Unamuno se vio envuelto, este pertenece, por encima de todo, a la patria literaria, a la que se construye desde el río subterráneo, silencioso, que conocemos por el nombre de intrahistoria, ubicada en esta ocasión en la localidad salmantina de Boada. Allí regresa en El primer caso de Unamuno henchido de la tradición de Sherlock Holmes, del Quijote, de esos otros pensadores caminantes o «autores andariegos»; rodeado de algunos compañeros que compartieron vida fáctica con él, como Concha Lizárraga o Ramírez de Maeztu, y otros entregados por la ficción, como es el caso del abogado y fiel servidor Manuel Rivera, o de la sagaz y revolucionaria Teresa, encarnación del texto experimental publicado por Unamuno en 1929.

Eso sí, que nadie se llame a engaño: esta no es una nivola, ni una obra existencialista donde lo importante es lo que sucede de mientes para adentro. García Jambrina aquí es unamunista, pero no unamuniano. Por el contrario, reclama su individualidad como autor, dejando que se trasluzca un estilo personalísimo (si bien de prosa sencilla y abundante en diálogos, como acostumbraba don Miguel) en una novela policíaca plagada de acción y reacciones en cadena desde el plano de las pasiones y de la política, a menudo menos distantes las unas de la otra de lo que nos gustaría pensar.

Avanzamos en la trama y en el paisaje charro guiados por un constante fluir de preguntas que, como los crímenes, se acumulan haciendo partícipes de la labor detectivesca a los lectores, y por un García Jambrina que no teme aventurarse a intercambiar el registro del narrador omnisciente por el del testigo, bifronte, al igual que el dios Jano, dirigiendo su mirada (y la nuestra) al pasado para terminar desenvolviéndolo en capas del más absoluto presente. Y también mira hacia el futuro, claro: al de la España «“vaciada”, que habría que llamar más bien la “España deshauciada”» y al de las andanzas del Sherlock Holmes vasco-salmantino, del cual promete más entregas.

De algún modo, lo que Luis García Jambrina ejecuta en El primer caso de Unamuno es un ejercicio similar al que don Miguel realizase con El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en Vida de don Quijote y Sancho, esto es, primar la interpretación particular de la ficción a la intencionalidad del creador de carne y hueso. Lo personaliza haciéndolo agonista en sentido paulino, que es lo mismo que decir luchador, y lo recrea al captar aquello que conformaba su ser: la defensa del «derecho a la santa contradicción», la valentía sin cuartel en busca de la Verdad, aunque ello chocase con la paz, y la alargada sombra de la muerte y del amor. Solo al tiempo le corresponderá decir si este nuevo traje de hombre de acción en medio de lo histórico será el que finalmente colme su «inmortal anhelo de inmortalidad». Sabemos, por ahora, que algo de aquel Unamuno de 1905 busca abrirse camino en este 2024, aligerando su semblante trágico para cumplir con la muy actual misión de entretener.

 


EL PRIMER CASO DE UNAMUNO
Luis García Jambrina
ALFAGUARA
(Barcelona, 2024)
288 páginas
19,90 €

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