Entre el barullo y las hipérboles, hoy cuesta mucho creer que un libro es tan bueno como dicen. Los adjetivos halagadores se clonan para describir obras que a las veinte páginas ya nos han decepcionado, y luego te enteras de que lo interesante —más o menos— es la biografía de la autora, y que por eso han decidido proyectarla, además de como lo que sea, como «escritora». De todas formas, de vez en cuando aparece alguien de talento indiscutible. Tan buena que hasta se intenta evitar el arsenal de halagos mercadotécnicos para encontrar una palabra que se ajuste dignamente a la excepcionalidad del individuo. Y para presentar el extraño caso de Mya-Rose Craig, la palabra seleccionada es «genia». A la que se debería añadir «precoz».
Mientras leía su Birdgirl no dejaba de pensar: «Tiene 21 años». Hace poco, Paul Auster declaró que «los genios precoces no existen en literatura». Aunque Rimbaud o Goethe podrían desdecirle, se entiende lo que pretendía comunicar: una obra literaria perdurable no se firma siendo un crío, porque incluso el crack necesita tiempo para narrar las profundidades del vivir. Hay otras disciplinas en las que el superdotado puede dejar huella antes: Bobby Fischer ya ganaba siendo púber; Mozart pasmaba a la aristocracia europea con cinco años; a los quince, Picasso participaba en una Exposición Mundial; y parece que el prodigio matemático y filosófico de Hipatia se desplegó tempranísimo. Pero es cierto que, en general, la literatura requiere otro tempo. Acumular palabras al ritmo de las experiencias, para hacerlas vibrar eternamente, suele pedir cierta edad.
Aunque también es innegable que, en el siglo XXI, el conocimiento circula a una velocidad sin precedentes y que Mya-Rose Craig tiene un padre inglés obsesionado por la ornitología, casado con una mujer bangladesí que padece trastorno bipolar y cuya forma de sentirse lo bastante bien es yendo a ver aves en familia. De modo que no solo Mya-Rose empezó a identificar pájaros cada fin de semana desde muy pequeña sino que, en 2009, su padre decidió enfrentar un Gran Año —esto es, 365 días dedicados a localizar el mayor número de aves posibles en todo el mundo— en compañía de su esposa y de ella misma, que por entonces contaba… siete años.
Esto es lo que aborda Mya-Rose Craig en Birdgirl: su educación ornitológico-sentimental. El libro podría ser un simpático recorrido por la infancia y juventud de la mocosa que cayó en la marmita de las aves convirtiéndose en una Obélix pajarera, y eso ya resultaría llamativamente extraordinario. El plus lo trae la narración: la fluidez, la creatividad, el sentimiento con el que la chica mezcla el descubrimiento del apestoso hoatzin o el tororoí gigante con los estados de ánimo de su imprevisible madre.
El avistamiento de aves a escala mundial es interpretado por algunos como un deporte de ultrarresistencia debido a las carreteras y complicadas pistas que se deben cruzar para llegar a según qué enclaves, aparte de las incontables horas de espera en sitios remotos donde se hallan algunos de los ejemplares más raros. A esto hay que sumar el espíritu competitivo de una madre que se ofende si los demás ven un ave que ella no, sus desestabilizadores ataques psicóticos y la conexión de Mya-Rose con un universo tan distinto al resto de compañeros de clase que prefiere callar sus experiencias mientras finge intereses comunes para no quedar excluida.
El resultado es un libro de iniciación donde la majestuosidad física del planeta magnetiza a través de expediciones a Colombia, Bolivia, California, Australia o Uganda, a la vez que se muestran las interioridades de una familia en la que todos intentan disfrutar pese a la enfermedad que amenaza con hundirles. Otra cosa que pensé mientras leía: «Esta familia tiene dinero». Tampoco tanto, no creas. Para viajar, como mi propia vida me ha enseñado, influye más la voluntad que las finanzas. Lo que importa finalmente es qué hiciste con tu tiempo, y Mya-Rose Craig ha «hecho» un libro que, además de ilustrar sobre aves como el flamenco chileno, que sobrevive a una altura impensable gracias a saber dosificar la energía; de contarnos que el albatros gigante puede pasar seis años en el mar o que la pardela sombría protagoniza la migración más larga; de ofrecernos estadísticas reveladoras sobre la realidad de millones de aves con nombres tan gráficos como charlatán cuellirrojo, chirigüe culigualdo o coqueta crestirrufa, también reflexiona sobre cómo la autora descubrió que la ornitología oficial estaba tomada por hombres de raza blanca, y empezó a recibir ataques racistas porque, recordemos, ella es británico-bangladesí.
De modo que en la parte final del libro aborda su destape: cuelga en redes sociales opiniones y avistamientos, en el instituto explica vivencias y hallazgos, y sus propuestas resultan tan interesantes, ricas, distintas que le empiezan a pedir charlas, y más charlas, y hasta ahora ha intervenido en actos con Greta Thunberg o el impresionante escritor y ornitólogo aficionado Jonathan Franzen.
Mya-Rose Craig habla bien en público sobre su vida exótica y fascinante, sí, pero, además, y a eso íbamos, escribe con inusitada gracilidad y sentido, equilibrando lo radiante y lo lóbrego con un vocabulario y ritmo que sugiere la cantidad de libros que ha descifrado a lo largo de estos años «volantes». En la liternatura actual, hay pocas obras con semejante luz, tan tensamente compensadas, pocas que palpiten así. Los lectores menos naturalistas pueden hallar algún tramo repetitivo, alguna enumeración excesiva, pero el conjunto es estupendo, y asombroso si se tiene en cuenta su edad. La razón para pensar que estamos ante una genia. Ahora dependerá de si quiere explorar la vía literaria o se entrega a otras artes o ciencias.
BIRDGIRL Mya-Rose Craig Traducción de Silvia Moreno Parrado ERRATA NATURAE (Madrid, 2023) 320 páginas 22 € |