Ficción Historias naturales

Deformidades

En la salita de espera de la consulta del ginecólogo descubro que mi mano derecha es menor que mi mano izquierda. Quizá, pienso al principio, sea un efecto óptico debido a la mala calidad de las prótesis de las operaciones de cataratas o que la oscuridad en la que estamos sumidos se altera cada vez que abren la puerta, al entrar un potente rayo de luz desde el refulgente vestíbulo, deformando las siluetas aunque sólo sea durante unos segundos. Pero no es así, mido mis manos, abriendo una y luego otra, sobre la revista Pronto, y compruebo que sólo con la izquierda alcanzo los bordes laterales, abarco el ancho de la publicación. La doctora Ricardo no es la indicada para consultarle el porqué de la deformidad recién descubierta, mas no puedo contenerme, se lo pregunto y ella responde que eso es constitucional, que es de nacimiento, que no hay nadie perfectamente simétrico, que muy tarde me he dado cuenta, por extrañas circunstancias, y que me he quedado sorprendida al considerarlo algo nuevo, relacionado, puede, con este embarazo ectópico.

Era un día de hallazgos importantes. Carlos, al encerrarme en la habitación del hotel, dijo que yo iba a saber por fin lo que era un hombre perfecto, alguien sin pezones, esos artilugios estúpidos que anteceden unos pechos no destinados a nada excepto a estorbar y a provocar, en cantidad mínima, eso es cierto, algunos casos masculinos de cáncer de mama. Tenía Carlos un libro sobre la mesita de noche, Diccionario de citas célebres (Luis Señor González, Espasa Calpe Mexicana, 1998), con el marcapáginas señalando la cita de Averroes en la que pontifica diciendo que la mujer es el hombre imperfecto, lo que a Carlos le llevó a extirparse los pezones (eso ya lo habíamos dicho) y así ofrecer un torso alejado del femenino, liso como un cilindro de vidrio, un recipiente de espárragos. No fue placentera la penetración, Carlos no lograba alcanzar una erección suficiente y, al carecer de pezones que pellizcar, yo no podía utilizar un arma, un recurso que conocía bien de mi matrimonio con el semicastrado barón Gomantes.

Conté a Carlos, durante la fase postcoital, lo de mis manos desiguales y la aseveración de la ginecóloga de que no somos simétricos, incluso los no deformes. Carlos abrió el cajón de la mesilla de noche y extrajo un cúter de grandes dimensiones, una especie de bisturí de uso veterinario y, agarrándome por el cuello, anunció, entre sonoras carcajadas, que iba a abrirme el tórax para recolocarme el corazón, y que luego vendría el abdomen para también recolocar el páncreas, el hígado y no sé cuántas vísceras más, y de este modo, situadas todas en el centro, paliar en algo la asimetría. Qué tipo Carlos. Recuerdo que Ferrer Lerín escribió algo acerca de la simetría preguntándose si no sería una exigencia burguesa.

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